Cuervo Ego
Cuervo esperó
a que Ulises se volviera
gusano, y Cuervo lo comió.
Luchando con
las dos víboras de Hércules
asfixió sin querer a Deyanira.
El oro que
rindieron las cenizas de Hércules
es ahora electrodo en los sesos de Cuervo.
Bebiendo
sangre de Beowulfo y abrigándose
con su piel, Cuervo alterna con fantasmas.
Sus alas son
el lomo rígido de su libro,
él mismo única página, toda ella de tinta.
Por eso mira
al fondo del pasado
como un gitano el vidrio del futuro,
o un leopardo la selva pingüe.
Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971
El salmo de los jejenes
El jején es de linaje más antiguo que el hombre
Proverbio
Cuando los
jejenes danzan en la tarde
luchando en el aire, garabateando,
y deshilachando su léxico loco,
agitando su muda cábala
bajo la sombra de las hojas
Hojas sólo
hojas
contra las espesas saetas del sol
contra las saetas del tardío sol
a sus ojos frágiles y su ánimo oscuro
Danzando
Danzando
en el aire escriben, lo que escriben borran
anudan las letras, las hacen maraña
y todo son yoyo de todos los otros
Inmensos imanes en redor de un centro
Ni escriben ni
luchan pero cantan cantan
que no son materia sus ciclos vitales
que no tienen miedo del sol y que el único
sol que tienen vive demasiado cerca
rompe su canción de todos los soles
que son ellos mismos soles de sí mismos
su propio residuo
suelto por la nada
sus alas la llama van des dibujando
cantando
cantando
que ellos son los clavos
en los miembros ágiles del jején divino
que el sufrir sonoro del viento ellos oyen
por entre la hierba
y de la colina nocturna el dolor
y las poblaciones junto al cementerio
vanse ensombreciendo más y más oscuras
El viento se
inclina con gritos raspantes
y los aeropuertos y los tierrapuertos
danzando en el viento
la danza del viento, la danza mortal,
en marjales húndense y entre la maleza
y en ciudades como boñigas en polvo
No así los
jejenes, cuya agilidad
ha sobrepasado ya estos umbrales
y les pone a salvo de la hambrienta hierba
danzando
danzando
a la sombra amiga de los sicómoros
una danza que nunca cambia
que da sus cuerpos a la hoguera
sus rostros de momia no serán usados
sus pequeños rostros barbudos tejiendo
y sobrenadando en la nada, agítanse
en el aire agítanse, agítanse
y sus pies colgantes como pies de víctimas
¡Oh pequeños
santos
muertos de fatiga por sus propios cuerpos
matando a fatiga a sus propios cuerpos
sois vosotros ángeles del único cielo!
¡Dios es un
jején todopoderoso!
¡Sois la más potente de las nebulosas!
Mis manos al aire vuelan, son locuras
mi lengua en las hojas arriba
y mis pensamientos se esconden
Vuestra danza
vuestra danza
rodea mi cráneo lentamente aléjalo al
espacio abierto.
Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971
Estaciones
I
De pronto su
pobre cuerpo
se quedó sin la defensa
de su mente adormilada.
Antes de que
el funeral se diluyera,
el féretro, como una lancha, se rompió a fuerza de
sacudidas
entre las grandes estrellas que nadaban por su ruta.
Un rato
el tallo del tulipán a la puerta superviviente
y su chaqueta, y su esposa, y su última almohada
cogidos unos a otros.
II
Comprendo los
ojos hundidos
de los viejos
secos residuos
rotos por mares que no podían vivir.
III
Eres extraño,
sales de un huevo
puesto por tu ausencia.
En el gran
vacío te sientas contento,
mirlo entre nieve húmeda.
Si pudieras
hacer sólo una comparación:
tu situación es tan triste que desistirías.
Pero tú, desde
el principio, rendido al vacío total,
luego a él se lo dejas todo.
Ausencia. Tu
propia
ausencia
llora su reposo a través de tu música consumada,
su capa oscura sobre tu alimentar.
IV
Ya digas,
pienses, sepas
o no, así es, así es, como
sobre raíles sobre
el cuello que dejan sus ruedas
la cabeza con su vocabulario inútil,
entre los plátanos azotados.
Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971
Examen a la puerta del útero
¿De quién son
estas patas huesudas?
De la Muerte.
¿De quién este rostro quemado e hirsuto?
De la Muerte.
¿De quién estos pulmones que aún funcionan?
