(20 de diciembre de 1899 - 22 de julio de 1974, San Salvador, El Salvador)
Dibujo de la fuga
Nunca se ha visto un blanco, un encarnado,
tan amorosos como el lindo verde.
Andrew Marvell
1. El árbol y su cielo.
Ya despierta la
fábula en las cosas.
El cielo de mi
risa
sobre el ágil
velamen del columpio.
Yo tenía la nube,
también la huella
fina de los pájaros
y un reino verde
con semillas verdes
y el mar en el
olfato.
Por aire
humedecido
imaginad el ángel
de las flores.
Por ríos
invisibles
los jardines
dispersos en mi frente.
De su centro de
sangre
alzado el corazón,
el fino huésped.
Junto a párvulas
sombras
musgo de leche y
encendidas anclas.
Yo tenía mi cuerpo
y una fruta sin
vello y dos abejas.
Me bañaba desnuda
entre naranjos,
me comía el
augurio de los tréboles.
El modo de mi casa
-hecho de arrimo y
piedras vigilantes-
iba de viaje en un
antiguo viaje
y en un libro de
peces.
Los ojos de mi
padre
eran náuticos ojos
capitanes.
Daban a ratos
fuegos de Santelmo
y metales del
norte.
Detrás de mi
inocencia
lunas dormidas en
el dulce pronto...
Tal vez lo ya
terrestre
ardiendo como el
grillo de mi luna.
Para el suave
domingo
islas de azúcar,
jaulas de listones.
Para copiarme
risas,
una risueña Alicia
del Espejo
¿Cómo contar mi
olvido,
mi voy jugando de
jugar de juegos?
La falda de mi madre:
ese almidón
sembrado de violetas.
Todo el bosque del
árbol
y yo la corza
libre, la criatura.
¡Qué melodía de
agua, qué paloma!
Mi giramor... mi
girasol... mi mundo.
2. Su puerta
-arco de almíbar y
de sal menuda-
abre el tiempo de
blusas uniformes
debajo del
almendro y la campana.
Creció mi corazón
como una flor
esquiva por mi sangre,
sufriendo la
indagante compañía,
un delicado miedo
y la nostalgia.
Alguien dijo: es
amor...
pero yo lo guardé
con mis peinetas.
En música inicial,
en largas noches
le dormí como a
niño que amenaza.
Ella nada sabía.
Se apoyaba en mi
dicha sin mirarla.
Por su país
esbelto
iba el césped
buscando lo que sube.
De sus dones
abiertos
cogí el idioma
fino, inmaculado.
Venía tiernamente
hasta mi libro
con su origen de
luz, con su garganta.
Tal mi golpe de
vida:
solo... a la
orilla extraña de los nombres.
¿Quién dibujó en
el muro, en el cuaderno,
ese veloz mensaje
de saetas?
La inmensa
pajarera
y un trémulo
silencio, siempre frágil.
Su suave fuerza
deteniendo ríos
y fundando
ciudades en el alma.
Ardor de mi
pureza.
Cuna de fuego en
pequeñez colmada.
¡Génesis de la
abeja de mi pecho
buscando sus dos
alas!
3. Y regresé por
una carta dulce
que era medio
llamada y medio eco.
Resbala el aire
como un río de oro;
sube en el agua
aquel azul pequeño.
El mismo abrazo se
me da en los árboles,
con su aroma
indefenso;
el mismo amor, la
misma casa mía
en ángeles
terrestres.
Olvido la ciudad
porque es verano
y tengo mis
almendros;
una nube trivial
me entrega, ahora,
bailarinas esbeltas.
Nada ha cambiado,
nada... Todo espera
al corazón que
vuelve
sobre aldeas
menores, sobre infancias
de contenidos
cielos.
No hay horas en el
tiempo, cada instante
es eterno y es
breve.
Voy por mis ojos a
la piel del mundo
y al mundo de mi
cuerpo.
¿Quién me dio esta
palabra iluminada
que sin sonar ya
suena?
¿Este secreto de
florales bosques
rodeados de
silencio?
La golondrina de
horizontes rojos
sobre mí va
cayendo...
¿Qué distancia
pulsante y consumida
me derrama en su
vuelo?
Hay un algo que
espera no sé donde;
una escondida
puerta:
puerta de azar
para vivir relámpagos
o navíos o hielo.
Alcanzo mi camino
y no lo alcanzo.
¡Desatadme los
miedos!
Tengo una cita con
la luz lejana.
Con el mar de mis
muertos.
4. En dominios de
nieve
sueña la flor su
escala y su corona.
La nieve cae,
abandonando el aire
con un latido
blanco.
¿Por qué levanta
el muérdago
su sangre oculta
en desafiantes hojas?
¿Por qué dejan los
elfos invernales
laboriosos
mensajes en el vidrio?
¡Eileen, Coleen,
Maureen ... verdes, doradas,
alimentad el
fuego!
El pan junta a los
hombres. Ya regresan
con sus pipas
nocturnas y su infancia.
La nieve tiene
ermitas y ataúdes,
tiene girantes
naipes,
flota en la luz
con pliegues de bandera,
borda manzanas de
agua entre los mástiles.
¿Quién dice que la
nieve es inocente?
¿Quién la celebra
en el licor del sótano?
Mil peregrinos
andan por su cuerpo,
ciegos de blanca
burla.
¡Eileen, Coleen,
Maureen... fuertes, sin miedo,
¿está borracho el
viento?
¡Cerrad la puerta,
defended la casa,
que es la nevada
luna de los muertos!
En praderas de
nieve
el verano dormido
junta olores.
La nieve baja en
diminutos ángeles
y fechas de
diciembre.
¿Cómo estará la
encina en su silencio?
¿Cómo el pez,
entre agujas?
Este morir de
sueño, este abandono,
¿habrá de ser un
colmenar de musgo?
¡Eileen, Coleen,
Maureen... limpias, amables,
extended los
manteles!
La niña del
hermano busca el norte
sobre un temblor
de remos.
Viene con su
cabello derramado,
con sus pasos
silvestres;
trae un lagarto de
ónix en la blusa
y una guitarra
breve.
Las torres de la
nieve
tienen altas
palomas congeladas.
La niña toca aquel
invierno inmóvil
con los guantes de
lana.
Por lámparas de
nieve
suben luces
pretéritas, de olvido.
Abre la niña su
ventana y oye
la memoria del
frío.
5. Llegó sobre sus
botas de soldado
y su medida de
alma.
En el vagón
lloraba un niño puro
y leían los
hombres con anteojos.
La música de
ruedas
trenza llanuras
con aldeas tristes.
Un presuroso cerro
se le acerca
para huir, en
menguante.
Cada cintura de
árbol tiene brazos
que van a la
deriva.
Es preciso callar,
tal vez dormirse
o perseguir su
nombre.
¡Ah, venid a
mirarle!
¡Venid a señalar
su labio joven!
Está jugando de
coger mi frente
con sus pestañas
de oro.
Creo que ya
conozco su esperanza,
su jardín
melancólico.
¿Dónde me dio, por
un antiguo cielo,
esta frágil
alondra?
Diríase que vino
para hallarme,
olvidando su miedo
en los cipreses.
Porque la muerte
sacudió su espanto
lleva una palidez
que le ilumina.
Quiero alcanzar su
célibe distancia
y utilizo el
perfume del pañuelo.
Con maniobras de
abeja le cautivo;
le voy dando mi
gesto y mis collares.
Por rápidas
vidrieras
pasa un sitial de
malvas, tres cabañas.
El día lento sufre
en el jadeo
de tartamudos
rieles y furgones.
¿Acaso fue mi
educación de brisa,
su noticia de luz,
el tiempo inútil?
De No Man`s Land
traía un libro amargo.
¿No era mi edad el
libro de la nube?
Por eso el viaje
descansó en la playa
y nos dio el mar
su vértigo de olas.
Borramos el ayer de
los obuses
y despertó mi
golondrinalondra.
6. Este color de
liquen y de algas;
este origen de
mar, que nadie advierte;
este canto de
grutas sumergidas
y estos silencios
de agua, que se beben.
El goce de una
intacta lejanía
donde el pulso del
tiempo se endurece;
el barco que llegó
buscando anclas,
por combate de
noches y de nieves.
Un domador de
potros de arco-iris,
un ágil compañero
de los peces,
una rada con
árboles de llanto
y la isla que
muere y que no muere.
Todo, medio
perdido por mis labios,
todo, medio
salvado por mis sienes,
y en esta tierra
de cumplidas cosas
apenas como el día
adolescente.
Por un deseo que
anudó en el musgo
el suelto sollozar
de la intemperie;
por un lejano
viaje que en la playa
cambió su muro de
olas en laureles;
por eso estoy
aquí... con este sueño
de oceánica raíz,
casi perenne;
con este primer
junio de buscarme
y este regalo de
saladas fuentes.
Cae a mis ojos, de
unos ojos altos,
toda la luz en su
marino oriente.
Cae a mi corazón,
con piel y sangre,
toda la vida de mi
nombre verde.
Tal vez de una
ternura de riberas
me iré al volcado
adiós de las corrientes.
Tal vez en un
estreno de horizontes
recogeré la flor
de lo que duele.
Ha sido mi secreto
entre las ramas
esta mitad de mar
que no obedece.
Por eso ando
buscando, sin decirlo,
el nuevo viaje de
mi antigua gente.
De "Canción redonda":
1. Nada en común tenemos
Nada en común
tenemos; sin embargo
te escucho
emocionada;
va tejiendo la
luna hebras sutiles
en su telar de
plata.
Abre la noche su
corola fresca,
húmeda y
constelada
en el círculo
inmenso del espacio...
Y las horas se
paran.
Canta el viento
andariego cantos locos
que aprendió en la
montaña;
peina la cabellera
de los pinos
y brinca entre las
zarzas.
Los arrayanes
florecidos sueltan
su más rica
fragancia
y en la pelusa de
los llanos verdes
las luciérnagas
bailan.
Mientras hablas,
escondo mi tristeza
y te escucho,
callada.
Eres tan claro y
tan sencillo, tienes
transparencia de
agua.
Despliega la ilusión
en tus pupilas
su red de luces
mágicas
y en tus labios
agita el beso tímido
alas atolondradas.
Adivino el impulso
que sofocas.
¿Dijiste que me
amabas?
¡Niño, qué mal
comprendes el sentido
que encierra esa
palabra!
Raíz que viene del
profundo abismo
de las vidas
pasadas,
con sus menudas
flores de mentira
y sus frutas
amargas.
Aún no miran tus
ojos jubilosos
detrás de tu
mirada;
se alcanza a ver
el fondo de las cosas
después de muchas
lágrimas.
¿Qué podría
ofrecerte? ¿Qué sabrías
de mi pena
apretada,
de mi amor
mutilado y retorcido,
que sabrías de mi
alma?
¿De mi canción que
vuela hasta el lucero
y camina descalza?
¿De mi sed de
belleza? ¿De mi ensueño
que me duele y me
salva?
Nada entiendes de
mí. Sólo me quieres.
Me codicias por
rara.
¡Juventud delirante
que desea
siempre lo que no
alcanza!
Deleita tu palabra
de ternura
en mi oído
enredada
y la quietud de
seda que nos une
cuando tu voz se
calla.
Quisiera florecer
en esta noche,
reír con risa
franca,
abrir los brazos a
la dulce vida
y encender mi esperanza.
Pero ya ves, tú
empiezas el camino,
yo regreso
cansada;
y dolores y
sombras y recuerdos,
me persiguen y
atajan.
La verdad en voz
baja:
Por eso el quieto
corazón te dice
Nada en común
tenemos. El encanto
de esta noche no
basta.
* * *
2. Porque soy vagabunda
A Doña María de Baratta
Porque soy
vagabunda conozco los caminos
húmedos y
fragantes que en el monte se enroscan;
los que suben
despacio al nido de la fuente;
los que se traga
el bosque con su boca de sombra.
Porque soy
vagabunda he bajado al barranco
a despertar el eco
en su cueva de rocas;
persiguiendo
l`arisca libélula de nácar
y el moscardón de
acero que zumba entre las hojas.
Me he tendido en
el musgo, sobre almohada de helechos,
oyendo el trino
fino que suelta la chiltota;
y la oruga del
lodo ha comido en mi mano,
y han bailado en
mi frente briznas y mariposas.
Vi abrirse el
cascarón del huevillo del pájaro
y la seda
enrollada de la prieta amapola;
probé la pulpa
rica de la fruta silvestre
y descubrí panales
y recogí bellotas.
El viento me ha
contado cuentos de maravilla
ofreciendo, al
pasar, lo que lleva en su alforja:
olor de balsamera,
de yerbas, de racimos,
y todos los
rumores de la tierra redonda.
La tonada del río,
entre juncos y breñas,
me da el sentido
exacto que hay en las siete notas;
y aprendo el
equilibrio y la gracia del ritmo
en el vaivén azul
y lento de las olas.
Corro con pies
descalzos sobre la playa tibia,
me unto barniz de
sol, juego en el agua loca,
y adorno el cuerpo
alegre con espuma irisada
y pulseras de
algas y collares de conchas.
La noche me regala
sus gajos de luceros,
la luciérnaga
mínima su llamita temblona,
el grillo su
chillido clavado en el silencio
y el murciélago
huraño su vuelo de alas flojas.
Porque soy
vagabunda toda belleza es mía
y mío es el
deleite que los demás ignoran.
¡Suelto mi canto
vivo como el pájaro libre
y tengo el alma
diáfana, esponjada y gozosa!
* * *
3. Mensaje que no espera respuesta
Porque llegaste
del ensueño mismo,
súbito y
espontáneo,
rompiendo
ligaduras imposibles
con atrevidos
brazos.
Porque en la
sombra, densa y sin orillas,
fuiste un momento
blanco:
soplo fugaz de
giros jubilosos,
voz de risa y de
canto.
Porque advertiste
el signo de mi angustia,
cuajado en hierro
amargo;
adivinando en la
inquietud rebelde
el impulso
amarrado.
Porque tu beso te
nació en el alma
y no sólo en los
labios:
savia que reventó,
dulce y violenta,
en rosa de milagro.
Por tu fino
sentido de ternura,
nido de mi
cansancio,
donde confiada la
tristeza-niña
pudo dormir un
rato.
Por las tardes de
octubre, por las noches
enjoyadas de
astros;
cuando vibraba en
el caudal de vida
ritmo celeste
claro.
Por el móvil
fulgor que aprisionaba
la seda de tus
párpados;
por la palabra
bella que envolvía
el pensamiento
diáfano.
Por el ovillo
tibio de caricias
enredado en tu
mano;
por la dicha de
amor que no cabía
en el pecho
esponjado.
Por el vértigo
loco de las horas
que se fueron,
volando...
Por el dolor que
nos cayó, de golpe,
como cifra de
pago.
Va este mensaje de
añoranza ingenua,
persiguiendo tu
rastro
por las rutas
profundas del silencio,
con instinto de
pájaro.
Ha de llegar a ti
casi sin fuerzas:
pequeño y azorado;
ala de miedo, pico
de nostalgia,
corazón de
fracaso.
Y en el círculo
quieto del recuerdo,
sobre tu pecho
cálido,
tímidamente
soltará el motivo
de su arrullo
delgado.
* * *
4. Canción de medianoche
Esta noche de
octubre es de luna redonda.
Estoy sola,
llorosa, pegada a tu recuerdo.
Han escrito tu
nombre las estrellas errantes
y he cogido tu voz
con la red de los vientos.
Flota un olor
agreste con resabios marinos,
las sombras se
amontonan en rincones de miedo,
algo secreto
emerge de las cosas dormidas
y las horas se
alargan en la curva del tiempo.
Mis ojos de
vigilia captan todo el paisaje:
el cono del
volcán, los llanos y los cerros,
la vereda entre
zarzas, los arbustos floridos
y las palmeras
altas de penachos violentos.
Se oye el glu-glu
monótono del agua escurridiza
que en la
hondonada cuaja su espejito de invierno,
el golpe de la
fruta al caer de la rama
y el zumbido
perenne de la ronda de insectos.
Mariposas ocultas
tiñen sus alas frágiles,
el zenzontle del
alba esconde su gorjeo,
y entre espesas
cortinas de bejucos fragantes
la paloma morada
sueña rumbos de vuelo.
Por etéreos
caminos los anhelos se encumbran
y en los cuatro
horizontes dan vueltas en silencio.
¿Quién escucha el
mensaje de las almas que lloran?
¿Quién recoge en
el aire los suspiros dispersos?
Trato de
reconstruirte con vaguedad de líneas,
pero te desvaneces
y te alejas, huyendo...
¿En qué niebla
distante has escondido el rostro?
¿En qué lugar
remoto ha caído tu cuerpo?
Esta noche podría
quererte más que nunca:
hay en mi corazón
humilde vencimiento;
tiembla en la mano
izquierda la caricia de espera
y queda el beso
tibio en los labios suspenso.
Te ofrendaría el
hondo latido de mi impulso,
mi canto de
belleza y mi gajo de ensueño,
y una ternura
clara, como río de gracia,
colmaría de
encanto la cuenca de mi pecho.
Pero ya ves: el
ansia ha de quedarse trunca
aunque estire el
amor sus brazos pedigüeños.
Y he de pasar la
noche, bajo la luna de ámbar,
hilvanando
tristezas y contando luceros.
* * *
5. Canción del recuerdo intacto
Sólo tú,
verdadero, ningún dolor me diste.
Tu regalo perfecto
no cabía en mis manos:
era el ramo
fragante, el vino de alegría
y la espiga madura
para el pan cotidiano.
Sólo tú adivinaste
el motivo secreto
que doblaba mi vida
en curva de fracaso;
sólo tú me dijiste
la palabra de aliento
que me mantiene
recta a través de los años.
Por camino de
sombras y vueltas de peligro
tu pie, firme y
valiente, perseguía mis pasos.
¡Oh saltador de
abismos, distancias y barreras!
¿Quién detuvo el
impulso de tu amor obstinado?
Para saber
quererme afinaste el sentido
volviendo suave y
dulce lo violento y lo amargo.
Para alcanzar mi
ensueño abriste alas veloces;
para poder
copiarme fuiste un espejo claro.
Ardía en tus
pupilas hoguera de fulgores,
se enredaba en tu
lengua el arpegio de un canto,
y mecido en tus
brazos, como un niño pequeño,
dormía sin temores
mi corazón cansado.
Todos los que me
amaron algún dolor me dieron
y todos los que
amé un dolor me dejaron;
sólo tú me
alegraste como un día de fiesta;
sólo el momento
tuyo fue perfecto regalo.
Por eso, en hora
quieta, en el pecho se esponja
el beso de ternura
que revienta en los labios:
¡Música errante y
vaga, azul de lejanía
lucero del
silencio en lágrimas cuajado!
* * *
6. Antífona del amor inmutable
Siempre habré de
quererte como ahora:
¡Amor de luces
blancas!...
¡Fuego de sol que
me calienta el pecho
y no levanta
llama!
Con esta misma
música recóndita,
tan profunda y tan
vaga
como el rumor inmenso
que recoge
el caracol de
nácar.
Con el íntimo
verso que revienta
en sencillas
palabras
y queriendo
expresar todo lo bello,
casi no dice nada.
Con el goce
callado de sentirte
en la raíz del
alma:
savia celeste que
mi anhelo yergue
hasta las nubes
altas.
Con el ensueño
renovado y fresco
y esta ternura
clara
que apenas cuaja
en la caricia leve,
como el roce de un
ala.
...Siempre habré
de quererte como ahora,
aunque después me
vaya
errante y sola,
con el llanto mudo,
y la emoción ahogada.
He de llevar en el
oído fino
tu suave voz
lejana
y en el pequeño
corazón rebelde
tu misteriosa
marca
Porque me amarra a
ti nudo de siglos,
y saltando
distancias
fui persiguiendo
en encontrados rumbos
la huella de tu
planta.
Porque llegué de
la negrura densa:
una sombra
agachada...
y en tus brazos de
amparo se encendía
el resplandor del
alba.
Porque el sollozo,
retorcido y hondo,
colmando mi
garganta,
soltó en la cuenca
de tu mano tibia
su amargura
salada.
Porque anclé mi inquietud
en el remanso
de tu pureza
intacta
y meció tu
silencio transparente
mi vela
desgarrada.
Porque encontraste
la verdad oculta
bajo mi forma
vana.
¡Y el mismo Dios,
con su pupila eterna
me mira en tu
mirada!
* * *
7. Árbol de sangre
Esta herida me
duele con dolor deleitoso.
Abierta como un
surco, en su fondo germina
semilla amarga y
dulce que ha de erguirse, callada,
en el tronco de
fuerza y en la rama florida.
Árbol gigante y
bello que juega con las nubes:
su cabellera
densa, peinada por la brisa,
esconderá el
arrullo de la paloma viuda
y el primor
delicado de la frágil orquídea.
Llegarán en
bandadas mariposas de junio,
han de libar sus
mieles abejas bailarinas
y en la quietud
nocturna, luciérnagas fugaces
mecerán en las
hojas sus tenues candelitas.
Será la casa
oculta del animal huraño,
ha de lamer la
bestia su raíz retorcida
y quebrando
jornadas el viajero del mundo
apoyará en su
tronco la carga de fatiga.
Rumoroso de trinos
y adornado de gajos,
meciendo bajo el
sol frescura de caricia,
con sus ventanas
verdes por donde el cielo pasa
y en la corteza
dura cicatrices perdidas;
recogerá los ecos
de músicas errantes,
vibrando como un
arpa que se toca a sordina;
y cuando suene el
grito de la tormenta loca
abrigará los
miedos que en soledad palpitan.
Su savia de dolor,
potente y victoriosa,
multiplicada en
cantos, trocada en gallardía,
empinada al azul y
en el lodo sembrada,
ha de ofrendarse a
todos en dádiva sencilla.
Y tal vez una
tarde, cuando estés viejo y solo,
y en el recuerdo
se abran puertas de lejanía,
te ha de llegar un
soplo de fragancia olvidada...
¡Sangre
transfigurada en florescencia viva!
* * *
8. Canción del adiós que se presiente
Nos está decretado
separarnos.
Tal vez sea
mañana...
He vivido a tu
lado muchos días
sin ser lo que
deseabas.
Has cogido en tus
manos, suavemente,
mi tibia mano
huraña;
has tejido en tu
pecho nido quieto
donde caben mis
alas.
Para librar mi
ruta de peligros
fuiste apartando
zarzas;
con tu filo de luz
abriste puertas
en mi noche
cerrada.
Me has mirado de
frente, con serena
pupila de
confianza;
me has dicho la
palabra de ternura
sencilla y
cotidiana.
Me regalaste la
fragancia leve
de flor inmaculada
y esa leve
fragancia del ensueño
casi no era
fragancia...
Nos está decretado
separarnos...
Ya la pena lejana
en recónditas
voces de amargura
anuncia su
llegada.
Sin embargo...
sospecho que me escondes
la retorcida llama
que se yergue
obstinada en tu silencio
y que valiente
apagas.
Sé que en tus
labios duerme el beso largo
que vence y
arrebata;
en tu cuerpo de
arcángel está preso
el dragón de las
ansias.
Y en mi sangre,
también, late el impulso
que hay en las
viejas razas.
¡Madura estoy como
la fruta dulce
que se inclina en
la rama!
Pero la dicha
inmensa de querernos
nos ha sido
vedada.
Después vendría la
infinita angustia
que colma y no se
acaba.
Nos está decretado
separarnos.
La vida nos
reclama
el valor del
adiós... ¡Están más juntas
las almas
solitarias!
Escogeré, por eso,
rumbos nuevos
que el horizonte
alcanzan;
me llevaré el
dolor de haberte hallado
y de darte la
espalda.
Otras te
ofrecerán, pleno y cumplido,
el goce que
soñabas;
en frágiles
espejos de quimera
me has de ver
reflejada.
Tu anhelo ha de
buscarme en toda forma
y yo seré
fantasma;
me has de sentir,
como inquietud perenne,
clavada en tu
esperanza.
Cuando creas que
me hundo en el olvido
estaré más
cercana:
amor que por Amor
deja el deleite
es eterno en el
alma.
Nos está decretado
separarnos
y mi adiós se
adelanta...
¡Fulge en mi
corazón tu nombre claro
en un prisma de
lágrimas!
* * *
9. Canción redonda
A don Joaquín García Monge
Voy a cantar la
inmensa belleza de la vida
en un verso
sencillo:
el color de la
nube, la fragancia del gajo,
y el milagro del
trigo.
Quiero robar al
Sol su clave luminosa
y su escala de
brillos;
y con el alba
nueva despertar en el mundo
los ojos y los
trinos.
Entraré con el
viento en la selva profunda
de los ecos
dormidos;
y he de sentir la
recia carga de los calores
y l'aguja del
frío.
Jugaré con las
olas de los mares revueltos
un juego de
peligros;
y escribiré en
l'arena una estrofa que acaba
en puntos
suspensivos.
Subiré con el
fuego, como una flor violenta
de capullo
encendido;
y después, llama
extinta, he de dormir oculta
en el rescoldo
tibio.
Ensayaré la gama,
transparente y alegre,
de las voces del
río;
y el vaivén de
fulgores que traza en las espumas
el pececito
arisco.
Meceré mi cadencia
en el tallo delgado
que sostiene al
jacinto.
Me hundiré, con la
savia de la raíz oscura,
por túneles de
limo.
Asomaré mi tierno
retoño de esperanza
entre lianas y
espinos;
y en la fruta del
árbol acendraré las mieles
de sabor
exquisito.
Esponjaré la seda
del gusano rastrero
envuelta en el
ovillo;
y en la fiesta de
Mayo habré de ser inquieta
mariposa de giros.
Remontaré mi gozo
en el vuelo del pájaro,
por diáfanos
caminos;
y en la rama
flexible, bajo las sombras verdes,
he de colgar mi
nido.
Guardaré, con la
fiera, mi soledad salvaje
y mi cueva de
gritos.
Buscaré, con la
bestia, el yantar cotidiano
que rumian los
vencidos.
Abriré misteriosa
puerta de corazones
con mano de sigilo;
y en cuenca de
ternura recogeré la música
de trenzados
latidos.
En la pauta de
amor, en el Júbilo Eterno,
he de inventar un
himno
que vibre en
armonía exaltada y perfecta,
llenando el
infinito.
Con la brasa del
beso sellaré la frescura
del labio sensitivo;
y en ofrenda
secreta entregaré tesoros
cabales y
escondidos.
Para quien llora
en vano, buscando en el silencio
como un niño
perdido,
he de tejer, con
hebras de arrullos enredados,
quieto rincón de
abrigo.
Aprenderé a mirar
con ojos de vidente
las cosas y los
signos;
y sabré descubrir,
en cada acción, la causa
y el humano
sentido.
La flecha de mi
anhelo romperá la tiniebla
sin perder su
destino;
y la red de mi
ensueño ha de alcanzar distantes
luceros
sorprendidos.
Ni angustias ni
temores ceñirán en mi carne
cadenas de
dominio,
porque tiene mi
impulso la fuerza arrebatada
del torrente
crecido.
Seré palabra clara
que reza y que bendice,
y sollozo y
suspiro;
y en el dolor
rebelde y múltiple del hombre
lamento retorcido.
Y cuando en la
belleza de mi canción redonda
no falte ni un
sonido,
la soltaré en el
aire... Y escogeré, callada,
los rumbos del
olvido.
* * *
10. Romance de la noche más bella
Nos fuimos -noche
de Octubre-
por la larga
carretera.
Ya no llovía. La
luna
era una luna
canela.
Cara plácida y
redonda.
Cara de madrina
buena.
Sonrisa de plata y
ámbar.
Maravillosa
hilandera.
Su madeja de
fulgor
se enredaba entre
la yerba;
prendía en los
matorrales
finas hilachas de
seda;
se ovillaba en los
rincones;
se destrenzaba en
las cercas;
y tejía encajes
anchos
que colgaban de
las tejas.
El viento no se
movía...
Donde la ciudad
comienza
el cementerio
olvidado
tenía quietud de
piedra.
Altos cipreses, en
fila,
estiraban puntas
rectas.
Se balanceaba en
la sombra
el candil de la
luciérnaga,
y de los campos
mojados
subía pesada
esencia.
Reñíamos en voz
baja
por necedades
pequeñas.
¡Niños que juegan
a herirse
aunque la herida
les duela!
Reñíamos, porque
nunca
dos que se quieren
de veras,
logran probar la
alegría
sin mezclarla con
tristeza.
En el cauce del
amor
brotan corrientes
diversas,
y jamás se siente
puro
el sabor del agua
fresca...
Expresabas tu
rencor
en crueles
palabras negras
clavando en el
corazón
alfileres y
saetas.
Se alzó rápido mi
orgullo,
y con las pupilas
secas,
te respondí frases
duras
y desafié tu
violencia.
Entonces la luna
sabia
nos enredó en su
madeja:
tibia suavidad de
encanto,
nido de lumbre
magnética,
red de plata que
aprisiona,
trenza de sutiles
hebras...
Tu mano buscó mi
mano
en una caricia
tierna,
y yo doblé,
avergonzada,
la petulante
cabeza,
olvidando, como
niños,
penas, rencores y
quejas.
Después... Nunca
fue una noche
mejor que la noche
aquella.
Húmeda noche
fragante.
Noche de luna
canela.
Frente al lagar de
la muerte
encendió la vida
bella,
como una rosa
gigante,
su llama de veinte
leguas.
¡Flor que nacía en
el barro
y besaba las
estrellas!
El reloj marcó la
hora:
doce campanadas
lentas...
Cuando la dicha
nos llega
los minutos se
atropellan.
Regresamos, en
silencio,
por la larga
carretera,
con las manos
enlazadas
y con las almas
suspensas.
Ya estaban en la
ciudad
cerradas todas las
puertas,
y ninguno caminaba
por las calladas
aceras.
Así, nadie adivinó
la dulzura que era
nuestra.
Sólo la luna
sabía.
Pero la luna es
discreta.
Otros sonetos y
poemas:
Canción que te hizo dormir
La noche del
mundo:
¡qué largos
cabellos...!
Los suelta en la
torre,
la torre del
viento.
Los peina en el
valle,
los trenza en el
cerro,
los abre en las
ramas
frías del
almendro.
La noche del
mundo:
¡qué oscuro su
cuerpo. ..!
En él se
transforman
las cosas del
suelo:
el lirio descalzo
se calza de acero;
el loro se vuelve
piedra de
silencio;
la errante neblina
ángel medio ciego,
y el naranjo en
flor
un oso de hielo.
La noche del
mundo:
¡qué nombre de
sueño,
qué barca volante,
qué tiempo sin
tiempo!
* * *
Cara y cruz
Alta visión de un
sueño sin espina,
honda visión en
realidad clavada;
ansia de vuelo en
recta que se empina,
miedo del paso en
curva accidentada.
Rosa de sombra,
rosa matutina,
una caída y otra
levantada;
ángeles invisibles
en la esquina
donde el presente
cambia de jornada.
Marca el momento
signo de la altura:
brote de carne
limpia y sangre pura
en renovado campo
de infinito...
Y en promesa
inefable y verdadera
-Gabriel de
anunciaciones y de espera-
un mundo sin
cadenas y sin grito.
* * *
Cartas escritas cuando crece la noche
I
El tiempo regresó
—en un instante—
A la casa donde mi
juventud
Quiso comerse el
cielo.
Lo demás bien lo
sabes...
Otros llegaron con
sus palabras
Y sus cuerpos,
Buscándome
dolorosamente
O dejando la
niebla del camino
Entre mis pobres
manos.
Lo demás es
silencio...
Hoy tengo tus
poemas en mis lágrimas
Y el deseado
mensaje —tan tuyo—
Entra en mi
corazón con mil años de ausencia.
Lo demás es poseer
este milagro
Y sentirme a
orillas del Gran Sueño
Como una rosa
nueva.
"Dame tu mano
al fin, eternamente"...
II
Busco tu voz en
cada letra de los poemas
que para mí
escribiste.
Tu amada voz
dormida en su entierro!...
El contorno de un
rumor toma vuelo y entonces
La recobro,
despierta.
Sintiéndome más
encendida que un diamante
Y con tu voz en el
aire fresco
Me atrevo a decir,
saludando al mundo:
"¿Quieren
iluminarse
Con esta
plenitud?"
III
Pude haber vivido
cerca de ti
Suavemente
Y encender tu
lámpara y sentarme
En el ancho sillón
oloroso a tiempo.
Pude cortar una
rosa
Y ponerla en tu
escritorio
O bordar a media
tarde
Un enjardinado
mantel.
Ocurrió lo
contrario:
Lejos anduve y
sola
-Tremendamente
sola-
porque no quisiste
acompañarme.
Pero en idas y
venidas por esos caminos,
¡Qué bien me
enseñaron a conocer quién soy!
IV
En el círculo de
palabras y palabras
Tu silencio era
más poderoso
que cualquier
sonido
Yo lo habitaba sin
protestas
Entrando
valientemente en sus distancias
Como patinadora
sobre el hielo.
¡Ah, tu silencio
mío!
¡Ah, mi sutil
planeta inexplicable!
¿Era un espacio
vivo
O tan solo el
nombre de esta obstinación?
Al fin, después de
todo...
-No falta un
después en cada momento-
V
Si en la hora más
quemante de mi vida
Yo hubiera
encendido, por lo menos,
La orilla de tu
corbata...
Todo sería
distinto!
Pero no lo
permitiste —¿Recuerdas?—
Y entonces fui,
como jamás lo he sido
Una desesperada.
Guardo tu palidez
esquiva
Y los ojos que no
iban a entregarse
Aunque acabara el
mundo.
Después algo me
hiere no sé dónde
Y me ahogo y
respiro soledades
Y estoy metida
hasta los huesos
En un laberinto
¿Cómo logré
salvarme?
Porque yo olía a
flor
-En la hora más
ciega de mi vida-
Y lo único que
deseaba intensamente
Era caer sobre tu
cuerpo como una flor.
VI
Si todo fuera
distinto
Yo no tendría un
largo viaje en los ojos
Y en esta soledad
Versos y versos...
Si todo fuera
distinto
Yo sería a tu lado
una dicha completa
Y la mitad de tu
alma.
VII
Si llegaras por
esa puerta
Tal vez te
extrañaría mi pelo gris-azul,
Con reflejos
plateados.
Le pongo un suave
tinte _por supuesto_
Pero no creas que
me engaño.
Envejecer es un
problema. Sin embargo,
Yo no envejezco
entristeciéndome.
Si regresara con
lo vivido hasta el domingo
Que al lado tuyo
se hizo viernes,
Creo que volvería
a ser la misma amorosa
Y que de nuevo te
daría
Un rato tremendo.
VIII
El tiempo... ¿Qué
es el tiempo?
Para mí no ha
pasado
Desde aquellas
noches de lunas amarillas,
Cuando me llevabas
a las reuniones de los sábados...
Me sentí joven al
leer tus poemas
Y me dio vergüenza
experimentar esa delicia.
Con un gajo de
sueños juveniles
Caí en profundo
sueño.
Hoy me burlo del
tiempo
Y hasta le hago
cosquillas
En las barbas.
Así, medio
jugando,
Voy a meterlo por
un mes
En el armario.
IX
Toda una vida
lejos de ti.
Toda una vida...
Por qué?...
¿Quieres decirlo?...
Hubiera sido tan
hermoso
Mirar la misma
estrella
Desde nuestra
ventana.
X
Hay muchos años
entre mi amor
Y tu ausencia.
Con ellos puedo
escribir
Una historia
larga.
Hay mil cosas que
quisiera decirte
Dulcemente...
¿Pero cómo
expresar lo inefable?
XI
Tal vez nunca
contestes mis cartas.
Ya nada espero ni
pido nada.
A estas horas
sería ridículo preguntar al cartero
Si me trae un
sobre que brilla
Como pequeño
astro.
XII
No sé a quien
contarle que regresaste de repente,
Con tu lenguaje
extraordinario
Y con todo lo que
sabe
De la eternidad.
Confiaré a un
joven puro mi secreto,
Para que él lo
celebre viviendo.
Sería triste que
nadie conociera
Mis llamaradas y
mi sal.
XIII
Si el príncipe
Siddharta apareciera ahora
Cerca de mí, muy
cerca,
Creo que me diría
suavemente:
"Rompe ese
lazo dulce.
¿Acaso no conoces
lo que enseñé?"
pero la ley de
Samsara es fiel y exacta:
el nudo no podrá
deshacerse
hasta que tú y yo
alcancemos, juntos,
la más definitiva
palpitación
del encuentro.
Crece la noche...
crece...
Y el Pensativo de
Rostro Inmutable
Cuenta con sus
ojos
Mi verdadera edad.
XIV
Cuando todo se
cumpla
En otra vida, porque
aquí ya es muy tarde_
Conoceré mejor el
poder de los recuerdos
Y viviré en tu
casa.
XV
Y ahora un
"hasta siempre"... un "te agradezco"...
Descubrí mi
esperanza.
Aquí se anuncia la
mañana con un ángel
Y con una
semillita de antigüedad.
* * *
Envío
Sobre tu blanca
huella mi camino;
mi siempre andar
sobre tu luz en fuga.
Con ecos, con
taludes, con mareas,
y este nombre del
alma en mi aventura.
Aquí... para
llegar hasta tu reino,
escuchando la voz
que no se escucha;
cayendo en estas
noches de mi paso
y amaneciendo
clara por tu ayuda.
Llevo en el
corazón tu guerra eterna:
la guerra del que
anuncia y del que busca.
Estoy, bajo mi
cuerpo de vergüenzas,
formando un ángel
con la sangre pura.
Por eso muestro
aquella casa ciega
y el diurno puente
en medio de las lunas.
Por eso voy a la
montaña libre
que define mi
tierra de criatura.
Torbellinos de
amor me han detenido,
pero en amor hallé
la vía oculta.
No se borró el
secreto del gran sueño
ni se cansaron
nunca las preguntas.
Se cuenta el viaje
sin decir en dónde
está el arribo, la
silente música.
Ni la memoria sabe
lo que pierde
ni la palabra pesa
lo que junta.
Ya tengo la
canción, ya se me rinde;
ya combato en su
llama tan desnuda.
El ardiente
mensaje está en mi lengua
para entregarlo
como cosa tuya.
¡Oh Cristóforo
mío, de tu marcha
salgo yo... la
pequeña, la nocturna!
Subiré por la
escala de tu fuego
sin traicionar mi
estremecida ruta.
* * *
Espejo
Miré a la dulce
niña del pasado
con piel ansiosa y
con el ojo puro,
dibujando su forma
contra el muro
donde el amor la
había equivocado.
Era yo misma...
cuerpo ya olvidado,
gesto de ayer y
corazón seguro;
simple inocencia
en el afán oscuro
y secreto del
canto inaugurado.
Estaba allí,
casual y sensitiva,
dueña del dardo y
la manzana viva
en trémula quietud
y extraño aliento.
Toqué su falda de
vergel y danza,
entré en el
corazón de la esperanza,
y recogí el engaño
del momento.
* * *
Estrella
Estrella... más
que vista, presentida.
-¿Dardo de luz o
brasa que levanto?-
Alta en el cielo y
en razón de llanto
tras la retina por
milagro hundida.
En el sueño y la
sangre derretida.
Doliendo allí,
perdida con espanto.
Casi tocada en la
raíz del canto
y eternamente
libre y perseguida.
Reflejo. Sin
embargo, propia lumbre.
Clavo del hueso,
signo de la cumbre,
ojo de soledad y
lejanía.
Sitiada siempre,
pero esquiva al tacto.
Doble. Juntando al
fin su don exacto
en este humilde
afán de la poesía.
* * *
Eva y Adán
¡Si tienes sed,
Adán, abrévate de mi boca!
¡Ten fe y obra el
milagro! ¡Mis besos serán buenos
como el agua que
un día brotara de la roca
y como la que el
Hijo de humildes nazarenos,
que será, de amar
tanto, Dios mismo, cambie en vino!
¡Si tienes hambre,
toma: mi corazón es vianda!
¡Mis ojos son antorcha
de luz en tu camino!
¡Y el camino soy
yo! —¡Oh, bebe y come y anda!
¡En mis débiles
brazos está tu fortaleza,
por mí lo serás
todo y triunfarás en todo;
por mí tus ojos
pueden descubrir la belleza,
tus pasos echar
alas, tu suavidad ser fuerte!...
Yo soy quien te
completa, ¡mortal! ¡Desde que el lodo
Se llenó del
aliento de Dios contra la muerte!
* * *
La casa de vidrio
Puerta de cristal
el día,
pared de cristal
el aire,
techo de cristal
el cielo...
¡Dios hizo mi casa
grande!
Ventanas de
maravilla
sobre escondidos
lugares:
el sendero de las
hadas
y el camino de los
ángeles.
Cuelgan las
enredaderas
sus cortinas de
volantes;
la hierba fina es
alfombra
de mariposas
fugaces.
El agua clara del
río
cuaja un puente de
diamante;
hay libélulas de
nácar
y pececillos de
esmalte.
Risa y canto se
persiguen
en giros de juego
y baile.
¡Columpio del
alborozo
entre los gajos
fragantes!
Palabra limpia y
sencilla
como la flor del
lenguaje;
regazo de la
ternura
donde las lágrimas
caen.
Trigo de la espiga
nueva
para harinas
celestiales;
amor que leche se
vuelve
en el pecho de la
madre.
¡La casa es casa
bendita,
todo en ella vive
y cabe,
y puedo mirar a
Dios
a través de sus
cristales!
* * *
Reto
Maduro fuego por
azar cautivo
en el estrecho
cauce de mis venas.
Brazo de afán
helado entre cadenas,
rostro de ayer
presente en sueño vivo.
Paloma del zarzal
y del olivo
que a perseguir tu
vuelo me condenas.
Fuente, sobre la
sed de las arenas,
negándose a mi
tallo sensitivo.
Como lleva la
noche al sol distante
y el párpado
cerrado los colores,
así te llevo en
pulso palpitante.
Viuda de tu
presencia en lo visible,
están en mí tus
dádivas mejores
y alzo en forma
cabal sangre imposible.
* * *
Retrato
Ternura móvil que
enraizó a mi lado,
niño grande sin
nombre y sin alero;
huésped del sueño
en cuerpo verdadero,
oscuro corazón
iluminado.
Pago del día,
saldo del pasado,
dulce heridor y
hábil curandero;
mina de venas
rotas y venero
que sin reserva da
lo que he buscado.
Su silencio tan
largo tiene ahora
pájaros irisados y
despiertos
bajo una luz
madura y vencedora.
De cenizas llegó
su forma alzada,
y en rumbos de la
sangre su llamada
devuelve la
palabra de los muertos.
* * *
Rosa
Color redondo,
carne dulce y fina,
abierto corazón de
primavera;
llama fugaz en
tierra pajarera,
columna de
evidencia matutina.
Goce de abril,
inútil bailarina
de la sangre y la
luz en la frontera,
comunicada con la
vida entera
por el silencio
amargo de la espina.
Externa y pura,
mas del lodo alzada.
En el cristal
cautiva y condenada
sin alarde se
dobla o se refleja.
Basura de agonía
cuando acabe...
¡Y mi lengua
extraviada que no sabe
el idioma del
duende y de la abeja!
* * *
Sangre
Para Alberto Guerra Trigueros
Zumo de angustias,
leche milagrosa,
raíz inaccesible,
árbol salado.
¡Qué temblor en el
túnel anegado!
¡Qué llama y nieve
en subterránea rosa!
Escala de
contactos, misteriosa
razón del sueño,
el miedo y el pecado.
Silencio a todo
grito encadenado
y tapiada
presencia dolorosa.
De los muertos nos
llegas... ¡muerte andando!
Substancia
inevitable, gravitando
en la masa
despierta de la vida.
Mi cuerpo de mujer
te alza en el hombre,
te suelta en la
aventura de su nombre
y te derrama por
interna herida.
* * *
Sirena
Va sobre espuma
alzada, casi en vuelo,
sin rozar el navío
ni la roca
y la distancia
abierta la provoca
un doloroso afán
de agua y de cielo.
El canto suelto,
desflecado el pelo,
de la tierra
inocente, grave y loca;
encendidos los
sueños y en la boca
la extraña sangre
de una flor de hielo.
No es el tritón
quien le transforma el pecho,
ni el querubín se
inflama entre sus labios
para beber después
llanto deshecho.
Un hombre, nada
más... Con brazos sabios
la tiende sobre el
peso de la tierra
y allí se arrastra
dulcemente en guerra.
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