domingo, 13 de agosto de 2023

POEMAS DE PILAR PAZ PASAMAR


De tierra adentro a mar, de trecho a trecho...

 

De tierra adentro a mar, de trecho a trecho

desde el invierno hasta el feliz verano,

de la estepa encendida de la mano

a la región volcánica del pecho

 

va posándose amor, y va en acecho

amor de cima a sima, y sobre el llano,

y va implantando en todos, soberano,

su ley, su ejecución y su derecho.

 

Rey de la geografía del semblante,

encendedor de lumbres abisales

toda región desconsolada anima.

 

Cruza desde el poniente hasta el levante

implantando sus órdenes reales:

su agua, su luz, su voluntad, su clima...

 

 

El rebelde

 

A mí la nieve me quema

siendo la nieve tan fría...

 

¿Que dentro? Salgo a la calle.

¿Que fuera? -No, ¿Que de día?

-Yo salgo de noche. ¿Que

de noche?

Y mi alma se empina

para darse contra el sol

rotundo del mediodía.

 

No. Si me tiendes tu mano

la apartaré de las mías,

si ponéis entre barandas

mi regresada alegría,

romperé los barandales

en seguida.

 

Ni tú, ni el otro, ni vuestra,

ni de nosotros. Mi vida

un «no» contra todo y siempre:

«no, así no», como una fría

espada de pesadumbre

contra márgenes y guías,

 

¿Que los demás? Los demás

podrán, pero yo no. Mira:

es preferible quedarse

seco como la ceniza.

 

No, a mí no. Descalzo y limpio

mi corazón no se agria,

pájaro neutral de marzo

vivo como él todavía.

 

Mi pie, mi mano. La mía.

 

¡A mí la nieve me quema

siendo la nieve tan fría!

 

 

Hasta luego

 

Me vais a perdonar, es ya la hora

de esconderme en el alma.

Una jornada como ésta tiene

demasiada luz.

 

¿Cuánta palabra hubo, cuánto vuelo

agobiador formaron los petreles?

 

El camino quedó como camino

debajo de los pasos?

 

Y tú, pobre emoción de cada día,

retornarás después de esta mañana?

 

¡Cómo duele ir al paso de las ancas,

las orejas tibias,

como se cansa el dedo que acaricia

las cosas cotidianas!

 

Hasta luego. Mi pecho no os resiste.

Ya vuestra mansedumbre me hace daño

¡y hay tanto que esperar en el silencio!

 

Mañana, quiera Dios, será otro día.

 

 

Hemos llevado juntos esta pena...

 

Hemos llevado juntos esta pena

como vaso de frágil porcelana.

Nos hemos arropado con el mismo

cobertor de tristeza. Hoy has cabido

dentro de un puño frío y apretado,

pero, a pesar de todo, te dormiste.

Eres hombre cabal hasta en el sueño.

Te duermes sin caer, sin derribarte,

te duermes como deben de dormirse

los cíclopes, los hércules, los dioses.

Los centauros, las fieras, así duermen.

Tienes el abandono de los grandes

y si el sueño te llega, tu victoria

la pregona las sombras y los mástiles.

Toda la tierra vela cuando duermes:

hombre, pecho de mar, párpado oscuro,

pan de trabajo, río de sudores,

hombre puro de cara a la fatiga

acosado de dientes y veranos.

Eres más hombre aún cuando se encierra

tu limpia forma de mirar la vida.

Hombre mío, cansado y solitario,

tenaz defendedor de pan y risas,

condenado al amor y al sufrimiento,

hombre, amor al que arrimo mi desvelo,

compañero de almohada y despertares.

Si tú has dormido al fin, también yo puedo,

y si tú velas, en amor yo velo.

Venga ya para mí un trozo de olvido,

tome mi pecho el ritmo de tu pecho.

No nos pudo la pena, y de tu mano

corrió la sombra y se apagó en mi río,

corrió el dolor y se agostó en mi vena,

me inundaste de sueño junto al tuyo

y me dormí junto a tus costillares.

 

 

Intermediario ser, anfibio alado...

 

Intermediario ser, anfibio alado.

Amor hecho de raptos y de ausencia,

a otros alimentaste con tu ciencia

desposeyéndome del esperado.

 

Bien sé cómo eres, aunque disfrazado

cruzaras tantas veces mi dolencia,

haciéndome creer que era experiencia

de ti lo que ni apenas tu recado.

