jueves, 25 de enero de 2018

CHARLES MARIE RENÉ LECONTE DE LISLE

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22 de octubre de 1818, Saint-Paul, Reunión - 17 de julio de 1894, Voisins-le-Bretonneux, Francia

De los modernos

” Vivís en rebeldía, pero sin sueños, sin destino,
más viejos, más decrépitos que este mundo infecundo,
castrados desde la cuna por el siglo asesino
de todo ardor noble, vigoroso y profundo.

Vuestra mente está tan vacía como vuestro sino,
y habéis mancillado este miserable mundo
con una sangre corrompida, con un aliento dañino,
y la muerte crece sola en este fango inmundo.

Hombres, cazadores de dioses, cerca los tiempos están,
donde los grandes pilares de oro se enlodarán,
donde el fértil sol roerá las más grandes rocas.

Impávidos en el día y en la noche sin remedio,
nacidos en la estulta nada del supremo tedio,
morís estólidamente cuando abrís vuestras bocas. ”

El colibrí

” El verde colibrí, rey de las colinas,
Viendo la aurora y el sol claro
Brillar en su nido de hierbas finas,
Como fresco rayo del aire escapado.

Alzó el vuelo por las fuentes vecinas,
Donde siente el bambú el mar azaro,
Donde la Asoka de fragancias divinas
Y al corazón un relámpago ha dado.

Hacia la dorada flor desciende, se posa,
Liba tanto amor en la copa de la rosa,
Que muere salado, sin agotarla, tal vez.

En tu labios puros, ¡oh, mi bien amado!
¡Cómo el alma que quiso perecer
Del primer beso que la ha perfumado! ”

El Eclesiastés

” Un perro vivo vale menos -el Eclesiastés ha contado-
Que un león muerto. Excepto, ciertamente, comer y beber,
Todo es sombra, humo. El mundo es viejo para permanecer,
La náusea de vivir el sepulcro negro ocupado.

En las antiguas noches, de cara a los cielos, he mirado
Desde lo alto de la torre, como un promontorio, oler
En el silencio; a lo lejos, dejad de mirar a los ojos, caer
En la sombra de tu trono de marfil como he soñado.

Viejo amante del sol que lloráis de esta manera,
La inevitable muerte es, también, una mentira fiera.
¡Dichosos los que se adentran en ella en un solo paso!

Yo, como siempre, escucho espantado la autoridad
En la embriaguez y el horror de la inmortalidad,
El largo rugido de la Vida eterna y su fracaso. ”

Fiat Nox

” La muerte universal parece un flujo marino,
Tranquilo o furioso, ni lento ni apresurado,
Que se eleva, ola tras ola, rugiente, rodado,
Y en los altos peñascos pasa el tiempo anodino.

Si la felicidad de este vano mundo sin desatino
Se vive, si es un siglo sin fin el día angustiado,
El tormento y la dicha serán sueño de lo soñado
Cuando nuestro pie tropiece con el abismo divino.

¡Oh corazón del hombre, oh tú, mártir miserable
Que corroes el rencor y el amor has de agotar,
Tú que besas tu cadena y que libre quieres marchar!

¡Mira! ¡La ola sube y viene para devorarte!
¡Tu infierno, en la negra marea, se ha extinguido,
Derramando tu sombra sagrada en el olvido! ”

La muerte del león

” Siendo vieja alma de aire libre, sedienta
de la sangre negra de los bueyes, de mirar
desde lo más alto a las llanuras y al mar,
y de rugir en paz, libre en soledad cruenta.

Pero como condenado que pudre su osamenta
en el infierno, por el placer de la infinidad,
fue atrapado en la jaula de hierro fatal,
aunque pretendió escapar de tal afrenta.

Su horrible suerte, en fin, no pudo resolver;
la muerte se llevó su espíritu vagabundo,
pues había dejado de comer y de beber.

¡Oh, frágil corazón, víctima de la rebelión!
¿Por qué vuelves jadeante a la jaula del mundo?
¡Libérate! ¡Y haz lo que hizo este león! ”

La muerte del sol

” El viento de otoño, los ruidos lejanos de los mares igual,
llena de despedida solemne, de quejas desconocidas,
equilibrio tristemente a lo largo de las avenidas
¡Los macizos pesados enrojecidos de tu sangre, oh sol!

Las hojas en remolinos despega los desnudos;
y vemos oscilar, en un río bermejo,
a las aproximaciones de tarde inclinados al sueño,
de grandes nidos teñidos de púrpura al cabo de las ramas desnudas.

¡Cae, Astro glorioso, fuente y antorcha de día!
Tu gloria en manteles de oro que fluye de tu herida,
Así como de un pecho poderoso cae un amor supremo.

¡Muere pues, renacerás! La esperanza está segura de eso.
Pero quien reanimará la llama y la voz
¿Al corazón quién se estrelló por última vez? ”


Paisaje polar

” Mundo muerto, espuma inmensa de mar clandestino,
Abismo de sombra estéril, fulgores espectrales,
Pihuelas convulsivas estiradas en espirales
Que la niebla amarga hace perder amino.

Un ávido infierno, cielo rugoso en remolinos,
Donde se oyen los sórdidos clamores sepultares,
Las risas, los sollozos, los llantos agudos fantasmales
Que un viento siniestro arranca del clarín mortecino.

Corroídos por olas voraces, sobre las altas cimas,
Congelados en su sueño frío y cadavérico,
Duermen los viejos dioses de las antiguas culturas;
Y los grandes osos, blanqueados por nieves grimas.

Aquí y allá, mecieron sus cuellos epilépticos,
Ebrios y monstruosos, babeando lujurias oscuras. ”


A un poeta muerto


Tus ojos erraban, alterados por luz,
del color divino al contorno inmortal
y de carne viva al esplendor del cielo,
duerme en paz en la noche que sella tu párpado.

¿Ver, entender, oler? Viento, humo y polvo.
¿Gustar? La copa de oro contiene sólo la hiel.
Así como un Dios lleno de aburrimiento que deja el altar,
vuelve y dispérsate en la materia inmensa.

Sobre tu mudo sepulcro y tus huesos consumidos
qué otro vuelque o no las lágrimas acostumbradas,
qué tu siglo común te olvide o te renombre;

Te envidio, en el fondo de la tumba tranquila y negra,
de ser liberado de vivir y no saber más,
de la vergüenza de pensar y el horror de ser un hombre.


El sueño del jaguar


Bajo caoba negra, vides en flor, 
En el aire pesado, inmóvil y saturado de moscas, 
Cuelgue y, envolviéndose entre los tocones, 
Rock el loro espléndido y pendenciero, 
Araña con espalda amarilla y monos salvajes. 
Aquí es donde el asesino de bueyes y bueyes 
A lo largo de los viejos troncos muertos con corteza de musgo, 
Siniestro y cansado, regrese a pasos iguales. 
Él va, frotando sus músculos musculosos que él cojea; 
Y, desde la enorme boca de sed, 
Un aliento ronco y breve, una sacudida repentina, 
Problemas con los lagartos grandes, los fuegos calientes del mediodía, 
Cuyo escape chispea a través de la hierba roja. 
En una madera oscura y vacía prohibida al sol 
Él se hunde, acostado en una roca plana; 
Con una larga lamida, azota su pata; 
Parpadea sus dorados ojos aturdidos por el sueño; 
Y, en la ilusión de sus fuerzas inertes, 
Moviendo su cola y temblando sus flancos, 
Él sueña que en medio de plantaciones verdes, 
Él empuja sus uñas goteando 
En la carne de toros asustados y bramando. 



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