De la Muerte.
¿De quién esta capa de músculos utilitarios?
De la Muerte.
¿De quién estas entrañas increíbles?
De la Muerte.
¿Y toda esta sucia sangre?
De la Muerte.
¿Estos ojos que apenas ven?
De la Muerte.
¿Esta lengüecilla aviesa?
De la Muerte.
¿Esta atención arbitraria?
De la Muerte.
¿Dado, robado o en espera de juicio?
Asido.
¿De quién es esta tierra pétrea y lluviosa?
De la Muerte.
¿De quién es todo el espacio?
De la Muerte.
¿Quién es más fuerte que la esperanza?
La Muerte.
¿Quién es más fuerte que la voluntad?
La Muerte.
¿Más fuerte que el amor?
La Muerte.
¿Más fuerte que la vida?
La Muerte.
¿Pero quién es más fuerte que la muerte?
Está visto que yo.
Cuervo, pasa.
Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971
Los compañeros de juegos de Cuervo
Cuervo,
solitario, creó a los dioses para sus juegos:
pero el dios de la montaña se liberó de él
y cuervo cayó de la pared pétrea de los montes
con lo que se vio muy reducido.
El dios
fluvial sustrajo los ríos
a sus líquidos vivientes.
Un dios tras
otro: y todos fuéronse liberando de él
robándole su hogar y su fuerza.
Cuervo vaciló,
sus restos, inertemente despojados.
Era residuo de sí mismo, escupitajo de sí mismo.
Era lo que su mismo cerebro no alcanzaba a comprender.
Y así, el
mínimo, el menos vivo objeto existente
fue merodeando sobre su grandeza inmortal
más solitario que nunca.
Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971
Montañas
Soy una mosca
si éstas no son piedras,
si no son piedras éstas soy un dedo.
Dedo, hombro,
ojo.
El aire las rodea como atento.
Allí estaban
ayer y el mundo anteayer,
contentas todas de su herencia,
no hacía falta trabajo, sólo poseer el día,
sólo poseer poder y su presencia,
sonriendo a distancia, luminosas las faces
de la paz del paterno testamento,
flores en el cabello, decorando sus miembros
el dolor del amor y el dolor del temor y el dolor de la
muerte.
Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971
Pibroch
El mar aúlla
con su voz vacía
tratando por igual vivos y muertos,
cansado de la bóveda celeste
después de innumerables noches faltas
de sueño, de objetivo, de autoengaño.
Como piedra.
La piedra es prisionera
como ninguna cosa muerta o viva.
Universo de ovejas negras. Crece
consciente a veces de la mancha roja
del sol, soñando que es de Dios el feto.
Sobre la
piedra el viento se apresura
y sabe penetrar en nada, como
la oreja de la piedra ciega misma,
que se da vuelta como si sintiese
su mente una explosión de direcciones.
Bebiendo el
mar, la roca devorando,
el árbol lucha por abrirse en hojas:
una vieja caída del espacio
que desconoce nuestras circunstancias.
Sigue asiéndose, enteramente loca.
Minuto tras
minuto, evo tras evo,
nada se frena ni se desarrolla.
Y no es tanteo ni frustrada prueba.
Aquí ojiabiertos ángeles penetran.
Aquí todos los astros se arrodillan.
Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971
Rosa del alba
Está
fundiéndose una vieja luna helada.
Agonía bajo
agonía, el silencio del polvo,
y un cuervo que conversa con los cielos de piedra.
Desolado es el
grito recortado del cuervo
como boca de vieja
cuando los párpados terminan
y las colinas persisten.
Un grito
sin palabras
como el quejarse del recién nacido
en la balanza metálica.
Como el sordo
fogonazo y su estertor
entre coníferos, a la media luz lluviosa.
O como la
estrella de sangre repentinamente caída,
pesadamente caída sobre la hoja suculenta.
Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971
Secretaria
Si alguien la
toca llora, da un chillido,
se esconde, oculta la terrible herida:
como un gorrión se pasa el día entero,
entre hombres, mirando de reojo,
al menor ruido sale disparada.
Por la noche sortea los piropos
como un ratón. Por fin, segura, en casa,
cose camisas, zurce calcetines
al padre y al hermano, hace la cena,
se acuesta pronto y cierra, con la luz,
sus treinta años. Duerme nalguiprieta,
cierra sus bellos ojos hasta el día.
Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971
Setiembre
Vemos la
oscuridad cernerse lenta:
no la miden relojes.
Cuando besos y abrazos se repiten
desaparece el tiempo.
Es verano. Las
hojas cuelgan quietas:
a mi espalda una estrella,
bajo un brazo sedeño un mar me dice
que ya no existe el tiempo.
Las hojas no
midieron el verano
ni hacen falta relojes,
sólo tenemos lo que recordamos:
minutos que nos llenan la cabeza
como a esos reyes desafortunados
que el populacho acosa,
mientras, lentos, los árboles reflejan
sus copas en el charco.
Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971
Un gesto
He aquí este
gesto escondido.
Buscaba un hogar. Tanteó rostros
distraídos, por ejemplo, el rostro
de una mujer que se sacaba un niño de entre las piernas
pero en aquel rostro duró poco tiempo el rostro
de un hombre preocupadísimo
con el acero volador en el instante
de un choque de automóviles se fue de su rostro
dejándolo solo eso duró menos tiempo incluso, el rostro
de un soldado disparando ráfagas de ametralladora no
mucho tiempo y
el rostro de un jinete en el segundo
en que chocaba contra la tierra, los rostros
de dos amantes en los segundos
en que tanto se penetraban que olvidáronse
completamente uno de otro yeso estuvo bien
pero tampoco duraba.
Así pues el
gesto probó el rostro
de una persona perdida en sus gemidos
un rostro de asesino y el momento áspero
en que el hombre rompe todo
lo que se le pone a tiro y es capaz de romper
luego se fue de aquel cuerpo.
Probó el
rostro
en la silla eléctrica buscando una permanencia
de muerte eterna pero era demasiado plácido aquello.
El gesto
volvió a hundirse, desconcertado por el momento,
en el cráneo.
Versión de Jesús Pardo
Antología poética Plaza & Janés, S.A., Editores 1971
Tomado de:
http://amediavoz.com/hughes.htm
Una motocicleta
Tuvimos una motocicleta toda la guerra.
En un cobertizo – trueno, fuga, confracción
Acalambrada en herrumbre, bajo la ropa del lavado,
abatida, desclasada
Por las Metralletas, las Bombas, las Bazucas por
doquier.
La guerra terminó, las explosiones cesaron.
Los hombres entregaron sus armas
Y se estuvieron ahí, flácidos.
La paz los tomó prisioneros.
Los llevaron en rebaños a sus pueblos.
Empezó la horrible privación
De alzar a pulso una vida a partir de las avenidas
Y los centros de recreo y los salones de baile.
Entonces el autobús matutino era tan malo como
cualquier camión de trabajo.
El capataz, el patrón, tan malos como los SS.
Y los extremos de la calle y las vueltas del camino
Y la insulsez de las tiendas y la insulsez de la
cerveza.
Y la monotonía igual de pueblo en pueblo
Eran tan malas como el alambre de púas electrizado. La
guerra retenida dolía en los testículos
E Inglaterra se redujo al tamaño de una pista para
perros.
Así que vino este joven callado
Y compró en doce libras nuestra motocicleta.
Y la puso en marcha, con dificultad
La pateó hasta revivirla – una erupción
Rompió el sueño de seis años, y el joven se rio.
Una semana después, cabalgándola, antes del alba,
Una mañana de neblina y escarcha,
Escapó
Contra un poste de telégrafos
En la recta larga al oeste de Swinton.
No levantes el teléfono
Ese Buda de plástico lanza un chillido karatesco
Ante las suaves palabras con sus esporas
El aliento cosmético de la lápida
La muerte inventó el teléfono parece el altar de la
muerte
No adores el teléfono
Arrastra a sus adoradores a tumbas reales
A través de variados recursos, de una variedad de
voces disfrazadas
Quédate quieto y sindiós al oír el gemido religioso
del teléfono
No creas que tu casa es un escondite es un teléfono
No creas marchar por tu camino marchas por un
teléfono
No creas dormir en la diestra de Dios duermes en la
bocina de un teléfono
No creas que tu futuro es tuyo pende de un teléfono
No creas que tus pensamientos son tus propios
pensamientos son los juguetes del teléfono
No creas que estos días son días son los sacerdotes
sacrificantes del teléfono
La policía secreta del teléfono
Oh teléfono vete de mi casa
Eres un mal dios
Ve a susurrar en alguna otra almohada
No alces en mi cara tu cabeza de serpiente
No muerdas más gente hermosa
Cangrejo de plástico
¿Por qué es tu oráculo siempre igual a fin de
cuentas?
¿Qué tajada sacas de los cementerios?
Tus silencios también son nefastos
Cuando se te necesita, mudo con la malicia del
clarividente insano
Las estrellas susurran a una en tu aliento
El vacío del mundo se hace océano en tu bocina
Estúpidamente oscila tu cordón en los abismos
Plástico eres luego piedra una rota caja de letras
Y no puedes proferir
Mentiras ni verdad, sólo el maligno
Te hace temblar del súbito apetito de ver a alguien
deshecho
Ennegrecientes conexiones eléctricas
Con el sitio donde la muerte blanquea sus cristales
Te hinchas y te retuerces
Abres tu bostezo de Buda
Chillas en la raíz de la casa
No levantes el detonador del teléfono
Una llama del último día saldrá restallante del
teléfono
Un cadáver caerá del teléfono
No levantes el teléfono
Salmo del tigre
El tigre mata hambriento. Las ametralladoras
Hablan, hablan, hablan de un lado a otro de su
Acrópolis.
El tigre
Mata expertamente, con mano anestésica
Las ametralladoras
Siguen discutiendo en el cielo
Donde los números no tienen oídos, donde no hay
sangre.
El tigre
Mata frugalmente, tras atenta inspección del mapa.
Las ametralladoras menean la cabeza,
Siguen chachareando estadísticas.
El tigre mata por relámpago:
Dios de su propia salvación.
Las ametralladoras
Proclaman el Absoluto según Morse
En un código de estampidos y agujeros que contrae
las frentes de los hombres
El tigre
Mata con bellos colores en el rostro,
Como una flor pintada en un estandarte.
Las ametralladoras
No están interesadas.
Ríen. No están interesadas. Hablan y
Sus lenguas arden azules como almas, auroleadas de
cenizas,
Perforando la ilusión.
El tigre
Mata y lame a su víctima de pies a cabeza.
Las ametralladoras
Dejan una costra de sangre colgada de los clavos
En un huerto de fierros viejos.
El tigre
Mata
Con la fuerza de cinco tigres, mata exaltado.
Las ametralladoras
Se permiten sarcasmos. Eliminan el error
Mediante la dialéctica de acá para allá
Y demostrada la tesis se callan.
El tigre
Mata como la caída de un risco, unitendonado con la
tierra,
Himalayas bajo el párpado, Ganges bajo la piel –
No mata.
No mata. El tigre bendice con sus colmillos.
El tigre no mata sino que abre una senda
Ni de la Vida ni de la Muerte:
El tigre dentro del tigre:
El Tigre de la Tierra.
¡Oh Tigre!
¡Oh Hermano de la Sierpe!
¡Oh Bestia en Flor!
Febrero 17
Un cordero no podía nacer. Viento de hielo
En el alba cochambrosa de aguacero. La madre
Yacía en la cuesta enlodada. Ante el acoso, se
levantó
Y el bulto negruzco oscilaba en su trasero
Bajo la cola. Tras algún arduo galopar,
Algunas maniobras, muchos tumbos de la inerte
Cabeza del cordero que asomaba hacia atrás,
La capturé con una cuerda. La tendí, pendiente
arriba,
Y examiné al cordero. Una bola de sangre hinchada
A reventar en su fieltro negro, la grieta bucal
Aplastada y chueca, la lengua salida, amoratada,
Estrangulado por su madre. Palpé por dentro,
Librando el lazo de carne materna, el resbaladizo
Túnel musculoso, buscando con los dedos una
pezuña,
Hasta retornar a la claraboya de la pelvis.
Pero no había pezuña. Sacó la cabeza demasiado
pronto
Y sus patas no pudieron salir. Habría debido
Tentalear, de puntillas, las pezuñas
Remetidas bajo la nariz
Para aterrizar seguro. Así que arrodillado forcejee
Con los gemidos de la madre. No había mano que
pudiese
Librar el pescuezo del cordero para entrar en ella
Y enganchar una rodilla. Amarré esa cabeza de niño
Y halé hasta que ella lanzó un grito y trató
De levantarse y vi que era inútil. Fui
A dos millas por la inyección y una navaja.
Corté los tendones de la garganta, hice palanca con
un cuchillo
Entre las vértebras y arranqué la cabeza del cordero
Para que mirara a su madre, sus tubos posados en el
lodo
Con toda la tierra por cuerpo. Luego empujé
Para remeter el muñón del pescuezo, y al empujar yo
Empujó ella. Empujó gritando y yo empujé
jadeando.
