Túpac Amaru
(1740- 1781)
Todavía hablan de mí situándome en el centro
de la imagen -las cuerdas, los caballos,
mi cuerpo que defiende la unidad intacta
de sus miembros-, y remordidos
prefieren mantenerme ingrávido en el aire.
Se llenan de frases elegantes al citarme:
Aquí no hay más culpables que tú y yo,
tú por someter a mi pueblo,
yo por pretender liberarlo.
Y hasta el horror se les antoja recurrente
al indagar en los folios del castigo
lo barroco de mi queja: Onze coronas
de hierro con puntas muy agudas,
que le han de poner en la cabeza…
…Por la parte del cerebro se le introducirán
tres puntas de hierro ardiendo
que le saldrán por la boca…
Qué decir de sus sospechas,
siempre irreprochables, al implicar
en la forma torturada
una metáfora de culpas nacionales
(el equilibrio entre mi cuerpo indivisible
y el verdugo que quiere fragmentarlo,
¿no evoca al equilibrio suicida del Perú,
su imposible armonía?).
Y se escudan en los mitos y obsequiosos
de palabras fermentan en mis miembros mutilados
(por los que yo sufro
mientras ellos investigan)
inconcretables utopías: Cuando su cabeza,
que escondieron debajo de palacio de gobierno,
se encuentre con sus extremidades,
volverá el tiempo de Inkarrí.
Y esperan que otra vez Areche me
coloque
entre los potros del tormento,
y el hacha, ya no los animales,
en las diestras manos del verdugo
separe mis huesos de sus goznes
para encontrar sentido a sus asertos.
Inútil recordarles a los muertos precedentes:
que mi esposa Micaela caminó hasta el cadalso
sin bajar la vista (y eso que llevaba
la lengua hecha un guiñapo y salpicaba sangre
en las finas ropas de Matalinares);
que Tomasa Titu se rió de los cuchillos;
que el negro Oblitas derramó dos lágrimas,
no por la inminencia de su muerte,
sino por lo enojoso de las despedidas;
que, en fin, mis hijos aguardaron con paciencia
que uno a uno los fueran destroncando.
Prescindible es el dolor para tan eruditas
reflexiones: ¿abjuré del rey y sus impuestos?
¿Sobreestimé las condiciones subjetivas
y el carácter de masas de la insurrección?
¿No fui un novato en estrategia?
Pero al cabo generosos
exaltan mis virtudes
caras al siglo de las luces:
era un noble arriero que vestía
de negro terciopelo y cabalgaba un potro blanco
y se sabía de memoria a Garcilaso
y montaba el drama del Ollantay
antes de entrar en la batalla.
Un look para el consumo: los cabellos largos
coronados por un sombrero con el pico rombo
y el ala tiesa y circular -ideal
para levantar turistas en el Cusco.
Una tentación de los arcanos astrológicos:
Huáscar versus Atahualpa,
Manco Inca versus Paullu,
Túpac Amaru versus Pumacahua,
los pares fratricidas -Géminis, sin duda.
Una extravagancia de genealogistas:
rastrear sangre de mi estirpe
en las cortes de Polonia y Portugal.
Un recurso del poder:
citar un verso del poema vigoroso de Romualdo
(querrán matarlo y no podrán matarlo)
cuando la mancha india se arrebata.
Nada más oportuno para todo
que el agonista prometeico,
el que muere porque no muere.
Si tanto saben de mi vida y de mi gesta
¿por que no revierten mis fracasos
y después me echan en tierra a descansar mi muerte?
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2021/11/poesia-peruana-tulio-mora/
Ku-Chío
(? - 1870)
Entre el mar y los cañaverales
mi caballo relincha pintado de azul y rojo
(el símbolo del ying y el yang).
Los señores huyen de sus mecedoras
acomodadas bajo el dintel de su casa-hacienda,
sus esposas arrojan los bordados,
abanicos y sombrillas,
los perros aullan.
Una corneta y un atabal me flanquean
en el horizonte poblado de chinos.
En la chusma traída al Perú
sin más señales que la jeta amarilla
y los ojos como pinceladas violentas.
Bajo a Araya, avanzó a Upacán,
como Pativilca.
La noche baja por los riachuelos.
En el paisaje incendiado pienso en la esposa
y en los hijos que no tuvimos,
en el contrato de ocho años
que agrego a nuestras fatigas
látigos y grilletes.
Pero no puedo pensar en Cantón
La madrugada baja de Pativilca a Barranca.
Yo no escribo manifiestos, no soy comunista,
Chon-Sai no conoce a Confucio,
Sui-Ki no conoce a Li-Po o a Po-Chu-Yi,
no hacemos la Gran Marcha,
la Revolución Cultural,
pero sabemos que el presidente Balta
ha dicho en el Congreso:
La agricultura del Perú
es como la
Venus del Milo
bella pero sin brazos.
