(5 de marzo de 1922, Quartiere Santo Stefano - 2 de noviembre de 1975, Ostia, Italia)
AL PRÍNCIPE
Si vuelve el sol, si
desciende la tarde,
si la noche tiene un
sabor de noches futuras,
si una tarde de lluvia
parece volver
de tiempos tan amados y
nunca del todo poseídos,
ya no soy feliz al
gozarlos o sufrirlos:
no siento ya, frente a
mí, toda la vida…
Para ser poetas se
necesita mucho tiempo:
horas y horas de soledad
son necesarias
para formar algo que es
fuerza, abandono,
vicio, libertad, para
darle forma al caos.
Poco tiempo me queda:
por culpa de la muerte
que me viene al
encuentro en mi marchita juventud.
Mas por culpa también de
nuestro mundo humano
que le quita el pan a
los hombres y a los poetas la paz.
CARNE Y CIELO
Oh, amor materno,
doliente, por los oros
de cuerpos invadidos
del secreto de regazos.
Amados movimientos
inconscientes del
perfume
impúdico que ríe
en los miembros
inocentes.
Pesados fulgores
de cabellos… crueles
negligencias de miradas…
atenciones infieles…
Enervado por llantos
tan suaves vuelvo a casa
con las carnes ardientes
de espléndidas sonrisas.
Y enloquezco en el
corazón
nocturno de un día de
trabajo
después de mil otras
noches
con este impuro ardor.
FRAGMENTO EPISTOLAR, AL JOVEN CODIGNOLA
Querido joven: así sea,
encontrémonos,
pero no te esperes nada
de este encuentro.
Si acaso, una nueva
decepción, un nuevo
vacío: de esos que le
hacen bien
a la dignidad
narcisista, como un dolor.
A mis cuarenta años soy
como de diecisiete.
Frustrados, el cuarentón
y el de diecisiete
por cierto se pueden
encontrar, balbuciendo
ideas convergentes
acerca de problemas
entre los cuales se
abren dos decenios, toda una vida,
y que aparentemente son
los mismos.
Hasta que una palabra
dicha por gargantas inciertas,
aridecida de llanto y
ganas de estar solos
les revela su incurable
disparidad.
No obstante, asumiré el
papel de poeta
padre, y me atrincheraré
en la ironía
—que te incomodará: por
ser el cuarentón
más alegre y joven que
el de diecisiete,
el nuevo amo de la vida.
Además de esta
apariencia, de esta semejanza,
no tengo nada más qué
decirte.
Soy avaro, lo poco que
poseo
me lo ciño al corazón
diabólico.
Y los dos palmos de piel
entre pómulo y mentón,
bajo la boca retorcida a
fuerza de sonrisas,
de timidez, y la mirada
que ha perdido
su dulzura, como un higo
acedado,
te parecerían el retrato
justo de esa madurez que
te daña,
madurez no fraterna. ¿De
qué puede servirte
un contemporáneo
—simplemente entristecido
en la flacura que le
devora la carne?
Dio lo que tenía que
dar, el resto
es árida piedad.
A algunos radicales
El espíritu, la dignidad
mundana,
el arribismo
inteligente, la elegancia,
el traje a la inglesa y
el chiste francés,
el juicio tanto más duro
cuanto más liberal,
la sustitución de la
razón por la piedad,
la vida como apuesta
para perder como señores,
os han impedido saber
quiénes sois:
conciencias siervas de
la norma y del capital.
A los críticos católicos
A menudo un poeta se
acusa y se calumnia,
exagera, por amor, su
propio desamor,
exagera, para
castigarse, su propia ingenuidad,
es puritano y tierno,
duro y alejandrino.
Es incluso demasiado
agudo en los análisis de los signos
de las herencias, de las
supervivencias:
tiene también un pudor
excesivo en concederles
algo a la razón y a la
esperanza.
Pues bien, ¡ay de él!
¡No hay un instante
de vacilación: basta con
mencionarlo!
CANTO 1
No es de mayo este
impuro aire
que el oscuro cementerio
extranjero
hace aún más oscuro, o
lo ilumina
con ciegas
claridades...este cielo
de babas sobre techos
amarillentos
que en semicírculos
inmensos velan
las curvas del Tíber,
los turquesas
montes del Lacio...
Expande una mortal
paz, desamorada como
nuestros destinos
entre las viejas
murallas el otoñal
mayo. En él está el gris
del mundo
el fin del decenio en el
que nos aparece
entre las inmundicias
concluido el profundo
e ingenuo esfuerzo de
rehacer la vida,
el silencio, putrefacto
e infecundo...
Tú joven, en aquel mayo
en que el error
significaba aún la vida,
en aquel mayo italiano
que a la vida agregaba
al menos ardor,
por lo menos
despreocupado e impuramente sano
de nuestros padres-no
padre,
pero humilde hermano-
con tu flaca mano
dibujabas el ideal que
ilumina
(pero no para nosotros:
tú muerto, y nosotros
muertos igualmente,
contigo, en el húmedo
jardín) este silencio.
No puedes,
lo ves? que descansar en
este lugar
extraño, aún confinado.
Tedio
patricio te rodea. Y
desteñido
sólo te llega algún
golpe de martillo
de los talleres del
Testaccio aquietado
en el atardecer entre
miserables techos, desnudos
montones de lata,
hierros viejos, donde
canta inútilmente un
muchachón que concluye
su jornada, mientras
alrededor la lluvia cesa.
CANTO 2
Entre los dos mundos, la
tregua en la cual no estamos.
elecciones, abandonos,
otros sonidos no tienen
que éstos del jardín
acongojado
y noble, en el que el
tenaz engaño
alentaba la vida, queda
en la muerte.
Los círculos de los
sarcófagos no hacen más
que mostrar la
sobreviviente suerte
de gente laica de laicas
inscripciones
en estas grises piedras,
cortas
e imponentes. Aún de
pasiones
sin freno sin escándalo
han ardido
los huesos de los
poderosos de naciones
más grandes: silban,
casi nunca desaparecidas
las ironías de los
príncipes, de los pederastas
cuyos cuerpos están en las
urnas esparcidos
ya cenizas y no aún
castos.
Aquí el silencio de la
muerte es fe
de un civil silencio de
hombres permanecidos
hombres, de un tedio que
en el tedio
del parque, discreto
cambia: y la ciudad
que indiferente, lo
confina en medio
de tugurios y de
iglesias, sacrílego en la piedad
allí pierde su
esplendor. Su tierra
plena de ortigas y
verdores alimenta
esos flacos cipreses,
esta negra
humedad que mancha los
muros alrededor
de los flacos
entrelazamiento de los tallos, que el anochecer
apaga serenando desnudos
olores de alga...este
pasto débil
e inodoro, donde se
hunde violeta
la atmósfera, con un
temblor de menta
o heno podrido, y
quietamente anuncia
con diurna melancolía,
la apagada
trepidación de la noche.
Áspero
de clima, dulcísimo de
historia, está
entre estos muros el
suelo que suda
otro suelo; esta humedad
que
recuerda otra humedad; y
resuenan
familiares de latitudes
y
horizontes donde
inglesas selvas coronan
lagos perdidos en el
cielo, entre praderas
verdes como billares
fosfóricos o como
esmeraldas: "and O
ye Fountains..." las piadosas
invocaciones.
CANTO 3
Un trapo rojo como aquel
enroscado en el cuello
de los partisanos
y cerca de la tumba,
sobre el terreno calcinado
diferentemente rojos,
dos geranios.
Allí yaces, señalado con
adusta elegancia
no católica, en el
elenco de los extraños
muertos: Las cenizas de
Gramsci... A la esperanza
y a la vieja
desconfianza te acerco, caminante
sin rumbo en esta flaca
tierra, frente
a tu tumba, a tu
espíritu apresado
acá entre estos
liberados (O existe algo
diferente, quizás de
mayor éxtasis
y también de mayor
humildad, ebria simbiosis
adolescente de sexo y
muerte...)
y desde este país en el
que no tuvo descanso
tu alerta, percibo qué
error
aquí en la quietud de
las tumbas- junto
a qué razón -en el
inquieto destino
nuestro- tuviste
escribiendo las supremas
páginas en los días de
tu asesinato.
Aquí para testimoniar el
semen
aún no esparcido del
antiguo dominio,
estos muertos aferrados
a una posesión
que ahonda en los siglos
su abominación
y su grandeza: y al
mismo tiempo obsesión
esa vibración de
yunques, sordamente
sofocada y profunda- del
humillado
barrio-para verificar el
fin.
