lunes, 1 de agosto de 2022

POEMAS DE JUAN GIL-ALBERT

 


Los muchachos

 

Homenaje a Porfirio Barba-Jacob

 

Me veo precisado a repetirlo

una vez más: mis solos compañeros

de ruta y lecho: jóvenes que fuisteis

mi tentación más firme y el encanto

de mi flaqueza. Debo repetirlo

por última verdad: os amé a todos

cual si fuerais el mismo y el distinto

que cada vez mostrábase a la vista

como un primaveral brotar de nuevo:

fuisteis David, Tobeyo, Albano, Cinthio,

y aquél que no durmió nunca en mis brazos

pero supo decirme como nadie

que me quería. Espectros redentores

de mi corporeidad, númenes vivos

de mi pasión, tormentas fugitivas

de mi buen tiempo. Chicos azarosos

que con vuestras muchachas e inquietudes

cumplíais vuestro sino dando el pecho

a toda adversidad y pregonando

la frágil dicha, el sueño interrumpido,

lo duro que es vivir aun siendo joven

y la mucha energía que se gasta

en tratos baladíes. Pero entonces,

como quien oye a Dios o algún maestro

que suele aparentar su misma calma,

veníais a buscar en mi clemencia

el resplandor difuso de mi sombra

rodeada de sol como un gran árbol

que nos acoge en sí y que nos preserva

de no sabemos qué, muchachos míos,

de no sabemos qué. ¡Qué más quisiera

que haberos preservado eternamente

de vuestra soledad originaria,

de vuestro desconcierto! Nunca pude

sino disimular mi limitada

zona de luz, lo poco que tenía,

para que sustentáramos unidos

esta gravitación de la existencia.

Pero os he sido fiel y eso me salva.

Estaban bien dispuestos los altares

en los que colocaba cada noche

vuestra imagen triunfal con su avecilla

de temblorosa luz. y aun cuando a veces

la soledad rociaba con ausencias

mi corazón, presagios eran siempre

de una nueva deidad que se avecina,

y pronto dibujábase en la mente

un inédito rostro que aportaba

con el sueño pasado la extrañeza

de un nuevo amanecer: constancias mías

de la cambiante forma que me disteis.

Así quiero que conste en mis palabras

lo que es verdad y nadie desvaríe

cuando quiere emplear la suficiencia

y hablar de lo que ignora. Sólo sabe

quién es quien se hace dueño de sí mismo.

Yo soy quien os amó. Vosotros fuisteis

los órganos florales de mi suerte.

y ahora que ya no estoy sobre la tierra

y que en hombres vosotros convertidos

añoráis algún día la fragancia

de lo que se extinguió, sabedme siempre, I

dispuesto a recrear no importa dónde,!

no importa con qué nuevo compañero,

la evanescente forma prohibida,

este inútil contacto perdurable

que fue mi meta.

 


La melancolía

 

En los postreros días del invierno

las claras lluvias alzan del abismo

un velo luminoso. Despejados espacios

flotan sobre las aguas invernales,

y un recóndito prado verdeante

surge ligero. Entonces una sombra

graciosamente andando reaparece

hacia el claro horizonte derramada,

y tras su espalda se abren los rumores

de una ofrenda gentil. En sus tobillos

sopla la brisa el surco de su velo,

y cual aparición queda en las almas

de arrobamiento. Apenas alejada,

sombra o verdad que cruza melodiosa,

sentimos nuestros pies paralizados

por su espectro ligero, y en las plantas

de nuestra mansedumbre ya verdea

el pálido confín, y los arroyos

se vierten como música en la tierra.

Sagrada luz resbala en nuestros hombros

cual un tibio vestido y contemplamos,

como hijos del sol, la nube henchida

vagar y en la ceñosa peña abrirse

la llama de la rosa. Es, nos han dicho,

la dulce Primavera; id a los bosques

donde al pasar la oscura tentadora

ha quedado un temblor insatisfecho

entre las misteriosas aves frías

que pueblan esas bóvedas silvestres.

