sábado, 6 de marzo de 2021

POEMAS DE ENRIQUE GONZALEZ ROJO ARTHUR IN MEMORIAM

(5 de octubre de 1928, Ciudad de México- México 5 de marzo de 2021)


Oda a la goma de borrar

Gran cosa es tener la capacidad de retractarse. 

Poseer el combustible necesario para dar marcha 

atrás.

Lucir la valentía de desdecirse, 

humillar la petulancia

de pretender hablar desde el púlpito de la tinta,

con un ademán autocrítico 

que transforma los dogmas 

los yerros

la retórica

en un rebaño de virutas perfumadas. 

Para desandar el camino

y darle nuevamente la palabra a la página en blanco, 

se requiere de un delicado instrumento

que es, como la rueda

los grandes aeroplanos

y la caricia de la mujer amada

cuando la soledad nos cala hasta los huesos,

invento inapreciable.

¡Oh fe de erratas de mi lápiz! 

Cernidor entre el trino y el resuello, 

la palabra veraz y la que hilvana

las letras enmieladas del engaño.

¡Oh gran antologista de vivencias!

Yo te debo la astucia de anularle adjetivos

a las emociones sustantivas.

Te soy deudor de mi capacidad

de comenzar y comenzar

nuevamente desde cero.

Cuando vuelvo los ojos a la pluma

al lápiz

a la máquina

y después hacia ti

me quedo meditativo

y pienso

que el poeta 

el verdadero 

el grande

el profundo poeta

debe saber oír más las palabras de su goma 

que las del artefacto con que escribe

porque los dioses están más cerca del silencio 

que del barullo.

 

Mar bajo la luna (IV). Los cuatro mares

Bajo la noche, de la nave

han salido las mismas preguntas:

—¿Acaso sabemos hacia dónde vamos?

—¿Nos habremos equivocado de ruta?

 

Hace tiempo que dejamos la tierra,

y por el mar de la aventura

arribaremos esta noche

a la capital de la luna...

 

Optimismo

Que ya terminó la historia.

Que ya nos podemos ir a nuestras casas.

Que ya debemos recogernos en la piel de nuestro yo.

Que vivimos en el mejor de los mundos imposibles.

Que ya.

Que ya.

Pienso, sin embargo,

que hay que limpiar de telarañas la hoquedad

del cero. Amueblarlo.

Llenarlo de macetas y de flores.

Dotarlo de vituallas.

Colmarle sus bolsas de pasado.

Y sólo así

comenzar,

nuevamente,

desde él.

Che per porta del ciel si va all'inferno

Antología de sonetos

 

Soy un pájaro viejo, atormentado,

con alas de cartón, viento enemigo,

que al hacerse a los aires es testigo

de un cielo de rapiña desconfiado.

 

Soy emplumada fiebre, frío alado,

sin dirección y huérfano de abrigo

que en pleno vendaval porta consigo

instrucciones de un viento equivocado.

 

El harapo que soy, vibra y se esfuma

más en sus desconsuelos que en la bruma.

Hasta sufre de llagas mi gorjeo.

 

Soy un poco de luz crucificada,

chispa de ser o glóbulo de nada.

Cáncer, ay, más veloz que mi aleteo.

 

Prehistoria del puño

En un tiempo yo fui, lo que podría

llamarse una persona

decente.

Buena educación.

Eructos clandestinos.

Modales aprendidos con metrónomo.

Y un cajón rebosante de dieces en conducta.

Pero un día,

ante los golpes de culata,

las ráfagas de párpados vencidos, 

el furor lacrimógeno,

me nació un inesperado

«hijos de puta».

Se trataba de mi primer arma,

de un odio que a dos pies

cargaba la sorpresa de su propio nacimiento. 

A partir de entonces,

dentro de mi gramática iracunda,

dentro del diccionario en que mi cólera 

se encontraba en un orden alfabético, 

disparaba palabras corrosivas,

malignas expresiones que eran áspides 

con la letra final emponzoñada.

Pero yo me encontraba insatisfecho. 

Ningún hijo de puta

corría hacia su casa, ante mi grito, 

para zurcir el sexo de su madre. 

Mis alaridos eran inocentes,

inofensivos eran

como besos que Judas ofreciese 

tan sólo a sus amantes.

Ante eso,

pasé de un insatisfecho «cabrones » 23

—pólvora humedecida por mi propia saliva—

a una pequeña piedra,

el pedestal perfecto de mi furia, 

la lápida mortuoria que encerraba

la pretensión guerrera de mi lengua.

Y ahora, en la guerrilla,

mientras limpio mi rifle.

recuerdo cuando yo era, camaradas, 

lo que podría llamarse una persona 

decente.

