miércoles, 4 de mayo de 2022

POEMAS DE CARLOS PELLICER

 



Canto destruido

 

¿En qué rayo de luz, amor ausente

tu ausencia se posó? Toda en mis ojos

brilla la desnudez de tu presencia.

Dúos de soledad dicen mis manos

llenas de ácidos fríos

y desgarrados horizontes.

 

Veo el otoño lleno de esperanza

como una atardecida primavera

en que una sola estrella

vive el cielo ambulante de la tarde.

 

Te amo, amor, y nada estoy diciendo

para llamarte. Siento

que me duelen los ojos de no llorar. Y veo

que tu ausencia me encuentra

como el cielo encendido

y una alegría triste de no usarla

como esos días en que nada ocurre

y está toda la casa

inútilmente iluminada.

 

En la destruida alcoba de tu ausencia

pisoteados crepúsculos reviven

sus harapos, morados de recuerdos.

En el alojamiento de tu ausencia

todo lo ocupo yo, clavando clavos

en las cuatro paredes de la ausencia.

 

Y este mundo cerrado

que se abre al interior de un bosque antiguo,

ve marchitarse el tiempo,

despolvorearse la luz, y mira a todos lados

sin encontrar el punto de partida.

 

Aunque vengas mañana

en tu ausencia de hoy perdí algún reino.

 

Tu cuerpo es el país de las caricias,

en donde yo, viajero desolado

-todo el itinerario de mis besos-

paso el otoño para no morirme,

sin conocer el valor de tu ausencia

como un diamante oculto en lo más triste.

 

 

Discurso por las flores

 

                                                   A Joaquín Romero

 

Entre todas las flores, señoras y señores,

es el lirio morado la que mas me alucina.

Andando una mañana solo por Palestina,

algo de mi conciencia con morados colores

tomó forma de flor y careció de espinas.

 

El aire con un pétalo tocaba las colinas

que inaugura la piedra de los alrededores.

 

Ser flor es ser un poco de colores con brisa.

Sueño de cada flor la mañana revisa

con los dedos mojados y los pómulos duros

de ponerse en la cara la humedad de tos muros,

 

El reino vegetal es un país lejano

aun cuando nosotros creámoslo a la mano.

Difícil es llegar a esbeltas latitudes;

mejor que doña Brújula, los jóvenes laúdes.

Las palabras con ritmo —camino del poema—

se adhieren a la intacta sospecha de una yema.

Algo en mi sangre viaja con voz de clorofila.

Cuando a un árbol le doy la rama de mi mano

siento la conexión y lo que se destila

en el alma cuando alguien está junto a un hermano.

Hace poco, en Tabasco, la gran ceiba de Atasta

me entregó cinco rumbos de su existencia. Izó

las más altas banderas que en su memoria vasta

el viento de los siglos inútilmente ajó.

 

Estar árbol a veces, es quedarse mirando

(sin dejar de crecer) el agua humanidad

y llenarse de pájaros para poder, cantando,

reflejar en las ondas quietud y soledad.

 

Ser flor es ser un poco de colores con brisa;

la vida de una flor cabe en una sonrisa.

Las orquídeas penumbras mueren de una mirada

mal puesta de los hombres que no saben ver nada.

En los nidos de orquídeas la noche pone un huevo

y al otro día nace color de color nuevo.

La orquídea es una flor de origen submarino.

Una vez a unos hongos, allá por Tepoztlán,

los hallé recordando la historia y el destino

de esas flores que anidan tan distantes del mar.

 

Cuando el nopal florece hay un ligero aumento

de luz. Por fuerza hidráulica el nopal multiplica

su imagen. Y entre espinas con que se da tormento,

momento colibrí a la flor califica.

 

El pueblo mexicano tiene dos obsesiones:

el gusto por la muerte y el amor a las flores.

Antes de que nosotros "habláramos castilla"

hubo un día del mes consagrado a la muerte;

había extraña guerra que llamaron florida

y en sangre los altares chorreaban buena suerte.

 

También el calendario registra un día flor.

Día Xóchitl, Xochipilli se desnudó al amor

de las flores. Sus piernas, sus hombros, sus rodillas

tienen flores. Sus dedos en hueco, tienen flores

frescas a cada hora. En su máscara brilla

la sonrisa profunda de todos los amores.

 

(Por las calles aún vemos cargadas de alcatraces

a esas jóvenes indias en que Diego Rivera

halló a través de siglos los eternos enlaces

de un pueblo en pie que siembra la misma primavera).

 

A sangre y flor el pueblo mexicano ha vivido.

Vive de sangre y flor su recuerdo y su olvido.

(Cuando estas cosas digo mi corazón se ahonda

en mi lecho de piedra de agua clara y redonda).

 

Si está herido de rosas un jardín, los gorriones

le romperán con vidrio sonoros corazones

de gorriones de vidrio, y el rosal más herido

deshojará una rosa allá por los rincones,

donde los nomeolvides en silencio han sufrido.

 

Nada nos hiere tanto como hallar una flor

sepultada en las páginas de un libro. La lectura

calla; y en nuestros ojos, lo triste del amor

humedece la flor de una antigua ternura.

 

(Como ustedes han visto, señoras y señores,

hay tristeza también en esto de las flores).

 

Claro que en el clarísimo jardín de abril y mayo

todo se ve de frente y nada de soslayo.

Es uno tan jardín entonces que la tierra

mueve gozosamente la negrura que encierra,

y el alma vegetal que hay en la vida humana

crea el cielo y las nubes que inventan la mañana.

 

Estos mayos y abriles se alargan hasta octubre.

Todo el Valle de México de colores se cubre

y hay en su poesía de otoñal primavera

un largo sentimiento de esperanza que espera.

Siempre por esos días salgo al campo. (Yo siempre

salgo al campo). La lluvia y el hombre como siempre

hacen temblar el campo. Ese último jardín,

en el valle de octubre, tiene un profundo fin.

 

Yo quisiera decirle otra frase a la orquídea;

esa frase sería una frase lapídea;

mas tengo ya las manos tan silvestres que en vano

saldrían las palabras perfectas de mi mano.

 

Que la última flor de esta prosa con flores

séala un pensamiento. (De pensar lo que siento

al sentir lo que piensan las flores, los colores

de la cara poética los desvanece el viento

que oculta en jacarandas las palabras mejores).

 

Quiero que nadie sepa que estoy enamorado.

De esto entienden y escuchan solamente las flores.

A decir me acompañe cualquier lirio morado:

señoras y señores, aquí hemos terminado.

 

 

En el silencio de la casa, tú...

 

En el silencio de la casa, tú,

y en mi voz la presencia de tu nombre

besado entre la nube de la ausencia

manzana aérea de las soledades.

 

Todo a puertas cerradas, la quietud

de esperarte es vanguardia de heroísmo,

vigilando el ejército de abrazos

y el gran plan de la dicha.

 

Yo no sé caminar sino hacia ti,

por el camino suave de mirarte

poner mis labios junto a mis preguntas

-sencilla, eterna flor de preguntarte-

y escucharte así en mí ¡y a sangre y fuego

rechazar, luminoso, las penumbras...!

 

Manzana aérea de las soledades,

bocado silencioso de la ausencia,

palabra en viaje, ropa del invierno

que hará la desnudez de las praderas.

 

Tú en el silencio de la casa. Yo

en tus labios de ausencia, aquí tan cerca

que entre los dos la ronda de palabras

se funde en la mejor que da el poema.

 

 

En una de esas tardes...

 

En una de esas tardes

sin más pintura que la de mis ojos,

te desnudé

y el viaje de mis manos y mis labios

llenó todo tu cuerpo de rocío.

 

Aquel mundo amanecido por la tarde,

con tantos episodios sin historias,

fue silenciosamente abanderado

y seguido por pueblos de ansiedades.

 

Entre tu ombligo y sus alrededores

sonreían los ojos de mis labios

y tu cadera,

esfera en dos mitades,

alegró los momentos de agonía

en que mi vida huyó para tu vida.

 

Estamos tan presentes,

que el pasado no cuenta sin ser visto.

No somos lo escondido;

en el torrente de la vida estamos.

 

Tu cuerpo es lo desnudo que hay en mí

toda el agua que va rumbo a tus cántaros.