Joven es el amigo que acompaña

nuestro pasmado anhelo con su casto

corazón encendido; ya no sabe

si es amor o amistad la que enamoran

sus delicados ojos, y se turba

ante la hermosa vida revelada.

¡Cuán breve es la embriaguez para los hombres!

Hoy, cuando he visto a aquella que ensimisma

los terrenales campos y los llena

de un fulgor amoroso, fui delante

de la visión que antaño sedujera

mi mortal alegría y la vi extraña,

Con sus negros cabellos recogidos

por triste diadema, cual la sombra

de los que como el oro recordaba

brillar entre sus velos. Sus ropajes

cuelgan ensombrecidos con un gesto

de cansada arrogancia. No muy lejos

se oyó cantar la tórtola dolida

en íntimos coloquios, y la dama

miraba con intensa servidumbre

las frescas violetas germinando

entre las verdes hojas de la noche.

Al acercarme vi su frente blanca

de extenuación y dije: ¿Tú quién eres?

Soy la Melancolía.

 


A un arcángel sombrío

 

Algún día

el sigiloso administrador de la divinidad,

aquel doncel extraño,

descenderá, para llevarme allí

donde su espada da luz a los elegidos

y la radiante oscuridad de sus ojos

satisface la integridad del hombre,

así como la fruta madura

sirve al inextinguible apetito de la muerte.

 

Removerá con su oscuro aleteo

el aire corrompido de la tierra

dejando que sus candorosos pies

levanten la polvareda de los caminos

y un viento invernal

hiele el corazón de las criaturas

y haga caer como frías muecas de consumación

los viejos ramajes de los árboles.

 

Dejará que los que le temen

oculten su vergüenza en la penumbra

y acallando sus pechos

musiten las plegarias que destinan

al huracán que arranca las cosechas

o a la pálida peste

que devora a sus hijos.

 

La vida que despierta,

el inclemente pasmo de su felicidad,

borrará pronto las huellas

de tanto horror,

y una radiante luz estacionada,

un nimbo clarividente y majestuoso

delatará a los hombres

que allí vive el elegido de su corazón,

y nadie osará desplegar los labios

ni cruzar con la irrespetuosa cabeza cubierta

por aquel vergel intransitable y quieto

donde se celebran las nupcias perennes del amor.

 

El murmullo de la vida

discurre bajo los apagados mármoles eternos,

y las flores que crecen

en los cercos de aquel confín

ostentan un no sé qué de repleto y magnífico,

y el balanceo de sus tallos

adquiere allí toda la gentileza de lo irremediable.

 

¡Venturoso el corazón que alberga

tu terrible placidez!

Aquellos sobre los que has descendido libremente

-como en nuestra melancólica tierra

solemos encontramos,

cual insospechado vestigio de tu existencia,

las encantadoras criaturas

sobre las cuales posamos nuestros ojos

con angustia mortal-

tendrán al fin aprisionado

en el frágil reducto de su cuerpo

tu luz enternecedora,

el filo de tu espada que da vida,

en torno a sus mudas frentes de placer

el aleteo negro de tu fruición

estará moviendo aquellas lacias cabelleras deseadas.

 

Así reinas,

divino ser del universo,

sobre aquellos que te amaron ciegamente

a través de las apariencias.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-juan-gil-albert/

 

 

LAMENTO DE UN JOVEN ARADOR

 

A Ramon Gaya

 

 

 

Una vez, siendo niño, era el verano,

 

un viejo labrador me llevó un día

 

sobre su curvo arado en el que dueño

 

recorría la tierra. Fue un instante

 

de azarosa belleza en que allí erguido

 

sobre el madero arcaico, vi moverse

 

mi fe sobre una oscura espuma densa

 

que a mi paso se abría. Tras mis hombros.

 

 

 

el anciano velaba mi entusiasmo,

 

como esos genios que más tarde he visto

 

en un vaso pintado protegiendo

 

la adorable inocencia y en los lindes,

 

 

 

de aquella complaciente tierra negra,

 

bajo los centenarios olivares,

 

mis padres, con sombrillas, me miraban,

 

como dioses que aprueban. Encendidas,

 

 

 

como chispas de oro, las cigarras

 

en torno nos traían los calores

 

de su ventura, mientras que aquel rapto

 

convertíame en sueño que redime

 

 

 

de tantas postraciones venideras.

