sábado, 31 de diciembre de 2022

POEMAS DE MIGUEL DE UNAMUNO RECORDANDO EL DÍA DE SU MUERTE


Castilla

 

Tu me levantas, tierra de Castilla

en la rugosa palma de tu mano,

al cielo que te enciende y te refresca,

            al cielo, tu amo.

Tierra nervuda, enjuta, despejada,

madre de corazones y de brazos,

toma el presente en ti viejos colores

            del noble antaño.

Con la pradera cóncava del cielo

lindan en torno tus desnudos campos,

tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro

             y en ti santuario.

Es todo cima tu extensión redonda

y en ti me siento al cielo levantado,

aire de cumbre es el que se respira

             aquí, en tus páramos.

¡Ara gigante, tierra castellana,

a ese tu aire soltaré mis cantos,

si te son dignos bajarán al mundo

             desde lo alto!

 

 

De vuelta a casa

 

Desde mi cielo a despedirme llegas

fino orvallo que lentamente bañas

los robledos que visten las montañas

de mi tierra, y los maíces de sus vegas.

 

Compadeciendo mi secura, riegas

montes y valles, los de mis entrañas,

y con tu bruma el horizonte empañas

de mi sino, y así en la fe me anegas.

 

Madre Vizcaya, voy desde tus brazos

verdes, jugosos, a Castilla enjuta,

donde fieles me aguardan los abrazos

 

de costumbre, que el hombre no disfruta

de libertad si no es preso en los lazos

de amor, compañero de la ruta.

 

 

¡Dime qué dices, mar!

 

¡Dime qué dices, mar, qué dices, dime!

Pero no me lo digas; tus cantares

son, con el coro de tus varios mares,

una voz sola que cantando gime.

 

Ese mero gemido nos redime

de la letra fatal, y sus pesares,

bajo el oleaje de nuestros azares,

el secreto secreto nos oprime.

 

La sinrazón de nuestra suerte abona,

calla la culpa y danos el castigo;

la vida al que nació no le perdona;

 

de esta enorme injusticia sé testigo,

que así mi canto con tu canto entona,

y no me digas lo que no te digo.

 

 

Dolor común

 

Cállate, corazón, son tus pesares

de los que no deben decirse, deja

se pudran en tu seno; si te aqueja

un dolor de ti solo no acíbares

 

a los demás la paz de sus hogares

con importuno grito. Esa tu queja,

siendo egoísta como es, refleja

tu vanidad no más. Nunca separes

 

tu dolor del común dolor humano,

busca el íntimo aquel en que radica

la hermandad que te liga con tu hermano,

 

el que agranda la mente y no la achica;

solitario y carnal es siempre vano;

sólo el dolor común nos santifica.

 

 

Dormirse en el olvido del recuerdo...

 

¡Dormirse en el olvido del recuerdo,

en el recuerdo del olvido,

y que en el claustro maternal me pierdo

y que en él desnazco perdido!

 

¡Tú, mi bendito porvenir pasado,

mañana eterno en el ayer;

tú, todo lo que fue ya eternizado,

mi madre, mi hija, mi mujer!

 

 

El armador aquel de casas rústicas...

 

                                                                              Mateo, cap. XIII, II - Corán III, 6.

 

El armador aquel de casas rústicas

habló desde la barca:

ellos, sobre la grava de la orilla,

él flotando en las aguas.

 

Y la brisa del lago recogía

de su boca parábolas

ojos que ven, oídos que oyen gozan

de bienaventuranza.

 

Recién nacían por el aire claro

las semillas aladas,

el Sol las revestía con sus rayos,

la brisa las cunaba.

 

Hasta que al fin cayeron en un libro,

¡ay tragedia del alma!:

ellos tumbados en la grava seca,

y él flotando en el agua.

 

 

En horas de insomnio

 

Me voy de aquí, no quiero más oírme;

de mi voz toda voz suéname a eco,

ya falta así de confesor, si peco

se me escapa el poder arrepentirme.

