martes, 16 de marzo de 2021

POEMAS DE MARIA BENEYTO

(14 de mayo de 1925 / 15 de marzo de 2011, Valencia, España)


Diez veces siete y una más...

 

Diez veces siete y una más. Ya sabes:

setenta y siete cabriolas, once

mujeres de cristal que se rompieron

en mí, y en mí se quedan enterradas,

calcinadas algunas, otras libres

de escogerse final. Yo, soportándolas,

muriéndome con ellas, como ellas

se morirán conmigo. Once mujeres

en donde estoy, salen a escena juntas

se despiden por mí con reverencias

teatrales, y acusan al misterio

de tenerlas con fuerza encadenadas

las unas a las otras. Yo renuncio

en su favor, a lo que me negasteis.

Ellas serán, así, mis sustitutas,

soportarán mejor el menosprecio,

y hasta quizás pondrán la otra mejilla

a vuestras manos sucias. No me importa

esa puesta en escena. Me despido

en voz baja o afónica, en la esquina

de la pena, con todos mis errores

alrededor. Que Dios os dé la vida

que merecéis, ya mí me dé el descanso

de no pertenecer a vuestro mundo

brutal, machista, hipócrita y cobarde.

Once mujeres os dirán .que lloro

perdón y amor aún. Y, genuflexas,

esperarán que me aplaudáis la huida.

 

De "Eva en el laberinto" 2006

 

El día que será

 

Ya no importa saberlo. Será el día

del arco iris cómplice del agua

que llore demasiado por los muertos,

y habrá quizás en el ambiente estigmas

de señalada indecisión, palomas

que endulzarán la luz, gaviotas grises

salobres de renuncia y de recuerdo

y golondrinas, golondrinas blancas...

Hasta vendrán las olas más rebeldes

llenas de pez disuelto, a verte quieta

y a dejarte la brisa en vez del viento

sobre la piel, con terquedad amorosa.

 

Un día como tantos. De la huida

tan sólo quedará aquella palabra

que seguirá secreta, intraducible,

y, cada vez que vuelva el arco iris,

vendrás -roja, amarilla, azul y verde-

a pretender decirla.

 

De "Casi un poco de nada" 2000

 

Forastera

 

"No soy de aquí". No. Procedía

de lugares mineros.

De tinieblas totales encerradas y ocultas.

De la sombra apresada

que ya la hizo suya, así, predestinándola

a ser noche, a ser dura claustrofobia

que se disfraza de panal, que inventa

brazos para el contacto

y senos, piernas

y sexo acogedor.

 

"No soy de aquí." Él último en saberlo

miró la mina en ella:

antracita rabiosa en el cabello,

ojos de acecho en donde se encrespaban

grillos enfebrecidos.

Era el muchacho que iba de la novia

-casta o así-

a sus profundidades flácidas.

Novia inocente o algo parecido. Desde ella

a la tan ensayada entregada

de algo vacío y sórdido.)

 

"No soy de aquí." De aquí, ¿quién es?

Todos vinimos de úteros felices,

paraísos de nata y luz atónita.

¿En dónde estaban, al llamarnos, ellos?

¿Cuál era su país, entonces,

cuál su pequeña patria, la parcela

de amor y de placer,

su desmesura

en la alegría y en el ansia...?

 

No es de aquí. Pero aquí está y aquí espera.

¿Qué?

Ella sabe que está aguardando algo

distinto, extraño, que no será nunca

el cotidiano santo y seña.

Algo quizás que estuvo el1 el principio

y va a volver

a recobrarla, a desnacerla, a darle

finalmente, parte mínima en lo suyo:

así, espera.

Cada noche. Impasible.

 

De "Nocturnidad y alevosía" 1993

 

 

Greta I de Suecia

 

                                                  A Rosa Mª Rodríguez Magda

 

Se llamaba -yo creo que se ha muerto

y lo que a veces surge es su cadáver-

Greta Garbo o Gustafson, una sombra,

una mujer que siempre regresaba

de mundos golpeados, derruidos,

y se acostaba, leve, en el silencio,

larga, flotante Ofelia de las nieves.

Era la niebla de una isla nórdica

poblada por abetos y abedules.