Y la fuerza
Del empuje natal y el empuje de mi pulgar
Contra las vértebras flojas sumaba un empate,
Futilidad a un lado y otro. Hasta que forcé
La entrada con la mano y cogí una rodilla. Luego,
como
Alzándome hasta el techo con un dedo
Enganchado en un lazo, ajustando mi esfuerzo
A sus gemidos de parturienta, jalé contra
El cadáver que no quería salir. Hasta que salió.
Y después el largo, súbito, amarillo yema
Paquete de vida
En un humeante resbalar de aceites y sopas y
jarabes –
Y el cuerpo yacía, nacido, junto a la cabeza
tronchada.
El potro de un niño
Ayer no se le hallaba en parte alguna
En los cielos o bajo los cielos.
De pronto está aquí – un cálido montón
De brasas y cenizas, acariciado por el viento.
Una estrella se desplomó del espacio exterior –
fulguró
Y se extinguió en un destello.
Ahora algo se mueve en el rescoldo.
Decimos que es un potro.
Todavía aturdido
No tiene idea de dónde está.
Sus ojos, sombreados de rocío, exploran tristes
paredes y un cegador vano de puerta.
¿Es esto el mundo?
Lo desconcierta, como un entumecimiento.
Se recupera, habituándose al peso de las cosas
Y a ese caballo alto que lo toca, y a esta paja.
Descansa
Del primer golpe seco de luz, el vacío deslumbre
De las enormes preguntas –
¿Qué ha ocurrido? ¿Qué soy yo?
Sus orejas siguen preguntando, cautelosas.
Pero sus patas están impacientes,
Recobrándose de tanto tiempo no ser nada
Bullen de ideas, empiezan a poner unas en práctica,
Doblándose a un lado y a otro,
Buscando el punto de apoyo, aprendiendo aprisa –
Y de pronto está en pie
Y se estira – como si una mano gigantesca
Lo acariciara del hocico al casco
Perfeccionando su contorno, en lo que aprieta
El nudo de sí mismo.
Ahora camina trastabillando
Por la tierra espectral. Su nariz
Vellosa y magnética lo jala, incrédulo,
Hacia su madre. Y el mundo es cálido
Y solícito y gentil. Toque a toque
Todo va ensamblándolo.
Y pronto será casi un caballo.
No quiere más que ser caballo,
Finge cada día más y más caballo
Hasta ser caballo perfecto. Y caballo ultraterreno
Lo recorre, ingrávido aleteo de llama
Bajo rachas súbitas,
Y enreda sus cascos y el globo de su ojo
En un solo terror – como el terror
Entre el relámpago y el trueno,
Y curva su cuello, como el monstruo marino al
emerger,
Y esparce las lunas nuevas en su estandarte
tempestuoso,
Y las lunas llenas y las lunas oscuras.
La vida trata de ser vida
La muerte también trata de ser vida.
La muerte está en el esperma como el marino
ancestral
Con su horrible relato.
La muerte maúlla entre las mantas – ¿es un gatito?
Juega con muñecos pero no puede interesarse.
Contempla la luz de la ventana y no puede
discernirla.
Usa ropa de bebé y es paciente.
Aprende a hablar, mirando las bocas de los otros.
Ríe y grita y se escucha pasmada
Contempla los rostros de la gente
Y ve la piel como una luna extraña, y contempla la
hierba
En su posición igual que ayer.
Y contempla sus dedos y oye: "¡Miren a ese
niño!"
La muerte es un expósito
Atormentado por cadenas de margaritas y campanas
de domingo.
La arrastran de aquí a allá, como muñeca rota,
Niñas que juegan a las madres y a los funerales.
La muerte sólo quiere ser vida. No acaba de poder.
Llorando está llorando por ser vida
Como por una madre a la que no recuerda.
Muerte y Muerte y Muerte, susurra
Con ojos cerrados, tratando de sentir vida
Como el grito en la alegría
Como el brillo en el relámpago
Que vacía el roble solitario.
Y esa es la muerte
En las astas del alce irlandés. Es la muerte
En la aguja de hueso de la cavernícola. Y todavía no
es muerte –
O en el colmillo del tiburón que es un monumento
De su lamentación
En un litoral de la vida.