Y firma un decreto por el que traen
más chinos par construir los ferrocarriles
y trabajar en las islas guaneras.
Y se estremece la tierra / gritos de guerra
llegan,
escribe Po-Chu-Yi,
y Tu-Fu: los campos están abandonados /
las guerras
y las matanzas
no terminan nunca.
Pero yo nunca los he leído,
solo sé que el sol de los cañaverales arde.
Es la guerra de los rostros pintados
que dura un día
como el breve verso imaginista.
En Barranca, el coronel Rodríguez
repasa a los heridos en la batalla,
pero los hacendados no quieren campañas punitivas:
la Venus de Milo debe reconstruir su belleza
con brazos de Chino
como los que usa el presidente Balta
en su hacienda de Jequetepeque.
Los negros y los indios huyen hacia el desierto,
los chinos se ahorcan en una cueva.
El agua baja rumorosa de queja suicida,
mi caballo solitario baja por el mediodía.
Tomado de:
https://www.elciudadano.com/artes/attulio-mora-seleccion-de-poemas-de-cementerio-general/01/03/
PIKIMACHAY (20,000AC – 14,000 AC)
Descanso la fatiga de una vida sin culpas
bajo la humosa, limosa tierra de una cueva.
Pero antes en las pampas
limpias como el ojo de la luna
fundé la memoria de este país.
Fue como cargar a un puma vivo.
DOS VERDADES
Una verdad es que cuando croan todas
las ranas del altiplano
en pocos momentos empezará a llover.
Definitivamente nunca fallan coro y tormento.
Tienen la precisión que le debe a la fascinación
la algarabía de un poema.
Las batracias no necesitan de la videncia o la religión
ni de la ciencia o la filosofía.
Apenas aplican el canto aprendido
desde su nacimiento oliendo en el viento
lo que su pecho despertará,
la plegaria melodiosa que no distingue
sino el júbilo compartido
por el agua que vaciará el lago del cielo.
¿Podríamos llamarlo felicidad o solo un aprendizaje
depurado en millones de años?
¿Y qué hemos aprendido nosotros en el mismo tiempo
que no sabemos cantar hasta hoy con el mismo fervor?
ESA EDAD
Por sus muslos bajo como una burbuja de carbón,
licuefacta, reventada; por sus muslos abiertos
y su inocente jardín negro picoteado por el viento,
abajo, más abajo de los tajos de la carne, más abajo
del atajo donde el río fue a morir en una mina;
como una infección, por donde todos hubimos de bajar,
por los pujantes dolores de la mujer, madre, madre
(Emma echada, Emma mordiendo con indelicadeza
la funda de una almohada, su aspereza, Emma
desproporcionada por el crecimiento de una cabeza
que ya ve salir como un tallo de azucena
que quisiera arrancarse), madre que no quiso
que yo naciera en una curva de ese río, en la más
alejada de las casas, pero era febrero y llovía y mi padre
no estaba y Emma buscó a una comadrona y dos días
antes ella fue hasta su cama y le dijo a Emma
(mi pequeño pincel, mi noche de naranjas tatuadas),
tocándole las sienes con los pulgares, le dijo
(verso apretado en tu frente, Emma, pobrecito volcán)
que esperase otros dos días, y he aquí que dos días
después la partera baja desatando distancias como madejas
de nubes, errante como una torrentera sin cauce,
y he aquí que baja puntual (Emma contaminada
por el sol de los trenes sin retorno) para bajarme hasta
su pollera o el suelo, bajándome por el cuello (Emma,
muchachita con las piernas tan abiertas, penetrándola
el viento helado de sucia ceniza), pero más abajo
aún, pero más abajo aún, donde se enturbian los espejos
de lo lejos, donde acaban los reflejos, donde se pierden
las inflexiones del dolor. Y qué quedó Emma de ti,
y qué de mí, y qué de quién en el espacio en que uno nace
oliendo a adobes, a tejas lagrimeantes -mientras, más
abajo del mundo, las raíces de la vida son como las manos
que se buscan en dos universos distantes-; oliendo a casa
solitaria (que no deja entrar al diablo), designada para
la maestra -que era Emma. Y ella bajó (por el olor) de un
camión con su panzota bellísima, robusta, y tuvo
que ceder al miedo. ¿Un laberinto o un desierto? ¿Qué
vio Emma al bajar? Mineros tristes pidiéndole una taza
de té para resistir la tristeza, camas sucias, mesas sin
manteles bordados, lámparas de petróleo donde no brillaba
el futuro; vio su barriga que la ponía debajo de los
grandes
alientos históricos, serenamente imposible, enamorada
de mi padre que llevaba la barba como un misionero
sin senda, mientras Emma tenía el olor de la hierbabuena
(y yo en su vientre bajo, en un universo celeste, me abría
hacia la superficie por un poco de aire, delfín allí
sobre una lánguida ola, contemplativo y feliz). Debajo
de campanarios y explosiones que precedían el ingreso
resignado de los mineros, dándole a ella -a Emma-
¿felicidad?, ¿temor?, ¿qué sentimiento intruso?; debajo
de un calendario de fiestas sin santos ni guirnaldas;
debajo del fuego estridente de un primus, al nivel
del llantén y del aullido de un perro, al nivel de los
lagos
que tentaban a los suicidas con sus reflejos de
inexplicables
eclipses lunares, al nivel de las cruces de los hijos
de los pastores que no llegaron ni siquiera a esta casa
a morir -la primera para llegar al pueblo-; desde abajo
caigo sobre la sábana blanca (la sangre última del
sacrificio
materno se mantiene en el lienzo cobrando su más
expresionista mensaje de sobrevivencia), navegante
involuntario por el espacio oprimido de un cuarto, caído
pero no perdido, recuperado ante el primer grito (el más
agudo a partir de entonces), cuando no era más grande
que un diente de ajo ni más alto que un ala de gorrión,
abajo
de Emma (Emma inocente, Emma como un cesto
que ofrendamos a los seres más tiernos), abajo debí caer,
mientras Emma me limpiaba las primeras lágrimas, el pelo
alborotado, ya expulsado de ella para siempre.
HUAYLLAY
Manos alzadas bajo la lluvia.
Cortaban las uñas y acicalaban el rostro
demacrado y casi lampiño del muerto.
Lavaban su cuerpo amoratado con agua de lago.
¿Qué hombre no se edifica un perdón excesivo,
en masa, bajo el tañido de una campana de abril?
Una banda musical afligía los cerros,
por donde ascendían, descalzos y arrodillados,
hasta la cima coronada por una cruz.
¿Pero qué hombre no cree que Dios es su dolor?
Por eso limpiaban su cuerpo, redoblando el cuidado
que no tuvieron el sacerdote ni el escultor.
En las profundidades de su silencio
acaso ese cuerpo revelaba la certeza de otra pasión.
Más allá, más allá del tiempo y sus sueños
habitaría el dolor verdadero.
Las heridas de la tierra, simples escoriaciones,
como la agonía resplandeciente de una luciérnaga
nos evoca la colisión de una estrella.
PASCUAL DE ANDAGOYA (1498- 1548)
Sólo yo supe el nombre de este reino
por el joven Panquiaco, hijo del cacique
de Comagre: Birú (suave como un beso),
que corrompió la soldadesca
llamándolo Perú.
Y a pesar de mi aversión
a las faenas de guerra
y a la áspera floresta de los trópicos
decidí ser el primero en descubrirlo.
No me llamare, como el cronista
Oviedo, al relatar mis peripecias,
………un hombre falto de aventura,
ni tendré rubor de volver a confesar
que renuncie a su conquista
cuando caí de una canoa y me harté
del agua cenagosa hasta quedar tullido,
si a ello sumó la muerte de mi esposa
y la cárcel que sufrí en Nicaragua,
admitirán que fue cosa de Dios o del azar
que no arribase a estas tierras
antes que los socios de Pizarro.
Lo sé porque a Cuzco fui a morir
y no seguí los complicados jeroglíficos
del cielo o de los mapas
sino el reguero de cadáveres
a todo lo largo del camino,
Si me liberé de cometer
crímenes atroces y vergüenzas peores
¿qué remordimiento he de guardar
por mi buena o mala suerte?
Pero le debo el nombre a este país,
me pertenecen sus sílabas austeras
que aluden al aullido trágico y ventral
de un cementerio general.
Eso me echa más culpas que Pizarro.
TOQUEPALA (10,000AC – 5000AC)
Una y otra vez la arcilla colorida se adhiere a la pared
dando forma a las manadas que afuera, en la planicie,
corren, acezantes por los dardos
que arrojamos sobre sus carnes frágiles y tiernas.
Tensos, por la herida, los más débiles nos miran con los
ojos
del que jamás volverá a asombrarse.
La resignación es su lenguaje. Los más fuertes
se revuelcan de dolor, lanzan gemidos que el carbón
no reproduce. Su agonía es todo el arte que he dejado.
Su agonía y el goce (también el miedo) de mi vientre.
Aquí no he pintado una ceremonia, sino un consuelo.
El tiempo -esa repetición de mis harturas y penurias,
con los dientes más filudos del más viejo carnicero del
Perú-
concederá otros atributos a mi estilo, pero recuerden
el hambre hizo de mí el artista que ahora elogian.
Tomado de:
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