Una santa Lucía sin corona

de resplandor, sonámbula y felina,

que siempre parecía estar sacando

su mirada del agua. Mujer presa

de la fatalidad y la amenaza,

tenía horror al viento, miedo al día

y se huía a sí misma, distanciándose

como si al verse no se conociera.

Bebía siempre luz glacial. Llevaba

la luz por dentro, en lugar de sangre

y goteaba luz cuando lloraba.

Sin embargo, más que estrella era luna

sola y feliz, en soledad creciendo,

satélite que roba claridades

para vivir en claridad perfecta.

 

Era además, la extraña criatura

de la lluvia, el ser febril y altivo

tormentoso y feroz de la tragedia,

el gesto femenino despertándose

en un tiempo de bruma y desconcierto,

después de haber dormido sueños hondos

sin más amanecer que la esperanza.

Era el amor, pero otro amor, traía

con carne estremecida y beso fiero

la pasión, no encubierta, de la hembra

que no se deja poseer, posee...

Ignoro si era actriz, pero tenía

de todas las mujeres que se fueron

y anticipó el futuro como suyo.

Ella se reinventó, con la energía

de esgrimir su elección y su derecho

a esa absoluta soledad, tremenda,

de los seres nacidos islas libres

y se fue, se perdió bajo la lluvia

de donde nos llegó a través del agua.

 

(Una anciana sarcástica, pasea

soledades vestidas con su nombre.

No nos recuerda ya. Ni se recuerda.)

 

De "Hojas para algún día de noviembre" 1993

 

 

La inesperada

 

                                  Era Eva, su infancia nunca usada

                                  emergida del polvo de los astros

                                  Eva la niña, corazón de selva,

                                  selvática pastora de alimañas...

                                                            (De "Vida anterior")

 

Eva la niña, nacerá del viento

y del amanecer

cuando se acabe

el tiempo, y el tiempo vuelva

a encarnarse en el sol.

Vendrá ilesa

y, a través de su infancia nunca usada

descenderá, pausada, del asombro.

Flores flotantes, casi aves, lirios

alados, le darán soporte

donde apoyar su luz.

Nadie la espera.

Nadie sabe que está, cerca, aguardando.

Nadie

sabe que va a existir.

(Yo lo sé, porque vino a ser soñada

por mis horas de ausencia,

esas que se me llevan y aproximan

al corazón astral.)

Y vendrá a ser la niñez del mundo

que la gran creación conserva intacta,

embrión de criatura

total,

alevín de mujer, presagio, magia,

y esperanza,

esa esperanza otra

por estrenar,

desconocida y libre...

 

Cuando se acabe el tiempo.

Este tiempo, esta extraña aberración que se va

a lo oscuro, a morir,

como una fiera herida

va al osario.

El tiempo que dará la mano a otro

sucesivo, de dulces manantiales,

cuando ella ponga el pie en el aire, lúcida,

trasportando la paz.

Sí, nacerá. Y muy pronto.

Observa el vientre de la tierra, tenso,

cómo late impaciencia

ocultando arboledas, bosques, flora

de inédito color intermitente,

que serán dados a nacer con ella.

Ha de llegar riendo,

y con su risa

incendiará la luz.

Seres ocultos

de los que ahora tienen miedo y guardan

en su voz musical

pájaros nuevos,

la predicen, y en nombre suyo intentan

ser,

atreviéndose a izar la melodía

que avisa la llegada de la noche

en los veranos plácidos, inmunes

al desamor.

 

Vendrá, Eva, la inédita, la otra,

la anterior, y con ella

bajarán las montañas a las simas

del mar, de donde fueron arrancadas,

y lo harán en silencio, porque todo

encontrará el lugar de sus ausencias

en la mañana que la traiga

-extraiga-

del viento, de la aurora

y del cósmico amor que la retiene

y no la deja ir.

Vendrá, y el día encontrará su origen,

su pérdida, su olor a madreselvas,

su música olvidada, su reverso.

Eva la niña ayudará a la vida

y todo lo nonato

nacerá con ella.

 

De "Hojas para algún día de noviembre" 1993

 

 

La peregrina

 

                                                            A Angelina Gatell

 

Yo era la mujer que se alzó de la tierra

para mirar las luces siderales.