Tomado de:

https://www.poeticous.com/enrique-gonzalez-rojo?locale=es

 

LOS OLVIDOS

¿Es un descanso el olvido?

 

¿Es olvido caminar?

 

Es caminar empezar

 

a olvidarse del olvido?

 

Emilio Prados

 

 La evocación no respeta los sepulcros,

 

desoye la liturgia de lo efímero,

 

halla a flor de beso antiquísimas bocas,

 

clava con alfileres el chirrido

 

de las palabras huidizas,

 

da con el descubrimiento arqueológico de una caricia

 

polvorienta de tiempo,

 

hunde su interrogación

 

en una de las capas profundas de la psique,

 

embalsama suspiros,

 

recuerda.

 

La mente se desanda,

 

camina a contrapelo del gerundio,

 

reconstruye la carne desde el molde

 

de las huellas,

 

busca el olor a vida

 

en la carroña de la remembranza,

 

le tuerce el brazo a Cronos

 

para tender la mano a los cadáveres,

 

recuerda.

 

Limpia los ventanales de su nuca,

 

carga su fardo con jirones y jirones de lo ido

 

para quedar intacta,

 

sin perder siquiera

 

el juguete asombroso, terrible y delicado,

 

de la niñez,

 

desentume vivencias,

 

riega las partes verdes

 

de lo perdido,

 

recuerda.

 

Recuerda, recorre para atrás

 

la biografía, sus episodios,

 

los cumpleaños, con su atalaya

 

para atisbar la muerte, la eterna

 

obcecación de los aquíes

 

tatuados con ahoras,

 

el tren que, indiferente,

 

con sus esbozos de cerebro al viento,

 

su aullido como herida en los espacios

 

y sus ruedas desbocadas,

 

va en lo suyo:

 

lanzándose al porvenir a toda máquina,

 

saboreando la meta,

 

corriendo tras el viento,

 

ganándole la partida a la llegada,

 

siendo sordo a las voces congelantes

 

de los frenos,

 

de las instrucciones,

 

de los arrepentimientos del maquinista,

 

y olfateando en sus proximidades

 

la estación terminal donde mis ímpetus

 

se hallarán descarrilados.

 

Recuerda, y al momento,

 

volviéndose, viviéndose

 

fe de erratas del destino,

 

rememora un firmamento de pájaros inmóviles,

 

con alas mentirosas;

 

un tiempo con futuros arrumbados

 

en los sótanos del presente;

 

rememora,

 

y ve cómo el espejo,

 

con su espía de azogue,

 

recupera, pujando, las imágenes

 

que le fueron escamoteadas por la amnesia;

 

pasa lista a un tropel de rostros,

 

adioses fracasados,

 

gritos,

 

promesas

 

que no dieron con el modo,

 

el instante

 

o el vientre embarazado

 

para pasar a ser.

 

Mas ahora, al correr de los días,

 

cuando he dilapidado

 

casi todo mi patrimonio sensorial,

 

cuando derramo llanto

 

con todo y pupilas,

 

y está a punto de caérseme

 

el mundo que retengo entre las manos temblorosas;

 

ahora, cuando doy en mesarme

 

mechones y mechones de tiempo

 

y me siento invadido por el allende

 

y las avanzadas de su ejército

 

–las hoquedades de la desmemoria–,

 

pregunto: Dios mío, ¿cuál era el nombre de aquella

 

[hembra

 

que me dejó debajo de la almohada

 

sus senos, sus caderas

 

y la carne amasada en lo sublime

 

de sus muslos?

 

No lo sé. Lo he olvidado.

 

Oh masacre de sílabas.

 

Peste que busca su lugar en mis palabras

 

para diezmar sus letras.

 

Mis olvidos,

 

mi almanaque de ruinas,

 

dejan a la materia gris

 

continuamente en blanco, desnutrida,

 

famélica de nombres,

 

frases, manos,

 

ocultos bajo el polvo de mi rastro.

 

Los olvidos arrojan tarascadas

 

a la carne interior de mi conciencia,

 

a mi jardín de nostalgias clandestinas,

 

al vetusto directorio de entusiasmos

 

donde se apolillan

 

mis ilusiones envejecidas

 

y mis dedos, que se ahogaban de tacto,

 

están a punto de desmoronarse.

 

Olvidos, ay, que me roban discretamente,

 

o a mano armada,

 

la sonrisa de una promesa,

 

el pelo huracanado de una aventura,

 

el decir del filósofo

 

–que durante días y más días

 

puso a correr aullidos de metafísica

 

por mis arterias–,

 

la palabra seductora con que supe

 

forzar la cerradura de una carne,

 

la juventud que en mangas de camisa

 

levantó un imposible

 

para que al fin un sueño se encontrara

 

al alcance de la mano.

 

Padeciendo poco a poco un holocausto

 

de experiencias, se diría

 

que hoy por hoy, como oficio, me dedico

 

a olvidarme de todo,

 

a desdecir vivencias,

 

a dar mi brazo a torcer,

 

a asaltarme a mí mismo en los lugares

 

más oscuros del alma.

 

Se diría.

 

¿Nada me queda ya?

 

Con lo poco, lo poquísimo que guardo,

 

con éstas que podríamos llamar

 

las pertenencias últimas,

 

o mi fortuna en el aquende,

 

he formado un museo

 

para uso personal

 

donde me paso horas y más horas

 

reconociendo olvidos (desempolvados

 

para ser recuerdos)

 

o contemplando los cuadros y las estatuas

 

que entablan con los ojos el lenguaje

 

del pasado.

 

¿Nada me queda ya?

 

¿En el despeñadero de cuál de mis latidos

 

voy a perderlo todo?

 

¿Cuándo vendrá la nada

 

con sus manos amantísimas

 

a cerrarme los ojos?

 

El momento culminante,

 

intransferible,

 

el hoyo de desagüe hacia el que corre

 

la colección entera de mis ímpetus,

 

irrumpirá, puntualidad en mano,

 

con gestos de destino,

 

cuando tenga ya el alma agujereada

 

por los desánimos incontables

 

de la memoria;

 

cuando el tiempo,

 

encogido al presente

 

(huérfano de premisas,

 

desheredado de conclusiones)

 

transforme sus fronteras en murallas,

 

sin un solo intersticio donde pueda

 

ejercitar sus vicios el espía;

 

cuando este ahora opaco,

 

ciego,

 

mudo,

 

se vuelva pordiosero

 

de todos sus tesoros extraviados,

 

cuando ya no me acuerde del olvido,

 

cuando, amnésico, olvide tercamente

 

de acordarme,

 

de salir a la ventana a ver pasar el viento

 

que sopla sin cesar desde el pasado,

 

o tan sólo repare en que ya todo,

 

todo,

 

todo

 

irremediablemente se me olvida

 

y pasa a la ultratumba del vacío,

 

cuando llegue, por último, la hora

 

de que sea de mí de quien me vea

 

obligado a olvidarme.

 

ELEFANTE

Para Arturo Córdova Just

 

El elefante es, entre todos los animales de la jungla,

 

la criatura más digna, parsimoniosa y noble;

 

un primor de orejas grandes

 

y un proyecto de cola fina y circunspecta

 

a medio hacer.

 

Cuando el calor lo pastorea hacia la inquietud

 

desbocada del arroyo

 

-donde el agua construye sus jabones

 

efímeros de espuma-

 

arrastra toda su pesada majestad

 

a refrescar la epidermis arbórea de su cuerpo

 

y a satisfacer tanto la sed que le quema las entrañas

 

como la -no menos grande- de limpieza

 

que nunca lo abandona:

 

su trompa deja por un segundo

 

de medir el tiempo

 

y se encarga de diseñar los duchazos indispensables

 

a una piel que demanda ser lustrada

 

y brillar, con su arrugada pulcritud,

 

en los claros de la selva rodeados de miradas.

 

Mas si de repente lo invade el deseo

 

y siente que su sangre

 

se incendia en la caldera de la brama,

 

sufre un insólito cambio de talante,

 

le pone pies alados a su olfato,

 

sus ojillos, nerviosos, se sienten prisioneros

 

de sus órbitas,

 

busca desesperadamente a una elefanta

 

y se encarama, todo urgencias, a sus ansias

 

soltando el aleluya del jadeo.

 

Si nos fijamos bien (y no fingimos

 

que “aquí no pasa nada” al advertir

 

el punto escandaloso

 

que se instala, flameante, en plena jungla),

 

vemos que el paquidermo desvergüenza

 

una porción del cuerpo endurecida,

 

como vara de tronco que, en moviéndose,

 

desordena el universo.

 

¿Dónde quedó su porte majestuoso?

 

¿Dónde su dignidad

 

de palacio sagrado en movimiento?

 

El elefante se arroja sin escrúpulos

 

y rasgando los velos de la estética

 

castidad cotidiana,

 

al mundo de lo extraño, lo asombroso,

 

en las inmediaciones, sí,

 

de lo ridículo.

 

Ay el sexo, el sexo,

 

siempre trae consigo el viejo escándalo,

 

los dulces, persistentes, excitantes

 

desfiguros de la naturaleza.

Tomado de:

https://primerapaginarevista.com/2016/10/07/los-olvidos-y-otros-poemas-de-enrique-gonzalez-rojo-arthur/

 

 

 

 

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