Tu nombre, tu alegría…

Nadie lo sabe;

ni tú misma a solas.

 

 

 

 

Esta barca sin remos es la mía...

 

Esta barca sin remos es la mía.

Al viento, al viento, al viento solamente

le ha entregado su rumbo, su indolente

desolación de estéril lejanía.

 

Todo ha perdido ya su jerarquía.

Estoy lleno de nada y bajo el puente

tan sólo el lodazal, la malviviente

ruina del agua y de su platería.

 

Todos se van o vienen. Yo me quedo

a lo que dé el perder valor y miedo.

¡Al viento, al viento, a lo que el viento quiera!

 

Un mar sin honra y sin piratería,

excelsitudes de un azul cualquiera

y esta barca sin remos que es la mía.

 

 

Grupos de palomas

 

                                                         A la Sra. Lupe Medina de Ortega

 

1

Los grupos de palomas,

notas, claves, silencios, alteraciones,

modifican el ritmo de la loma.

La que se sabe tornasol afina

las ruedas luminosas de su cuello

con mirar hacia atrás a su vecina.

Le da al sol la mirada

y escurre en una sola pincelada

plan de vuelos a nubes campesinas.

 

2

La gris es una joven extranjera

cuyas ropas de viaje

dan aire de sorpresas al paisaje

sin compradoras y sin primaveras.

 

3

Hay una casi negra

que bebe astillas de agua en una piedra.

Después se pule el pico,

mira sus uñas, ve las de las otras,

abre un ala y la cierra, tira un brinco

y se para debajo de las rosas.

El fotógrafo dice:

para el jueves, señora.

Un palomo amontona sus erres cabeceadas,

y ella busca alfileres

en el suelo que brilla por nada.

Los grupos de palomas

-notas, claves, silencios, alteraciones-

modifican lugares de la loma.

 

4

La inevitablemente blanca

sabe su perfección. Bebe en la fuente

y se bebe a sí misma y se adelgaza

cual un poco de brisa en una lente

que recoge el paisaje.

Es una simpleza

cerca del agua. Inclina la cabeza

con tal dulzura,

que la escritura desfallece

en una serie de sílabas maduras.

 

5

Corre un automóvil y las palomas vuelan.

En la aritmética del vuelo,

los «ochos» árabes desdóblanse

y la suma es impar. Se mueve el cielo

y la casa se vuelve redonda.

Un viraje profundo.

Regresan las palomas.

notas. claves. Silencios. Alteraciones.

El lápiz se descubre; se inclinan las lomas

y por 20 centavos se cantan las canciones.

 

 

Horas de junio

 

Vuelvo a ti, soledad, agua vacía,

agua de mis imágenes, tan muerta,

nube de mis palabras, tan desierta,

noche de la indecible poesía.

 

Por ti la misma sangre -tuya y mía-

corre el alma de nadie siempre abierta.

Por ti la angustia es sombra de la puerta

que no se abre de noche ni de día.

 

Sigo la infancia en tu prisión, y el juego

que alterna muertes y resurrecciones

de una imagen a otra vive ciego.

 

Claman el viento, el sol y el mar del viaje.

Yo devoro mis propios corazones

y juego con los ojos del paisaje.

 

Junio me dio la voz, la silenciosa

música de callar un sentimiento.

Junio se lleva ahora como el viento

y el alma inútilmente fue gozosa.

 

Al año de morir todos los días

los frutos de mi voz dijeron tanto

y tan calladamente, que unos días

 

vivieron a la sombra de aquel canto.

(Aquí la voz se quiebra y el espanto

de tanta soledad llena los días.)

 

Hoy hace un año, Junio, que nos viste,

desconocidos, juntos, un instante.

Llévame a ese momento de diamante

que tú en un año has vuelto perla triste.

 

Álzame hasta la nube que ya existe,

líbrame de las nubes, adelante.

Haz que la nube sea el buen instante

que hoy cumple un año, Junio, que me diste.

 

Yo pasaré la noche junto al cielo

para escoger la nube, la primera

nube que salga del sueño, del cielo,

 

del mar, del pensamiento, de la hora,

de la única hora que me espera

¡Nube de mis palabras, protectora!