Dejé el hogar con apagados troncos

cansada de ser sólo estela de humo

que prolongase así mi ser ardido.

Esa mujer del hueco tibio

que allí me contenía,

se despertó del sueño profundo de la especie

y decidió buscar, a plena luz, caminos.

La inquieta,

la andariega mujer a quien no bastan dulces

menesteres pequeños,

ésa me fue de súbito encontrada

en los más hondos pliegues de mi túnica

y yo no quise renunciar, quedarme.

 

Otras renunciaciones sí quedaron, sombras

que tenían la forma tan amada

de los pasados sueños, hijos

que estaban programados en mi sangre

a cambio de ceder y estarme quieta;

la rueca y el silencio de las horas

protegidas, pausadas, sin peligros,

las flores habituales, la inocencia...

Pero inocente no quería ser.

Quería

como Eva, saber, estar; ser libre

para el conocimiento de la luz, perderme

en la verdad, encontrarme, saberme,

llegar a las montañas que siempre estaban lejos,

pisar ciudades que edifica el miedo,

integrarme a las turbias caravanas

que hieren el desierto, someterme

a la carga común, y ser hallada

solidaria, eficaz, y no apartada

de ese esfuerzo que late

en el gran corazón que nos da vida;

el corazón del mundo, unido al nuestro

por invisible venas del misterio.

Así

atravesé la risa,

hendí la densa lágrima

deseando quedarme en cada gota

de sudor, en la mano encallecida,

en los niños sin ojos

o en la mujer que teje por las noches

debajo de la angustia.

Pero no me detuve ni siquiera

cuando cerró de pronto mi camino

la mirada absorbente del deseo

y su mágica voz

traduciendo la música más dulce.

 

La primavera

descendiendo en mis venas

de mujer en mujer; desde el principio

intentó mutilar -casi lo hizo-

mi ilusión por llegar a la asamblea

donde severa, la verdad, aguardaba.

Arañada de espinos,

vapuleada por los vientos, rota,

pude llegar, aún de día.

En lo alto del monte

reunidos, estaban.

Los hombres más ancianos y los otros,

como si no me viesen

hablaban, poseían

inefables vocablos.

Me acerqué con el triunfo cenital en los ojos,

con un contento de alas súbitas

en mis hombros felices,

pero no me dejaron entregar mis palabras

porque en ellos la ira de Dios resplandecía.

Bíblicas maldiciones

inflamaron mi oído,

y me dijeron Eva una y mil veces,

manantial del dolor, impúdica pureza,

hembra evadida del rincón oscuro

del lugar de vigía en la ventana,

desertora

de la orilla del fuego

y el hogar apagado...

Vergüenza de mi sexo acongojó mis hombros

que se creyeron alas para el vuelo.

Vergüenza de bajar de las alturas

sin lograr la palabra que buscaba.

Y ni siquiera en otras asambleas

vi algo de la luz que me justificase,

porque tampoco ellos encontraban nada,

a pesar de su hoz interrogante,

a pesar del secreto pretencioso y estéril

con que arropaban -delicadamente-

su poco de vacío...

Así regreso, con pies llagados

y ropas destrozadas, junto al fuego,

perseguida, insultada, y viendo activa

la maldición de Dios que llega

desde el vivir primero.

Carne de escándalo, asombrada,

aquí estoy para siempre quieta y muda;

jueces casi benignos me condenan

a la inmovilidad,

y me salva de ser lapidada

el silencio.

 

De "Eva en el laberinto" 2006

 

 

Museo romántico

 

Dama desconocida. Esquivel.

(Me hace daño

la luz.)

A ella, no. A ella

la protege, la inventa,

falsifica

las fases sucesivas

de su inmovilidad.

La trae

hacia el televisor

donde quiere asomar sombras,

residuos,

restos de lluvia, manos

inactivas,

huidas que se acercan,

tiempo, nube, oquedades,

silencios que alguien lleva en grito,

o simplemente músicas perdidas

y olvidadas.

 

Románticas blondas. Abanicos que huyen

-no abanicos no, son golondrinas

que exhiben plumón y ala- rozan

la fiebre del latido.

Dama en negro (travestida tal vez

de golondrina)

asomada al pequeño barandal del aire

para no ser jamás.