 

Ahora, burlada, llega el importuno

labio de quien te sabe a repetirme

tu nombre con informes y resabios.

 

Condenada a la espera y al ayuno

no te alzaré la voz ni habrás de oírme

porque la soledad no tiene labios.

 

 

La casa

 

La casa es como un pájaro

prisionero en sí mismo,

que no medirá nunca

la longitud del trino.

Encarcelada ella

que no yo, pues la habito

conociéndola, y pongo

mi cuidado y mi tino

en algo que no sabe

ni sabrá de mi cuido.

¿No me siente por dentro

removerme, lo mismo

que se siente en la entraña

la presencia del hijo?

Me ignoran los cristales

no nos sienten los vidrios

tras los cuales luchamos

contra el mar y sus ruidos.

No sabe que en sus muros

crece el amor, que hay sitio

para soñar, y que hay mundos

y faros escondidos.

Ignora de qué modo

la nombro y la bendigo.

Le digo muchas cosas;

la pongo por testigo

de todos mis secretos.

De lejos, si la miro,

me parece que tiene

la tristeza de un niño

abandonado. Subo

sus peldaños, le digo

mi nombre, porque note

que he regresado. Giro

por su caliente espuma,

me afano por su brillo,

la quiero clara, alegre

la enciendo con mis gritos,

con el sol, con el aire

del salado vecino.

Casa nuestra, mi casa...

¡Cómo crecen sus filos!

¡Cómo crece la sombra

de Dios aquí escondido!

¡Qué inevitable y fácil

la soledad, contigo!

 

 

La tristeza

 

No te asustes por mí. No me habías visto

- ¿verdad? - nunca tan triste. Ya conoces

mí rostro de dolor; lo llevo oculto

y a veces, sin querer, cubre mi cara.

No temas, volveré pronto a la risa-

-Basta que oiga un trino, o tu palabra-.

No te preocupes que ha de volver pronto

a florecer intacta la sonrisa.

Me has descubierto a solas con la pena

e inquieres el porqué. ¡Si no hay motivo!

Cuando menos se espera, el aguacero

cae sobre la tranquila piel del día.

Así ocurre. No temas, no te aflijas,

no hay secreto, mi amor, que nos separe.

La tristeza es un soplo, o un aroma,

para llevarlo dulce y suavemente.

No te quejes de mí. Yo estaba sola

y vino ella, y quiso acariciarme.

Déjanos un momento entretenidas

en escuchar los pasos del silencio

y sentir la tristeza de otros muchos

que no tienen amor ni compañía.

 

 

Mundo nuevo

 

Este es mi mejor mundo

puesto que tú lo habitas

-lo habitamos-, en medio

del llanto y la palabra.

Para estrenarlo, hubimos

de adoptar la esperanza

que, como lazarillo,

guiara nuestros pasos.

La soledad contigo

qué dulce se presenta.

El mar, contigo, al fondo,

su amistad nos ofrece;

el pájaro nos canta,

el agua corre limpia,

por la noche asomamos

nuestros rostros en paz

juntos, frente a la estrella.

Y cuando en el instante

de sentir a Dios, tomas

mi mano, qué silencio

mi corazón recoge.

Todo está más que dicho

en ese mundo antiguo

donde tú rescataste

mi tristeza. Hoy estreno

la luz, la verdadera,

la única que podía

iluminar mis ojos.

Amor, un mundo nuevo,

un reducido mundo

para cantar: es todo.

Ya es bastante: lo único.

 

 

No le consientas tanto, que acostumbras...

 

No le consientas tanto, que acostumbras

mal a mi corazón. Exige, hiere.

Niégale a mi pregunta lo que inquiere,

si pide luz, mantenla en las penumbras

 

del amor. Cuanto más lo alzas y encumbras

más insaciable está. Mi amor prefiere

luchar por la respuesta, y que él espere

impaciente la luz con que me alumbras.

 

No le perdones nada a mi descuido

que me duele ser siempre la deudora

de tanto amor, y tal renunciamiento.

 

Dame que perdonar. Yo te lo pido.

Hiere mi corazón, hiérele ahora

para que perdonando esté contento.

 

 

Por ellos no pasaste. Bien se advierte...

 

Por ellos no pasaste. Bien se advierte

que están secos, con sólo la sonrisa.

Van de una cosa a otra tan deprisa

que el agua de la vida se les vierte.

 

Van de acá para allá sin conocerte,

gastados por el soplo de otra brisa,

pero nunca sabrán de la precisa

hora en que el mundo en fuego se convierte.

 

Míralos: desatentos, desalados,

desparramados, secos, sin saberte,

más solos que la luna y ateridos.

 

No supieron ganar y están ganados,

no supieron mirar y están sin verte...

¡Qué pocos son, amor, los elegidos!

 

 

Reprocho a las cosas que le entretienen

 

(¡Ay, qué grandes debéis ser

que así me lo entretenéis!)

 

Altas de talle y, bien plantadas.

y cien veces aborrecidas

cuando se espera de esta forma

desesperada y decidida.

¿Con qué hebras tejéis los hilos

que me lo ensartan y desvían,

urdidoras de mi coraje

y robadoras en porfía?

¿Por qué caminos o qué atajos,

agazapadas, repentinas,

le dais el alto, santo y seña,

paso le dáis para que os siga?

¡Si yo no puedo en la distancia

ganar batallas ni partidas,

enfrentarme con vuestros aires,

regatearos con mi risa,

reclamaros con mi presencia

su. necesaria compañía!

 

(¡Ay, qué blancas debéis ser

que así me lo entretenéis!)

 

Cuando llegue, no habrá palabras,

razón que valga y que me asista,

vendrá cansado y solitario

con la frente desvanecida

y -a tres cuartas el corazón,

achicada y medio escondida-

yo iré quitándole de en medio

toda la carga de este día,

porque no note mi cansancio

ni se le acerque mi ceniza:

los desperdicios de mi sueño,

los retales de mi alegría,

las cortezas de aburrimiento

y el agua muda que se agria.

A nadie le dolerá el aire,

a nadie pasará este día...

¡Y he de llevar el plomo oscuro

de su cuerpo mientras viva,

la memoria de aquellas horas

en las que todo enmudecía,

en las que todo fue silencio,

latir de alas oprimidas,

metal de espera por las manos,

por las sienes y las rodillas!

Nadie sabrá. Nadie. Ni él mismo.

Una de tantos... Sólo un día...

Todo perdió su sal, su vez...

 

(¡Ay, qué grandes debéis ser

que así me lo entretenéis!)

 

 

Retorno

 

Si un verso olvido nunca me devuelve su cita.

Volver es tan difícil como morir de veras,

por eso son distintas todas las primaveras

y esperamos en vano que un sueño se repita.

 

¡Y tú quieres llegar! En mi mano vacía

tu presencia se vierte reducida y oscura;

se pudren las raíces y el brote no me dura

lo que dura el deseo bajo el golpe del día.

 

Si hay para cada instante una voz diferente,

ni hay silencio que envuelva por dos veces mi frente,

ni ola que desdoble repetida en la orilla,

 

¿cómo vas a llegar sobre tu propio paso

si el camino es distinto, y hasta Dios tiemble acaso

al besarnos dos veces en la misma mejilla?

 

 

Unidad

 

Madre, tu eres ya no tuya sino mía.

Te has ido dando como la luna sobre el agua.

Toda tu claridad se han reflejado

inmensa, sobre mi alma.

Madre, ya no eres tú,

tu risa no es tu risa.

Soy yo quien te sonríe, quien te mueve las manos.

Quien te vive y respira por ti. Ya no eres tú,

madre mía. Has fijado

tu claridad lo mismo

que la luna en el lago.

En mí tu imagen flota, reposa, duerme, gira,

en una simbiótica unidad que nivela

tu carne con mi carne, tus ojos con mis ojos,

tu pena con mi pena.

Y tu fin - extinguirte sonriendo - es el mío.

-¡Tu fin !- Allá en lo alto te esperará una estrella.

Yo te sujetaré con mis manos (¡tan jóvenes!)

más arriba del mar, más arriba del tiempo.

Y nos daremos juntos, madre mía, tan juntos

que Dios no sepa nunca distinguir si eres una

o somos dos a una los que nos hemos muerto.

Tomado de:

http://amediavoz.com/pazpasamar.htm

 

 

LOS NIÑOS Y EL MAR

Todos iban corriendo. Tamboriles

ligeros, cada pie, sobre la arena.

Aire, espuma, azahar, sobre las sienes,

caricias de la mar, carnes morenas.

Todos iban corriendo menos uno

que quería abrazarse a la marea.

