(18 de febrero de 1924, Maceió, Alagoas, Brasil - 23 de diciembre de 2012, Sevilla, España)
El amigo
Aunque
sea tu amigo
no nos
encontraremos nunca.
Jamás
verás mi sombra
cuando
camine a tu lado
ni
oirás mis palabras
si un
día te llamo a gritos.
Sólo
en el momento en que mueras
iré a
tu encuentro
y para
siempre permaneceré
en tu
silencio y soledad
de
hombre muerto y abandonado.
El sol de los amantes
El
oficio de quien ama es ver
un sol
oscuro sobre la cama,
y
engendrar en el frío el fuego
de un
verano que calla su nombre.
Es
ver, constelación de pétalos,
cuando
la nieve cae sobre la tierra,
algodón
del cielo, aire del silencio
que
nace entre dos espaldas.
Es
morir, lúcido y secreto,
cerca
de tierras absolutas,
de ese
amor que mueve las estrellas
y
encierra a los amantes en un cuarto.
Finisterra
Voy
entre la multitud y mi nombre es Nadie.
En una
ciudad que apesta a pescado podrido
a
gasolina y a demagogia
oprimido
por la tarde voy rozando las escamas
de
paredes que hurtan mi dolor.
Bajo
este cielo vinagre, absorbido por turbinas
un
vómito de cifras me entorpece.
Llevo
en la marea mi amor de hombre
y
nadie sabe que amo, salvo los perros
que
olfatean mis pasos por las alamedas.
En el
escenario del miedo mi fervor responde
a una
estridencia de piedras desmoronadas
y en
los túneles escucho gotear
mi amor
de agua, y mi amor de flor
brota
en los quioscos pálidos y atraviesa
los
pedregales y abalorios del día adornado
con
rafia amarilla y blanca.
¡Oh
día, altar de los hombres, corral de mármol!
Las
reses se aproximan entorpecidas al matadero.
La
sombra de mi amor incendia las calzadas.
Los
días son rufianes ocultos en balcones
donde
nadie paga los intereses de mi alma.
Y este
amor que me traga en cuanto absorbo
el
zumo oculto en la gruta insensata
abre
un abismo entre los surcos y las rocas
de la
tierra que me nutre en sus pechos de polvo.
Las
empalizadas de la incertidumbre se levantan y aíslan
torres
donde se alternan centinelas que espían
en la
oscuridad la llegada de pelotones invisibles.
En el
camino, entre el viaducto y el motel,
cuando
vengo, es que voy… Partida y llegada
son
quimeras del horizonte y graznar de gaviotas
que
irritan a los burócratas en la aduana.
Al
caminar por Río de Janeiro, vivo todos los asombros,
red
que en la oscuridad encuentra un banco de sardinas.
hombre
que detrás del sol se enfrenta
con
los terrenos cenicientos de la amargura.
La
hora traza un arco de luz para que yo pase
entre
los millonarios, los padres, los basureros, los
[payasos
y las prostitutas, que son mis semejantes.
Aquí
los bancos son más bellos que las catedrales.
Y
cabizbajos confesamos a los gerentes nuestros pecados:
codiciamos
a la mujer del prójimo y su mansión y su
[esclavo
y su yate y su buey y su asno y sus desventuras
y el
sol de su piscina.
Comulgamos
en las ventanillas, y cuando la Bolsa cae
tiemblan
nuestras almas monetarias.
Entre
el terror, el telestar,
y la
hormiga que sube por la escalinata de la Secretaría
[de Hacienda,
se
forman señales luminosas. ¡Oh nuevo glosario del
[mundo!
Adiós
oh viejas palabras que nada significan
y que
vogan en las letrinas por momentos.
Como
los deshuesaderos de automóviles, los museos
[guardan la chatarra.
El
arte de hoy está en los muros,
en
letreros que anuncian aparatos eléctricos.
¡Oh
diálogo de constelaciones, oh sintaxis planetaria!
Como
las palabras dementes que aprendí en la escuela,
gastadas
como suelas de zapatos,
ya no
sé cantar al mundo ni decir amor mío.
Mi
silencio muerde un pan cocido
en los
hornos de la mentira.
