lunes, 14 de agosto de 2023

POEMAS DE CZESLAW MILOSZ RECORDANDO SU MUERTE


El paisaje

 

El paisaje no necesitaba nada excepto glorificación.

Excepto mensajeros reales que trajeran sus dones:

Un nombre con un atributo y un verbo inflexivo.

Si solamente preciosos robles copiosamente brillaran

Cuando nuestros bravos estudiantes, en un camino sobre el valle,

Pasean y cantan "La Oda a la Alegría ".

Si al menos un solitario pastor grabara cartas en una corteza.

 

El paisaje no necesitaba nada excepto glorificación.

Pero no existían mensajeros. Matorrales, oscuras gargantas,

Bosque colgando del bosque, pájaro de largo gemido.

¿Y quién aquí podría iniciar una frase?

El paisaje era, quien conoce, probablemente hermoso.

Allá abajo, todo estaba derrumbándose: las salas del castillo,

Las callejuelas detrás de la catedral, los bordellos, las tiendas.

Y ni un alma. ¿Por tanto, de dónde podrían venir mensajeros?

Después de olvidados desastres, yo estaba heredado a la tierra,

Abajo, a la playa del mar y, arriba, a la tierra, al sol.

 

Versión de Rafael Díaz Borbón

 

 

Elegía para N. N.

 

Si es demasiado lejos para ti, dilo.

Habrías podido correr sobre las pequeñas olas del Báltico,

atravesar el campo de Dinamarca, la floresta de hayas,

virar hacia el océano, y ya está, cerca,

el Labrador, blanco en esta estación del año.

Tú, que soñabas una isla solitaria,

si temes las ciudades, el parpadeo de los fuegos sobre las autorrutas,

habrías podido tomar el camino de los bosques sordos,

sobre torrentes revueltos y azules, y rastros del ciervo y del reno,

hasta las Sierras, hasta las minas de oro abandonadas.

El Río Sacramento te habría llevado entonces,

por entre las colinas recubiertas de encinas espinosas.

Todavía un bosque de eucaliptos, y estarás en mi casa.

 

Es cierto, cuando la manzanita florece,

y la bahía es azul en las mañanas de primavera,

yo pienso a mi pesar en la casa entre lagos

y en las redes recogidas bajo el cielo lituano.

La cabaña donde te despojabas de tu traje antes del baño

se cambió para siempre en un cristal abstracto.

Y en él está la oscura miel de la tarde, junto al balcón,

y las pequeñas lechuzas, graciosas, y el olor de los arneses.

 

Cómo podíamos vivir entonces, yo no puedo decirlo.

Las costumbres, los trajes, vibran imprecisos,

inconsistentes, tensos hacia el final.

¿Es tal vez que pensábamos en las cosas tal como son?

El saber de los años fogosos ha enrojecido los caballos ante la forja,

y las pequeñas columnas en el mercado de la aldea,

y los peldaños de madera y la peluca de Mamá Fliegeltaub.

 

Mucho hemos aprendido, tú bien lo sabes:

cómo nos es quitado, cosa por cosa, todo aquello que no podía ser,

la gente, las comarcas.

Y el corazón no muere cuando uno creyó que debería,

pero sonreímos, el té y el pan sobre la mesa.

Sólo el remordimiento de no haber amado como se debe

esa pálida ceniza de Sachsenhausen

con un amor absoluto, que no está a la medida del hombre.

 

Tú te has acostumbrado a nuevos inviernos, húmedos,

a la ciudad donde la sangre del propietario alemán

fue raspada de los muros, y a donde él jamás regresó.

Tampoco yo he llevado más de lo que podía, ciudades y país.

No se puede entrar dos veces en el mismo lago,

sobre hojas descompuestas de abedul,

y quebrando una estrecha estría de sol.

 

Tus faltas y las mías, no fueron grandes faltas,

tus secretos y los míos, no eran grandes secretos.

Cuando te anudan la mandíbula con un pañuelo,

cuando te ponen una cruz entre los dedos,

y a lo lejos un perro ladra, brilla una estrella.

 

No, no es porque estés tan lejos

que no has venido el otro día, la otra noche.

De año en año madura en nosotros y nos invadirá,

yo, como tú, lo he comprendido: la indiferencia.

 

                                                                        Berkeley, 1963

 

Versión de William Ospina

 

 

Encuentro

 

Estuvimos paseando a través de los campos

en un vagón al amanecer.

Una herida rosa roja en la oscuridad.

 

Y de pronto una liebre atravesó la carretera.

Uno de nosotros la señaló con la mano.

Eso fue hace tiempos. Hoy ninguno de ellos está vivo,

Ni la liebre, ni el hombre que hizo el ademán.

 

Oh, amor mío, ¿dónde están ellos, a dónde han ido?

El destello de una mano, la línea de un movimiento,

el susurro de los guijarros.