Todos iban corriendo por el aire

casi, de tanto contemplar las velas

y las altas gaviotas —blanquecinos

presagios de la playa—.

 El mar se queja

en su ruidoso abandonarse tanto,

en su ansiedad de renovar sin treguas.

Todos iban corriendo, menos uno…

La tarde ya ha soltado su melena

de sales y de vientos débilmente,

con el último sol, pálida y ciega.

Yo lo vi con los brazos extendidos,

pretendiendo abrazarse a la marea

en un juego infantil y desbordante…

Locos y palpitantes,

los otros van corriendo por la arena.

 

 

LAS COSAS ODIADAS

No es culpa mía. Hay un abismo abierto

aun antes de existir. En la memoria

de quien lo hizo esté el remordimiento.

Estoy desperdiciando con vosotras

una frecuente luz que bien pudiera

iluminar las manos generosas,

iluminar los trigos y las cepas,

encenderme en el llanto o la alegría.

¿Cómo es posible que no os lleve

junto a mi corazón como a otras tantas,

que involuntariamente en mí os destruya?

Más que dolor es miedo a contemplaros

desde mi pensamiento,

reconocer que es imposible

quereros acercar y, sobre todo,

saber que incluso el odio

es una forma de sentir la vida,

que estáis también alimentándome,

que vuestra muerte es una forma

de crecerme en mí misma,

que involuntariamente el corazón

os siente: ¡que sois mías!

 

 

[SABES MI CORAZÓN COMO UN CAMINO]

Sabes mi corazón como un camino

que hayas cruzado una y cien mil veces,

como el oficiador sabe sus preces.

Haces costumbre del Amor mi trino.

Te sabes de memoria mi destino,

y en su tierra te hundes o te creces,

cosa que no has ganado ni mereces

pero que quiero darte como un vino.

Sabes tanto que sabes que no puedo

llegarme a otra fuente que tu boca

y que no tengo libre la mirada.

Sabes que te prefiero y que concedo

todo lo que tu dulce mano invoca.

Que en ti está todo, y lo demás es nada.

 

 

LA ALACENA

Cada mañana abro la puerta

de la alacena, y se derrama

la gran marea contenida

de sus efímeras fragancias.

Del rojo labio de las orzas

como del borde de una playa

hasta mí llega el oleaje

que el especiero me adelanta.

Como en convento de clausura,

todos esperan, todos callan,

y el ruiseñor contemplativo

del tiempo trina y les delata.

Pongo mi mano en coberturas,

por mansedumbres alineadas;

palpo cebollas abadesas

que en tocas múltiples se inflaman,

ajos bufones y gibosos,

dulces almendras escudadas.

El azafrán —escandaloso

rubor ardiente de las aguas—,

acuarela que en los guisados

se empalidece y desbarata,

hilado ahora se suspende

como una vena solitaria

junto al fragante corazón

del laurel y de la albahaca.

Miro al altivo perejil,

la violenta remolacha,

la zanahoria rubia y verde

y la irascible nuez moscada.

Encapuchados, los pimientos,

frailucos tristes sin compaña,

buscan retiro entre las sombras

que los rincones les deparan.

La yerbabuena mece el tallo

soñadora y atormentada

y en la inocente especiería

la sal irrumpe adelantada,

nieve tenaz y entrometida

que en todas partes se derrama.

En un rincón, mecen su vientre,

gremiales, pobres, las patatas,

humildes, mansas y absolutas

en la pobreza de sus sayas.

Mundo, alacena, noviciado

del sabor. Vientre, nido, nada

y todo del mundo, del olor

con el que huelen las mañanas,

con que saben todas las cosas

escondidas y enamoradas.

Olor, servicio del olor,

oh, pequeña canción diaria

que contagia mis manos y hace

la tarea llena de gracia.

Especias, ramos, condimentos,

ingredientes de la esperanza.

He repetido vuestro nombre,

mi corazón también os canta.

¡Ay, si pudierais perfumarnos

las raíces de las palabras!

 

 

PRESENTE

He llegado a mirar la historia con ojos amables.

Comprendí no a los que habían sido peores o mejores

sino a los que existieron realmente.

Por fin hallé interés

en sus rostros cohibidos por unánime susto

sobre los mármoles.

Todos ellos —tal vez merecedores

de la inmortal nomenclatura—

acechados por la red de lo eterno

fueron insectos capturados o algo muy parecido

a lucir luego bajo la impecable

prisión de las vitrinas.

Así fue como nunca pude llegar a amarlos

porque estaban cubiertos de erudición y rito

y eran —tal Gundemaro, o Sófocles, o César—

obligación de aulas, olor espeso de pupitre,

tinta de letanía, venganza de aburridos.

Hoy he sabido ver la historia de otro modo

porque al fin he sabido que no existen historias

sino un instante único en el que somos todos

creados, aunque no lo entendáis, al mismo tiempo.

Codo a codo, los que concluyen inauguran,

inician otro amor, según lo hayan sentido,

así que no lloréis porque nada hay debajo,

nada queda enterrado sino vivo

en un presente rojo, de roja llamarada

donde caben, incluso, esas constelaciones

perdidas, y los monstruos del plioceno

mano a mano con el último

yeyé y el último rey jíbaro.

Por eso, como todos los que están

—aunque estén por venir— somos al mismo tiempo,

he sentido un profundo y provinciano amor

por mi vecino Sigerico

y gran ternura por los lacedemonios

que viven en el piso de al lado.

Sí, hemos de amar a todos, porque están con nosotros,

aprender a hablar de ellos como de seres vivos.

Él los está mirando al mismo tiempo

que nos mira a nosotros. Pero nos mira concluidos,

incorporados, recién llegados, juntos

en el todo que hoy desmenuzamos

—siglos, edades, eras, años, ciclo, estaciones—:

en el presente parpadeo

de sus enormes ojos lúcidos y creadores,

abarcadores, fijos, donde nada se pierde,

ya os lo digo, ni el último que llegue de los últimos.

 

 

VIOLENCIA INMÓVIL

Tú sabes la verdad del mundo, Loco mío,

y cómo has de entregarla lejano y maniatado,

en Cruz, como las aspas de un molino empinado

en solitaria calma y aparente desvío.

De lejos parecías un aquietado río

incapaz de abarcarnos con tus brazos atados,

pero de cerca fuiste un viento desatado,

blandiendo las espigas e incendiando el estío.

De lejos parecías quieto, sin movimiento,

que eras como ese mar pacífico de al lado

y me acerqué esquivándome de su salpicadura…

Y entonces, me abarcaste, me cegaste violento…

¡Gracias, Señor, te doy por haberme golpeado!

¡Gracias, por derribarme de la cabalgadura!

Tomado de:

https://www.cervantesvirtual.com/descargaPdf/pilar-paz-pasamar-seleccion-de-textos/

 

 

Por ellos no pasaste. Bien se advierte…

Por ellos no pasaste. Bien se advierte

que están secos, con sólo la sonrisa.

Van de una cosa a otra tan deprisa

que el agua de la vida se les vierte.

 

Van de acá para allá sin conocerte,

gastados por el soplo de otra brisa,

pero nunca sabrán de la precisa

hora en que el mundo en fuego se convierte.

 

Míralos: desatentos, desalados,

desparramados, secos, sin saberte,

más solos que la luna y ateridos.

 

No supieron ganar y están ganados,

no supieron mirar y están sin verte…

¡Qué pocos son, amor, los elegidos!

 

Amantes en la orilla

Me gustaría daros,

amantes en la orilla,

el tronco de algún árbol

donde pudierais todos

grabar las iniciales.

Un álamo o un pino,

o un roble, o algún chopo,

o la acacia de un parque

meticuloso y frío

que desdeñáis por este

salobre aire del mar.

Sí, un árbol para cada

pareja, un árbol trise

como todas las cosas

que sirven al recuerdo.

En el largo paseo

ni una mata, ni un trino,

ni una sombra. En lugar

de rosa y margarita

que deshojar, el alga,

la podrida y rotunda,

fuerte esencia marina.

El faro allá a lo lejos

ilumina de pronto

el abrazo furtivo

y hace, cómplice, guiños.

Un árbol sin raíces,

al aire, os traería.

Si alguna vez amantes

de este rincón, hubiera

olvidado el mensaje

de mayo, y la que os canta,

mi voz, ya no sintiera

su anuncio, os dejaría

mi garganta, y en ella

-como en un viejo tronco-

grabaríais el clásico

corazón, la promesa,

la inicial, y tal día

de tal año, en cualquiera

y feliz primavera.

Mi garganta aún podría

servir de algo al amor.

Tomado de:

https://www.isliada.org/poetas/pilar-paz-pasamar/

No hay comentarios.:

Publicar un comentario