 

Sueño sin duda, sueño desolado,

 

que brilla en mi memoria como un ángel

 

que vino y me tocó y alzó su vuelo.

 

 

 

Heme aquí entre el hollín de las ciudades,

 

la lividez, la envidia y el acento

 

lúgubre de una lucha despiadada,

 

sombra de aquel instante que destella.

 

 

 

         (De Las ilusiones con los poemas del convaleciente, 1944)

 

 

 LA FIDELIDAD

 

 

 

 VI

 

 

 

Quisiera tener tumba en la alta sierra

 

cubriéndome cual techo el cielo azul.

 

Y allá bajo, en la arena, refrescante,

 

el rumoroso mar. Unos olivos en torno

 

de mi piedra sin que impidan

 

al sol dejar sus besos sobre el nombre

 

de quien lo amó. Después, a ser posible,

 

que un festón de violetas muy oscuras

 

abracen, cual guardianes, esa sombra

 

de un mortal ya dichoso.

 

 

 

         (De Poesía, 1961)

 

 

 

 

 

 

 

EL PRESENTIMIENTO

 

 

 

                   Homenaje a Antonio Machado

 

 

 

A veces pienso el mundo se ha acabado:

 

desciendo por la senda de la vida

 

 y dejo atrás el orbe luminoso"

 

que me encontré al llegar. Una fragancia

 

sigueme como un humo de recuerdos

 

mientras el pie se mueve inexorable

 

hacia la oscura orilla silenciosa.

 

Allí me espera un barco solitario

 

con sus luces ocultas: nadie, nadie,

 

ni un solo pasajero en los andenes,

 

ni una mano, un adiós, no, nada, nada.

 

Sólo una línea exigua de horizonte,

 

y opacidad, y yo, yo solo y triste

 

lejos de todo aquello que en su día c

 

reí ser mío.

 

 

 

         (De Homenajes e In-promptus, 1976)

Tomado de:

http://www.antoniomiranda.com.br/iberoamerica/espanha/juan_gil_albert.html

 

 

Las mentiras

 

                                         Tema para una canción

 

No puedo sino amaros

estrujando vuestras veleidosas acechanzas

sobre mi pecho estremecido,

porque ¿de qué otra cosa podría vivir?

 

Recordar la vida pasada

es como regar el huerto de vuestras sombras,

y suspirar por algo desaparecido

es levantar las ciegas estatuas de un jardín.

 

El desvarío es grande

e insensata la índole de mis sentimientos,

mas cuando un hechizo obra sobre un corazón,

¿quién puede disiparle esa áspera pena?

 

Verdad, verdad deseada,

en los labios engañosos del mundo

paréceme escuchar como posible

el eco de tu clemencia.

 

 

Las violetas

 

                                        A la memoria del poeta romántico

                                         Enrique Gil, que cantó a la violeta.

 

Una leche nocturna os amamanta

en el triste regazo de los sueños;

la oscura palidez tiñe las hojas

de vuestros leves brazos somnolientos

y al fin, en la espesura humedecida,

queda el intenso beso de la noche,

su mortal arrebol allí dejando

la tardía belleza; ya la aurora,

rosa y apenas verde como todo

lo que se inicia, extiende su mirada

sobre el mundo, que lleno de rocío

simula un despertar; sólo vosotras,

ajenas al placer de la mañana,

conserváis ese lívido trastorno

de la noche perdida, y allí envueltas

en vuestra huraña y misteriosa sombra,

cual si, morado pájaro en la tierra,

más que savia, un latido os levantara

del sopor vegetal; porque entretanto,

la noche, el fresco viento o el poeta

os dejaron el cárdeno suspiro

del gran enamorado que no vuelve.

 

De "Las ilusiones"

 

 

Los idólatras

 

Cada cual a través de las tinieblas

ansia de luz advierte en las entrañas;

cada cual va buscando con anhelo

un confín que recuerda desde niño, niño

una aquietada llama. ¡Y para cuántos

esa luz es abismo en que naufraga

su dulce y loca libertad transida!

