sábado, 5 de agosto de 2023

POEMAS DE JOSE LUIS TEJADA

 


¡SUELTA TU VIEJO YELMO...!

No prosigas, Quijote, luz de cielo,

en medio de esta noche toda negra

con tu estéril empeño de verdad y justicia.

Descabalga del jaco. “Rocín-antes”

que hoy, dudosa penumbra de jamelgo,

arrastra a duras penas la carga de tus huesos.

(...)

¡No es ésa la manera de enderezar entuertos!

No es asi como debes combatir a los malos.

No basta un alma noble como la tuya, no,

para vencer al monstruo de las siete cabezas,

si lucha noblemente con los ojos cerrados,

de la sola manera que tú sabes luchar.

No basta dar el pecho generoso a la lanza;

hacen falta rodeos, astucias, estrategia;

tener algo de Sancho tu escudero; ver claro

quiénes son los rivales que te impiden la senda;

cuándo son gigantones, cuándo molinos son.

Y tú, mi buen Quijote, que eres todo arrebatos,

que sigues los impulsos de tu gran corazón,

que sabes del avance, pero no del repliegue

cuando la retirada puede ser oportuna...

¡Fracasas en el siglo de las maquinaciones!

(...)

Vuelve, vuelve a ti mismo, buen Alonso Quijano,

no calcines el poco de seso que aún te queda

en el horno estepario de este implacable sol.

Descabalga, conduce del ronzal mansamente

tu pobre caballejo que añora su yantar.

Acójante los muros del hogar olvidado,

encierra en el más triste rincón de tu morada

tus armas inocentes que arañan, más que hieren,

recúbralas el tiempo, con su heráldico manto,

de herrumbre silenciosa, que se borren las huellas

de tus flácidas manos en su piel de metal.

Maduración de una voz poética

Tu anacrónica lanza conoce ya el ultraje

de otras más eficaces maneras de matar.

Un rubor de impotencia tiene su alma de acero;

la mágica entereza de su forja manchega

retrasó prodigiosa, su quebranto en astillas...

No prosigas, Quijote, luz de cielo,

en medio de esta noche toda negra

con tu estéril empeño de verdad y justicia.

(Cruzados, n" 814, 10 de abril de 1948)

 

 

LEYENDO UNAS CARTAS VIEJAS

El corazón aquí y aquí se estuvo...

Y aquí también... Y aquí. ¡Qué hartón de vida

tirada por los bordes desta herida

en qué otro corazón que me sostuvo!

Recuerdo arriba, adentro, me entro, subo,

leyendo, yendo en letra conocida

por un ayer que se me desolvida

hiriendo al desandar cuanto se anduvo.

Aquí se tuvo el querezón y pace,

cordial, cárdeno eral de sangre y yace

sobre, bajo este trebolar, defunto.

Una carta el vivir nunca acabada,

entinta, veniazul, desaforada...

que data y firma Dios y pone punto

 

 

LEYENDO UNAS CARTAS VIEJAS

El corazón aquí y aquí se estuvo...

Y aquí también... Y aquí. ¡Qué hartón de vida

tirada por los bordes desta herida

en qué otro corazón que me sostuvo!

Recuerdo arriba, adentro, me entro, subo,

leyendo, yendo en letra conocida

por un ayer que se me desolvida

hiriendo al desandar cuanto se anduvo.

Aquí se tuvo el querezón y pace,

cordial, cárdeno eral de sangre y yace

sobre, bajo este trebolar, defunto.

Una carta el vivir nunca acabada,

entinta, veniazul, desaforada...

que data y firma Dios y pone punto

Tomado de:

https://rodin.uca.es/bitstream/handle/10498/16370/LA%20POESIA%20DE%20JOSE%20LUIS%20TEJADA.pdf

 

 

Puñeto

Vengan a mí los solos de la vida,

solos de con trabajo y contratiempo;

las flautas broncas vengan a mi templo

que vamos a armar una escabechina.

 

 

 

Descontentos a mí, fuera sordinas.

Predicaremos con el mal ejemplo

y arda Troya, se hunda el firmamento,

que nada va a perder quien ya es ruina.

 

 

 

Llamo porque, aunque a solas, me sospecho

 

que ha de haber otro páramo, otros pechos

 

semejantes o más que este alma en pena.

 

 

 

Lloremos fuerte y a la una, al menos

agriaremos la cena de los buenos

 

saldrán a vomitar y eso consuela.

 

 

Consolación por la carne

        "Según la magnitud de mis angustias         

así alegraron mi alma tus consolaciones."         

David.         

 

 

 

Amar es más difícil que parece;

ser amado, imposible. Ya es bastante

que alguna vez se nos tolere un poco,

se sufra nuestro aliento,

se nos oiga en silencio pedir o renegar.