Pregunto no con tristeza, sino con asombro.

 

Versión de Rafael Díaz Borbón

 

 

Eso

 

Ojalá por fin pudiera decir qué está en mí.

Gritar: gente, les mentí

diciendo que eso no estaba en mí,

cuando eso está ahí siempre, días y noches.

Aunque gracias a eso supe describir sus ciudades inflamables,

sus cortos amores y juegos desmembrándose en humus,

aretes, espejos, el deslizar de un tirante,

escenas de alcoba y de campos de batalla.

Escribir fue para mí estrategia de protección,

de borrar las huellas. Porque a la gente no puede gustarle

aquél que alcanza lo prohibido.

 

Llamo en mi ayuda a los ríos en los que nadé, lagos

con puentecillos entre cedazos, valle

en cuyo eco la canción duplica la luz del anochecer,

y confieso que mis extáticos halagos a la existencia

sólo pudieron ser entrenamientos de alto estilo,

Pero abajo estaba eso, que no me atrevo nombrar.

 

Eso se parece al pensamiento de alguien sin hogar, cuando

atraviesa la ciudad ajena, congelada.

 

Se asemeja al momento cuando un judío cercado ve aproximarse

los pesados cascos de los gendarmes alemanes.

 

Eso es cuando el hijo del rey se dirige a la ciudad y ve el mundo

real: pobreza, enfermedad, vejez y muerte.

 

Eso puede ser comparado con el inmóvil rostro de alguien

que entendió que fue abandonado para siempre.

 

O con las palabras del médico sobre la sentencia inevitable.

 

Porque eso significa enfrentar un muro de piedra

y entender que ese muro no cederá ante ninguna de nuestras súplicas.

 

Versión de Agnieszka Kawecka

 

 

Estudio de la soledad

 

¿Un guardián de conductos de larga-distancia en el desierto?

¿Un equipo de un solo hombre para una fortaleza en la arena?

Quienquiera que él fuera. Al alba vio las surcadas montañas

El color de las cenizas, encima la fundida oscuridad,

Saturada de violeta, irrumpiendo en un fluido carmín,

Aún permanecerían, inmensos, en la luz naranja.

Día tras día. Y, antes que lo notara, año tras año.

¿Para quién, pensó, ese esplendor? ¿Para mí, solitari0?

Aún permanecerá aquí por mucho tiempo después que yo perezca.

¿Qué es eso en el ojo de una lagartija? O cuándo fue visto

                                                                  por un pájaro migratorio?

¿Y si yo soy toda la humanidad, existe ella a si misma sin mí?

Y sabía que no se acostumbraba pregonarlo, por ninguno de ellos

se salvaría.

 

Versión de Rafael Díaz Borbón

 

 

Honesta descripción de mí mismo

 

Tomándome un whisky en un aeropuerto,

digamos que en Mineápolis

 

Mis oídos captan cada vez menos las conversaciones,

mis ojos se debilitan, pero siguen siendo insaciables.

 

Veo sus piernas en minifalda, en pantalones o envueltas

                                                                           en telas ligeras.

 

A cada una la observo por separado, sus traseros y

sus muslos, pensativo, arrullado por sueños porno.

 

Viejo verde, ya sería tiempo de que te fueras a la tumba

en lugar de entretenerte con juegos y diversiones de jóvenes.

 

No es verdad, hago solamente lo que siempre he hecho,

ordenando las escenas de esta tierra bajo el dictado

de la imaginación erótica.

 

No deseo a esas criaturas en particular, lo deseo todo,

y ellas son como el signo de una relación extática.

 

No es mi culpa que así estemos constituidos: la mitad

de contemplación desinteresada y la mitad de apetito.

 

Si después de morir me voy al cielo, tendrá que ser

como aquí, sólo que, liberado de estos torpes sentidos,

de estos pesados huesos.

 

Transformado en mirar puro, seguiré devorando las

proporciones del cuerpo humano, el color de los lirios,

esa calle parisina en un amanecer de junio, y toda la

extraordinaria, inconcebible multiplicidad de las cosas visibles.

 

Versión de Gerardo Beltrán

 

 

Isla

 

Piense como quiera acerca de esta isla, la blancura de su

                                                                                         océano, grutas

cubiertas de viñedos, violetas, manantiales.

Estoy atemorizado, para poder recordarme difícilmente

                                                                                 allá, en una de esas

mediterráneas civilizaciones desde las cuales uno debe

                                                                    navegar lejos, a través de

la lobreguez y el susurro de los icebergs.

Aquí un dedo señala los campos en filas, los perales, una

                                                                        brida, la yunta de un

cargador de agua, cada cosa encerrada en cristal y,

                                                                               entonces, yo creo que,

sí, una vez viví allá, instruido en esas costumbres y maneras.

 

Me acomodo el abrigo escuchando la marea cómo asciende,

                                                                                                balanceo

y lamento mis necios caminos, pero aún si hubiera sido

                                                                              sabio habría fracasado

al cambiar mi destino.

 

Lamento mis necedades entonces y más tarde y ahora, por

                                                                                            lo cual mucho

me gustaría ser perdonado.

 

Versión de Rafael Díaz Borbón

 

 

La caída

 

La muerte de un hombre es como la caída de una poderosa nación

Que tuvo valientes ejércitos, capitanes y profetas,

Y ricos puertos y barcos en todos los mares,

Pero ahora no socorrerá ninguna sitiada ciudad,

No entrará en ninguna alianza,

Porque sus ciudades están vacías, su población dispersa,

Su tierra que una vez proveyó de cosechas está saturada de cardos,

Su misión olvidada, su lengua perdida,

El dialecto de un pueblo puesto sobre inaccesibles montañas.

 

Versión de Rafael Díaz Borbón

 

 

Lecturas

 

Usted me preguntó qué es lo bueno de leer El Evangelio en griego.

Yo respondo que eso es propio de nosotros mover nuestro dedo

A lo largo de las letras que perduran más que esas grabadas en la piedra,

Y que, despaciosamente pronunciando cada sílaba,

Descubrimos la verdadera dignidad de la palabra.

Compelido a ser obsequioso pensaremos esa época

No es más distante que ayer, aunque las cabezas de los Césares

En monedas sean diferentes hoy. Aún hasta esto es la misma eternidad.

Miedo y deseo son lo mismo, aceite y vino

Y pan significan lo mismo. Por tanto la misma veleidad de la multitud

Ávida de milagros como en el pasado. Todavía costumbres,

Fiestas de bodas, drogas, lamentaciones por la muerte

Solamente parecen diferir. Por consiguiente, también, por ejemplo,

Hubo muchos a quienes el texto llama

Daimonizomenoi, esto es, los endemoniados

O, si usted prefiere, lo diabólico (Lo de "los posesos" es el capricho

                                                                                                          de un diccionario).

Convulsiones, espumarajos, rechinar de dientes

No se consideraron signos de talento.

lo diabólico no tuvo acceso a la impresión y a las pantallas,

escasamente comprometidas en artes y literatura.

Pero la Parábola Evangélica permanece con fuerza:

que el espíritu dominándolos puede entrar en puercos,

El cual, exasperado por semejante repentino choque

Entre dos naturalezas, la de ellos y la de Lucifer,

Salta dentro del agua y se ahoga (ocurre repetidamente).

Y, así, en cada página, un persistente lector

Va veinte centurias como veinte días

En un mundo que un día vendrá a su fin.

 

Versión de Rafael Díaz Borbón

 

 

Madurez tardía

 

Tarde, ya en el umbral de mis noventa años

se abrió la puerta en mí y entré

en la claridad de la mañana.

Sentía cómo se alejaban de mí, como naves,

una tras otra, mis existencias anteriores con sus congojas.

Aparecían, otorgados a mi buril,

países, ciudades, jardines, bahías, para que los describiera

mejor que antaño.

No vivía separado de la gente, el pesar y la piedad

nos unieron y dije: olvidamos que todos somos

hijos del Rey.

Porque venimos de allí donde aún no hay

división entre el Sí y el No, no hay división entre el es,

el será y el ha sido.

Somos infelices porque hacemos uso de menos de

una centésima parte del don que habíamos recibido

para nuestro largo viaje.

Momentos de ayer y de hace siglos: un corte de espada,

un maquillaje de pestañas delante de un espejo de metal

bruñido, un disparo mortal de mosquete, una colisión

de una carabela con un arrecife, se mezclan en nosotros

y esperan su cumplimiento.

Siempre he sabido que seré obrero en la viña,

al igual que todos mis contemporáneos,

conscientes de ello, o inconscientes.

 

Versión de Elzbieta Bortkiewicz

 

 

No este camino

 

Perdóname. Yo fui un intrigante como muchos de esos que se deslizan

furtivamente por las humanas habitaciones de la noche.

 

Yo calculé la posición de los guardias antes de arriesgarme a acercarme

                                                                                        a las fronteras cerradas.

 

Conociendo más, pretendí satisfacer menos, a diferencia de

                                                                       esos que dan testimonio.

 

Indiferente al cañoneo, al clamor en la maleza y a la burla.

 

Deja a los sabios y a los santos, pensé, trae un don a toda

                                                    la Tierra, no meramente al lenguaje.

 

Yo protejo mi buen nombre para que el lenguaje sea mi medida.

 

Un bucólico, un lenguaje pueril que transforma lo sublime en cordial.

 

Y el ritmo o el salmo de maestro de coros cae aparte, únicamente

                                                                                  un cántico permanece.

 

Mi voz siempre careció de plenitud, me gustaría dar una acción

                                                                                    de gracias diferente.

 

Y generosamente, sin la ironía que es la gloria de los esclavos.

 

Más allá de siete fronteras, bajo la estrella de la mañana.

 

En el lenguaje del fuego, del agua y de todos los elementos.

 

Versión de Rafael Díaz Borbón

 

 

Noticias

 

De la terrena civilización, ¿qué diremos?

 

Que fue un sistema de coloreadas esferas vaciadas en vasos ahumados,

Donde un luminiscente hilo líquido se mantuvo envuelto y desenvuelto.

 

O que fue una imponente colección de repentinos resplandores de palacios

Destrozados a tiros desde una cúpula de macizas puertas

Detrás de la cual anduvo un monstruo sin rostro.

 

Que cada día se echaron las suertes, y que quienquiera que se arrastró bajo

fue conducido hasta allá como sacrificio: ancianos, niños,

                                                                                             muchachas y muchachos.

 

O pudiera ser de otra manera: que vivimos en un vellocino de oro,

en una red de arco-iris, en un capullo de nube,

Suspendidos de la rama de un árbol galáctico.

Y nuestra red fue tejida de materia de signos,

Jeroglíficos para el ojo y el oído, amorosos anillos.

Un sonido retumbado adentro, esculpiendo nuestro tiempo,

El pestañeo, aleteo, gorjeo de nuestro lenguaje.

 

Que nosotros pudimos tejer la frontera

Entre dentro y sin, luz y abismo,

Si no, desde nosotros mismos, desde nuestro propio cálido aliento,

Y lápiz labial y gasa y muselina,

¿Desde el latido del corazón cuyo silencio hace el mundo morir?

O quizá, no diremos nada de la terrena civilización.

Para que nadie realmente conozca lo que fue.

 

Versión de Rafael Díaz Borbón

 

 

Nunca de ti, ciudad

 

Nunca de ti, ciudad, he podido irme.

Larga fue la milla, pero algo me retrocedía como a una

pieza en el ajedrez.

Huía yo por la tierra que rodaba cada vez más rápida

Y siempre estuve ahí: con los libros en mi morral de lona,

Clavando los ojos en las pardas colinas detrás de las torres

de Santiago

Donde se mueven un pequeño caballo y un hombre pequeño

detrás del arado,

Ciertísimamente desde hace mucho ya muertos.

Sí, es verdad, nadie comprendió la sociedad ni la ciudad,

Los cines Lux y Helios, los letreros de Halpern y Segal,

El paseo en la calle de San Jorge, llamada de Mickiewicz.

No, no los comprendió nadie. Nadie lo ha logrado.

Pero cuando la vida transcurre en una sola esperanza:

De algún día ya sólo quedan claridad y distinción,

Entonces, muy a menudo, da pena.

 

Versión de Jan Zynch

 

 

Río Wilia

 

El río, que viene de los bosques, gira aquí.

Es domingo, las campanas de las iglesias del pueblo repican.

Las nubes se acumulan, se dispersan, y de nuevo el cielo es azul.

 

A lo lejos, ellos, diminutos, corren a lo largo de la orilla.

Prueban el agua, se sumergen, el río los lleva.

En medio de la corriente sus cabezas, tres, cuatro, siete,

echan una carrera, sus voces se llaman, y retornan como eco.

 

Mi mano lo describe en tierra ajena.

Quién sabe por qué lo hace.

Quizá porque ocurrió tal y como lo recuerda.

 

Versión de Sergio Trigán

 

 

Tentación

 

Bajo un cielo de estrellas estuve paseando,

En una sucesión de ciudades desconocidas de neón,

Con mi compañero, el espíritu de la desolación,

Quien corriendo a mi alrededor y sermonizando

Me dijo que yo no era necesario, por si no yo, entonces alguien más

Estaría caminando aquí, tratando de comprender su edad.

Si hubiera muerto hace tiempos, nada hubiera cambiado.

Las mismas estrellas, ciudades y países

Serían vistos con otros ojos

El mundo y sus trabajos continuarían como de costumbre.

 

Por el amor de Cristo, apártese de mí.

Usted ya me ha atormentado suficiente, dije.

No es a mi a quien corresponde juzgar el llamado de los hombres.

Y mis méritos, si alguno existiere, no los conoceré de todas formas.

 

Versión de Rafael Díaz Borbón

 

 

Un poema para final del siglo

 

Cuando todo estaba bien

Y el concepto de pecado había desaparecido

Y la tierra estaba lista

En paz universal

Para consumir y disfrutar

Sin dogmas y utopías,

 

Yo, por razones desconocidas,

Rodeado por los libros

De profetas y teólogos,

De filósofos, poetas,

Buscaba una respuesta,

Frunciendo el ceño, gesticulando,

Caminando de noche, refunfuñando al amanecer.

 

Lo que me oprimía en demasía

Era un poco vergonzoso.

Hablando de ello en voz alta

No mostraría ni tacto ni prudencia.

Podría incluso parecer un agravio

En contra del bienestar de la humanidad.

 

¡Ay de mí!, mi memoria

No quiere dejarme

Y en ella, la vida comienza

Cada una con su propio dolor,

Cada una con su propio morir,

Con su propia turbación.

 

¿Por qué entonces la inocencia

En playas paradisíacas,

Un cielo impoluto

¿Sobre la iglesia de la higiene?

¿Será porque eso

fue hace mucho?

 

A un hombre santo

-Así dice un cuento árabe-

Dios le dijo con maldad:

"He revelado a tu pueblo

Cuán gran pecador eres,

Ellos no te podrán alabar."

"Y yo", contestó el devoto,

"Les he descubierto a ellos

Cuán misericordioso eres,

Ellos no se preocuparán por ti."

 

¿A quién recurriría

Con asunto tan oscuro

De dolor y también de culpa

En la estructura del mundo,

Si ninguno aquí abajo

O allá arriba en las alturas

Puede abolir

¿La causa y el efecto?

 

No piensen, no recuerden

La muerte en la cruz,

Aunque cada día Él muera,

El único, el siempre-amado,

Aquél que sin necesidad alguna

Consintió y permitió

Existir a todo lo que es,

Incluyendo las garras de tortura.

 

Completamente enigmático

Enredo imposible.

Mejor dejar de hablar aquí.

Este lenguaje no es para personas.

Bendita sea la jubilación.

Vendimias y cosechas.

Aun si nadie

Tiene la serenidad garantizada.

 

Versión de Luis Ignacio Sáinz

 

 

Una frívola conversación

 

-Mi pasado es un estúpido viaje de mariposa en ultramar

Mi futuro es un jardín donde un cocinero corta el cuello de un gallo.

¿Qué tengo, con toda mi pena y mi rebelión?

 

-Tome un momento, uno exactamente, y cuando su fina concha,

Dos palmas reunidas, despaciosamente se abre

¿Qué ve usted?

 

                             -Una perla, un segundo.

 

-Dentro un segundo, una perla, en esa estrella salvada del tiempo,

¿Qué ve usted cuando el viento de la mutabilidad cesa?

 

-La tierra, el cielo y el mar, barcos ricamente cargados,

Mañana de primavera llena de rocío y remotos principados.

Maravillas desplegadas en tranquilo esplendor

Yo miro y no deseo porque me encuentro plenamente satisfecho.

 

Versión de Rafael Díaz Borbón

Tomado de:

http://amediavoz.com/milosz.htm

 

 

Canción sobre el fin del mundo

 

El día del fin del mundo

La abeja gira encima de la flor de capuchina

El pescador repara una red brillante.

En el mar los delfines saltan alegres,

Los gorriones jóvenes se agarran del canalón

Y la serpiente tiene piel dorada, como la debe tener.

 

El día del fin del mundo

Las mujeres cruzan el campo bajo las sombrillas,

Un borracho se duerme a la orilla del césped,

En la calle pregonan los verduleros

Y una lancha con vela amarilla llega a la isla,

El son del violín en el aire persiste

Y abre la noche estrellada.

 

Y quienes esperaban relámpagos y truenos

Están decepcionados.

Y quienes esperaban señales y trompetas de arcángeles

No creen que esté sucediendo ya.

Mientras el sol y la luna están arriba,

Mientras el abejorro visita a la rosa,

Mientras nacen los niños rosados,

Nadie cree que esté sucediendo ya.

 

Sólo un viejito cano, que hubiera sido profeta,

Pero no es profeta porque tiene otro quehacer,

Dice amarrando los tallos de tomates:

No habrá otro fin del mundo,

No habrá otro fin del mundo.

 

 

Cafetería

 

 

 

De aquella mesita en la cafetería

Donde en los mediodías de invierno brillaba un jardín de

escarcha,

He quedado yo solo.

Podría entrar allí, si lo quisiera,

Y golpeando con los dedos en un vacío helado

Evocar las sombras.

 

Con incredulidad toco el mármol frío,

Con incredulidad toco mi propia mano:

Esto - es y yo soy en la historia que acontece,

Y ellos ya están cerrados por los siglos de los siglos

En su última palabra, en su última mirada.

Y lejanos como el emperador Valentiniano,

Como los jefes de los masagetas de quienes nada se sabe

Aunque apenas un año, dos o tres años pasaron.

 

Puedo ser todavía leñador en los bosques del norte lejano,

Puedo pronunciar un discurso desde la tribuna o rodar una

película

Con métodos que ellos desconocían.

Puedo experimentar el sabor de frutas de las islas del

océano

Y tener mi fotografía en el traje de la segunda mitad del

siglo.

Y ellos ya para siempre como los bustos en chorreras y

fraques

Del monstruoso Larousse.

 

Pero a veces, cuando el resplandor crepuscular colorea los

techos de la calle pobre

Y fijo mi mirada en el cielo, veo allí, entre las nubes,

La mesita bamboleándose. El mesero da vueltas con la

bandeja

Y ellos me miran soltando carcajadas.

Porque yo no sé todavía cómo se muere por la mano cruel

del hombre.

Ellos saben, ellos bien lo saben.

 

 

Un pobre cristiano observa el ghetto

 

Las abejas construyen alrededor del hígado rojo,

Las hormigas construyen alrededor del hueso negro,

Comienza el despedazamiento, el pisoteo de las sedas,

Comienza la ruptura del vidrio, de la madera, del cobre, del

níquel, de la plata, de las espumas

Del yeso, de la hojalata, de las cuerdas, de las trompetas,

de las hojas, de las bolas, de los cristales —

¡Tric! El fuego fosforescente de las paredes amarillas

Traga el pelo humano y animal.

 

Las abejas construyen alrededor del panal de los pulmones,

Las hormigas construyen alrededor del hueso blanco,

Se despedaza el papel, el caucho, el lienzo, el cuero, el lino,

Las fibras, las materias, la celulosa, el cabello, la piel de

serpiente, los alambres,

En las llamas se derrumban el techo y la pared, el ardor

abraza los cimientos.

Ya sólo queda la tierra arenosa, pisoteada, con un árbol

Sin hojas.

 

Lentamente, perforando un túnel, avanza el topo guardián

Con una pequeña lámpara enganchada en su frente.

Toca los cuerpos enterrados, los cuenta, sigue avanzando,

Distingue la ceniza humana por su vapor irisado,

La ceniza de cada hombre por su color distinto en el arco

iris.

Las abejas construyen alrededor de la huella roja,

Las hormigas construyen alrededor del sitio que quedó de

mi cuerpo.

 

Tengo miedo, tengo tanto miedo del topo guardián.

Sus párpados están hinchados como los de un patriarca

Que se sentaba a menudo a la luz de las velas

Leyendo el gran libro de la especie.

A él ¿qué le diré yo, judío del Nuevo Testamento,

Que desde hace dos mil años estoy esperando el regreso

…de Jesús?

Mi cuerpo roto me entregará a su mirada

Y él me contará entre los ayudantes de la muerte:

Los incircuncisos.

 

 

La huida

 

Cuando nos escapábamos de la ciudad incendiada,

En el primer camino campestre volviendo atrás la mirada,

Decía yo: "Que la hierba cubra nuestras huellas,

Que en las llamas se callen los gritantes profetas,

Que los muertos a los muertos cuenten lo sucedido.

A nosotros nos tocó crear una generación nueva y violenta,

Libre del mal y de la dicha que ahí han existido.

Sigamos". Y la espada de fuego nos abría la tierra.

 

1944, Goszyce

 

 

Despedida 

 

Te hablo después de los años del silencio,

Mi hijo. No existe Verona.

Trituré el polvo de ladrillo entre mis dedos. He aquí lo

que queda

Del gran amor a las ciudades natales.

 

Oigo tu risa en el jardín. Y el olor

De la primavera loca corre por las hojas mojadas hacia mí,

Hacia mí, que sin creer en alguna fuerza salvadora

Sobreviví a otros y a mí mismo.

 

Si tú supieras cómo es cuando de noche

Uno despierta de repente y pregunta

Al oír el corazón palpitando: ¿Y tú qué quieres más,

Oh insaciable? Es la primavera, canta el ruiseñor.

 

La risa infantil en el jardín. Primera estrella pura

Se abre encima de la espuma de las colinas cerradas

Y a mis labios de nuevo regresa el canto ligero,

Y de nuevo soy joven como antes, en Verona.

 

Rechazar. Rechazar todo. No, es eso.

No voy a resucitar nada ni regresar a lo pasado.

Dormid, Romeo y Julieta, en la cabecera de las plumas

rotas,

No levantaré de la ceniza vuestras manos unidas.

Que el gato visite las catedrales abandonadas

Luciendo con su pupila sobre los altares. El búho

En la bóveda muerta que construya su nido.

 

En el mediodía caluroso y blanco la serpiente entre los

escombros

Que se asolee sobre las hojas de tusilago y en el silencio

Con un círculo resplandeciente que ciña el oro inútil.

No volveré. Yo quiero saber qué es lo que queda

Al rechazar la primavera y la juventud,

Al rechazar la boca carmesí

De la que fluye en la noche bochornosa

Una ola de calor.

 

Al rechazar el canto y el olor de vino,

Los juramentos y las quejas y la noche de diamante,

Y el grito de las gaviotas detrás del que sigue corriendo

el brillo

Del sol negro.

 

De la vida, de la manzana rebanada por un cuchillo de

fuego,

¿Qué semilla se salvará?

 

Créeme, hijo mío, no queda nada.