 

 

Hoy que has vuelto, los dos hemos callado...

 

Hoy que has vuelto, los dos hemos callado,

y sólo nuestros viejos pensamientos

alumbraron la dulce oscuridad

de estar juntos y no decirse nada.

 

Sólo las manos se estrecharon tanto

como rompiendo el hierro de la ausencia.

¡Si una nube eclipsara nuestras vidas!

 

Deja en mi corazón las voces nuevas,

el asalto clarísimo, presente,

de tu persona sobre los paisajes

que hay en mí para el aire de tu vida.

 

 

La primera tristeza ha llegado. Tus ojos...

 

La primera tristeza ha llegado. Tus ojos

fueron indiferentes a los míos. Tus manos

no estrecharon mis manos.

Yo te besé y tu rostro era la piedra seca

de las alturas vírgenes. Tus labios encerraron

en su prisión inútil mi primera amargura.

En vano tu cabeza puse en mi hombro y en vano

besé tus ojos. Eras el oasis cruel

que envenenó sus aguas y enloqueció a la sed.

Y se fue levantando del horizonte una

nube. Su tez morena voló a color. De nuevo

fue oscureciendo el tono de los días de antes.

yo abandoné tu rostro y mis manos

ausentaron las tuyas. Mi voz se hizo silencio.

Era el silencio horrible de los frutos podridos.

Oí que en mi garganta tropezó la derrota

con las piedras fatales.

Yo me cubrí los ojos

para no ver las lágrimas que huían hacia mí.

Luego tú me besaste, dijiste algo. Yo oía

llorar mis propias lágrimas en el primer silencio

de la primera tristeza. El alma de ese día

llegó de lejos -tu alma- y se quedó en mi pecho.

 

 

Mi voluntad de ser no tiene cielo...

 

Mi voluntad de ser no tiene cielo;

sólo mira hacia abajo y sin mirada.

¿Luz de la tarde o de la madrugada?

Mi voluntad de ser no tiene cielo.

 

Ni la penumbra de un hermoso duelo

ennoblece mi carne afortunada.

Vida de estatua, muerte inhabitada

sin la jardinería de un anhelo.

 

Un dormir sin soñar calla y sombrea

el prodigioso imperio de mis ojos

reducido a los grises de una aldea.

 

Sin la ausencia presente de un pañuelo

se van los días en pobres manojos.

Mi voluntad de ser no tiene cielo.

 

 

Noche en el agua

 

                                               A Francisco Serrano Méndez

 

Noche en el agua.

Yo te lo dije,

noche en el agua.

 

Cuatro luceros

clavan el aire,

cuatro luceros.

Por cuatro cielos

la noche vale.

 

Tiempo y alhaja

se lleva el río,

noche en el agua.

 

Noche que lleva su enorme cielo;

por lo que tiembla sobre sus senos

brilla en el río

con la caída de algún lucero.

 

Cayó un lucero.

Toda la noche puse los codos

en barandales iluminados.

 

Cundió la brisa sus nomeolvides

y el dulce vaho

cimbrea el aire que el viento roba

como sustrae

los colibríes sin una mano.

 

Noche que sacas

las cuentas claras de tus estrellas

en los papeles que el río cala.

Por los sauzales

pasó la onda que sabe cifras

y se equivoca con las estrellas que surgen tarde.

 

Con qué mirada

busco a la noche que se me pierde

tras la cosecha

de las estrellas

y a espaldas negras brilla ocultada.

 

Noche en la orilla de mi presencia

que me diluyes en liquidámbar.

 

Tiempo que suelta

y luego enlaza.

 

El aire brilla tiempo y alhaja.

 

A los rincones de las luciérnagas

la noche baja.

 

Y hay una mano de rayos X

que entra en mis ojos y se los lleva

para ocultarles otra mirada.

Noche en el agua.

 

Yo te lo dije:

Noche en el agua.

 

 

¿Qué harás?

 

¿Qué harás? ¿En que momento

tus ojos pensarán en mis caricias?

¿Y frente a cuales cosas, de repente,

dejarás, en silencio, una sonrisa?

