lunes, 20 de septiembre de 2021

POEMAS DE ALEJANDRO ROMUALDO

 

(Valle Palomino; Trujillo, La Libertad, 1926 - Lima, 2008 Perú)


CANTO CORAL A TUPAC AMARU

 

 

Lo harán volar con dinamita.

En masa, lo cargarán, lo arrastrarán.

A golpes le llenarán de pólvora la boca,

lo volarán: ¡Y no podrán matarlo!

 

Le pondrán de cabeza.

Arrancarán sus deseos, sus dientes y sus gritos.

Lo patearán a toda furia.

Luego lo sangrarán. ¡Y no podrán matarlo!

 

Coronarán con sangre su cabeza;

sus pómulos, con golpes.

Y con clavos, sus costillas.

Le harán morder el polvo.

Lo golpearán: ¡Y no podrán matarlo!

 

Le sacarán los sueños y los ojos.

Querrán descuartizarlo grito a grito.

Lo escupirán.

Y a golpe de matanza lo clavarán:

¡y no podrán matarlo!

 

Lo pondrán en el centro de la plaza,

boca arriba, mirando al infinito.

Le amarrarán los miembros.

A la mala tirarán: ¡Y no podrán matarlo!

 

Querrán volarlo y no podrán volarlo.

Querrán romperlo y no podrán romperlo.

Querrán matarlo y no podrán matarlo.

 

Querrán descuartizarlo, triturarlo,

mancharlo, pisotearlo, desalmarlo.

Querrán volarlo y no podrán volarlo.

 

Querrán romperlo y no podrán romperlo.

Querrán matarlo y no podrán matarlo.

 

Al tercer día de los sufrimientos

cuando se crea todo consumado,

gritando ¡LIBERTAD! sobre la tierra,

ha de volver. ¡Y no podrán matarlo!

 

RESPONSO POR UN PAYASO NEGRO

 

 

Aquí yace Sam Brown. Aquí descansa su rueda pálida,

la que hacía girar sencillamente bojo sus pies como

un planeta o una ola.

 

Lejos de su infancia silvestre, de la fiebre sexual, del

tambor y la danza hirviente.

Lejos. Dejó su infancia de leopardos y grullas y flores exóticas.

 

Aquí yace, más frio que la luna, más triste que el vino,

derramado y oscuro como un vaso de miel para todas las

moscas de la destrucción.

 

Una familia de arlequines le reza. Los astros del circo lloran

y se apagan:

la muerte es una rueda muy traicionera, un jaguar silencioso

que cae desde lo alto— desde cualquier hora —

como un fruto encendido cae desde cualquier estación.

 

Aquí yace Sam Brown, más pálido que un espejo bojo la

hierba mortal.

 

Su último traje ya no se arruga, el traje de la función final

en la cual tenía que caer junto con el telón

de la vida y la rueda.

 

Pidamos que la muerte no nos deje decir nada.

Pidamos que la muerte nos separe, nos desgaje suavemente.

Pidamos que nos haga desaparecer como un ilusionista.

 

Roguemos porque la muerte llegue como el extraño que nos

pregunta por la hora.

 

Porque Sam Brown ya no se mueve.

Porque aquí yace Sam Brown como un girasol ciego.

 

 

A OTRA COSA

 

 

Basta ya de agonía. No me importa

la soledad, la angustia ni la nada.

Estoy harto de escombros y de sombras.

 

Quiero salir al sol. Verle la cara

al mundo. Y a la vida que me toca,

quiero salir, al son de una campana

que eche a volar olivos y palomas.

Y ponerme, después, a ver qué pasa

 

con tanto amor. Abrir una alborada

de paz, en paz con todos los mortales,

Y penetre el amor en las entrañas

del mundo. Y hágase la luz a mares.

 

Déjense de sollozos y peleen

para que los señores sean hombres.

Tuérzanle el llanto a la melancolía.

Llamen siempre a las cosas por sus nombres.

 

Avívense la vida. Dense prisa.

Esta es la realidad. Y esta es la hora

de acabar de llorar mustios collados,

campos de soledad. ¡A otra cosa!

 

Basta ya de gemidos. No me importa

la soledad de nadie. Tengo ganas

de ir por el sol. Y al aire de este mundo

abrir, de paz en paz, una esperanza.

Tomado de:

https://diarioinca.com/poemas-de-alejandro-romualdo

 

SÉRVULO (1967)

 

La perdió.

Le perdieron

Rafael Alberti

 

Porque nadie te vio cruzar la calle,

como cruzan las lágrimas el rostro, por eso —hoy

por ti, mañana

por mí— pluma y papel se juntan

silenciosos, Sérvulo,

para ayudarte

a subir

la escalera, la calle

sin salida, el boquerón donde metiste el alma.

 

Pobre pincel tirado sobre el césped.

 

Pálido como un papel, te dejaron

en medio de la calle,

con un lamento en los ojos, cercado

por un llanto de púas. Erizado

de lágrimas gritaste

como un recién parido, que trajo la miseria de París.

 

No podías

más.