Senectud se levanta
Agita sus brasas y cenizas, sus palos quemados
Un ojo cubierto de polvo, a medio fundir y sólido
otra vez
Pondera
Ideas que se derrumban
Al primer roce de la atención
La luz en la ventana, tan cuadrada y tan misma
Tan bien-fuerte como siempre, el marco de la
ventana
Un andamio en el espacio, donde los ojos se apoyen
Sosteniendo el cuerpo, conformado a su vieja tarea
Haciendo leves movimientos en aire gris
Pasmado del borroso accidente
De haber vivido, el daño real, fatal
Bajo la amnesia
Algo trata de salvarse – busca
Defensas – pero las palabras evaden
Igual que moscas con sus propias nociones
Senectud se viste despacio
Bajo el peso mortal de su dosis de noche
Se sienta en la orilla de la cama
Junta sus pedazos
Se faja flojamente la camisa
Junta las nubes de gas estelar
Se apoya en la puerta, resollando
Cruje hacia el baño
Escuela de sordos
Los niños sordos eran ágiles monos, peces trémulos y
súbitos.
Tenían caras alertas y simples
Como caras de animalitos, pequeños lémures
nocturnos en la luz de la linterna.
Les faltaba una dimensión,
Les faltaba una sutil aura oscilante de sonido y
respuestas al sonido.
Todo el cuerpo era ajeno
A la vibración del aire, vivían por los ojos.
La clara mirada simple, la plena atención instantánea.
Sus seres no estaban trenzados en una voz
Trenzada a su vez en una cara
Oyéndose a sí misma, su propio público y auditorio,
Aparición camuflada, aseveración en duda –
Sus seres se escondían, y sus caras asomaban del
escondite.
Con lo que hablaban era una máquina,
Una manipulación de dedos, un tablero de control de
gestos
Allá afuera en el espacio extraño
Apartado de ellos –
Sus caras sin usar eran simples lentes de vigilancia
Simples charcos de candorosa vigilancia
Sus cuerpos eran como sus manos
Más ágiles que cuerpos, como los martinetes de un
piano,
Una viveza de marioneta, una simple acción mecánica
Una vaguedad de jeroglifo
Una estilizada escritura
Deletreando señales aproximadas
Mientras el ser atisbaba tras la cara del simple
encubrimiento,
Una cara no meramente sorda, una cara en la
oscuridad, una cara no apercibida,
Una cara que era simplemente la piel frontal del ser,
encubierto y aparte.
Discurso desde la sombra
No tus ojos, sino lo que disfrazan
No tu piel, justo con esa textura y luz
Sino aquello que la usa por cosmético
No tu nariz – ser o no ser hermosa
Sino aquello para lo cual espía
No tu boca, no tus labios, no sus ajustes
Sino el hacedor del tubo digestivo
No tus pechos
Porque son diversión y aplazamiento
No tus partes sexuales, tus recompensas ofrecidas
Cuya naturaleza es la de una flor
Técnicamente peligrosa
No las redes de tu voz, tu donaire, tu compás
Tu droga de un millón de microseñales
Sino el propósito.
La piedra sobrenatural en el sol.
El ojo fiero
Del halcón, tras su capucha
Domado y hecho
A sus propias mixtificaciones
Y a los dedos de los hombres.
Un dios
El dolor le tapó los ojos como un sombrero de bufón
Le enterraron electrodos de dolor en los parietales.
Era inerme como un cordero
Que no puede nacer
Cuya cabeza cuelga bajo el ano de su madre.
El dolor acuchilló su mano, en la horcadura de la M,
Hecho de hierro, del corazón de la tierra.
De ese dolor pendió
Como si lo estuvieran pesando.
La destreza de sus dedos le valió
Lo que los cascos del buey, en el bote de basura,
Valen a la cabeza cortada a cercén
Que cuelga de su gancho galvanizado.
El dolor enganchó su pie de parte a parte.
De ese dolor, también, pendió
Como si lo exhibieran.
Su paciencia tenía sentido sólo para él
Como la sanguínea sonrisa invertida
De un medio puerco colgado.
Allí, colgado,
Aceptó el dolor a través de sus costillas,
Porque no era más capaz de evitarlo
Que la colgante liebre del recovero,
Oculta debajo de ojos que se aconcavan,
Es capaz de evitar
Lo que ha reemplazado su vientre.
No podía entender qué había pasado
Ni en qué se había convertido.
Tomado de:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario