martes, 26 de noviembre de 2019

POEMAS DE OTTO RENÉ CASTILLO


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(25 de abril de 1936, Quezaltenango - 23 de marzo de 1967, Zacapa, Guatemala)



Miércoles en taberna


I
Juntos
hemos visitado
esta tarde
una vieja taberna
en las orillas
de Berlín,
amor mío,
y juntos hemos
visto,
desde dentro,
el inicio
afanoso
de la lluvia,
llenándose
de calle y ventana.

II
Todavía
oigo
ahora
cómo hablan
tus manos
con las mías
sobre nuestra mesa,
en donde un tulipán
recuerda
aún el alba
de su día más amargo,
y canta su color
sin ninguna reserva
de ternura,
seguro como está
que pronto habrá
dejado de vivir.
En las mesas
vecinas,
los hombres ríen
y cantan.
Cada quien
le da la forma
que quiere
a su alegría.
Una mujer,
sola y hermosa
bebe un tardo café,
mientras el sol
se impacienta
en el pecho
de su claro coñac.
Una pareja
de adolescentes
suaves,
siguen atentamente
el vuelo común
de nuestros labios,
vida mía,
y seguramente
no olvidarán
toda su vida
ese recuerdo.

III
Cuando salimos
de la vieja taberna,
el celo
de la lluvia y el viento
nos golpea hondamente
el rostro.
No damos importancia
a tal suceso,
porque aún ignoramos
que después
solo serán el viento
y la lluvia
los que nos acompañen
por el mundo
cuando la vida,
mi áspera vida,
nos separe.

IV
Ahora,
amor mío,
regresamos
al centro de la gran
ciudad.
Mientras tanto,
tu felicidad
se abraza
largamente con la mía
hoy, día miércoles
de junio,
en el Berlín que amo
y llevo en mí
porque en mí
también
residen para siempre
tus pupilas,
vida mía.

Extraído de "Poesía" Casa de las Américas, 1989

No estar contigo, se llama viernes


Era jueves
frente al mar.
en Wismar,
la ciudad
a cuyos píes
el Báltico
agota el esfuerzo
de su biología
convertida en gris
de frente.

Una mole
sin luna ni sol
era el pecho
del cielo lejano,
que también se inclinaba,
a lo lejos,
sobre el rostro
de las aguas
para besarlas,
suavemente musical
y solitario.

El otoño
ascendía a los árboles
y su canto desnudo
era una rama,
bajo cuya dimensión
sin hojas
eran más tristes
los vientos,
y más amables
las piedras y la hierba.

Habíamos caminado
sin hablar toda la tarde.
Después de las disputas
siempre nos buscaba el silencio
y era más difícil hablar
que amarnos sin palabras.
Detrás de nosotros
se había quedado tanto
paisaje y tanto beso.
Los lagos, el tren, el vino.
El hotel, los ríos, las estaciones.
Los pájaros, y siempre los pájaros.

En Wismar, te asombraron
los barcos tan inmensos,
tan pequeños, sin embargo,
que aún cabían en tus ojos.
No lo dije, entonces.
Sólo miraba hondamente tu azul
convertido en sorpresa.

Y ahora el mar, el Báltico.
Jamás había visto mi vida
tanto gris reunido, agitándose
a la altura de mi norte.

"Sabes, te dije,
me marcharé en diciembre".
"Y ya me duele,
horriblemente,
el último día de noviembre,
en el cual comenzarán
solo diciembres para mi,
para este indio que tú amas,
amor mío."

No dijeron nada tus palabras.
Heridas en su vuelo,
no alcanzaron a llegar
hasta tus labios.
Después, largo tiempo después:
"Vamos, dijiste.
Hace frío ya para los cuatro
y para esa flor sobre la arena,
tan parecida al cadáver
de una estrella."