 

No hallo fuera de mí en que me afirme

nada de humano y me resulto hueco;

si esta cárcel por otra al fin no trueco

en mi vacío acabaré de hundirme.

 

Oh triste soledad, la del engaño

de creerse en humana compañía

moviéndose entre espejos, ermitaño.

 

He ido muriendo hasta llegar al día

en que espejo de espejos, soy me extraño

a mí mismo y descubro no vivía.

 

 

En un cementerio de lugar castellano

 

Corral de muertos, entre pobres tapias,

hechas también de barro,

pobre corral donde la hoz no siega,

sólo una cruz, en el desierto campo

señala tu destino.

Junto a esas tapias buscan el amparo

del hostigo del cierzo las ovejas

al pasar trashumantes en rebaño,

y en ellas rompen de la vana historia,

como las olas, los rumores vanos.

Como un islote en junio,

te ciñe el mar dorado

de las espigas que a la brisa ondean,

y canta sobre ti la alondra el canto

de la cosecha.

Cuando baja en la lluvia el cielo al campo

baja también sobre la santa hierba

donde la hoz no corta,

de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!,

y sienten en sus huesos el reclamo

del riego de la vida.

Salvan tus cercas de mampuesto y barro

las aladas semillas,

o te las llevan con piedad los pájaros,

y crecen escondidas amapolas,

clavelinas, magarzas, brezos, cardos,

entre arrumbadas cruces,

no más que de las aves libres pasto.

Cavan tan sólo en tu maleza brava,

corral sagrado,

para de un alma que sufrió en el mundo

sembrar el grano;

luego sobre esa siembra

¡barbecho largo!

Cerca de ti el camino de los vivos,

no como tú, con tapias, no cercado,

por donde van y vienen,

ya riendo o llorando,

¡rompiendo con sus risas o sus lloros

el silencio inmortal de tu cercado!

Después que lento el sol tomó ya tierra,

y sube al cielo el páramo

a la hora del recuerdo,

al toque de oraciones y descanso,

la tosca cruz de piedra

de tus tapias de barro

queda, como un guardián que nunca duerme,

de la campiña el sueño vigilando.

No hay cruz sobre la iglesia de los vivos,

en torno de la cual duerme el poblado;

la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño

de los muertos al cielo acorralados.

¡Y desde el cielo de la noche, Cristo,

el Pastor Soberano,

con infinitos ojos centelleantes,

recuenta las ovejas del rebaño!

¡Pobre corral de muertos entre tapias

hechas del mismo barro,

sólo una cruz distingue tu destino

en la desierta soledad del campo!

 

 

Es una antorcha al aire esta palmera...

 

Es una antorcha al aire esta palmera,

verde llama que busca al sol desnudo

para beberle sangre; en cada nudo

de su tronco cuajó una primavera.

 

Sin bretes ni eslabones, altanera

y erguida, pisa el yermo seco y rudo;

para la miel del cielo es un embudo

la copa de sus venas, sin madera.

 

No se retuerce ni se quiebra al suelo;

no hay sombra en su follaje; es luz cuajada

que en ofrenda de amor se alarga al cielo;

 

La sangre de un volcán que enamorada

del padre sol se revistió de anhelo

y se ofrece, columna, a su morada.

 

 

Hasta que se me fue no he descubierto...

 

Hasta que se me fue no he descubierto

todo lo que la quise;

yo creía quererla; no sabía

lo que es de amor morirse.

Era como algo mío entonces, era

costumbre..., que se dice...;

pero hoy soy suyo yo, soy de la muerte

a quien nadie resiste.

 

Al irse nació en mí... ¡no!, que en torturas

en ella nací al írseme;

lo que creí yo sueño era la vela;

he nacido al morirme.

 

Por fin ya sé quién soy... no lo sabía...

