(Anne Gray Harvey)
(Estados Unidos de América, 1928- 1974)
Nosotros somos América.
Somos los que rellenan los ataúdes.
Somos los tenderos de la muerte.
Los envolvemos como si fuesen coliflores
La bomba se abre como una caja de zapatos.
¿Y el niño?
El niño decididamente no bosteza.
¿Y la mujer?
La mujer lava su corazón.
Se lo han arrancado
y se lo han quemado
y como último acto
lo enjuaga en el río.
Este es el mercado de la muerte.
¿Dónde están tus méritos,
América?
Amarme sin zapatos
significa amar mis piernas largas y bronceadas,
queridas mías, buenas como cucharas;
y mis pies, estos dos chicos
que se escaparon a jugar desnudos. Intrincados nudos,
mis dedos. Libres ya de sujeción.
Y todavía más, miren las uñas y
cada una de las diez etapas, tubérculo a tubérculo.
Vehementes y alocados, todos ellos, este cerdito
fue al mercado y este otro se
quedó. Largas piernas bronceadas, y largos y bronceados dedos.
Más arriba, cariño, la mujer
confiesa sus secretos, pequeñas casas
y pequeñas lenguas que te lo cuentan todo.
No hay nadie más que tú y yo
en esta casa de la península.
El mar lleva un cencerro en el ombligo
y yo soy tu sirvienta descalza
por una semana entera. ¿Quieres un poco de salame?
No. ¿Quieres un whisky, a lo mejor?
Tampoco. Tú no eres de beber. Tú
me bebes a mí. Las gaviotas persiguen a los peces
gritando como chicos de tres años.
Las olas son narcóticas, me llaman
Yo soy, yo soy, yo soy
toda la noche. Descalza
te camino por la espalda.
A la mañana corro por la cabaña,
de una puerta a otra, jugando a perseguirnos.
Ahora me agarras por los tobillos.
Ahora vas trepando por mis piernas
hasta que atraviesas la marca de mi anhelo.
Ahora que lo preguntas, la mayor parte de los días no puedo recordar.
Camino vestida, sin marcas de ese viaje.
Luego la casi innombrable lascivia regresa.
Ni siquiera entonces tengo nada contra la vida.
Conozco bien las hojas de hierba que mencionas,
los muebles que has puesto al sol.
Pero los suicidas poseen un lenguaje especial.
Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.
En dos ocasiones me he expresado con tanta sencillez,
he poseído al enemigo, comido al enemigo,
he aceptado su destreza, su magia.
De este modo, grave y pensativa,
más tibia que el aceite o el agua,
he descansado, babeando por el agujero de mi boca.
No se me ocurrió exponer mi cuerpo a la aguja.
Hasta la córnea y la orina sobrante se perdieron.
Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.
Nacidos sin vida, no siempre mueren,
pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños mirarían con una sonrisa.
¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!
que, por sí misma, se convierte en pasión.
La muerte es un hueso triste, lleno de golpes, dirías,
y a pesar de todo ella me espera, año tras año,
para reparar delicadamente una vieja herida,
para liberar mi aliento de su dañina prisión.
Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas,
rabiosos ante el fruto, una luna inflada,
Dejando el pan que confundieron con un beso
Dejando la página del libro abierto descuidadamente
Algo sin decir, el teléfono descolgado
Y el amor, cualquiera que haya sido, una infección.
La muerte correcta está escrita.
Colmaré la necesidad.
Mi arco está tenso.
Mi arco está listo.
Soy la bala y el garfio.
Estoy armada y lista
Desde mi mira, lo tallo
como un escultor. Moldeo
su última mirada a todos.
Cambio sus ojos y su cráneo
constantemente de posición.
Conozco su sexo de macho
y lo recorro con mi dedo índice.
Su boca y su ano son uno.
Estoy en el centro de la sensación.
Un tren subterráneo
viaja a través de mi ballesta.
Tengo un cerrojo de sangre
y lo he hecho mío.
Con este hombre tomo en mis manos
su destino y con este revólver
tomo en mis manos el periódico y
con mi ardor tomaré posesión de él.