Sólo la pena de la edad viril,

El surco del destino sobre la palma de la mano.

Sólo la pena,

Nada más.

 

 

1945, Cracovia

 

 

Nacimiento

 

Por vez primera ve la luz.

El mundo es una luz chillante.

No sabe que gritan

Los pájaros chillantes.

Sus corazones laten rápidos

Bajo las hojas enormes.

No sabe que los pájaros viven

En otro tiempo que el del hombre.

No sabe que el árbol vive

En otro tiempo que el de los pájaros,

Y va a subir despacio

Hacia arriba con una columna gris

Pensando con sus raíces

En la plata de los reinos subterráneos.

 

El último del linaje, viene

Después de las grandes danzas mágicas.

Después de la danza del Antílope,

Después de la danza de las Serpientes Aladas,

Bajo el cielo eternamente azul

En el valle de las montañas ladrillosas.

 

Viene después de las correas abigarradas

En el escudo con la cabeza del monstruo,

Después de los ídolos que mandan

El sueño con su párpado pintado,

Después de la herrumbre de los navíos esculpidos

Que el viento ha olvidado.

 

Viene después de los rechinamientos de las espadas

Y después de la voz de los cuernos de guerra,

Después del horrible grito colectivo

Detrás del polvo de ladrillo desmenuzado,

Después del aletear de los abanicos

Encima de la broma de las porcelanas tibias,

Después de las danzas del lago de los cisnes

Y después de la máquina de vapor.

 

Dondequiera que ponga el pie, en todas partes allá

Dibujada está en la arena

La huella del pie con un dedo ancho

Y llama a que pruebe

Su pie infantil

Que llega de las selvas vírgenes.

 

Dondequiera que camine, en todas partes allá

Encontrará sobre las cosas de la tierra

Un pulimento caliente

Y bruñido por la mano humana.

Nunca lo abandonará,

Quedará siempre con él

La presencia, cercana como la respiración,

Su única riqueza.

 

 

1948, Washington, D.C.

 

 

A Tadeusz Rózewicz, poeta

 

Acordes en alegría están todos los instrumentos

Cuando un poeta entra al jardín de la tierra.

Cuatrocientos ríos azules trabajaron

Para su nacimiento y el gusano de seda

Para él hilaba sus nidos brillantes.

El ala corsaria de mosca, el hocico de mariposa

Se formaron pensando en él,

Y el edificio de varios pisos del altramuz

A él le iluminaba la noche al borde del campo.

Se alegran, por tanto, todos los instrumentos

Cerrados en cajas y en jarrones del verde

Esperando que él los tocase y que sonaran.

 

¡Alabada sea la parte del mundo donde nace el poeta!

La noticia sobre ello recorre las aguas costeras

Donde sobre la extensión en la neblina durmiendo nadan

gaviotas,

Y más lejos, allá donde cabecean les barcos.

La noticia sobre ello corre bajo la luna de montañas

Y muestra al poeta sentado a la mesa

En un cuarto frío, en una ciudad poco conocida,

Cuando el reloj de la torre da la hora.

 

Él tiene su casa en la aguja del pino, en el grito de la corza

En la explosión de las estrellas y dentro de la mano

humana.

El reloj no mide su canto. El eco,

Como la antigüedad del mar dentro de la concha,

No calla nunca. Él perdura. Y es poderoso

El susurro suyo que apoya a la gente.

 

Sólo a los retóricos no les gusta el poeta.

Sentados en sus sillas de vidrio, desenrollan

Rollos largos, metros de nobleza.

Y alrededor suena la risa del poeta

Y su vida que no tiene fin.

 

Están enfadados. Saben que sus sillas han de reventar

Y en aquel sitio donde se sentaban no crecerá

Ni una hoja de hierba. Círculo de azufre quemado,

Rojizo polvo estéril, rehuirá la hormiga.

 

 

1948, Washington, D.C.

 

 

Mittelbergheim 

 

El vino duerme en los barriles de roble de las orillas del

Rin.

Me despierta la campana de la iglesia entre las viñas

De Mittelbergheim. Oigo la pequeña fuente

Golpear contra el brocal en el patio, el ruido

De los zuecos en la calle. El tabaco secándose

Bajo la cornisa y los arados y las ruedas de madera

Y las laderas de las montañas y el otoño están junto a mí.

 

Tengo los ojos cerrados todavía. No me persigas,

Oh fuego, potencia, fuerza, porque es demasiado temprano.

He vivido muchos años y como en este sueño

Sentí que alcanzaba la frontera móvil

Detrás de la cual se cumplen el color y el sonido

Y unidas están las cosas de esta tierra.

No me abras aún mi boca por fuerza,

Permíteme confiar, creer que alcance,

Déjame pararme un momento en Mittelbergheim.

 

Yo sé que debería. Junto a mí están

El otoño y las ruedas de madera y las hojas

Del tabaco bajo la cornisa. Aquí y en todas partes

Es mi tierra, a dondequiera que me vuelva

Y en cualquier lengua escuche

Una canción de niño, un diálogo de amantes.

Más feliz que los otros, he de tomar

La mirada, la sonrisa, la estrella, la seda doblada

En la línea de las rodillas. Sereno, mirando,

He de ir por las montañas en un suave resplandor del día

hacia las aguas, las ciudades, las costumbres.

Oh fuego, potencia, fuerza, tú que me

Detienes dentro de tu mano cuyos surcos

Son como desfiladeros enormes, peinados

Por el viento del sur. Tú que das la seguridad

En la hora del temor, en la semana de la duda,

Es demasiado temprano aún, que el vino madure,

Que los viajeros duerman en Mittelbergheim.

 

1951, Mittelbergheim, Alsacia

 

 

Enseñanzas

 

Desde aquel momento cuando en la casa de cornisas bajas

Un doctor del pueblo cortó el cordón umbilical,

Y los huertos se llenaban de acederas y cenizos,

Nidos para las peras con blancos puntos del moho,

Ya estuve en las manos de los hombres. Podían, sin

embargo,

Estrangular mi primer grito, apretar con su mano grande

Mi garganta indefensa que inspiraba su ternura.

De ellos he heredado los nombres de pájaros y frutas,

He vivido en su país, no demasiado salvaje,

No demasiado cultivado, con la pradera, con el campo

arable

Y con el agua en el fondo de piragua dentro de la maleza

Detrás del taller de carpintería.

 

Sus enseñanzas, empero, encontraron el límite

Dentro de mí mismo, y mi voluntad fue oscura,

Poco obediente a mis designios o a los suyos.

Otros, a quienes no conocía, o solamente de nombre,

Andaban dentro de mí y yo, espantado,

Oía en mí los crujientes cuartos

Adonde no se mira por el ojo de la cerradura.

No significaban nada para mí Casimiro ni Gregorio

Ni Emilia ni Margareta.

Pero cada defecto, de ellos y cada mutilación

Tuve que repetir yo mismo. Eso me humillaba.

Y fuese capaz de gritar: Oh vosotros, los responsables,

Por vuestra culpa no puedo llegar a ser quien quiero sino

yo mismo.

 

El sol caía en el libro sobre el pecado original.

Y a veces, cuando la tarde zumba entre las hierbas,

Me imaginaba a los dos, con mi culpa,

Cómo estaban pisoteando la avispa bajo el manzano del

paraíso.

 

 

1957, Montgeron

 

 

No más

 

 

Debo decir algún día cómo cambié

De opinión sobre la poesía y cómo sucedió

Que hoy día me considero uno de los innumerables

Mercaderes y artesanos del Imperio del Japón

Que componen poemas sobre el florecer de los guindos,

Sobre los crisantemos y la luna llena.

 

Si yo pudiera describir cómo las cortesanas de Venecia

En el patio con un mimbre excitan a un pavo real,

Y sacar de la tela de seda, de la faja de perlas

Sus senos pesados y la huella rojiza

Que la abrochadura del vestido marcó sobre su vientre,

Así por lo menos como lo ha visto el capitán de los

galeones

Que llegaron aquella mañana con una carga de oro;

Y si a la vez pudiera yo sus pobres huesos

En el cementerio, donde el mar grasiento lame al portón,

Encerrar en una palabra más duradera que su último peine

Que en el humus bajo la losa, solo, espera la luz,

 

Entonces no perdería la esperanza. De la materia resistente

¿Qué es lo que se puede recoger? Nada, a lo sumo la

hermosura.

Y tiene que bastarnos entonces con las flores de los guindos

Y con los crisantemos y con la luna llena.

 

 

1957, Montgeron

 

 

Lo que era grande

 

a Aleksander y Ola Wat

 

Lo que era grande pequeño resultó.

Los reinos palidecían cual cobre cubierto de nieve.

 

Lo que deslumbró ya no deslumbra más.

Las tierras celestes ruedan y lucen.

 

A la orilla del río, tendido en la hierba,

Como hace mucho, mucho, suelto barquitos de corteza.

 

 

1959, Montgeron

 

 

Debe, no debe

 

El hombre no debe amar la luna.

El hacha en su mano no tiene que perder su peso.

Sus huertas deben oler a manzanas pudriéndose

Y llenarse de ortigas moderadamente.

El hombre que habla no debe usar palabras que le son

queridas

Ni romper la semilla para ver qué hay adentro.

No debe tirar la migaja del pan ni escupir al fuego

(Así por lo menos me enseñaron en Lituania.)

Si por la escalera de mármol sube un villano

Que intente con su zapato hacer una rendija

Para advertir que la escalera no va a durar.

 

 

1961, Berkeley

Tomado de:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/246-108-czeslaw-milosz?showall=1

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