Y si en la calle

hallas mi boca triste en otra gente,

¿la seguirás?

¿Que harás si en los comercios --semejanzas--

algo de mi encuentras?

¿Qué harás?

¿Y si en el campo un grupo de palmeras

o un grupo de palomas o uno de figuras

vieras?

(Las estrofas brillan en sus aventuras

de desnudas imágenes primeras.)

 

¿Y si al pasa frente a la casa abierta,

alguien adentro grita: ¡Carlos!?

¿Habrá en tu corazón el buen latido?

¿Cómo será el acento de tu paso?

 

Tu carta trae el perfume predilecto.

Yo la beso y la aspiro.

En el rápido drama de un suspiro

la alcoba se encamina hacia otro aspecto.

¿Qué harás?

Los versos tienen ya los ojos fijos.

La actitud se prolonga. De las manos

caen papel y lápiz. Infinito

es el recuerdo. Se oyen en el campo

las cosas de la noche. --Una vez

te hallé en el tranvía y no me viste.

--Atravesando un bosque ambos lloramos.

--Hay dos sitios malditos en la ciudad. ¿Me diste

tu dirección la noche del infierno?

--...Y yo creí morirme mirándote llorar.

Yo soy...

Y me sacude el viento.

¿Qué harás?

 

 

Que se cierre esa puerta...

 

Que se cierre esa puerta

que no me deja estar a solas con tus besos.

Que se cierre esa puerta

por donde campos, sol y rosas quieren vernos.

 

Esa puerta por donde

la cal azul de los pilares entra

a mirar como niños maliciosos

la timidez de nuestras dos caricias

que no se dan porque la puerta, abierta….

 

Por razones serenas

pasamos largo tiempo a puerta abierta.

Y arriesgado es besarse

y oprimirse las manos, ni siquiera

mirarse demasiado, ni siquiera

callar en buena lid....

 

Pero en la noche

la puerta se echa encima de sí misma

y se cierra tan ciega y claramente

que nos sentimos ya, tú y yo, en campo abierto,

escogiendo caricias como joyas

ocultas en la noche con jardines

puestos en las rodillas de los montes,

pero solos tú y yo.

 

La mórbida penumbra

enlaza nuestros cuerpos y saquea

mi inédita ternura,

la fuerza de mis brazos que te agobian

tan dulcemente, el gran beso insaciable

que se bebe así mismo

y en su espacio redime

lo pequeño de ilímites distancias...

 

Dichosa puerta que nos acompañas

cerrada, en nuestra dicha. Tu obstrucción

es la liberación de estas dos cárceles;

la escapatoria de las dos pisadas

idénticas que saltan a la nube

de la que se regresa en la mañana.

 

 

Recinto

 

Antes que otro poema

-del mar, de la tierra o del cielo-

venga a ceñir mi voz, a tu esperada

persona limitándome, corono

más alto que la excelsa geografía

de nuestro amor, el reino ilimitado.

 

Y a ti, por ti y en ti vivo y adoro.

Y el silencioso beso que en tus manos

tan dulcemente dejo,

arrinconada mi voz,

al sentirme tan cerca de tu vida.

 

Antes que otro poema

me engarce en sus retóricas,

yo me inclino a beber el agua fuente

de tu amor en tus manos, que no apagan

mi sed de ti, porque tus dulces manos

me dejan en los labios las arenas

de una divina sed.

 

Y así eres el desierto por

el cuádruple horizonte de las ansias

que suscitas en mí; por el oasis

que hay en tu corazón para mi viaje

que en ti, por ti, y a ti voy alineando,

con la alegría del paisaje nido

que voltea cuadernos de sembrados.

 

Antes que otro poema

tome la ciudadela a fuego ritmo,

yo te digo, callando,

lo que el alma en los ojos dice solo.

La mirada desnuda, sin historia,

ya estés junto, ya lejos,

ya tan cerca o tan lejos o cerca reprimirse

y apoderarse en la luz de un orbe lágrima,

allá, aquí, presente, ausente,

por ti, a ti, y en ti, oh ser amado,

adorada persona

por quien -secretamente- así he cantado.

 

 

Si junto a ti las horas se apresuran...

 

Si junto a ti las horas se apresuran

a quedarse en nosotros para siempre,

hoy que tu dulce ausencia me encarcela,

la dispersión del tiempo en mis talones

y en mis oídos y en mis ojos siento.

Yo no sé caminar sino hacia ti,

ni escuchar otra voz que aquella noble

voz que del vaho borde de la dicha

vuela para decirme las palabras

que aguzaron el agua del poema.

 

¡Decir tu nombre entre palabras vivas

sin que nadie lo escuche!

Y escucharlo yo solo desde el fino

silencio del papel, en la penumbra

que va dejando el lápiz, en las últimas

presencias silenciosas del poema.

 

 

Tú eres más mis ojos porque ves...

Tú eres más mis ojos porque ves

lo que en mis ojos llevo de tu vida.

Y así camino ciego de mí mismo

iluminado por mis ojos que arden

con el fuego de ti.

 

Tú eres más que mi oído porque escuchas

lo que en mi oído llevo de tu voz.

Y así camino sordo de mí mismo

lleno de las ternuras de tu acento.

¡La sola voz de ti!

 

Tú eres más que mi olfato porque hueles

lo que mi olfato lleva de tu olor.

Y así voy ignorando el propio aroma,

emanando tus ámbitos perfumes,

pronto huerto de ti.

 

Tú eres más que mi lengua porque gustas

lo que en mi lengua llevo de ti sólo,

y así voy insensible a mis sabores

saboreando el deleite de los tuyos,

sólo sabor de ti.

 

Tú eres más que mi tacto porque en mí

tu caricia acaricias y desbordas.

Y así toco en mi cuerpo la delicia

de tus manos quemadas por las mías.

 

Yo solamente soy el vivo espejo

de tus sentidos. La fidelidad

en la garganta del volcán.

 

 

Un paisaje hecho poema

 

(Siento que se aglomeran mis deseos

como el pueblo a las puertas de una boda.)

El río allá es un niño y aquí un hombre

que negras hojas junta en un remanso.

Todo el mundo le llama por su nombre

y le pasa la mano como a un perro manso.

¿En qué estación han de querer mis huéspedes

descender. ¿En otoño o primavera.

¿O esperarán que el tono de los céspedes

sea el ángel que anuncie la manzana primera.

De todas las ventanas, que una sola

sea fiel y se abra sin que nadie la abra.

Que se deje cortar como amapola

entre tantas espigas, la palabra.

Y cuando los invitados

ya estén aquí —en mí—, la cortesía

única y sola por los cuatro lados,

será dejarlos solos, y en signo de alegría

enseñar los diez dedos que no fueron tocados

sino

por

la

sola

poesía.

 

 

Yo acaricio el paisaje...

 

Yo acaricio el paisaje,

oh adorada persona

que oíste mis poemas y que ahora

tu cabeza reclinas en mi brazo.

 

(...) Detrás de un cerro grande

va estallando una nube lentamente.

su sorpresa

es como nuestra dicha: ¡tan primera!

Lo inaugural que en nuestro amor es clave

de toda plenitud.

El aire tiembla a nuestros pies. Yo tengo

tu cabeza en mi pecho. todo cuaja

la transparencia enorme de un silencio

panorámico, terso,

apoyado en el pálido delirio

de besar tus mejillas en silencio.

Tomado de:

http://amediavoz.com/pellicer.htm

 

 

A Luis Barjau

 

Mira, Luis, no es por nada, pero hay días

que me quedo mirando cualquier cosa,

y me pregunto si la mariposa

viene o va o si soy yo el de sus guías.

 

Entre conformidad y rebeldías

el árbol soportó la dolorosa

tarea de crecer, y cuidadosa-

mente bajo la lluvia ve sus crías.

 

Hay un fruto: es un pájaro. Prefiero

escucharlo en la tarde, cuando muero

de todas las maneras que es posible.

 

Y aquí me tienes sin decir palabra

por miedo de encenderme combustible

y cuidar que una puerta no se abra.

 

10 de junio de 1969

 

Con este cielo y estos lagos

 

Con este cielo y estos lagos

eres lo que deseo.

Me pienso en Luz y lo afilado acero.