Y heme aquí...pobre,
vestido
con ropas que los pobres
espían en las vidrieras
de chillón fulgor, y que
han perdido
la suciedad de perdidas
calles
de los bancos de
tranvías que vuelven
confuso mi día: mientras
siempre más raras
son estas vacaciones, en
el tormento
de mantenerme vivo; y si
me ocurre
de amar el mundo no es
más que por un violento
e ingenuo amor sensual
así como, confundido
adolescente, en una época
lo odié, si me hería el
mal
burgués a mi burgués: y
ahora, dividido
-contigo- objeto parece
de rencor y sí casi de
místico
desprecio, la parte que
tiene el poder?
sin embargo sin tu
rigor, subsisto
porque no elijo. Vivo en
la apatía
de la eclipsada
postguerra: amando el mundo que odio- su miseria
despreciable y perdida-
por un oscuro escándalo
de la conciencia...
CANTO 4
El escándalo de
contradecirme, de estar
contigo y contra ti;
contigo en el corazón
a la luz, contra ti en
las oscuras vísceras;
de mi paterno estado
traidor
en el pensamiento, en
una sombra de acción-
me sé a él aferrado en
el calor
de los instintos, de la
estética pasión;
atraído por una vida
proletaria
anterior a ti, es para
mí una religión
su alegría, no su
milenaria
lucha; su naturaleza, no
su
conciencia; es la fuerza
originaria
del hombre que en el
acto se ha perdido
que da a la ebriedad de
la nostalgia
una luz poética; y más
no sé decir que no sea
justo pero no sincero,
abstracto
amor, no profunda
simpatía...
Como los pobres, pobre,
me aferro
como ellos a humillantes
esperanzas,
como ellos por vivir
lucho
cada día. Pero en la
desolada
condición mía de
desheredado
yo poseo: y es la más
exultante
de las posesiones
burguesas, el estado
más absoluto. Pero como
yo poseo la historia
ésta me posee: me ha
iluminado
pero para qué sirve la
luz?
Balada de las madres(Poesía en forma de rosa)
Me pregunto qué madres
habéis tenido.
Si os vieran ahora,
trabajando
en un mundo para ellas
desconocido,
presos en un ciclo
siempre inacabado
de experiencias tan
distintas de las suyas,
¿qué mirada tendrían sus
ojos?
Si estuvieran allí
mientras escribís
vuestro artículo,
conformistas y barrocos,
o lo entregáis a
redactores vendidos
a cualquier compromiso,
¿entenderían quiénes sois?
Madres viles, que llevan
en sus rostros el temor
antiguo, ese que, como
una enfermedad,
deforma los rasgos en un
blancor
de niebla, los aleja del
corazón,
los encierra en el viejo
rechazo moral.
Madres viles,
pobrecitas,
preocupadas de que sus
hijos conozcan la vileza
para pedir un empleo,
para ser prácticos,
para no ofender almas
privilegiadas,
para defenderse de
cualquier piedad.
Madres mediocres, que
aprendieron
con humildad de niñas,
de nosotros,
un único, desnudo
significado,
con almas en las que el
mundo está condenado
a no dar ni dolor ni
alegría.
Madres mediocres, que
jamás tuvieron
para vosotros más
palabras de amor
que la de un amor
sórdidamente mudo, de bestia,
y en él os criaron
impotentes ante los
reales deseos del corazón.
Madres serviles,
acostumbradas desde hace siglos
a agachar sin amor la
cabeza,
a transmitir a su feto
el antiguo vergonzoso secreto
de conformarse con las
sobras de la fiesta.
Madres serviles, que os
han enseñado
cómo puede el siervo ser
feliz
odiando a quien, igual
que él, está atado,
cómo puede ser beato
traicionando,
y seguro, haciendo lo
que no dice.
Madres feroces, ocupadas
en defender
lo poco que, como
burguesas, poseen,
la normalidad y el
salario,
casi con la rabia de
quien se venga
o se siente acorralado
en un absurdo asedio.
Madres feroces, que os
dijeron:
¡Sobrevivid! ¡Pensad
sólo en vosotros!
¡No sintáis jamás piedad
o respeto
por nadie, guardad en el
pecho
vuestra integridad de
buitres!
¡Ahí tenéis, viles,
mediocres, siervas,
feroces, a vuestras
pobres madres!
Sin ninguna vergüenza de
saberos
-en vuestro odio-
incluso altivos
en este valle de
lágrimas.
Así es cómo os pertenece
este mundo:
hermanados en pasiones
opuestas,
o patrias enemigas,
por el profundo rechazo
a ser distintos,
a responder del dolor salvaje de ser hombres.
…
..
.
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