Se inclinará ante mí
y sus venas saldrán en desorden
como niños… Dame
su bandera y sus ojos.
Dame su duro caparazón y su labio.
Él es mi mal y mi manzana y
lo acompañaré a casa.
Ten cuidado con las palabras,
incluso con aquellas milagrosas.
Para las milagrosas hacemos lo mejor posible,
a veces se enjambran como insectos
y dejan no una picadura sino un beso.
Pueden ser tan buenas como los dedos.
Pueden ser tan confiables como la roca
sobre la que apoyas tu trasero.
Pero también pueden ser tanto margaritas como moratones.
Aún así, estoy enamorada de las palabras.
Son palomas que caen del techo.
Son seis naranjas sagradas posadas en mi regazo.
Son los árboles, las piernas del verano,
y el sol, su apasionado rostro.
Aún así, me fallan a menudo.
Tengo tanto de lo que quiero decir,
tantas historias, imágenes, proverbios, etc.
Pero las palabras no son lo suficientemente buenas,
las equivocadas me besan.
A veces vuelo como un águila,
pero con las alas de un gorrión.
Pero intento tener cuidado
y de ser suave con ellas.
Las palabras y los huevos deben ser tratados con cuidado.
Una vez rotos,
son cosas imposibles de reparar.
Quizá nací de rodillas,
Nací tosiendo en el largo invierno,
Nací esperando el beso de la misericordia,
Nací con una pasión por la rapidez
Y aún así, al ir progresando las cosas,
Aprendí temprano sobre la estocada
O sacarla, el vapor del enema.
A los dos o tres aprendí a no arrodillarme,
A no esperar, a plantar mis fuegos bajo tierra
Donde a nadie más que las muñecas, perfectas y terribles,
Se puede susurrar y dejar morir.
-
Ahora que he escrito tantas palabras,
Y dejado tantos amores, para tantos,
Y he sido completamente lo que siempre fui –
Una mujer de excesos, de celos y codicia,
El esfuerzo me parece inútil.
¿Acaso no me miro al espejo,
Estos días,
Y veo una rata borracha voltear la vista?
¿Acaso no siento un hambre tan aguda
Que preferiría morir antes
Que mirarla a la cara?
Me arrodillo nuevamente,
En caso de que la misericordia llegue
En el último minuto.
En el sudoeste de Capri
encontramos una pequeña gruta desconocida
donde no había nadie y
la penetramos completamente
y dejamos que nuestros cuerpos perdieran toda
su soledad.
Todo lo que hay de pez en nosotros
escapó por un minuto.
A los peces reales no les importó.
No perturbamos su vida personal.
Nos deslizamos tranquilamente sobre ellos
y debajo de ellos, soltando
burbujas de aire, pequeños
globos blancos que ascendían
hasta el sol junto al bote
donde el botero italiano dormía
con el sombrero sobre la cara.
Un agua tan clara que se podía
leer un libro a través de ella.
Un agua tan viva y tan densa que se podía
flotar apoyando el codo en ella.
Me tendí allí como en un diván.
Me tendí allí como si fuera
la Odalisca roja de Matisse.
El agua era mi extraña flor.
Hay que imaginarse una mujer
sin toga ni faja
tendida sobre un sofá profundo
como una tumba.
Las paredes de esa gruta
eran de todos los azules y
dijiste: “¡Mira! Tus ojos son color mar. ¡Mira! Tus ojos
son color cielo”. Y mis ojos se cerraron como si sintieran
una súbita vergüenza.
El beso
Mi boca florece como un corte.
Me maltrataron todo el año, tediosas
noches, nada en ellas sino hombros ásperos
y delicadas cajas de Kleenex diciendo ¡llorá amor,
amorcito, llorá, idiota!
Hasta ayer mi cuerpo no servía.
Ahora se despedaza hacia sus esquinas cuadradas.
Se arranca el atuendo de la virgen María, nudo a nudo
y mirá – ahora está borrachísimo con estos cerrojos eléctricos.
¡Zing, una resurrección!
