domingo, 7 de agosto de 2022

POEMAS DE TED HUGHES

 


Cuervo Ego

 

     Cuervo esperó a que Ulises se volviera

gusano, y Cuervo lo comió.

 

     Luchando con las dos víboras de Hércules

asfixió sin querer a Deyanira.

 

     El oro que rindieron las cenizas de Hércules

es ahora electrodo en los sesos de Cuervo.

 

     Bebiendo sangre de Beowulfo y abrigándose

con su piel, Cuervo alterna con fantasmas.

 

     Sus alas son el lomo rígido de su libro,

él mismo única página, toda ella de tinta.

 

     Por eso mira al fondo del pasado

como un gitano el vidrio del futuro,

 

o un leopardo la selva pingüe.

 

Versión de Jesús Pardo

Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

El salmo de los jejenes

 

El jején es de linaje más antiguo que el hombre

                                                                           Proverbio

 

     Cuando los jejenes danzan en la tarde

luchando en el aire, garabateando,

y deshilachando su léxico loco,

agitando su muda cábala

bajo la sombra de las hojas

 

     Hojas sólo hojas

contra las espesas saetas del sol

contra las saetas del tardío sol

a sus ojos frágiles y su ánimo oscuro

 

     Danzando

     Danzando

en el aire escriben, lo que escriben borran

anudan las letras, las hacen maraña

y todo son yoyo de todos los otros

 

Inmensos imanes en redor de un centro

 

     Ni escriben ni luchan pero cantan cantan

que no son materia sus ciclos vitales

que no tienen miedo del sol y que el único

sol que tienen vive demasiado cerca

rompe su canción de todos los soles

que son ellos mismos soles de sí mismos

su propio residuo

suelto por la nada

sus alas la llama van des dibujando

cantando

cantando

 

que ellos son los clavos

en los miembros ágiles del jején divino

que el sufrir sonoro del viento ellos oyen

por entre la hierba

y de la colina nocturna el dolor

y las poblaciones junto al cementerio

vanse ensombreciendo más y más oscuras

 

     El viento se inclina con gritos raspantes

y los aeropuertos y los tierrapuertos

danzando en el viento

la danza del viento, la danza mortal,

en marjales húndense y entre la maleza

y en ciudades como boñigas en polvo

 

     No así los jejenes, cuya agilidad

ha sobrepasado ya estos umbrales

y les pone a salvo de la hambrienta hierba

danzando

danzando

a la sombra amiga de los sicómoros

 

una danza que nunca cambia

que da sus cuerpos a la hoguera

 

sus rostros de momia no serán usados

 

sus pequeños rostros barbudos tejiendo

y sobrenadando en la nada, agítanse

en el aire agítanse, agítanse

y sus pies colgantes como pies de víctimas

 

     ¡Oh pequeños santos

muertos de fatiga por sus propios cuerpos

matando a fatiga a sus propios cuerpos

sois vosotros ángeles del único cielo!

 

     ¡Dios es un jején todopoderoso!

¡Sois la más potente de las nebulosas!

Mis manos al aire vuelan, son locuras

mi lengua en las hojas arriba

y mis pensamientos se esconden

 

     Vuestra danza

vuestra danza

 

rodea mi cráneo lentamente aléjalo   al   espacio abierto.

 

Versión de Jesús Pardo

Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Estaciones

 

I

     De pronto su pobre cuerpo

se quedó sin la defensa

de su mente adormilada.

 

     Antes de que el funeral se diluyera,

el féretro, como una lancha, se rompió a fuerza de sacudidas

entre las grandes estrellas que nadaban por su ruta.

 

     Un rato

 

el tallo del tulipán a la puerta superviviente

y su chaqueta, y su esposa, y su última almohada

cogidos unos a otros.

 

 

II

     Comprendo los ojos hundidos

de los viejos

 

secos residuos

 

rotos por mares que no podían vivir.

 

III

     Eres extraño, sales de un huevo

puesto por tu ausencia.

 

     En el gran vacío te sientas contento,

mirlo entre nieve húmeda.

 

     Si pudieras hacer sólo una comparación:

tu situación es tan triste que desistirías.

 

     Pero tú, desde el principio, rendido al vacío total,

luego a él se lo dejas todo.

 

     Ausencia. Tu propia

ausencia

 

llora su reposo a través de tu música consumada,

su capa oscura sobre tu alimentar.

 

IV

     Ya digas, pienses, sepas

o no, así es, así es, como

sobre raíles sobre

el cuello que dejan sus ruedas

la cabeza con su vocabulario inútil,

entre los plátanos azotados.

 

Versión de Jesús Pardo

Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Examen a la puerta del útero

 

     ¿De quién son estas patas huesudas?

De la Muerte.

¿De quién este rostro quemado e hirsuto?

De la Muerte.

¿De quién estos pulmones que aún funcionan?

De la Muerte.

¿De quién esta capa de músculos utilitarios?

De la Muerte.

¿De quién estas entrañas increíbles?

De la Muerte.

¿Y toda esta sucia sangre?

De la Muerte.

¿Estos ojos que apenas ven?

De la Muerte.

¿Esta lengüecilla aviesa?

De la Muerte.

¿Esta atención arbitraria?

De la Muerte.

 

¿Dado, robado o en espera de juicio?

Asido.

 

¿De quién es esta tierra pétrea y lluviosa?

De la Muerte.

¿De quién es todo el espacio?

De la Muerte.

¿Quién es más fuerte que la esperanza?

La Muerte.

¿Quién es más fuerte que la voluntad?

La Muerte.

¿Más fuerte que el amor?

La Muerte.

¿Más fuerte que la vida?

La Muerte.

¿Pero quién es más fuerte que la muerte?

                                                           Está visto que yo.

     Cuervo, pasa.

 

Versión de Jesús Pardo

Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Los compañeros de juegos de Cuervo

 

     Cuervo, solitario, creó a los dioses para sus juegos:

pero el dios de la montaña se liberó de él

 

y cuervo cayó de la pared pétrea de los montes

con lo que se vio muy reducido.

 

     El dios fluvial sustrajo los ríos

a sus líquidos vivientes.

 

     Un dios tras otro: y todos fuéronse liberando de él

robándole su hogar y su fuerza.

 

     Cuervo vaciló, sus restos, inertemente despojados.

Era residuo de sí mismo, escupitajo de sí mismo.

 

Era lo que su mismo cerebro no alcanzaba a comprender.

 

     Y así, el mínimo, el menos vivo objeto existente

fue merodeando sobre su grandeza inmortal

 

más solitario que nunca.

 

Versión de Jesús Pardo

Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Montañas

 

     Soy una mosca si éstas no son piedras,

si no son piedras éstas soy un dedo.

 

     Dedo, hombro, ojo.

El aire las rodea como atento.

 

     Allí estaban ayer y el mundo anteayer,

contentas todas de su herencia,

 

no hacía falta trabajo, sólo poseer el día,

sólo poseer poder y su presencia,

 

sonriendo a distancia, luminosas las faces

de la paz del paterno testamento,

 

flores en el cabello, decorando sus miembros

el dolor del amor y el dolor del temor y el dolor de la muerte.

 

Versión de Jesús Pardo

Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Pibroch

 

     El mar aúlla con su voz vacía

tratando por igual vivos y muertos,

cansado de la bóveda celeste

después de innumerables noches faltas

de sueño, de objetivo, de autoengaño.

 

     Como piedra. La piedra es prisionera

como ninguna cosa muerta o viva.

Universo de ovejas negras. Crece

consciente a veces de la mancha roja

del sol, soñando que es de Dios el feto.

 

     Sobre la piedra el viento se apresura

y sabe penetrar en nada, como

la oreja de la piedra ciega misma,

que se da vuelta como si sintiese

su mente una explosión de direcciones.

 

     Bebiendo el mar, la roca devorando,

el árbol lucha por abrirse en hojas:

una vieja caída del espacio

que desconoce nuestras circunstancias.

Sigue asiéndose, enteramente loca.

 

     Minuto tras minuto, evo tras evo,

nada se frena ni se desarrolla.

Y no es tanteo ni frustrada prueba.

Aquí ojiabiertos ángeles penetran.

Aquí todos los astros se arrodillan.

 

Versión de Jesús Pardo

Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Rosa del alba

 

     Está fundiéndose una vieja luna helada.

 

     Agonía bajo agonía, el silencio del polvo,

y un cuervo que conversa con los cielos de piedra.

 

     Desolado es el grito recortado del cuervo

como boca de vieja

cuando los párpados terminan

y las colinas persisten.

 

     Un grito

sin palabras

como el quejarse del recién nacido

en la balanza metálica.

 

     Como el sordo fogonazo y su estertor

entre coníferos, a la media luz lluviosa.

 

     O como la estrella de sangre repentinamente caída,

pesadamente caída sobre la hoja suculenta.

 

Versión de Jesús Pardo

Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Secretaria

 

     Si alguien la toca llora, da un chillido,

se esconde, oculta la terrible herida:

como un gorrión se pasa el día entero,

entre hombres, mirando de reojo,

 

al menor ruido sale disparada.

Por la noche sortea los piropos

como un ratón. Por fin, segura, en casa,

cose camisas, zurce calcetines

 

al padre y al hermano, hace la cena,

se acuesta pronto y cierra, con la luz,

sus treinta años. Duerme nalguiprieta,

cierra sus bellos ojos hasta el día.

 

Versión de Jesús Pardo

Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Setiembre

 

     Vemos la oscuridad cernerse lenta:

no la miden relojes.

Cuando besos y abrazos se repiten

desaparece el tiempo.

 

     Es verano. Las hojas cuelgan quietas:

a mi espalda una estrella,

bajo un brazo sedeño un mar me dice

que ya no existe el tiempo.

 

     Las hojas no midieron el verano

ni hacen falta relojes,

sólo tenemos lo que recordamos:

minutos que nos llenan la cabeza

 

como a esos reyes desafortunados

que el populacho acosa,

mientras, lentos, los árboles reflejan

sus copas en el charco.

 

Versión de Jesús Pardo

Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

 

 

Un gesto

 

     He aquí este gesto escondido.

Buscaba un hogar. Tanteó rostros

distraídos, por ejemplo, el rostro

de una mujer que se sacaba un niño de entre las piernas

pero en aquel rostro duró poco tiempo el rostro

de un hombre preocupadísimo

con el acero volador en el instante

de un choque de automóviles se fue de su rostro

dejándolo solo eso duró menos tiempo incluso, el rostro

de un soldado disparando ráfagas de ametralladora no mucho tiempo y

el rostro de un jinete en el segundo

en que chocaba contra la tierra, los rostros

de dos amantes en los segundos

en que tanto se penetraban que olvidáronse

completamente uno de otro yeso estuvo bien

pero tampoco duraba.

 

     Así pues el gesto probó el rostro

de una persona perdida en sus gemidos

un rostro de asesino y el momento áspero

en que el hombre rompe todo

lo que se le pone a tiro y es capaz de romper

luego se fue de aquel cuerpo.

 

     Probó el rostro

en la silla eléctrica buscando una permanencia

de muerte eterna pero era demasiado plácido aquello.

 

     El gesto

volvió a hundirse, desconcertado por el momento,

en el cráneo.

 

Versión de Jesús Pardo

Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971

Tomado de:

http://amediavoz.com/hughes.htm

 

 

Una motocicleta

 

 

 

Tuvimos una motocicleta toda la guerra.

En un cobertizo – trueno, fuga, confracción

Acalambrada en herrumbre, bajo la ropa del lavado,

abatida, desclasada

Por las Metralletas, las Bombas, las Bazucas por

doquier.

 

La guerra terminó, las explosiones cesaron.

Los hombres entregaron sus armas

Y se estuvieron ahí, flácidos.

La paz los tomó prisioneros.

Los llevaron en rebaños a sus pueblos.

Empezó la horrible privación

De alzar a pulso una vida a partir de las avenidas

Y los centros de recreo y los salones de baile.

 

Entonces el autobús matutino era tan malo como

cualquier camión de trabajo.

El capataz, el patrón, tan malos como los SS.

Y los extremos de la calle y las vueltas del camino

Y la insulsez de las tiendas y la insulsez de la

cerveza.

Y la monotonía igual de pueblo en pueblo

Eran tan malas como el alambre de púas electrizado. La guerra retenida dolía en los testículos

E Inglaterra se redujo al tamaño de una pista para

perros.

 

Así que vino este joven callado

Y compró en doce libras nuestra motocicleta.

Y la puso en marcha, con dificultad

La pateó hasta revivirla – una erupción

Rompió el sueño de seis años, y el joven se rio.

 

Una semana después, cabalgándola, antes del alba,

Una mañana de neblina y escarcha,

Escapó

 

Contra un poste de telégrafos

En la recta larga al oeste de Swinton.

 

 

No levantes el teléfono

 

 

 

Ese Buda de plástico lanza un chillido karatesco

 

Ante las suaves palabras con sus esporas

El aliento cosmético de la lápida

 

La muerte inventó el teléfono parece el altar de la

muerte

No adores el teléfono

Arrastra a sus adoradores a tumbas reales

A través de variados recursos, de una variedad de

voces disfrazadas

 

Quédate quieto y sindiós al oír el gemido religioso

del teléfono

 

No creas que tu casa es un escondite es un teléfono

No creas marchar por tu camino marchas por un

teléfono

No creas dormir en la diestra de Dios duermes en la

bocina de un teléfono

No creas que tu futuro es tuyo pende de un teléfono

No creas que tus pensamientos son tus propios

pensamientos son los juguetes del teléfono

No creas que estos días son días son los sacerdotes

sacrificantes del teléfono

La policía secreta del teléfono

 

Oh teléfono vete de mi casa

Eres un mal dios

 

Ve a susurrar en alguna otra almohada

No alces en mi cara tu cabeza de serpiente

No muerdas más gente hermosa

Cangrejo de plástico

¿Por qué es tu oráculo siempre igual a fin de

cuentas?

¿Qué tajada sacas de los cementerios?

 

Tus silencios también son nefastos

Cuando se te necesita, mudo con la malicia del

clarividente insano

Las estrellas susurran a una en tu aliento

El vacío del mundo se hace océano en tu bocina

Estúpidamente oscila tu cordón en los abismos

Plástico eres luego piedra una rota caja de letras

Y no puedes proferir

Mentiras ni verdad, sólo el maligno

Te hace temblar del súbito apetito de ver a alguien

deshecho

 

Ennegrecientes conexiones eléctricas

Con el sitio donde la muerte blanquea sus cristales

Te hinchas y te retuerces

Abres tu bostezo de Buda

Chillas en la raíz de la casa

 

No levantes el detonador del teléfono

Una llama del último día saldrá restallante del

teléfono

Un cadáver caerá del teléfono

No levantes el teléfono

 

 

Salmo del tigre

 

 

 

El tigre mata hambriento. Las ametralladoras

Hablan, hablan, hablan de un lado a otro de su

Acrópolis.

El tigre

Mata expertamente, con mano anestésica

Las ametralladoras

Siguen discutiendo en el cielo

Donde los números no tienen oídos, donde no hay

sangre.

El tigre

Mata frugalmente, tras atenta inspección del mapa.

Las ametralladoras menean la cabeza,

Siguen chachareando estadísticas.

El tigre mata por relámpago:

Dios de su propia salvación.

Las ametralladoras

Proclaman el Absoluto según Morse

En un código de estampidos y agujeros que contrae

las frentes de los hombres

El tigre

Mata con bellos colores en el rostro,

Como una flor pintada en un estandarte.

Las ametralladoras

No están interesadas.

Ríen. No están interesadas. Hablan y

Sus lenguas arden azules como almas, auroleadas de

cenizas,

Perforando la ilusión.

El tigre

Mata y lame a su víctima de pies a cabeza.

Las ametralladoras

Dejan una costra de sangre colgada de los clavos

En un huerto de fierros viejos.

El tigre

Mata

Con la fuerza de cinco tigres, mata exaltado.

Las ametralladoras

Se permiten sarcasmos. Eliminan el error

Mediante la dialéctica de acá para allá

Y demostrada la tesis se callan.

El tigre

Mata como la caída de un risco, unitendonado con la

tierra,

Himalayas bajo el párpado, Ganges bajo la piel –

 

No mata.

 

No mata. El tigre bendice con sus colmillos.

El tigre no mata sino que abre una senda

Ni de la Vida ni de la Muerte:

El tigre dentro del tigre:

El Tigre de la Tierra.

¡Oh Tigre!

¡Oh Hermano de la Sierpe!

¡Oh Bestia en Flor!

 

 

Febrero 17

 

 

 

Un cordero no podía nacer. Viento de hielo

En el alba cochambrosa de aguacero. La madre

Yacía en la cuesta enlodada. Ante el acoso, se

levantó

Y el bulto negruzco oscilaba en su trasero

Bajo la cola. Tras algún arduo galopar,

Algunas maniobras, muchos tumbos de la inerte

Cabeza del cordero que asomaba hacia atrás,

La capturé con una cuerda. La tendí, pendiente

arriba,

Y examiné al cordero. Una bola de sangre hinchada

A reventar en su fieltro negro, la grieta bucal

Aplastada y chueca, la lengua salida, amoratada,

Estrangulado por su madre. Palpé por dentro,

Librando el lazo de carne materna, el resbaladizo

Túnel musculoso, buscando con los dedos una

pezuña,

Hasta retornar a la claraboya de la pelvis.

Pero no había pezuña. Sacó la cabeza demasiado

pronto

Y sus patas no pudieron salir. Habría debido

Tentalear, de puntillas, las pezuñas

Remetidas bajo la nariz

Para aterrizar seguro. Así que arrodillado forcejee

Con los gemidos de la madre. No había mano que

pudiese

Librar el pescuezo del cordero para entrar en ella

Y enganchar una rodilla. Amarré esa cabeza de niño

Y halé hasta que ella lanzó un grito y trató

De levantarse y vi que era inútil. Fui

A dos millas por la inyección y una navaja.

Corté los tendones de la garganta, hice palanca con

un cuchillo

Entre las vértebras y arranqué la cabeza del cordero

Para que mirara a su madre, sus tubos posados en el

lodo

Con toda la tierra por cuerpo. Luego empujé

Para remeter el muñón del pescuezo, y al empujar yo

Empujó ella. Empujó gritando y yo empujé

jadeando.

Y la fuerza

Del empuje natal y el empuje de mi pulgar

Contra las vértebras flojas sumaba un empate,

Futilidad a un lado y otro. Hasta que forcé

La entrada con la mano y cogí una rodilla. Luego,

como

Alzándome hasta el techo con un dedo

Enganchado en un lazo, ajustando mi esfuerzo

A sus gemidos de parturienta, jalé contra

El cadáver que no quería salir. Hasta que salió.

Y después el largo, súbito, amarillo yema

Paquete de vida

En un humeante resbalar de aceites y sopas y

jarabes –

Y el cuerpo yacía, nacido, junto a la cabeza

tronchada.

 

 

El potro de un niño

 

 

 

Ayer no se le hallaba en parte alguna

En los cielos o bajo los cielos.

 

De pronto está aquí – un cálido montón

De brasas y cenizas, acariciado por el viento.

 

Una estrella se desplomó del espacio exterior –

fulguró

Y se extinguió en un destello.

Ahora algo se mueve en el rescoldo.

Decimos que es un potro.

 

Todavía aturdido

No tiene idea de dónde está.

Sus ojos, sombreados de rocío, exploran tristes

paredes y un cegador vano de puerta.

¿Es esto el mundo?

Lo desconcierta, como un entumecimiento.

 

Se recupera, habituándose al peso de las cosas

Y a ese caballo alto que lo toca, y a esta paja.

Descansa

Del primer golpe seco de luz, el vacío deslumbre

De las enormes preguntas –

¿Qué ha ocurrido? ¿Qué soy yo?

 

Sus orejas siguen preguntando, cautelosas.

 

Pero sus patas están impacientes,

Recobrándose de tanto tiempo no ser nada

Bullen de ideas, empiezan a poner unas en práctica,

Doblándose a un lado y a otro,

Buscando el punto de apoyo, aprendiendo aprisa –

 

Y de pronto está en pie

 

Y se estira – como si una mano gigantesca

Lo acariciara del hocico al casco

Perfeccionando su contorno, en lo que aprieta

El nudo de sí mismo.

Ahora camina trastabillando

Por la tierra espectral. Su nariz

Vellosa y magnética lo jala, incrédulo,

Hacia su madre. Y el mundo es cálido

Y solícito y gentil. Toque a toque

Todo va ensamblándolo.

 

Y pronto será casi un caballo.

No quiere más que ser caballo,

Finge cada día más y más caballo

 

Hasta ser caballo perfecto. Y caballo ultraterreno

Lo recorre, ingrávido aleteo de llama

Bajo rachas súbitas,

 

Y enreda sus cascos y el globo de su ojo

En un solo terror – como el terror

Entre el relámpago y el trueno,

Y curva su cuello, como el monstruo marino al

emerger,

 

Y esparce las lunas nuevas en su estandarte

tempestuoso,

Y las lunas llenas y las lunas oscuras.

 

 

La vida trata de ser vida

 

 

 

La muerte también trata de ser vida.

La muerte está en el esperma como el marino

ancestral

Con su horrible relato.

 

La muerte maúlla entre las mantas – ¿es un gatito?

Juega con muñecos pero no puede interesarse.

Contempla la luz de la ventana y no puede

discernirla.

Usa ropa de bebé y es paciente.

Aprende a hablar, mirando las bocas de los otros.

Ríe y grita y se escucha pasmada

Contempla los rostros de la gente

Y ve la piel como una luna extraña, y contempla la

hierba

En su posición igual que ayer.

Y contempla sus dedos y oye: "¡Miren a ese niño!"

La muerte es un expósito

Atormentado por cadenas de margaritas y campanas

de domingo.

La arrastran de aquí a allá, como muñeca rota,

Niñas que juegan a las madres y a los funerales.

La muerte sólo quiere ser vida. No acaba de poder.

Llorando está llorando por ser vida

Como por una madre a la que no recuerda.

 

Muerte y Muerte y Muerte, susurra

Con ojos cerrados, tratando de sentir vida

 

Como el grito en la alegría

Como el brillo en el relámpago

Que vacía el roble solitario.

 

Y esa es la muerte

En las astas del alce irlandés. Es la muerte

En la aguja de hueso de la cavernícola. Y todavía no

es muerte –

 

O en el colmillo del tiburón que es un monumento

De su lamentación

En un litoral de la vida.

 

 

Senectud se levanta

 

 

 

Agita sus brasas y cenizas, sus palos quemados

 

Un ojo cubierto de polvo, a medio fundir y sólido

otra vez

Pondera

Ideas que se derrumban

Al primer roce de la atención

 

La luz en la ventana, tan cuadrada y tan misma

Tan bien-fuerte como siempre, el marco de la

ventana

Un andamio en el espacio, donde los ojos se apoyen

Sosteniendo el cuerpo, conformado a su vieja tarea Haciendo leves movimientos en aire gris

Pasmado del borroso accidente

De haber vivido, el daño real, fatal

Bajo la amnesia

 

Algo trata de salvarse – busca

Defensas – pero las palabras evaden

Igual que moscas con sus propias nociones

 

Senectud se viste despacio

Bajo el peso mortal de su dosis de noche

Se sienta en la orilla de la cama

 

Junta sus pedazos

Se faja flojamente la camisa

 

Junta las nubes de gas estelar

 

Se apoya en la puerta, resollando

Cruje hacia el baño

 

 

Escuela de sordos

 

 

 

Los niños sordos eran ágiles monos, peces trémulos y

súbitos.

Tenían caras alertas y simples

Como caras de animalitos, pequeños lémures

nocturnos en la luz de la linterna.

 

Les faltaba una dimensión,

Les faltaba una sutil aura oscilante de sonido y

respuestas al sonido.

Todo el cuerpo era ajeno

A la vibración del aire, vivían por los ojos.

La clara mirada simple, la plena atención instantánea.

Sus seres no estaban trenzados en una voz

Trenzada a su vez en una cara

Oyéndose a sí misma, su propio público y auditorio,

Aparición camuflada, aseveración en duda –

Sus seres se escondían, y sus caras asomaban del

escondite.

Con lo que hablaban era una máquina,

Una manipulación de dedos, un tablero de control de

gestos

Allá afuera en el espacio extraño

Apartado de ellos –

 

Sus caras sin usar eran simples lentes de vigilancia

Simples charcos de candorosa vigilancia

 

Sus cuerpos eran como sus manos

Más ágiles que cuerpos, como los martinetes de un

piano,

Una viveza de marioneta, una simple acción mecánica

Una vaguedad de jeroglifo

Una estilizada escritura

Deletreando señales aproximadas

 

Mientras el ser atisbaba tras la cara del simple

encubrimiento,

Una cara no meramente sorda, una cara en la

oscuridad, una cara no apercibida,

Una cara que era simplemente la piel frontal del ser,

encubierto y aparte.

 

 

Discurso desde la sombra

 

 

 

No tus ojos, sino lo que disfrazan

 

No tu piel, justo con esa textura y luz

Sino aquello que la usa por cosmético

 

No tu nariz – ser o no ser hermosa

Sino aquello para lo cual espía

 

No tu boca, no tus labios, no sus ajustes

Sino el hacedor del tubo digestivo

 

No tus pechos

Porque son diversión y aplazamiento

 

No tus partes sexuales, tus recompensas ofrecidas

Cuya naturaleza es la de una flor

Técnicamente peligrosa

 

No las redes de tu voz, tu donaire, tu compás

Tu droga de un millón de microseñales

 

Sino el propósito.

 

La piedra sobrenatural en el sol.

 

El ojo fiero

Del halcón, tras su capucha

 

Domado y hecho

A sus propias mixtificaciones

 

Y a los dedos de los hombres.

 

 

Un dios

 

 

 

El dolor le tapó los ojos como un sombrero de bufón

Le enterraron electrodos de dolor en los parietales.

 

Era inerme como un cordero

Que no puede nacer

Cuya cabeza cuelga bajo el ano de su madre.

 

El dolor acuchilló su mano, en la horcadura de la M,

Hecho de hierro, del corazón de la tierra.

De ese dolor pendió

Como si lo estuvieran pesando.

La destreza de sus dedos le valió

Lo que los cascos del buey, en el bote de basura,

Valen a la cabeza cortada a cercén

Que cuelga de su gancho galvanizado.

 

El dolor enganchó su pie de parte a parte.

De ese dolor, también, pendió

Como si lo exhibieran.

Su paciencia tenía sentido sólo para él

Como la sanguínea sonrisa invertida

De un medio puerco colgado.

 

Allí, colgado,

Aceptó el dolor a través de sus costillas,

Porque no era más capaz de evitarlo

Que la colgante liebre del recovero,

Oculta debajo de ojos que se aconcavan,

Es capaz de evitar

Lo que ha reemplazado su vientre.

 

No podía entender qué había pasado

 

Ni en qué se había convertido.

Tomado de:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/321-170-ted-hughes?showall=1

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