Amo así tu belleza

y en mí las energías misteriosas

para poder amarte tanto.

A mil kilómetros tu mirada triste,

tu voz suena en las violas y en las ramas.

La ventana entreabierta de la tarde.

El horizonte en ti, el agua deshojada,

la flor entre las páginas del día.

La soledad que llevo siempre en flor.

Tú callas y me miras

con tu mirada triste y tu silencio.

Yo estoy hecho de cantos escondidos,

perdido entre las cosas,

oyendo el aria antigua de tu ausencia,

sin saber que decirle a los demás.

 

El cielo de los lagos está en mi corazón.

Y en la noche que llega,

ni tú ni yo.

 

 

Villahermosa, Tabasco,

13 de octubre de 1969

 

 

Yo nací joven

 

Esto lo saben los árboles más viejos

y las nubes que empiezan a formarse.

Sigue lloviendo,

pero la tierra está tranquila

y el viento se ha refugiado

en las alas de un pájaro serpiente.

Por mi ventana veo tanto cielo

que mis ojos se van y a veces no regresan.

Yo veo y oigo y huelo y toco y paladeo.

Y esto me ocurre como al agua natural

que nadie ve.

Estoy perdiéndome sin horizonte,

y cuando me tropiezo con el tiempo,

creo que la muerte tiene tanta vida

como yo en ese instante.

 

Madrugada del 8 de noviembre de 1969

 

 

La dualidad nocturna

 

Los caminos destruidos del insomnio

que van a dra adonde ya no hay nada;

los pasos tan voraces del demonio

sobre la arena más abandonada.

 

Víspera poderosa llamarada

que enciende las ciudades del insomnio;

la muerte joven que se da el demonio

a la luz de una espléndida mirada.

 

¿Va a llegar el arcángel? Tengo el río

para la desnudez de su hermosura.

Busco lo que no es suyo y lo que es mío.

 

Todo parece estar naciendo apenas.

¿La novedad de una antigua escultura?

Todo parece estar naciendo apenas.

 

Lomas de Chapultepec,

noche del 5 de diciembre de 1974

 

 

Por eso este poema

 

Por eso este poema, tan abierto,

como la mano en que se da la mano,

es la desnuda tarde de verano

en que la lluvia niega lo más cierto.

 

Si pudo lo increíble ser tan cierto

y estar de lo más lejos tan cercano,

que por eso, por ser eso está a la mano

el agua incomparable del desierto.

 

Al abrir las ventanas de este día

cerré los ojos cuando sonreía

la flor de lo que pasa inesperado.

 

Por eso, cuando el sueño me despierta,

desaparezco de uno y otro lado

y me inclino a esperar que abran la puerta.

 

Tepoztlán, 4 de mayo de 1976

 

 

La danza

 

Círculo y triángulo. Punto. Movimiento.

La estatua, liberada del vacío.

Instante en llamarada o en rocío.

Hoja que cae o grito en el cielo.

 

Un pájaro tan claro de alimento.

El equilibrio de un escalofrío.

Las mil pausas continuas. Lo que es mío

cuando con nadie estoy: deslumbramiento.

 

Es hablar con el cuerpo. No está muda

la música del cuerpo. Se desnuda

la inmaterialidad de la materia.

 

Estoy pensando en ti. En ti he aprendido

que no hay tanta riqueza en mi miseria.

Silencioso clamor de cielo herido.

 

 

 

Lomas de Chapultepec,

4 de septiembre de 1976

 

 

Un soneto

 

El material de una noche florea.

Estoy luminosamente escondido.

Tiene el jazmín de Arabia tanto fluido

que así es la perfección que redondea.

 

Algo que nace, como que aletea.

Un átomo de vida se ha encendido,

y el universo ejerce su tarea.

¿Dónde estará la fuente del olvido?

 

En el incendio inútil de una rosa

pereció perseguida mariposa.

La noche puso en pie nombres callados.

 

Todos los sueños estaban despiertos;

y la vida con los ojos cerrados

y la muerte con los ojos abiertos.

 

Lomas de Chapultepec,

4 de octubre de 1976

Tomado de:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/18-001-carlos-pellicer?showall=1

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