¿Lo sé? ¿Quién sabe en este mundo triste?

¿Hay quién sepa lo que es saber y entienda

lo que la nada dice?

 

Mi madre nació en mí en aquel día

que se me fue Teresa... Madre, dime

de dónde vine, adónde voy perdido,

por qué al amor me diste...

 

 

Hay ojos que miran, -hay ojos que sueñan...

 

Hay ojos que miran, -hay ojos que sueñan,

hay ojos que llaman, -hay ojos que esperan,

hay ojos que ríen  -risa placentera,

hay ojos que lloran -con llanto de pena,

unos hacia adentro -otros hacia fuera.

 

Son como las flores -que cría la tierra.

Mas tus ojos verdes, -mi eterna Teresa,

los que están haciendo -tu mano de hierba,

me miran, me sueñan, -me llaman, me esperan,

me ríen rientes -risa placentera,

me lloran llorosos -con llanto de pena,

desde tierra adentro, -desde tierra afuera.

 

En tus ojos nazco, -tus ojos me crean,

vivo yo en tus ojos -el sol de mi esfera,

en tus ojos muero, -mi casa y vereda,

tus ojos mi tumba, -tus ojos mi tierra.

 

 

Horas serenas del ocaso breve...

 

Horas serenas del ocaso breve,

cuando la mar se abraza con el cielo

y se despiertas el inmortal anhelo

que al fundirse la lumbre, la lumbre bebe.

 

Copos perdidos de encendida nieve,

las estrellas se posan en el suelo

de la noche celeste, y su consuelo

nos dan piadosas con su brillo leve.

 

Como en concha sutil perla perdida,

lágrima de las olas gemebundas,

entre el cielo y la mar sobrecogida

 

el alma cuaja luces moribundas

y recoge en el lecho de su vida

el poso de sus penas más profundas.

 

 

La luna y la rosa

 

                                                                                              A Jules Supervielle

 

                                                        Mira que es hoy en flor la rosa llena;

                                                                cuando en otoño de su fruto rojo

                                                                                              será la rosa nueva...

 

En el silencio estrellado

la luna daba a la rosa

y el aroma de la noche

le henchía -sedienta boca-

el paladar del espíritu,

que adurmiendo su congoja

se abría al cielo nocturno

de Dios y su Madre toda...

 

Toda cabellos tranquilos,

la luna, tranquila y sola,

acariciaba a la Tierra

con sus cabellos de rosa

silvestre, blanca, escondida...

La tierra, desde sus rocas,

exhalaba sus entrañas

fundidas de amor, su aroma ...

 

Entre las zarzas, su nido,

era otra luna la rosa,

toda cabellos cuajados

en la cuna, su corola;

las cabelleras mejidas

de la luna y de la rosa

y en el crisol de la noche

fundidas en una sola...

En el silencio estrellado

la luna daba a la rosa

mientras la rosa se daba

a la luna, quieta y sola.

 

 

La mar ciñe a la noche en su regazo...

 

La mar ciñe a la noche en su regazo

y la noche a la mar; la luna, ausente;

se besan en los ojos y en la frente;

los besos dejan misterioso trazo.

 

Derrítense después en un abrazo,

tiritan las estrellas con ardiente

pasión de mero amor, y el alma siente

que noche y mar se enredan en su lazo.

 

Y se baña en la oscura lejanía

de su germen eterno, de su origen,

cuando con ella Dios amanecía,

 

y aunque los necios sabios leyes fijen,

ve la piedad del alma la anarquía

y que leyes no son las que nos rigen.

 

Horas serenas del ocaso breve,

cuando la mar se abraza con el cielo

y se despierta el inmortal anhelo

que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.

 

Copos perdidos de encendida nieve,

las estrellas se posan en el suelo

de la noche celeste, y su consuelo

nos dan piadosas con su brillo leve.