Este viernes
camino por las calles
de mi Guatemala,
la ciudad de la que tanto
platicaba contigo mi esperanza.
Una tímida llovizna gris
lo llena todo con su rostro.
Escondo bajo mi barato impermeable
unos boletines políticos,
que no se deben mojar nunca
sino con la vista de los hombres.
Levanto aún por costumbre
el cuello de mi cubrelluvias,
y nadie dice nada a mi lado.

En mi país se llama invierno
lo que en el tuyo verano.
Pero siempre hay sol
y nunca nieve en el aire.
Es viernes, y siempre será viernes
si tú no estás conmigo.

Pero aún seguimos imponiéndonos
al frío, y seguimos viviendo.
Y aquí, junto a la bandera que amo,
me iluminan todavía tus ojos,
amor mío.

Extraído de "Poesía" Casa de las Américas, 1989

Nunca una alegría


En el agua
te he visto.

En el cielo.
En el viento
te he visto.

Y en las grandes
multitudes.

Con mis labios
te he cubierto
de otros labios.
Y te he perpetuado
en los profundos
ojos de mis hijos.

En todas partes
he puesto
mi nombre
junto al tuyo.
En los árboles
y en los veranos
que llegan después
hasta las hojas.
Bajo los puentes
con los ríos
que se van
y ya no regresan
nunca más
al mismo sitio.
En el gallo blanco
de la nieve
que solía
cantar de pie,
con el alba
en el pico,
todos los días
del invierno
en mi simple
cabellera.
En los ojos
que alzan todavía
para mi
la suavidad
de su lenguaje
celeste,
y que también
te nombran
cuando de mi
platican
con los astros.
Yen la ceniza
de las calles
sin nadie.
a media tarde
de la noche.
En mi coñac,
grande y hermoso
como el alma
del fuego.
Yen las alas
del pájaro
que vuela.

En todas partes,
tu nombre.
tu gesto de gallarda
existencia, ronco y duro.

Y nunca,
en ningún sitio,
de ti una alegría en común.

Lo sé, y no lo digas,
que ya es amargo
el sabor de un hijo
triste.
Es cierto,
no se puede exigir
un gesto de felicidad
de una madre que sufre.

Tú lo sabes,
                         y yo también,
en esta noche de otoño
que te amo, dulce patria,
viendo también lo triste
que son las aguas
                                    del famoso Danubio.

Extraído de "Poesía" Casa de las Américas, 1989

Ofensiva del recuerdo


                                                            A Carmela

Amor, entonces el otoño
estaba en la punta de mis dedos.
Y fueron los climas de tu mano
recogiendo las hojas
hasta reconstruir el árbol
de mi vida.
Eras entonces un río azul, amor,
desembocando en mis semillas;
una mirada limpia
sobre la piel
que me contiene
y un puñado de besos
llevándome al calor
que aún necesitaba.
Entonces me sentí seguro
de ser más importante que la muerte,
que la soledad,
que la angustia,
que la opresión
y que todos los vértigos
en donde se encuentra el hombre
postergado como una cosa inútil.

Ahora sé, amor,
que siempre anduve asegurado
y que cuando el otoño
amenazaba destruirme
bastaba un gesto tuyo
para brotar
musicales
los frutos que mi canto
repartía con tus manos,
a todos los pájaros
que sueña la montaña...

Ahora sé,
                     que siempre adivinaría tu amor
hacia los niños que se nievan
aproximándose al otoño. Ahora sé, amor,
que siempre había caído mi frente
con la redonda frente del rocío.

Ahora sé,
                    que siempre hubiéramos navegado
con los ríos, bajo los puentes
que nunca se duelen de ser puentes,
a pesar del musgo y del invierno.

Hace cuatro años ya
que mis hojas
caen sobre tu pecho
y hace cuatro años ya
que son devueltas a mis ramas
con el sencillo ademán
del que se siente enamorado.
Aquel otoño, amor,
mi sueño vegetal
creció junto a tus manos
desde la base misma de tu risa,
y cada fruto de mi canto
tuvo el aroma de tu nombre
y la redonda ternura de tus labios.
Amor, ahora atiendo la sabiduría
que tus ríos enseñan a mis manos...

