(21 de julio de 1879 - 21 de abril de 1908, Santiago de Chile, Chile)
Tarde en el hospital
Sobre
el campo el agua mustia
cae
fina, grácil, leve;
con
el agua cae angustia;
llueve…
Y
pues solo en amplia pieza,
yazgo
en cama, yazgo enfermo,
para
espantar la tristeza,
duermo.
Pero
el agua ha lloriqueado
junto
a mí, cansada, leve;
despierto
sobresaltado;
llueve…
Entonces,
muerto de angustia,
ante
el panorama inmenso,
mientras
cae el agua mustia,
pienso.
Nada
Era
un pobre diablo que siempre venía
cerca
de un gran pueblo donde yo vivía;
joven,
rubio y flaco, sucio y mal vestido,
siempre
cabizbajo…¡Tal vez un perdido!
Un día de invierno lo encontraron
muerto
dentro
de un arroyo próximo
a mi huerto,
varios
cazadores que con sus lebreles
cantando
marchaban…Entre sus papeles
no
encontraron nada…Los jueces de turno
hicieron
preguntas al guardián
nocturno:
éste
no sabía nada del extinto;
ni
el vecino Pérez,
ni el vecino Pinto.
Una
chica dijo que sería
un loco
o
algún vagabundo que comía poco,
y un
chusco que oía
las conversaciones
se
tentó de risa…¡Vaya unos simplones!
Una
paletada le echó
el panteonero;
luego
lió un cigarro, se caló el sombrero
y
emprendió la vuelta…Tras la paletada,
nadie
dijo nada, nadie dijo nada…
Tomado
de:
El perro vagabundo
Flaco,
lanudo y sucio
con
febriles
ansias
roe y escarba la basura;
a
pesar de sus años
juveniles,
despide
cierto olor a sepultura.
Cruza
siguiendo interminables viajes
los
paseos, las plazas y las ferias;
cruza
como una sombra los parajes,
recitando
un poema de miserias.
Es
frase de dolor es una queja
lanzada
hace tiempo, y ya perdida;
es
un día de otoño que se aleja
entre
la primavera de la vida.
Es
una larga historia de perezas,
días sin pan y noches sin guarida.
Hay
aglomeraciones de tristezas
en
sus ojos vidriosos y sin vida.
Y
otra visión
al pobre no se ofrece
que
la que suelen ver sus ojos zarcos;
la
estrella compasiva que aparece
en
la luz miserable de los charcos.
Cuando
a roer mendrugos corrompidos
su
miseria asoma por las casas,
escapa
con sus lúgubres
aullidos
entre
una doble fila de amenazas.
Y
allá va, llleva encima algo de
abyecto
lo
persigue de insectos un enjambre,
y va
su pobre y repugnante aspecto
cantando
triste la canción
del hambre.
Es
frase de dolor, es una queja
lanzada
hace tiempo, y ya perdida;
es
un día de otoño que se aleja
entre
la primavera de la vida.
Lleva
en su mal la pesadez del plomo
nunca
la caridad le fue propicia;
ni
ha sentido jamás,
sobre su lomo
la
suave sensación
de una caricia.
Mustio
y cansado, sin saber su anhelo,
suele
cortar el impensado viaje
y
huir despavorido cuando al suelo
caen
las hojas secas del ramaje.
Cerca
de los lugares donde hay fiestas
suele
robar un hueso a otros lebreles,
y
gruñir sordamente una protesta
cuando
pasa un bull-dog con cascabeles.
Por
las calles que cruza a paso lento,
buscan
sus ojos sin fulgor ni brillo
el
rastro de un mendigo macilento
a
quien piensa servir de lazarillo.
Es
frase de dolor, es una queja
lanzada
hace tiempo, y ya perdida;
es
un día de otoño que se aleja
entre
la primavera de la vida.
Entierro de campo
Con
un cadáver a
cuestas,
camino
del cementerio,
meditabundos
avanzan
los
pobres angarilleros.
Cuatro
faroles descienden
por
Marga-Marga hacia el pueblo,
cuatro
luces melancólicas
que
hace llorar sus reflejos;
cuatro
maderos de encina,
cuatro
acompañantes viejos...
Una
voz cansada implora
por
la eterna paz del muerto;
ruidos
errantes, siluetas
de árboles foscos, siniestros.
Allá lejos, en la sombra,
el
aullar de los perros
y el
efímero rezongo
de
los nostálgicos ecos...
Sopla
el puelche. Una voz dice:
-Viene,
hermano, el aguacero.
Otra
voz murmura: -Hermanos,
roguemos
por él, roguemos.
Calla
en las faldas tortuosas
el
aullar de los perros;
inmenso,
extraño, desciende
sobre
la noche el silencio;
apresuran
sus responsos
los
pobres angarilleros,
y
repite alguno: -Hermano,
ya
no tarda el aguacero;
son
las cuatro, el agua viene,
roguemos
por él, roguemos.
Y
como empieza la lluvia,
doy
mi adiós a aquel entierro,
pico
espuela a mi caballo
y en
la montaña me interno.
Y
allá en la montaña oscura,
¿quién era?, llorando pienso:
-¡Algún pobre diablo anónimo
que
vino un día
de lejos,
alguno
que amó los campos,
que
amó el sol, que amó el sendero,
por
donde se va a la vida,
por
donde él, pobre labriego,
halló una tarde el olvido,
enfermo,
cansado, viejo.
Tomado
de:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario