martes, 30 de agosto de 2022

POEMAS DE EMMA BARRANDEGUY



Siempre sorprende

la repetición de los gestos

al bañarse,

al doblar la ropa

y guardarla en los roperos.

Los años me han enseñado

el ahorro de energía

y la precisión.

Y hasta a mirarse en los espejos

con la ceguera necesaria.

Sabemos que hay siempre una frase

que nos espera.

Y el beneficio de la lluvia.

Y hasta la sonrisa

ha encontrado su medida justa

y el domingo la dimensión domestica adecuada.

Pero hay cosas que todavía nos indignan.

Y todavía

la mentira presurosa

Viene en ayuda de un amor imposible.

 

*

 

refrán

 

Porque ha dicho:

“El que mucho abarca poco aprieta”.

¿Aprieta qué?

Aprieta el acopio de las cosas.

Quisiera en cambio no poseer nada

más allá del secreto silencioso de las lámparas.

Aprieta tú en tu mano

aquello que adquiriste.

Aprieta lo especial, lo que autoriza,

aprieta tu el sumario

y déjame abarcar la nube,

la rama, el rumor de los cables,

el vuelo, el mar,

la receta del bizcochuelo,

los bolsillos del niño

y también el cobro de la quincena.

Déjame abarcarlo todo

y no retener nada

ya que debo irme con las manos vacias

como vid.

Te dejo medir el gesto que conviene,

acumular los recibos y las planillas.

Me encontraras en el frigorífico,

en la simetría de las plumas,

en la cantera, en el motor, en el basket,

en la exposición de grabados,

en la charla con el guarda,

en el derrumbe de las jerarquías

o mirando el cielo de noviembre

cuando es de día a la salida de la oficina.

Mi respuesta tiene la única certeza vulgar:

dentro de cincuenta años,

todos los de mi edad estaremos muertos.

Y tu carga será ocupada por otro.

Déjame pues.

mientras,

déjame terminar de leerlo.

Para ir abarcándolo todo

para ir cada día apretando en mis manos menos cosas.

 

*

 

Déjenme ser una hoja de árbol...

 

“Déjenme ser una hoja de árbol,

acariciada por

la brisa”

La ultima hoja amarilla

de los fresnos,

del ceibo, de la glicina blanca.

Soja.

Ya culmina el otoño

entre nosotros.

Las hojas esperan en la vereda

El agua que las empapa y las ensucie.

El arbol, libre de ellas,

al fin puede conversar con la luna

que asoma brillante y sensual

por el este de la noche

que silba entre las ramas.

Tomado de:

http://elpoemadelmomento.blogspot.com/2018/02/5-poemas-de-emma-barrandeguy.html

 

 

EL APACIGUAMIENTO DE LAS COSAS

 

Todo está en calma.

Doy una mirada al cuarto:

Si muriera esta noche

mínimas serían las dificultades que siguieran.

No hay nadie ya despierto

y he concluido la última anotación

de lo que haré mañana.

Todo está encarpetado,

no hay ningún ángulo que sobresalga.

Casi no hay objetos redondos.

Los piolines en su sitio

y los suicidas sonriendo tras los vidrios.

Este poema es lo único que da

la clave de la madeja:

“Los monstruos, bien peinados, por dentro.”

 

de Las puertas, Instituto Amigos del Libro Argentino, Buenos Aires, 1964

 

 

HABITACIÓN DONDE DUERMO

 

También conozco el lugar exacto

donde Machado aprieta su lomo

entre Hernández y García Lorca,

pero me asombra el amarillo de las hojas

como si toda una vida

no hubiera pasado

y ayer nomás

la guerra de España nos convocara.

Viejos tapados cuelgan del ropero

donde papeles secretos

hablan de furiosas pasiones

ya diluidas

y un escondido retrato de Allende

testifica el último fervor.

 

de Refracciones, 1986

Tomado de:

https://libroemmagunst.blogspot.com/2020/04/emma-barrandeguy-2-poemas-2-3.html

 

 

Déjenme ser una hoja de árbol...

 

“Déjenme ser una hoja de árbol,

acariciada por

La brisa”

La última hoja amarilla

de los fresnos,

del ceibo, de la glicina blanca.

Soy.

Ya culmina el otoño

entre nosotros.

Las hojas esperan en la vereda

El agua que las empape y las ensucie.

El árbol, libre de ellas,

al fin puede conversar con la luna

que asoma brillante y sensual

por el este de la noche

que silba entre las ramas

 

 

Los poetas viejos

 

En los concursos de poesía,

los poetas de setenta años

sacan premios que no alcanzan

ni al precio de una edición modesta

ni al de un par de zapatos.

Lo saben

pero mandan igualmente sus versos.

En los partidos de ajedrez

se ponen y sacan los anteojos,

limpian con atención los cristales,

esperan, como siempre,

que el peón pueda anular una jugada

que parecía brillante.

En los reportajes

hablan del viejo Palermo

o de los amigos que se murieron

o de lo que podría hacerse en el país

si la marcha del mundo fuera otra

y volvieran los brillantes debates de las Cámaras.

En la radio evocan los tiempos

de Crítica o de la Revista Martín Fierro;

y no recuerdan a Boedo

porque es un tema peligroso

y revivir no quiere decir suscitar

ni resucitar.

En la calle Florida

miran,

como los provincianos,

a ver si alguien conocido los saluda,

o ciegos,

se dejan tomar del brazo

hasta la próxima bocacalle,

hasta la próxima charla.

En las librerías

observan los estantes con disimulo

en busca del lomo con su nombre

y discretamente se informan

sobre el modo cómo se vende la poesía.

El triunfo llega siempre tarde

para ellos

o se renueva en actitudes de cada día

y en un mundo que los desconoce

navegan aguas incontaminadas.

 

 

El amor triste

 

Vamos, vamos a cerrar la ventana,

no deben vernos ni los vecinos ni las estrellas.

El amor es así, amigo de lo apartado.

Aunque a veces también suele

tomarse de las manos y salir por los caminos.

 

Pero nosotros tenemos miedo

y nuestro amor no puede salir por los caminos.

 

¿Por qué ahora lo pienso?

Antes el deseo me empequeñecía

todo rechazo y toda precaución.

Ahora vivo persiguiendo este deseo insaciado

y viejo y lúcido y triste.

Y nada se vuelve para mí sencillo.

 

Nuestro amor está ahí, sin embargo,

pero no podemos sonreírnos por la calle.

 

La ternura rodea todo lo que tocamos, es cierto,

pero no es bastante, no es bastante.

 

Y el áspero goce no nos redime.

Sin embargo, ven, vamos,

vamos a cerrar la ventana.

Tomado de:

http://poetasaltuntun.blogspot.com/2010/03/emma-barrandeguy.html

 

 

El cuerpo

 

¿Por qué no es posible el amor?,

me preguntas.

Somos viejos, respondo.

Y que pases tu mano

por mi pierna,

me da cierta vergüenza.

Tontería, dice el amigo

y cediendo

me tiendo a su lado como cuando era joven

y lo ignoraba.

Pienso en todos los viejos

que desde un banco al sol

miran transcurrir las muchachas.

En mi padre y sus esquelas victorianas

a las niñas de los mandados.

Pienso en mi madre pulcra

cubriendo sus desnudos en un último gesto.

Pienso que los viejos son como todos

y apetecen sin pausa

si no han sido saciados.

El cuerpo gira ante sus ojos

con el gusto de lo prohibido,

como siempre.

Se los instala en la sabiduría

y no la tienen;

codician como jóvenes,

tienen pequeñas ternuras

como mi amigo,

tienen lascivas preferencias

que no les cuentan a los otros,

tienen derecho al amor

aun a costa del ridículo.

Y si pasan tomados de la mano

o se encierran en su mundo

con las persianas bajas,

tendríamos que mirarlos sin asombro

como a lentos vagabundos

o discretos amantes que renuevan caricias.