Extraído de "Poesía" Casa de las Américas, 1989

Pasa el viento en las calles...


Pasa el viento en las calles
igual que los enamorados
los tranvías y la vida...
Yo sé que la calle
tiene nostalgia de violencia
y que clama intachable en su deseo mi ventana,
pero la lluvia se aleja' sollozando
como doncella excitada por un hombre desnudo.

Y el viento sigue en la ciudad pasando,
igual que los enamorados,
los tranvías y la vida...

Y yo antorchándome de nuevo el cuerpo
y parlando de frente con mi sombra,
junto a mis libros bohemios de lecturas,
acompañándome una lámpara
enemistada
para siempre con las sombras
y un reloj judicial que dicta
sobriamente
la muerte del diálogo y del tiempo.

Y sigue el viento en la ciudad pasando
igual que los enamorados
los tranvías y la vida,
arrastra un papel, levanta una hoja,
seca una lágrima de amor y asusta un beso
acompaña al triste hasta su casa,
le pone alas a la medianoche,
sopla cruel en las pupilas de la embriaguez
que agranda la sinceridad del hombre y de su anhelo
devuelve su risa al que reencontró su sueño.

Y sigue en la ciudad pasando,
igual que los enamorados,
los tranvías y la vida...

Extraído de "Poesía" Casa de las Américas, 1989


Pregunta


Me has preguntado
de qué lado
tengo el corazón,
ahora
que juntos caminamos
verano
por las calles de Schwerin.

Y yo respondo.

Muchas veces
dije
que lo tenía
en la izquierda,
alzado
como un lucero.

Y no recuerdo,
en verdad
haber dicho
que lo tenía sepulto
bajo mi práctica
derecha.

Ahora sé,
mi terrible
y dulce preguntona.
Mi corazón
está
en los juncos
azules
de tus ojos,
cantando desde ellos,
siempre cantando,
cantando.

Extraído de "Poesía" Casa de las Américas, 1989

Respuesta


Si me preguntaras
qué es lo que más quiero
sobre la anchura de la tierra,
yo te contestaría:
a ti, amor mío, y a la gente
sencilla de mi pueblo.

Dulce eres, como la tierra.
Como ella frutal y hermosa.

Pero a ti te quiero.

No por lo bella que eres.
Ni por lo fluvial de tus ojos,
cuando ven que voy y vengo,
buscando, como un ciego, el color
que se me ha perdido en la memoria.
Ni por lo salvaje de tu cuerpo indomable.
Ni por la rosa de fuego, que se entrega
cuando la levanto del fondo de la sangre
con las manos jardineras de mis besos.
A ti te quiero, porque eres la mía.
La compañera que la vida me dio,
para ir luchando por el mundo.

Amo a la gente sencilla de mi pueblo,
porque son sangre que necesito
cuando sufro y me desangro;
hombres que me necesitan cuando sufren.
Porque nosotros somos los más fuertes,
pero también los más débiles. Somos la lágrima.
La sonrisa. Lo dolorosamente humano. La unidad
de lo mejor y de lo más deplorable. Lo que canta
sobre la tierra y lo que llora sobre ella.
De ellos recibí esta vez, este corazón inquieto,
que me apoya y me fortalece y tt1e lleva consigo.

Por eso los amo como son
y también como serán.
Porque ellos son buenos
y serán mejores.
Y juntos nos jugamos
el destino, con nuestras
manos que todo lo construyen.

Así amo yo la vida
y amo a la humanidad,
amor mío,
cuando te amo y amo
a los hombres sencillos
de mi bello y horrendo país.

Extraído de "Poesía" Casa de las Américas, 1989

Tan solo mi dolor


Tan solo mi dolor
pregunta ciertas
cosas importantes.
Tan solo mi dolor
suele hablar contigo,
sin que nunca lo sepas,
sin que te duelan
los ojos o la voz.
Sin que tu sombra
me cubra con su cuerpo
lleno de hierba negra.