Una vez fue un bote, con demasiada madera
y sin trabajo, sin agua abajo suyo
y necesitando una mano de pintura. No era más
que un conjunto de tablas. Pero tú lo levantaste, lo encordaste.
Ha sido elegido por ti..
Mis nervios están encendidos. Los oigo como
instrumentos musicales. Donde había silencio
los tambores, las cuerdas están tocando, incurables. Tú hiciste esto.
Puro genio trabajando. Querido, el compositor ha entrado
en el fuego.
EL TOQUE (THE TOUCH)
Meses permaneció mi mano aislada
en una lata. No había nada allí salvo rejas de metro.
Quizá esté magullada, pensé,
y es por eso que la han encerrado.
Pero cuando miré yacía en silencio.
Se podría medir con esto el tiempo, pensé,
como con un reloj, por sus cinco nudillos
y las finas venas subterráneas.
Allí yacía, como una mujer inconsciente,
alimentada por tubos que no conoce.
La mano se había colapsado,
diminuta paloma salvaje
entrada en reclusión.
Le di la vuelta y la palma era vieja,
con líneas finamente bordadas
y puntadas subiendo por los dedos.
Era gruesa y blanda y ciega en algunos sitios.
Tan solo vulnerable.
Y todo esto es metáfora.
Una mano corriente, sólo que añorando
tocar algo que pueda devolver
el toque.
La perra no lo hará.
Mueve el rabo en la ciénaga mientras busca una rana.
No soy mejor que una lata de comida de perro.
Ella es dueña de su propia hambre.
El interrogatorio del hombre de muchos corazones.
¿Quién es ella,
esa que está en tus brazos?
Ella es a quien llevé mis huesos,
construyendo una casa que no era más que una cuna,
construyendo una vida más allá de una hora,
construyendo un castillo donde no habita nadie,
construyendo, al final, una canción
para así acompañar la ceremonia.
¿Por qué la trajiste aquí?
¿Por qué llamas a mi puerta
con tus nimias historias y canciones?
Me había unido a ella como se unen hombre
y mujer y aun así no había lugar
ni para fiestas ni formalidades
y estas cosas importan a una mujer
y, ya ves, vivimos en un clima frío
y no se nos permite besarnos en la calle
así que inventé una canción incierta.
Mi canción se llama Matrimonio.
¿Tú vienes a mí fuera de la unión
y te limpias el pie aquí en mi entrada
y me pides que mida tales cosas?
Nunca. Nunca. No mi mujer real.
Ella es mi verdadera bruja, mi tenedor, mi yegua,
madre de lágrimas, falda llena de infierno,
el sello de mis pesares, el sello de mis moratones
y también, si los portara, los niños
y también un lugar privado, un cuerpo hecho de huesos
que quisiera comprar, si pudiera comprarlo,
con la que me quisiera casar, si pudiera casarme.
¿Debería atormentarte por eso?
Cada hombre tiene asignada su suerte
y la tuya es una suerte pasional.
Pero sufro un tormento. No tenemos lugar.
La cuna compartida es casi una prisión
donde no me permiten decir cariñito, bobín,
pastelito, calabaza, lacito de amor, medallón,
mi San Valentin, mi chica de oro, mi graciosa y todas
esas tonterías que uno dice en la cama.
Decir que me he acostado con ella no es bastante.
No sólo la he tumbado sobre el lecho.
Yo la he atado fuerte con un nudo.
¿Entonces por qué clavas los puños
en tus bolsillos? ¿Por qué arrastras
los pies como un colegial?
Durante años até este nudo en sueños.
He atravesado una puerta en mis sueños
y ella estaba allí de pie, vistiendo el delantal de mi madre.
Una vez gateó por una ventana con forma
de ojo de cerradura y llevaba puestos los pantalones
rosa de pana de mi hija y cada vez ataba a esas mujeres con un nudo.
Una vez vino una reina. A esa también la até.
Mas esto es algo que realmente até
y ahora ya la he amarrado bien.
La atrapé con mis cantos. La reduje.
La he aplastado con sólo una canción.
No había otro apartamento para ello.
No había otro cuarto para ello.
Sólo el nudo. El nudo de la cama.
Así puse mis manos sobre ella
reclamando sus ojos y su boca
como míos, también pedí su lengua.
¿Por qué me estás pidiendo que decida?
Yo no soy ningún juez ni soy psicólogo.
Eres dueño del nudo de tu lecho.
Pero aún así mis días y mis noches
son de verdad, con niños y balcones y una buena mujer.
Sí, es verdad, até estos otros nudos,
pero preferiría no pensar en ellos
mientras hablo contigo sobre ella. Ahora no.
Si ella fuera un cucurucho en alquiler, yo pagaría.
Si ella fuera una vida que salvar, la salvaría.
Quizás es que soy un hombre de muchos corazones.
¿Un hombre de muchos corazones?
¿Por qué tiemblas entonces en mi puerta?
Un hombre de muchos corazones no me necesita.
Estoy atrapado en lo más hondo de su tinte.
Te permití atraparme, las manos en la masa,
atraparme con mi frenesí desatado en un reloj salvaje
para mi yegua, mi paloma y mi propio cuerpo limpio.
Quizá la gente diga que tengo serpientes en mis botas
pero te digo que, por una vez, tengo los estribillos,
solo una vez, esta vez, en la copa.
El amor de una mujer está en la canción.
La llamé la mujer de rojo.
La llamé la niña de rosa
pero tenía diez colores
y ella era diez mujeres.
Apenas pude nombrarla.
Yo ya sé quién es.
La has nombrado bastante.
Quizá no debería haberlo puesto en palabras.
Francamente, diría que soy peor besando,
ebrio como un flautista, pateando los restos
y decidido a atarla para siempre.
Porque, ves, esta canción es la vida,
la vida que no puedo vivir yo.
Dios, incluso al pasar,
reparte monogamia como jerga.
Yo quería inscribirla en la ley.
Pero sabes que para esto no hay ley.
¡Hombre de muchos corazones, eres tonto!
Porque este año hay espinas en los tréboles
y le han robado al ganado su fruto
y las piedras del río
han absorbido los ojos de los hombres, hasta dejarlos secos,
estación tras estación,
y ha sido condenado todo lecho
no por la moralidad ni por ley,
sino por el tiempo.
LA BALADA DE LA MASTURBADORA SOLITARIA
Al final del asunto siempre es la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaladizo,
fuera de la tribu de mí misma mi aliento
te echa en falta. Espanto
a los que están presentes. Estoy saciada.
De noche, sola, me caso con la cama.
Dedo a dedo, ahora es mía.
No está tan lejos. Es mi encuentro .
La taño como a una campana. Me detengo
en la glorieta donde solías montarla.
Me hiciste tuya sobre el edredón floreado.
De noche, sola, me caso con la cama.
Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío,
en la que cada pareja mezcla
con un revolcón conjunto, debajo, arriba,
el abundante par en espuma y pluma,
hincándose y empujando, cabeza contra cabeza.
De noche, sola, me caso con la cama.
De esta forma escapo de mi cuerpo,
un milagro molesto, ¿Podría poner
en exhibición el mercado de los sueños?
Me despliego. Crucifico.
Mi pequeña ciruela, la llamabas.
De noche, sola, me caso con la cama.
Entonces llegó mi rival de ojos oscuros.
La dama acuática, irguiéndose en la playa,
un piano en la yema de los dedos, vergüenza
en los labios y una voz de flauta.
Entretanto, yo pasé a ser la escoba usada.
De noche, sola, me caso con la cama.
Ella te agarró como una mujer agarra
un vestido de saldo de un estante
y yo me rompí como se rompen una piedra.
Te devuelvo tus libros y tu caña de pescar.
El periódico de hoy dice que se han casado.
De noche, sola, me caso con la cama.
Muchachos y muchachas son uno esta noche.
Se desabotonan blusas. Se bajan cremalleras.
Se quitan zapatos. Apagan la luz.
Las brillantes criaturas están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente. Están más que saciadas.
De noche, sola, me caso con la cama.
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