Oh día
sin labios,
oh día
cubierto de escamas como pez
que
nada en mi jaula,
dime
qué cielo guardó el grito de Elpenor.
¿Dónde
está la sepultura de Nabucodonosor?
Canta
para mí, oh Musa, acerca del varón industrioso
[Nick Carter…
¿Dónde
encontraré todas esas viejas tumbas
con
sus lápidas cuarteadas y epitafios
escritos
en la lengua antigua de los muertos?
Las
trompetas resuenan en la explanada de Elsinor.
Los
leones de granito rugen en la mañana.
Y
pisando las palabras amarillas de un otoño amarillo
[como el cuerpo de Cristo
voy
entre una multitud de boca lacrada.
Soy un
hombre aislado de los otros hombres
que
caminan como si ya estuviesen muertos.
En los
estacionamientos, la luz de la tarde quema
la
hierba que me separa de mis hermanos
en
este mundo roído por el terror.
Ellos
gritan donde yo no puedo escucharlos.
Y la
aurora carcome mis puños iracundos,
y las
ratas roen los pulsos de mi alma.
Abandonado
en el horizonte, bebo la blancura de la
[noche
que
ilumina la fachada de los hospicios.
¡Oh
noche bella como un navío!
Soy el
grano
en el
silo.
Soy el
viento
que
viene de los suburbios de orina y querosén
y que
ciega lentamente los ojos de las estatuas.
Los
gigantes del mundo me preguntan: “¿Cuál es tu
[nombre?”
Respondo:
“Me llamo Nadie.”
Los
gigantes merodean los yates anclados en las islas.
La
cólera de la vida tiembla en las calzadas.
El día
se disuelve, impostura
deshecha
en el aire reverente. Y tú que eras gemido y
[carne
me
acompañas, diluida en mi saliva.
Y como
los viejos aviones duermen en los hangares
así
duermo en ti y el silencio es un triunfo
sin
aplausos ninguna valva se contrae
y los
peces se amontonan en cestas fétidas
de
supermercado, desvanecidos
en el
espasmo puro de las fornicaciones.
Mi
vida se descáscala como aquellos viejos balcones
abiertos
en Nueva York al esplendor y la mentira.
Soy
aquel que no cabe en el alarido
que
sube desde la glorieta de la Bolsa de Valores
hasta
un cielo sin sílabas.
En el
día bursátil, el sudor de los hombres se transforma
en números,
pero
lejos de ti sólo escucho las roncas palabras
que
salen de tu garganta visible para el amor.
Oh
mujer, esponja del hombre,
ocupas
todo el paisaje como un pájaro.
Oh sol
desnudo, oh mi yegua de carga,
paseo
por tu cuerpo como un niño en un palacio
y soy
la luz de los espejos que iluminan tu espalda.
Vago
por planicies y colinas al ponerse el sol
espantando
a los pájaros que ondulan en tus párpados
y
ahuyento al arcoíris.
Y
junto a los cercados escarlatas de la tarde
que
encierran el cansancio de los hombres
sigo
un rastro de tierra agrietada
donde
el odio pasa a galope, espantando a la muerte.
Oh
noche de los semáforos y espantapájaros y de las
[arañas
ocultas en los molinos,
oh
noche de los murciélagos que en mi infancia sostenían
los estandartes del sueño,
las
hélices de tus navíos cargados de estrellas cruzan
los anfiteatros del mar.
Pero,
¿dónde está la finisterra que me prometiste, más
[allá de las islas idiotas y de los mitos
carcomidos por
[la marea?
Como
el esplendor del teatro cuando las luces se
[encienden
mi
vida entera se estremece a la caída de la noche
y oigo
en la oscuridad el canto de todo lo que parte.
La capa
En el
país de la infancia voy a encontrar
todos
los objetos que perdí:
mi
capa azul, el libro de grabados,
el
retrato de mi hermano muerto
y tu
boca fría, tu boca fría.
En el
país de la infancia, mi capa azul
cubre
objetos y alucinaciones.
Es una
capa azul, de un azul profundo
que
alguien, alguna vez, podrá encontrar.
Azul
como el que no existe más.