¿Dónde murió
tu primer beso?
¿Quién conserva
tu primer rostro?
¿En qué tacto
aletean todavía tus senos?
¿Por qué buscas
en la noche mi piel?
¿Por qué abrazas
la bandera que levanto,
con orgullo?
¿Por qué rehúyes
a tu gente por mi lucha?
¿Por qué se te muere
cristo en la pupila?
¿Por qué acudes
a luchar conmigo,
contra el odio y el hambre?
¿Por qué, pequeña burguesita,
te llenas de mi rabia profunda?

Amor, amor,
te duele más
de lo que tú te dueles,
sin que lo sepa tu dolor.

Extraído de "Poesía" Casa de las Américas, 1989

Tu madrugada, Patria


                                               Así concibo yo a mi patria,
                            que otros la conciban como quieran

Anduve viajando
muchos años
por el mundo,
con el lucero
de tu nombre
en los ojos.

Y no hubo
una sola mañana,
que se fuera
sin algo de lo tuyo.
Cuando el alba
llegaba, ya estabas
repartiendo tus gestos,
extraños y lejanos,
desde la oscura colina
de mi rostro.

"¿Por qué la quieres
tanto, me decían,
si es amarga y cruel
como el alma de un basta?
¿Por qué, si es tan chiquita
y tan hambrienta, que en ella
a uno sólo le queda por delante
la ardua tarea de morirse?

Pero yo siempre respondía,
que te quiero tanto,
porque aún sumido en la tiniebla
oyendo el largo llanto
de tus hijos,
no puedo ignorar
que detrás de mí
comienza, en verdad,
tu madrugada.

Luego te alegrabas
en el fondo de mis ojos,
y volvías tu rostro
con ternura,
tal vez en busca ya
de los hijos
que están todavía
por venir.

Extraído de "Poesía" Casa de las Américas, 1989

Tulipanes rojos


                            A ti, Karen, que descubriste para mí
                                   el mundo estupendo de las flores.
I
Ni el sol
ni la luna
trajeron
a mi alma
este día
tanta luz
como tus manos,
vida mía.

Hacía largo ya
que todo me decía,
los niños,
las palomas,
los tejados sin humo,
el paulatino
irse poniendo alegre
de la gente,
que éramos todavía
un poco de primavera
más jóvenes
que lo seremos
el próximo verano.

Pero faltaba este día,
sencillo y mucho como el mar,
para que en mí la primavera
comenzara, como siempre, a cantar.

II
Desde el piso donde vivo,
en esta calle Mendelssohn
del viejo Berlín,
he visto pasar
la vida
tomada de la mano,
alumbrada
por un anciano farol
que, según dicen los vecinos
más antiguos, nunca dejó de alumbrar,
ni aún en las noches más amargas
de la postguerra mundial.
Y desde aquí te he visto,
cuando cruzas la calle,
estupenda como el amor,
joven como la vida,
sencilla y noble
como el mundo socialista
donde vives.

Ahora,
de espaldas a la ventana,
la luz del farol
se regocija
seguramente en mis cabellos,
así como lo hace ya
en el fondo de tus ojos,
cuando hacia mí
avanza,
como un río en llamas,
tu cuerpo.

III
"Cierra los ojos",
me dices
y te pones frente a mí.
Cuando los abro,
tus manos
sueltan a mis ojos
una bandada de tulipanes
rojos,
que le dan entonces
a mi alma,
la luz que no le diera
el sol
esta mañana,
ni la luz que la luna
y el farol
están pugnando por vivirle.

IV
Pecho adentro,
en los tulipanes rojos,
la primavera se alegra
cuando digo:
"¡Qué gesto más tulipán
has tenido este día,
amor mío!",
y me quedo besando
hondamente
la bondadosa ternura
de tus manos,
mientras hundes,
de seguro,
lo azul de tu mirada
en el áspero abismo
de mi rostro.

Extraído de "Poesía" Casa de las Américas, 1989
Tomado de :





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