 

                  

 

Y porque así de arduo

es y así de costoso el fruto último,

ese nombrado amor que apenas nadie

poseyó ni vio nunca,

es bueno y natural que tú y yo ahora,

amiga de mis ojos y mis manos,

nos empapemos hasta los meollos

de los huesos en esta salsa calda

de darnos y gozarnos cuerpo a cuerpo,

sin tela en medio, sin reloj, sin aire,

hasta después de ya no poder más.

 

                 

 

Será mentira esta palabra,

no será cierta tu sonrisa.

Mi sueño o tu memoria,

tu ayer o mi mañana

podrán vagar por tantos otros reinos,

bajo qué otras banderas, cada cual por su olvido

o mascando la propia soledad;

podrá no ser de veras

nuestra promesa para tantas horas...

pero esto sí es verdad:

este tenernos de hoy es nuestro todo,

este cuerpo oscurísimo que abrazas,

esos pechos fluidos que rebosan mis manos,

este labio que obligo entre los míos,

esta batalla del placer sin tregua

es nuestra y la ganamos al par que sucumbimos,

a un tiempo vencedores y vencidos los dos.

 

             

 

Oh, sí, la carne mutua es verdadera,

consiste, suda, pesa y se estremece,

no es cierto que sea triste ni que amargue los ánimos

ni queda otro regusto tras del beso

sino el de reempezar.

 

             

 

No esperes a que venga qué amor a sostenernos

con su maná tan raro como efímero,

tal como nadie espera a la cosecha

para entonces sembrar.

Enterremos en huertos de presente

estas verdes adelfas que se irán expandiendo

cada una a su hora. No nos hablen de amor.

Ya vendrá si es de ley...

 

            

 

Hoy somos sólo un pulpo de ocho miembros

que raramente un tajo divino escindiría.

Tú yaces en la paz y entre mis manos

yo esgrimo el vellocino sagrado de tu sexo

donde acaso el amor duerma en simiente

o se vislumbre un sol de eternidad.

 

                   

 

Anda, encaja en tus pechos mi corazón antiguo,

vamos, que aún sobra espacio entre nosotros,

acóplate a tus vanos como a un viento calino

y agáchate, que va a pasar la muerte;

no nos llegue a rozar.

 

 

Primitiva

Té daré el primer nombre, Varona, hueso mío.

Rédito de mi sueño a un Dios que nos formaba.

Eva aún sin poma. Membranillas tenues

sobre tus ojos, tu inocencia.

 

               

 

Te diré el primer nombre, Yema, Ova, Pistilo,

ni casta, porque aún no era castidad ignorarse,

verse sin verse, órbita de un merodear blanquísimo...

 

                     

 

Aún el primer jilguero no era dueño del ritmo

ni el corzo había logrado esbelteces efímeras

para su parvo vuelo

y ya conmigo tú, penumbra mía, esbozo

de mi futuro antiguo, perplejo de invenciones.

 

                  

 

Tu orografía armónica dándome voces limpias,

callando todo pájaro, celando toda lumbre,

y yo, yéndome en ti, sin mal, sin fiebre.

 

                     

 

 

 

Y era el amar un susto espléndido y tremante,

un acabarse en otro para nacer en uno,

una huida fulgente del minuto,

un manantial, un alba, intempestivos.

Una manera heroica de rezar.

 

             

 

Se ignoraba la curva servicial del arado

y te brotaban hijos de los inmunes párpados.

Como no recordar, no recordarte,

cuenco de sol, liza jocunda y mística.

 

                 

 

Te pondré el primer nombre, flor de mis costillares,

olvidaremos cifras, tronos, generaciones :

Nada ha pasado, sabes, la nostalgia no existe

ni aún se está en un oscuro valle en que nostalgiarse.

 

             

 

No. No es malenconía lo que nos da el crepúsculo.

Es pavor primitivo de ignorar si mañana.

Hórridas son, y tanto, las estrellas

como espías de Dios insoslayables.

No dulces. Nunca dulces sus aristas sin tino.

 

              

 

Ven a mí como antes, sin pudores de vides.

Con una, entre tus manos, no ya manzana, tórtola,

que vamos a partirnos su guinda viva y rítmica,

su apenas corazón con el fiel de los dientes.

 

               

 

Ven a mí como entonces, pues no es bien que esté solo.

Que solo se me viene más el no Dios encima.

Que sin ti, rasgo cielos y anonado distancias

y grito al que me ha dado la materia del grito.

 

                 

 

Ven ya y olvidaremos, que es decir morir vivos;

tu hombro tibio para mi nuca torturada.

Tu alud de besos contra mi insaciable candela.

Tú, que apenas te nombras Corola, Vientre, Nido...

 

Misterio doloroso

No hay solución ni a solas ni con nadie.

Somos cosa perdida.

Los besos dan más sed; lo he comprobado.

Amor va contra amor.

 

 

 

Es vivir irse dando restregones

sangrientos contra el quicio

del corazón más prójimo.

Quicio que se quebranta y cede,

corazón que también padece, sangre

que se funde a la nuestra

y es ya toda una lástima fluida

sin más recurso que morir en mar.

 

 

 

No quisiéramos ir doliendo, hiriendo,

pero es inevitable según vamos

abriéndonos camino a cuchilladas,

erizos todos y en tan corto espacio,

con el gravísimo problema

de la murienda en pie, del paro de los pulsos,

del nivel cultural del pueblo y sus pasiones,

de pretender urbanizar el caos.

 

 

Será mejor estarse quedo en casa,

cerrar labios y ojos, puertas, manos

y sólo abrir el chorro

salobre y esporádico del llanto.

No quejarse siquiera a media voz.

 

 

 

Uno no acaba de explicase cómo

somos y nos movemos, solos, juntos,

tan incompletos, tan incompletables,

con tanto de miseria y tanto lujo

de ciega caridad desperdigada,

incompatibles con la compañía,

no conviventes con la soledad.

 

 

 

Esta misterio de los medios pechos

perfectamente inacabados, huecos,

amueblados de puas todo en torno,

los arduos tropezones en la sombra,

los idiomas babélicos abstrusos...

¡Las diversas maneras de ser y padecer!

 

Herencia

Desde que me levanto del vientre hembra y aun antes

vamos viviendo ya de ayer y de prestado.

 

 

 

La ventana que asomas tiene huellas de manos

de todos los estilos:

 

esta morena dio la aldaba,

esta otra el vidrio puso, el gozne aquella,

un bisabuelo tuyo la apaisó.

 

  

 

Te calzas con la vida, qué sé yo, de un romano.            

Desde cincuenta siglos acuden a vestirte

gentes de todos los colores. Sangre

de moros desayunas

aderezada con sudores griegos.

Salivas ojivales o románticas

abren tu digestión, ese misterio.

Tu casa -¿Tuya, tuya?-

debe el portal a un turco

seljúcida, la llave a un maniqueo,

el techo, la terraza a un «Cro-Magnón ».

 

  

 

Tu calle... bien, la calle, almoravide

en su mitad por parte de estructura,

cartaginesa en otras partes,

conduce a un paraninfo victoriano

donde truecas papiros iraníes

por baratijas coptas, es un decir. Monedas

con dos, tres, cuatro cifras en la fecha

te acorazan y adornan tus vitrinas,

¿te has parado a pensar?

 

  

 

Y de tus libros, tus memorias sabias,

más vale ya no hablar. En arameo

rezas, en latín juzgas,

persuades a otros en dialecto

jónico y edificas

con el argot de Hipona, el tingladillo

donde aposentas tu hombredad.

 

  

 

Sobre un monte de cráneos horadados

hemos puesto la casa.

No se caerá.

Puntales, recios fémures,

juran por su equilibrio,

guarnecen esta paz -aún no de todos-,

mullida -no de todos todavía,

¿cuándo de los demás? -en la que cuatro

mollares rostros-pálidos, silentes y extasiados

reducimos la música en potencia

para que nuestras nietas la lleven en un dedo

quizá de Marte a Aldebarán.

 

   

 

¡ Qué peana de sangre coagulada,

de linfa fósil, de sudor marchito,

hace hoy posible el lujo

este ponderar tamaña deuda !

 

   

 

Y aún hay quien dice «Yo...»

y pone luego un verbo en forma activa

con tres o cuatro complementos, ellos

directísimos todos... ¡ Qué inocencia !

 

   

 

Pues estas mismas líneas

cómo firmarlas ni fecharlas, cómo

darles fin, si es un río este en que andamos

y el que salte a la orilla está perdido

y el que no salte qué...

 

    

 

Apaga, pues, y vámonos,

poeta, con el dedo de tu madre

y piensa que es el aura de cien generaciones,

el temblor de mil nervios difuntos en cadena,

lo que enardece el pelo de tu lámpara

cuando pulsas la luz.

 

 

Tiempo

Tiemblo

cuando pienso

en lo que no es el Tiempo…    

 

Que el momento no existe, prisionero

entre el Antes y el Luego…    

 

Que cuando digo “ahora”, estoy mintiendo

porque ese “ahora” ya se ha muerto…      

 

¡Que un día dejaremos todo esto

sin llevarnos si quiera ni el recuerdo.

Tomado de:

https://www.poeta-joseluistejada.org/

 

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