 

Desesperado

el alarido se estremece,

se re inventa la tristeza,

se suicidan las ansias de vivir

de tanto querer ser y no ser vida...

 

El museo te guarda, dama angélica,

que huyes de ti misma, que no quieres

ser mujer, sino extraña

forma de lo imposible,

isleña de ti misma,

rodeada

de semáforos tuertos

y asfaltos que te ignoran.

 

De "Para desconocer la primavera" 1997

Tomado de:

http://amediavoz.com/beneyto.htm

 

Amigo íntimo

Y, con todo, ya veis, no tengo miedo.

Lo tuve, sí, lo tuve cuando era

la luna un círculo de luz helada,

el agua una llamada irresistible,

los árboles un grito monstruoso

de la tierra, y mis manos un extraño

temblor. Hoy no. Estoy libre, estoy atenta

a mis propias pisadas, que no evitan

tropezar con los huesos esparcidos

de la desolación que me rodea.

Estoy casi contenta de irme lejos,

acarreo abundancias abusivas,

enseres inservibles, semilleros

que tienen que brotar por el camino…

El miedo era un hermano muy pequeño

que había que cuidar de que pudiera

caerse y añadirse hasta volverse

un pánico feroz, era una leve

suavísima ternura, tan querida,

que había que cubrir hasta asfixiarla

para que no creciese más. (Su muerte

se duerme aquí en la mía de algún modo).

No tengo miedo, y por lograr ahora

la paz, me voy sin él. (Dadle una tierra

benigna a su cadáver, casi el mío).

Ya veis, por no tener, ya ni siquiera

tengo a mi amor de siempre, al pobre miedo

que tan fiel compañía dio a mi vida.

 

Criatura múltiple

«Pero Dios, deshabítame el alma de este enjambre

de estas abejas negras que yo dulce alimento…»

 

Ni siquiera yo sé por qué me vive

la vida, este aluvión de torpes luces

en criaturas reunidas, aguas

que vienen a mezclarse al caudal mío…

 

Soy yo tantas mujeres en mí misma!

¡Están viviendo en mí tantas promesas,

tantas desolaciones y amarguras,

tanta verdad que no me pertenece!

 

Tengo la vida demasiado ciega

con recuerdos -¿de dónde?- que me agobian,

con nostalgias profundas -¿de qué cimas?-

¡Y mi voz, viene a veces tan lejos!

 

¿Qué estéril hembra honda me recorre

esta heredad vital que soy, gritando?

¿Qué mujer oscurísima y humilde

dispone en mí este sol para el consuelo?

 

¿Qué caminante altísima se cansa

de poblarse en la luz hacia la sombra

y se acoge al origen, a mi orilla,

junto a los dulces animales vivos?

 

¿Vengo de raza de mujeres tristes,

con todas las tristezas silenciadas,

o que callaron el susurro exacto

del amor, y me empujan a decirlo?

 

¿Quién me ha ordenado ineludiblemente

hablar con voz ajena a mi silencio,

presintiendo, crecida, o recordando,

existiendo a la vez de tantos modos?

 

Yo, múltiple, plural, amigos míos,

no soy nada. Soy todo. Soy aquélla

que se quejaba a Dios de no ser río

y ser mar, ser clamor y no palabra,

ser laberinto y no sencilla ruta,

ser colmena y no ser única abeja…

 

El día que será

Ya no importa saberlo. Será el día

del arco iris cómplice del agua

que llore demasiado por los muertos,

y habrá quizás en el ambiente estigmas

de señalada indecisión, palomas

que endulzarán la luz, gaviotas grises

salobres de renuncia y de recuerdo

y golondrinas, golondrinas blancas…

Hasta vendrán las olas más rebeldes

llenas de pez disuelto, a verte quieta

y a dejarte la brisa en vez del viento

sobre la piel, con terquedad amorosa.

 

Un día como tantos. De la huida

tan sólo quedará aquella palabra

que seguirá secreta, intraducible,

y, cada vez que vuelva el arco iris,

vendrás -roja, amarilla, azul y verde-

a pretender decirla.

Tomado de:

https://www.isliada.org/poetas/maria-beneyto/

 

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