jueves, 21 de enero de 2016

Poemas de Fiódor Tiúchev


(Rusia, 1803- 1873)

Usted está aquí otra vez - y de repente
una calidez ido largo inundaciones mi corazón muerto,
y todo lo que creía olvidado,
espontáneos. Returns, de mí se convierte en una parte Al igual que el aliento de la primavera puede suave venido robando en el aire en el día a finales de otoño y Rouse en nosotros un sentimiento desaparecido de la vida, de algo joven y gay - Así de años pasados ​​puedo recuperar la riqueza, y en su cara dulce con todo el ardor de unamante. En la mirada rapto despertado demasiado tiempo separados, dibujado estamos más cerca Una vez más - que estás aquí, 'tis no un sueño! Sonidos, nunca dentro de mí calmé, más claro A la vista de ustedes y más fuerte parece. Recuerdo -? No! Las páginas susurrantes de la vida se convierten rápidamente - una vez más completo de la vida. Su belleza permanece siempre inmutable, mi amor por ti no ha cambiado. 


A menudo se le observó en el nivel de la gran vida, - 
La alegremente-egoísta o con vista sombrío, 
O llena de pensamientos, o scatted único y salvaje, 
Como poetas son - y has lo despreciaron siempre! - Mira la media luna: como una nube blanca delgada, En cielos diarias, está a punto de perder su poder, pero una noche había llegado, y, Dios de acebo luz, Él, brilla, la única, en la planta de dormir! 


 "Mal'aria"

¡Amo esta cólera de Dios, el mal
misterioso, invisible,
por todas partes difundido;
en las flores y fuentes
con transparencias de cristal,
en los rayos del iris y en el cielo de Roma!
¡Y este cielo profundo, transparente,
tu pecho que respira acompasado,
y este cálido viento
que estremece las ramas,
este aroma de rosas,
y todo es sólo muerte!

¿Y quién sabe? Tal vez
en la naturaleza
los sonidos y aromas, las flores y las voces
sólo son los heraldos del último minuto
que deben endulzar nuestras torturas.
Tal vez el juez de nuestro sino,
cuando arranca a la vida los hijos de la tierra
cubre su imagen con ligero velo,
disfrazando el horror de su llegada.

Sentada en el piso


revolvía el montón de cartas,
como a la ceniza enfriada
las tomaba con las manos y las arrojaba.
Tomaba las hojas conocidas
y las admiraba maravillada,
como las almas que miran desde el cielo
los cuerpos abandonados por ellas …
¡Cuánta vida hubo aquí,
vivida irrevocablemente!
¡Cuántos minutos dolorosos,
de amor y de alegría muerta!
Parado a su lado, en silencio,
listo para caer sobre las rodillas, –
me sentí terriblemente triste,
por esa amable inherente sombra.

No importa lo que la vida nos enseña



el corazón cree en los milagros:
existe una fuerza inagotable
también una belleza imperecedera.
La decadencia terrestre
no tocará las flores sobrenaturales,
el calor del mediodía no secará
el rocío que hay en ellas.
Y esta fe no engañará
al que de ella vive,
no marchitará todo lo que aquí floreció,
no desaparecerá todo lo que aquí existió.
Pero esta fe es para pocos.
Solo conocerá el paraíso,
el que supo sufrir amando
en las tentaciones de la vida.
El que curó enfermedades ajenas
con su propio sufrimiento,
el que ofreció su alma por los demás
y soportó todo hasta el final.

¡Amo esta cólera de Dios, el mal


misterioso, invisible,
por todas partes difundido;
en las flores y fuentes
con transparencias de cristal,
en los rayos del iris y en el cielo de Roma!
¡Y este cielo profundo, transparente,
tu pecho que respira acompasado,
y este cálido viento
que estremece las ramas,
este aroma de rosas,
y todo es sólo muerte!
¿Y quién sabe? Tal vez
en la naturaleza
los sonidos y aromas, las flores y las voces
sólo son los heraldos del último minuto
que deben endulzar nuestras torturas.
Tal vez el juez de nuestro sino,
cuando arranca a la vida los hijos de la tierra
cubre su imagen con ligero velo,
disfrazando el horror de su llegada.

Amo tus ojos


Avieso centelleo
cuando los alzas de pronto, suavemente
y cual relámpago celestial,
lanzas la mirada en rededor…
pero un encanto hay aún más intenso:
los ojos, entornándose
en los minutos del beso apasionado
y –tras las pestañas caídas-
fatalmente anegados por el fuego del deseo.

El último amor



Más tierna es la pasión, más temerosa,
cuando, fugaz, la vida ya declina…
¡Alumbra, luz, alumbra generosa,
último amor, aurora vespertina!
Se va poniendo oscuro el firmamento,
y sólo allá en el poniente hay en su manto
un resplandor errante. ¡Oh, momento,
prolóngame la vida con tu encanto!
No importa que la sangre no caliente,
si el corazón no pierde la ternura…
¡Último amor, ocaso refulgente,
eres solaz y eres desventura!


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