sábado, 6 de enero de 2018

POEMAS DE VESNA PARUN

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(10 de abril de 1922, Zlarin, Zlarin, Šibenik, Croacia - 25 de octubre de 2010, Stubičke Toplice, Croacia)

POEMA DE MI ABUELO

Mi abuelo se sienta frente a la casa y mira caer las hojas
como soldados en un poema de Ungaretti,
contempla los higos puestos a secar
mientras el sol, de un naranja intenso, desaparece tras las viñas
inmóviles como un recuerdo de infancia.
La voz de mi abuelo es dorada como la melodía de un viejo reloj
y su dialecto es rico, salpicado de inquietud.
La leyenda de los “Siete años de austeridad”
sigue al relato de “Nuestro Padre” breve y eterna.
Un día dejó de haber pesca.
Ahora lo que hay es guerra.
El enemigo rodea el puerto por millas a la redonda.
Toda la pequeña isla tiembla bajo el eclipse.
Todos sus hijos desaparecieron en busca de una soldada
hace ya mucho tiempo: Canadá, Australia…
Ahora los embarcan con destino a Japón.
Quizás se queden allí para siempre,
con sus cabezas escondidas entre el bambú.
Este es el segundo invierno que marchan sin cesar.
Incluso los peces escapan del anzuelo pesimistas y sombríos.
Tener un nieto es bueno, pero lo encontraremos un día en la nieve
cuando las montañas estén cansadas.
Las chicas cantan mientras preparan la comida al aire libre.
Los niños se sientan en cuclillas
asustados por las botas del anciano elegante.
Una madre piensa en sus hijos y en su padre que se volvió malayo.
Es extraño: una familia diseminada por cuatro continentes.
Gente fornida que en sus cartas lloriquea como niños.
Mi abuelo contempla el sol rojo sobre las viñas,
desgastado por el silencio, porque la muerte se acerca al viejo pescador de alta mar.
Avidez extranjera, extraña hambre. La libertad es un poco de corteza de pan.
¡Dile a la tierra que los molinos deberían girar más deprisa!
Una tormenta se llevó las hojas secas; lo que debe ser, será.
Los muchachos jóvenes mueren
y los viejos recalientan la sopa de su melancolía
mientras contemplan el horizonte.


VACACIÓN DE CEGUERA

Si tuviéramos verdaderos ojos, si no hubiéramos nacido ciegos,
no veríamos a nuestro alrededor paisajes de ciruelos
sino cómo la ciudad envejece y decae el viento,
veríamos cómo entre nosotros rige la regla
de que sólo la esencia alcanza a tocar la esencia
a través del movimiento.
Veríamos a un hombre dormido en la copa de un árbol enorme
que lleva consigo la noche y desenreda su sombra.
Nos veríamos no rodeados por otros, sino divididos en dos
por su órbita corta a través de nuestra piel aérea.
Nos veríamos a nosotros mismos en el espejo encarnados en otros
mirando cara a cara a la tormenta, y pareceríamos, erguidos,
en la muy conmovedora representación de la reciprocidad
estar involucrados. Si los viejos campanarios tuvieran ojos
qué avergonzado se sentiría nuestro yo inexistente.

PARA SER GRABADO EN ROCA

Ha de saberse que no fuimos tristes siempre:
hubo momentos en que amor y vida fueron uno.
En una piedra negra puede descifrarse el sueño de la tierra.
En una gota de lluvia sobre una hoja de higuera taciturna
la celebración del verano puede durar siglos
y el sol olvidarse de desaparecer
tras las desnudas colinas apergaminadas.
En un solo nombre como en una vieja oración
se esconde el sentido silencioso y triste del universo.
Al palidecer, la paz se fue.
El corazón no es capaz de reconstruirla.
Y el pensamiento no puede buscarla siquiera
en el odio de las cosas que disputan entre sí.
Tiempo, por qué nos dejas medirte
con nuestra frente que no anhela más.
Amor, también a ti te hemos medido
con las pesas falsas del mundo irresoluto.

LLORAMOS ENTONCES

Lloramos entonces. Es bueno
ser capaces de admitirlo ante alguien.
¿Tal vez ante ti, primavera?
Quizás de nuevo ante ti
mientras nos tambaleamos
de esquina a esquina de nuestra patria
de ceniza a sombra de nuestra patria
de estrella a aparición
llevando con nosotros
este pedazo de eternidad,
este pedazo de eternidad
que canta.

LA CASA EN EL CAMINO


Yo estaba acostada en el polvo de la casa
Vi su rostro
No vio el mío
El pálido color de las estrellas
y el aire se convirtieron en azul.
Vi sus manos
Él no vio las mías
El Oriente ha cambiado a un color
Verde limón
Abrí los ojos a un pajarito
Entonces supe
A quién amaré la vida entera
Él supo de quien eran l
Las manos que lo abrazaban
El hombre tomó su equipaje
Y abandonó llorando su casa
Su casa es el polvo de la carretera
Esa también es mi casa.

Traducción: Katty Yovanovich

EL OLIVAR



No sé si fue la voz de los pájaros
o el canto del viento del este
lo que me condujo una tarde hacia el olivar,
donde aún dormía, sereno, en el verdor
de las copas dispersas, el reflejo del día.

Bajé entonces a la bahía amarga
de hierbas solitarias y lo vi a la orilla
del mar brillante, en la playa
de guijarros y luz de luna, su figura serena,
envuelta en el chapoteo y los murmullos de las olas.

¡Oh, si nunca hubiese oído el bramido!
Si me hubiese quedado junto a la cerca,
bajo la higuera silvestre,
y no hubiera bajado al lóbrego bosque,
a la playa de plata
y a los peñascos azules de luna.

Tú habrías permanecido sentado en la piedra,
esquivo y desconocido, en la orilla arenosa,
y la triste queja de las olas
habría mecido en tu pensamiento sombrío
las ramas oscuras y tempestuosas.

Y quizá caminarías infeliz
por el monte otoñal, transformado en pájaro
aventurero y en estrella desnuda
que brilla con ascuas inquietas
sobre un mar abierto e impetuoso.

Y yo me habría dormido pronto,
despreocupada,
bajo la higuera silvestre, y no habría estado triste
por no saber por dónde se fue el joven
que contemplaba el mar, solo y lejano
en el brillo de las olas, en el silencio del verano.

Traducción de Sarit Voganovic

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