 

Te hubiera echado

(para ayudarte a soñar)

te hubiera echado un puñado de vidrios en los ojos, era preferible

tasajearte como un lienzo los ojos en blanco, borrarte

para siempre de los ojos esta tierra de sombra en que duramos,

para que no vieras (para ayudarte a no ver) tanta feroz

mezquindad, la insondable hipocresía de Lima.

 

Sin embargo.

pobre pincel quebrado, abriste

los ojos, como avisos luminosos de desesperación,

buscabas un trozo puro de pared para pintar

acorralado en tu cuarto del Hotel Richmond, y

cortaste la mañana con un trago de punta, rompiste

(pegando gritos) el silencio, como una hoja

de papel de seda en blanco, en donde

bruscamente te quedaste dormido

como un trozo final de cal y llanto.

 

Por eso,

porque nadie te vio cruzar la vida

como cruzó el cuchillo por tu rostro,

lienzo y pincel se juntan en silencio, Sérvulo,

para ayudarte

a vivir,

hacen el día, va haciendo

el color de la hoja verde que ardió en ti.

 

No salgas.

(Aún hay niebla entre nosotros.) Duerme.

Descansa como una hoja sobre la tierra que te vio sangrar,

pintar con los colores del corazón

la increíble miseria, sufrir la batalla de fraternidad

 

 

TAMBOR DE SAUDADE

 

Bajo la luna y bajo el sol, en la maleza delirante,

Bembo golpea la tierra como si fuera un gran tambor,

y el vuelo de las garzas lleva el aire de los presagios.

 

Como si fuera un baile, todo el universo se agita:

los viejos flamencos, las hojas, las orquídeas

y el grito de los pájaros es un augurio.

 

Vestido de gala, sin su collar de blancos dientes,

sin piel de lagarto ni plumas de papagayo,

Bembo toca el tambor oscuro de los delirios.

 

En la sala de baile, bajo las luces hirientes,

y el saxofón que sopla como un elefante enloquecido,

las trompetas anuncian el juicio final de la tristeza.

Y de su caja de música, que es una caja de sorpresas,

Bembo, el brujo, hace surgir las melodías futuras.

 

Los tambores del Brasil suenan lentos como la vida que empieza

o como la muerte que empieza su prodigioso nacimiento,

y el mágico tam-tam de su corazón emocionado

llena el pecho del hombre de una palpitación indescriptible

y el vientre de la hembra de un ruido sofocante.

 

 

NI PAN NI CIRCO

 

Hominem, Cassiodore, comes

Marziale

 

Cómo cambian los tiempos,

Magnanimus,

ya no existen ni el pan ni el circo

que sobre el carro recorrías

triunfante

ni tu purpúrea túnica alcanza ya a

   cubrir

tanta ensangrentada arena.

La rueda de la fortuna se detuvo

aquí

y el fiel de la balanza te traiciona.

Fuera del circo se devoran, sacan

las garras: «Non est piscis:

homos est...»

(Marco Valerio Marcial).

Escucha, oh Magnanimus, al esclavo

que ayer sostuvo tu corona

y hoy te murmura a la oreja

piadosamente:

«Proteged a los leones, proteged a

los leones».

Tomado de:

http://sol-negro.blogspot.com/2020/04/7-poemas-de-alejandro-romualdo.html

 

Poética

 

 

La Rosa es esta rosa. Y no la rosa

de Adán: la misteriosa y omnisciente.

Aquella que por ser la Misma Rosa

miente a los ojos y a las manos miente.

 

Rosa, de rosa en rosa, permanente,

así piensa Martín. Pero la cosa

es otra (y diferente) pues la rosa

es la que arde en mis manos, no en mi mente.

 

Ésta es la rosa misma. Y en esencia.

Olorosa. Espinosa. Y rosamente

pura. Encendida. Rosa de presencia.

 

La Rosa Misma es la que ve la gente.

No es la que ausente brilla por su ausencia,

sino aquella que brilla por presente.

 

 

Cuarto mundo

 

 

Poesía, fiesta

 

brava

 

de la palabra.

 

Contigo

 

me despierto

 

y sueño. Contigo

 

me levanto

 

hacia un aire más puro,

 

y los vientos

 

del hombre

 

me cubren con tu canto.

 

Poesía, agua mansa

 

y regia, cielo

 

revuelto

 

sobre el río

 

de los hombres.

 

(De esa agua

 

he de beber.)

 

… Fuente clara

 

de la palabra,

 

de la palabra de estos tiempos

 

de fronda.

 

Sobre la infancia

 

 

La infancia nos llena la cabeza de luciérnagas

 

de polvo las rodillas y los ojos nos cubre

 

dulcemente. La infancia nos llena las manos

 

de globos y limosnas; la boca, de pitos y azucenas

 

y nos cubre las espaldas con sus plumas de cigüeña.

 

En la infancia son monarcas los ratones y los dientes.

 

¡Oh la infancia, la hora blanca del reloj,

 

el tierno silabario, el bonete de los ángeles y el duende!

 

Uno se siente nuevo, herido por un corcho,

 

muerto heroicamente sobre un caballo de madera:

 

amo mi infancia, mi corazón en pantalones cortos.

Tomado de:

https://www.vallejoandcompany.com/la-funcion-final-9-poemas-de-alejandro-romualdo/

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