En los bosques la espada de los cielos

no disipa las sombras, las enciende

de misteriosos halos que se ocultan

entre las altas formas del silencio.

Todo palpita oscuro, y aquel rayo

torna más insaciable la existencia.

Hay unos hombres tristes de extravío

que adoran las estatuas, cual entonces,

cuando entre el mirto agreste aparecía

un blanco mármol de dormida testa

soñando indiferente su hermosura.

Entre las multitudes las descubren,

entre el vasto oleaje que devora

y hace brillar el sol de las ciudades,

señalan las infaustas criaturas

en cuyos rostros ábrese el abismo

del que nadie retorna. Hay en sus cuerpos

un claro resplandor de tentaciones,

un esbelto misterio trastornado,

una azulosa llama con que alumbran

el sediento vacío: las estatuas

son del Amor. Prisiones encendidas.

Los idólatras, cual una garra, sienten

su tierno corazón sobrecogido

y en sus ávidas almas se entroniza

como un furor la imagen engañosa.

Siervos de falsa aurora, no conocen

ni placer ni reposo; esperan siempre,

ante el ídolo amado, que se abran

las desiertas regiones de sus ojos

y en el helado pecho van buscando

la imposible palabra. Las coronas

que dejan extasiados en sus sienes

apenas si un momento vivifican

el lúgubre esplendor y ajadas cuelgan

su insaciable tortura, cual la muerte

deja amarillo el rastro de las horas.

Un inútil desgarro les advierte

la sombría emboscada y nada saben,

divinos ciegos, de la luz que anhelan.

 

De "Las ilusiones"

 

 

Refinamiento del campo

 

Las piedras colocadas sobre piedras

y encima de ese muro primitivo

algún olivo blanco.

No sé por qué será que ciertas cosas

que apenas dicen nada,

que bien analizadas no son cosas

dignas de nada,

causan sobre mi ánimo un influjo

de inextinguible paz.

Se diría que siento mis raíces

dentro de esos contornos depurados

que no son nada,

dentro de esa vejez

de una humildad tan firme

cual si una incitación muy familiar

me retuviera allí.

Algo como una voz que me dijera

de dentro de mí mismo:

esta fe encantadora

es la pobreza.

 

 

Sobre unos lirios

 

(Apuntes)

 

I

Mancebos como príncipes,

os habéis alejado del jardín

y crecéis en mi alma,

en algún oculto declive.

 

Morados y blancos, malvas y amarillos

son los colores de vuestras vestiduras,

y espolvoreados de plata

desafiais al tiempo.

 

Cuando sopla la brisa

de mi corazón enamorado,

sonreís lentamente

como si recordarais.

 

II

Os llevaba conmigo,

como un manojo de príncipes

que rodean al maestro

en el ejercicio de la mañana.

 

Luego engalanabais

mi mísera vivienda,

pero vuestros verdes espadines

me recordaban nuestra distancia.

 

III

Os amo,

flores lejanas,

jóvenes reyes

del monte misterioso.

 

Comprendo que hayáis huido

del jardín y su gente;

nada atrae allí

a vuestra altiva sencillez.

 

Entre estas cuatro paredes,

¿os resultaré un triste inoportuno?

Y sin embargo vuestro dulce aroma

me llega como la respiración de un amigo.

 

IV

Desde muchos años,

nadie había sabido acompañarme

con esta gentileza

que me cautiva.

 

Cautivadores sois,

inexpresables,

y vuestra presencia ha sido en estos días

como el sueño de mi juventud.

 

Cuando la pálida púrpura

del capullo se aje,

¿qué imagen entristecedora

os llevaréis de mí?

 

V

Os puse junto al recuerdo

de una jovencilla desaparecida,

porque me gusta rodearme

de seres que no dañan al amor.

 

Quizás entre ella y vosotros

hay un diálogo inefable

que yo nunca entendería,

porque soy un hombre.

 

De "Las ilusiones"

Tomado de:

http://amediavoz.com/gilalbert.htm

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