 

Como en concha sutil perla perdida,

lágrima de las olas gemebundas,

entre el cielo y la mar sobrecogida

 

el alma cuaja luces moribundas

y recoge en el lecho de su vida

el poso de sus penas más profundas.

 

 

La oración del ateo

 

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,

y en tu nada recoge estas mis quejas,

Tú que a los pobres hombres nunca dejas

sin consuelo de engaño. No resistes

 

a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.

Cuando Tú de mi mente más te alejas,

más recuerdo las plácidas consejas

con que mi alma endulzóme noches tristes.

 

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande

que no eres sino Idea; es muy angosta

la realidad por mucho que se expande

 

para abarcarte. Sufro yo a tu costa,

Dios no existente, pues si Tú existieras

existiría yo también de veras.

 

 

Luciérnaga celeste, humilde estrella...

 

Luciérnaga celeste, humilde estrella

de navegante guía: la Boquilla

de la Bocina que a hurtadillas brilla,

violeta de luz, pobre centella

 

del hogar del espacio; ínfima huella

del paso del Señor; gran maravilla

que broche del vencejo en la gavilla

de mies de soles, sólo ella los sella.

 

Era al girar del universo quicio

basado en nuestra tierra; fiel contraste

del Hombre Dios y de su sacrificio.

 

Copérnico, Copérnico, robaste

a la fe humana su más alto oficio

y diste así con su esperanza al traste.

Tomado de:

http://amediavoz.com/unamuno.htm

 

 

Me destierro…

Me destierro a la memoria,

 

Voy a vivir del recuerdo.

 

Buscadme, si me os pierdo,

 

En el yermo de la historia,

 

Que es enfermedad la vida

 

Y muero viviendo enfermo.

 

Me voy, pues, me voy al yermo

 

Donde la muerte me olvida.

 

Y os llevo conmigo, hermanos,

 

Para poblar mi desierto.

 

Cuando me creáis más muerto

 

Retemblaré en vuestras manos.

 

Aquí os dejo mi alma libro,

 

Hombre mundo verdadero.

 

Cuando vibres todo entero,

 

Soy yo, lector, que en ti vibro.

 

Blas, el bobo

Blas, el bobo de la aldea,

 

Vive en no quebrado arrobo;

 

La aldea es de Blas el bobo,

 

Pues toda a Blas le recrea.

 

Blas, que se crió desde niño

 

Sin padres, con madre moza,

 

En una perdida choza,

 

Libre de carnal cariño;

 

Blas, tradición la más pura,

 

Sabe todo el calendario,

 

Reza a la tarde el rosario

 

y le ayuda a misa al cura.

 

Gracias a Blas el bendito

 

No descarga Dios su vara

 

Sobre la aldea, la ampara

Tomado de:

https://menteplus.com/educacion/lengua-literatura/poemas-cortos-miguel-unamuno

 

 

Au fait, se disait-il a lui-même, il parait que mon destin est de mourir en rêvant. (Stendhal, Le Rouge et le Noir, LXX, «La tranquillité»)

 

 

Morir soñando, sí, mas si se sueña

morir, la muerte es sueño; una ventana

hacia el vacío; no soñar; nirvana;

del tiempo al fin la eternidad se adueña.

 

Vivir el día de hoy bajo la enseña

del ayer deshaciéndose en mañana;

vivir encadenado a la desgana

¿es acaso vivir? ¿y esto qué enseña?

 

¿Soñar la muerte no es matar el sueño?

¿Vivir el sueño no es matar la vida?

¿A qué poner en ello tanto empeño?:

 

¿aprender lo que al punto al fin se olvida

escudriñando el implacable ceño

-cielo desierto- del eterno Dueño?

 

«Morir soñando», último poema escrito por Miguel de Unamuno que murió el 31 de diciembre de 1936.

Tomado de:

https://algundiaenalgunaparte.com/2022/01/09/morir-sonando-miguel-de-unamuno/

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