Y ante
todos ustedes, puros y obstinados,
vírgenes
en el invierno y repulsivos en el verano,
hago
mi petición de un azul profundo:
cúbranme
con esta capa el día en que me muera.
Y
cuando agonice yo tenga la certeza
de que
una capa azul, de un azul profundo,
envolverá
mi cuerpo de la cabeza a los pies.
La ventana sin barrotes
Lo que
los aviadores ven
a tres
mil metros de altura
lo que
los mineros ven
derrumbando
árboles de cristal
lo que
los buzos ven
dentro
del mar, pisando tierra como quien pisa una flor,
lo que
el ciego ve cuando está caminando
lo que
los niños creen ver cuando están dormidos
lo que
los sonámbulos ven, ante una pila goteando,
lo que
se ve cuando el amor es un abrazo
lo que
se ve y no se ve
es lo
que estoy viendo ahora
como
si en tu mano hubiese una moneda
de
corona escondida
y en
el cielo los lados ocultos de los planetas
se
revelasen.
Veo el
mundo con los ojos heridos por las estrellas
y con
los pulsos quemados por las estaciones.
En el
cuarto donde duermo oigo el rumor de antípodas
[conciliados
y de
trópicos que resbalan, perpendicularmente, sobre
[mis párpados
cuando
hace sol apenas en mi sueño.
Duermo
en el centro del universo y mi inocencia es
[enorme.
Como
el joven amante esclavizado a la hidráulica de un
[cuerpo desnudo
asisto
al movimiento de las estrellas y a la carrera de las
[nubes
y mi
espíritu festeja este mundo infinito, que jamás se
[inició y jamás terminará,
este
mundo en que el universo contemplado en la noche
[es polvo
como
un día que llorase sobre los hombros de los siglos.
Lo que
los vivos ven y no olvidan
lo que
todo hombre recuerda, la vida entera.
es lo
que estoy viendo en este instante.
A una lavadora
La
lavadora
apaga
el esperma escurrido en tu sueño;
inmóvil,
como el ojo de vidrio de las muñecas,
sorbe
espinas y pirámides
que
encontraste en tu camino,
limpia
la mancha de alcohol y lágrima
que
guardabas como una cicatriz
en la
manga de tu levita.
Una
rociada lluvia de jabón en polvo
cae en
las entrañas del albo pájaro palpitante.
Una
vez más estoy inmaculado
como
en la mañana de mi primera comunión.
El blanco
más blanco del mundo
me
unge con santidad
e
inocencia.
Puedo
pecar de nuevo, mentir, arrojarme
en la
noche que brilla entre el Cristo taciturno
y el
cariñoso clítoris.
Puedo
ganar el pan con el sudor de mi frente.
En el
altar redondo y blanco un dios susurrante
me
limpia y me proteje
todo
el santo día.
Las colegialas
En
este verano sin nubes las muchachas pasean:
son
las dulces colegialas
que
andan en bicicleta y contemplan los cielos atómicos.
Los
navíos anclados en el jardín del colegio
quieren
partir hacia las salinas, inútilmente, mientras
las chicas sueñan en vagancias, picnics
virgilianos,
coloquios, chismes en las lánguidas tardes
sobre un
tema doméstico, bailes, juegos, flirteos y
deporte
por la mañana.
Soñando,
ellas nacerán; soñando, morirán;
mientras,
junto a sus cuerpos frágiles como sauces y
[ardientes como la respiración
de la noche,
la
tarde nace y enmudece de espanto.
La nebulosa
Que
sea como en las islas:
eternamente
domingo,
o como
los pies de las mujeres,
siempre
ardientes, siempre fríos;
o los
viajes en los sueños,
donde
no sabemos si partimos
ni
sabemos si llegamos
y a la
mitad de la historia
casi
siempre despertamos.
Que
sea como en los entierros
y lo
dudoso del llanto;
como
una canción en verso
o un
barco al anclar;
como
los ciegos en las esquinas
o la
noche sobre el océano.
Que
sea inarticulable
como
la poesía pura
en el
instante mismo en el que amamos.
Que
sea el murmullo candente
de las
novias iniciadas
o la
plácida siesta
de los
gatos sobre las bardas,
que
sea como el clamor
del
guerrero traicionado
o la
tristeza del padre
cuando
el hijo lo abandona
por la
gran ciudad.
Que
sea la armonía que se desliza
por
los pedales del piano,
la
ceguera de las estatuas
en el
último día del año,
y que
tenga el cálculo frío
de los
sonámbulos cuando caminan
que
sea así, como las rosas,
y
después que se pierda en el cielo
como
las grandes nebulosas.
Mar femenino
Te amo
porque te pareces al mar
y
junto a tu cuerpo los días se repiten como cicatrices
[entreabiertas.
Te amo
porque eres más bella cuando estás inmóvil
en los
instantes sin orillas ni leyendas
cuando
tus rodillas recuerdan arenas duras
y tu
sangre es un sol que corre por tus venas.
Así
como estás recuerdas al mar subiendo, al mar
femenino de los acantilados y de las cuevas
submarinas,
al mar de mi infancia, elevado en mi sueño,
al mar
sentado como un trono sobre la tierra.
Con
tus pies colocados como proas de navíos, evocas el
mar despojado de todas las islas, el mar de
los amantes
que se aman como fieras marinas en medio de
las
aguas elevadas, el mar de profundas
densidades como
bitácoras.
Admites
el amor unido al agua y a la piedra
y eres
bella como el sueño, la ola o el viento del mar.
Los ángeles de la iglesia del Rosario
Los
ángeles son feos.
Sus
brazos rollizos
se
extienden hacia
un
vacío que simula
ser el
Paraíso.
Son
ángeles de madera:
¿sus
pies hinchados
sufren
elefantiasis?
¿Sus
alas rotas
son de
pajaritos
muertos
a pedradas?
El
fondo de la cúpula
es la
mayor altura
que el
ojo humano
en
busca de Dios
puede
alcanzar.
Las
rosadas mejillas
de los
ángeles obesos
dilatan
su sonrisa
de
beatitud.
Y en
el oscuro sagrario
una
luz bermeja
esconde
el corazón
de un
Dios invisible
que
sostiene a los ángeles
y
deforma a los hombres.
Retrato de una aldea
Es
apenas una aldea de pescadores, junto al mar.
Ante
el sol se iluminan los naranjos.
En
verano las naranjas caen maduras en la arena de la
[playa, mezclándose con los guijarros y
las conchas
mientras
los niños se aventuran en el mar
y las
mujeres van en busca de agua con vasijas de barro
[en la cabeza.
Hombres,
escenario y animales se integran al aire de la
[mañana.
Antes
de que descubriera la redondez de la tierra
esa
aldea existía, con su iglesia y su cementerio,
los
artesanos de cara al océano, la cal de sus casas, su
[aire que huele a flores
y las
caballerizas bajo la nieve.
En la
noche los esposos se aman sobriamente, sensibles
[al deber
de
procrear nuevas figuras para el paisaje.
Del
mar los hombres traen el sustento, cavando las olas
[con las redes que al anochecer se extienden
en la playa
en el
momento preciso en que, junto a sólidas puertas,
[mujeres
jóvenes dejan de hilar.
Los
niños se acercan a ver los frutos del mar
y
contemplan las estrellas marinas y la agonía de los
[peces
que en
los platos se unen al aceite, al vino
y a
las pláticas familiares.
Es una
aldea, con sus cabras en colinas de piedra.
Durante
la noche, bajo las constelaciones, no se
[distinguen ni el mar ni los
olivos.
Un
quinqué, junto a una ventana, ilumina una sala.
Alrededor
de una mesa, un matrimonio de viejos dormita,
[un
hombre canta y bebe vino
y una
joven ofrece a su niño la dádiva de un seno desnudo,
un
seno bello y antiguo como Europa.
Los cementerios
—¿Qué
cementerio es éste?
—Es un
cementerio de automóviles.
Aquí
yace mi Chevrolet y se pudre mi Buick.
El
viento roe el esplendor de América.
—¿Qué
cementerio es éste?
—Es un
cementerio como cualquier otro.
Bajo
la hierba y los grillos, reposa mi padre,
y
sueños y viejos recuerdos de dólares.
—¿Qué
cementerio es éste?
—Es un
cementerio de los muertos de las guerras.
Los
soldados espían la risa de los niños
pero
no tienen bocas y dientes para alegrarse.
—¿Qué
cementerio es éste?
—¿Cómo
se explica que estemos vivos?
Cinco
mil mueren a diario en América.
Sin
embargo, aquí estamos los turistas, haciendo siempre
[las mismas preguntas.
LOS CARACOLES
Sólo
para Dios se abren los caracoles
que
encontramos inmóviles sobre la hierba
Nos
postramos ante ellos y suplicamos:
¡Hablen!
Confíennos ahora el gran misterio.
Explíquennos
el secreto de esta jornada
y de
este silencio que tanto nos perturba.
Sólo
los caracoles conocen la causa primigenia
y
saben el origen de todo, desde la gran explosión
que
creó el universo y aún nos aturde.
Por
más que preguntemos ellos nada nos dicen.
Pasan
el día quietos en la hierba y ni siquiera nos contemplan.
SONETO DE AMOR
Dulce
fuego de amor, cómo me quemas
y me
haces arder entre nieves
como
si yo fuera la pálida hoguera
encendida
por el sol en la noche breve.
Dulce
rival del fuego verdadero,
cuanto
más embisto contra tus llamas,
ellas
se esparcen más en mi cama
y,
guerrero, por ti soy guerreado.
Más me
quema tu frío, más intacto
respiro
y te combato; y, fatigado
de la
pelea en que me consumes, más descanso.
Oculto
en las sábanas, fuego de estío,
escurres,
alegre y manso como las aguas
el
agua serena del amoroso río.
CLARIDAD
Toda
mi claridad es noche oscura,
sol
negro desviado por un muro
blanco
de cal, rayo que apaga el sol,
luz
que ofusca, siendo tiniebla y luz.
A las
estrellas les reclamo que iluminen
el
papel blanco de mi largo día,
el
grafito que ensucie el blanco muro
del
sol que, siendo noche, me alumbra.
Cuanta
más luz procuro, más oscuro
me
vuelvo en pleno día, y más me asombran
las
sombras que se juntan en el arrebol.
Recurro
a la noche si quiero mostrar
las
fracturas expuestas de mi ser.
Y si
quiero esconderme, busco el sol.
LOS CÓMPLICES
Cuando
voy por estos campos
un
gavilán me acompaña,
estridente
compañía,
sombra
de sueño y de saña
Una
frontera de sol
nos
mantiene separados:
al
gavilán cielo y nubes,
a mí
las piedras y los arboles.
Cada
uno en su territorio,
y la
misma intención callada
en el
corazón predatorio.
¿A
quién herir o matar?
Por
mis campos van dos cómplices,
ambos
mal acompañados.
EL TROPIEZO
De
mañana de tarde
al
caer de la noche
subiendo
la colina
tropiezo
en Dios.
Nada
le pregunto.
Ninguna
respuesta
en la
hora espacial
que
pasa en blanca luz
e
incómoda claridad.
No voy
para donde voy
ni
vengo de donde vengo
cuando
subo la colina
y sin
ningún cansancio
alcanzo
la pura altura
de
amor y galaxia
EL TRAPICHE
Quieres
que guarde para ti el rocío.
Mas
cómo puedo guardar lo que se disuelve
al
sol, como el viento, el amor y la muerte?
Cómo
guardar los sueños que soñamos
al
paso que caminamos despiertos
en lo
oscuro y sin nadie a nuestro lado?
Y los
susurros de labios encantados
en el
otro lado del muro? Y la hierba que se
esparce
en la
pista del aeropuerto? Y la mancha que
aparece
en la
cáscara del mango maduro?
Cómo
guardar la brisa sibilante
en el
combés del navío? Y el vuelo del pájaro?
Y la
barca abandonada que atraviesa el río
y para
bajo la cubierta?
Cómo y
por qué guardar un arreo herrumbroso
y la
ceniza “de la hoguera”
y la
lluvia que llovía y el viento que venteaba?
La
nada guardaremos, nosotros que somos
el
depósito de todo, el baúl y el trapiche.
El
rocío; que es eterno, se evapora
llegada
su hora Y nuestros sueños
nos
guardan fielmente en sus sepulcros.
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