 

Emma Barrandéguy (Gualeguay, 1914-2006), Poesías completas, Ediciones del Copista, Córdoba, Argentina, 2009

Tomado de:

http://campodemaniobras.blogspot.com/2010/01/emma-barrandeguy-cuerpos.html

 

 

Fiesta patria

 

Domingo en soledad, y compañía.

mis ojos viejos miran la lluvia fuerte

de la siesta,

pienso en tus pechos

y en tu espalda

y en lo que ahora haces;

tu patrimonio,

lo que por amor logras

para tus hijos

y en cartas que no llegan

como en principio.

yo ya no puedo darte

mi cuerpo viejo,

sólo mis manos tengo para tocarte

y el oírte distante

aún me acompaña

y yo siempre lo pienso, mi vida,

como es que no puede encender una llama

como conmigo hiciste.

ojalá lo lograras

y si lo logras

te seguiré queriendo

y no sólo en domingo

ni en fiesta patria

sino toda, toda la semana.

 

 

Marina

 

Las patitas quemadas

De la andariega

Con la mente que arde

Y el corazón que espera.

 

Sigan andando fuerte

Las dos patitas

Que las llevo en mi mano

A las dos solitas.

 

Y esa mano se tiende

Como siempre en la vida

Esperando el abrazo

De bienvenida.

 

 

Carolina

 

Besaras en el cuerpo

De esta anciana que camina

Hacia su muerte

A tu padre

O al mío

En nuestra enmarañada

Sangre

Y yo besaré tu hombro desnudo

Con delicia

Como si mis manos tocaran

Flores delicadas.

 

Te aguardo sin decirte

Todo esto que ansío de vos

Tengo miedo

Pero te amo

Mientras un hombre

Llamado Benjamín

Sonríe entre sus cenizas.

 

 

Paseo

 

Descalzo entró en mi cuarto,

llovía y estaba acostada.

Me levanté y salimos en el auto.

Él estaba triste, había llorado

por un desamor.

Él sabía, sin embargo, que yo soñaba

con un imposible amor

para mis años,

pero yo sabía también que a él

eso lo ponía contento.

Quería verme feliz y compartir algo conmigo.

Aunque fueran cinco días de dicha, decíamos.

Él lo había adivinado.

Y yo metía los pies en sus zapatos aplastados

mientras errábamos por Gualeguay bajo la lluvia.

Y el amigo y yo nos dábamos la mano,

solos y

acuñados por idénticos desencuentros.

 

 

Narcisista y marido muerto

 

Trabajador de changas ciudadanas,

lo que encontrabas por ahí

para pagarte las copas.

Canoso, vencido, con un bastón

contra las burlas de los tontos

y tus piernas inseguras:

muerto, vagabundo sin prisa.

 

Vengo desde distancias a encontrarte,

solo

como siempre viviste

a pesar de nuestras sopas de maíz,

a pesar de nuestros encuentros nocturnos.

Me decías que yo tenía

demasiados libros en la cabeza

y quizás tenías razón

cuando elegías las camisas

o regalabas las corbatas que te compraba.

 

Espero el reloj que me prometiste

mientras te daba el brazo por la calle

y estaba contenta de tener un hombre

enredado a mi cintura.

 

Casi no reías,

no sé qué recuerdos o qué encuentros

te volvieron bebedor incansable,

pero amabas la tierra

y mirabas los ríos y los animales

con tus ojos de niño.

 

Trajiste para mí un gato blanco

en el bolsillo del gabán

y me levantabas en el aire

con tus brazos de fiesta.

No supe darte paz y alegría

y ahora sé que hemos vivido inútilmente.

 

 Estás muerto,

perdido en los baños de los bares

como otras veces

cuando rechazaba tus caricias.

 

Y pasarán centurias

antes que todo se haga trizas

como se hará,

y la vieja Botana y mi madre,

y vos y Manrique y Teba y tantos

hayamos comprendido

que la vida es sencilla

y el sexo un lugar como otros

y la cultura un estrabismo apenas.

 

Con tu mano en mi mano,

Neil borracho,

recibo tu certificado de muerte

y miro el anillo que me compraste

hace tantos años

por treinta y cinco pesos.

 

Amigo: único yanqui pobre,

motociclista en el cilindro de la muerte.

Tomado de:

http://laclaridaddelospatios.blogspot.com/2015/10/para-un-dia-como-hoy.html

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario