domingo, 1 de mayo de 2022

POEMAS DE LUIS CERNUDA


Estoy cansado

 

 

 

Estar cansado tiene plumas,

Tiene plumas graciosas como un loro,

Plumas que desde luego nunca vuelan,

Mas balbucean igual que loro.

 

Estoy cansado de las casas,

Prontamente en ruinas sin un gesto;

Estoy cansado de las cosas,

Con un latir de seda vueltas luego de espaldas.

 

Estoy cansado de estar vivo,

Aunque más cansado sería el estar muerto;

Estoy cansado del estar cansado

Entre plumas ligeras sagazmente,

Plumas del loro aquel tan familiar o triste,

El loro aquel del siempre estar cansado.

 

(Un Río, un Amor)

 

Diré cómo nacisteis

 

 

 

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,

Como nace un deseo sobre torres de espanto,

Amenazadores barrotes, hiel descolorida,

Noche petrificada a fuerza de puños,

Ante todos, incluso el más rebelde,

Apto solamente en la vida sin muros.

 

Corazas infranqueables, lanzas o puñales,

Todo es bueno si deforma un cuerpo;

Tu deseo es beber esas hojas lascivas

O dormir en esa agua acariciadora.

No importa;

Ya declaran tu espíritu impuro.

 

No importa la pureza, los dones que un destino

Levantó hacia las aves con manos imperecederas;

No importa la juventud, sueño más que hombre,

La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad

De un régimen caído.

 

Placeres prohibidos, planetas terrenales,

Miembros de mármol con sabor de estío,

Jugo de esponjas abandonadas por el mar,

Flores de hierro, resonantes como el pecho de un

    hombre.

 

Soledades altivas, coronas derribadas,

Libertades memorables, manto de juventudes;

Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua,

Es vil como un rey, como sombra de rey

Arrastrándose a los pies de la tierra

Para conseguir un trozo de vida.

 

No sabía los límites impuestos,

Límites de metal o papel,

Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,

Adonde no llegan realidades vacías,

Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.

 

Extender entonces la mano

Es hallar una montaña que prohíbe,

Un bosque impenetrable que niega,

Un mar que traga adolescentes rebeldes.

 

Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte,

Ávidos dientes sin carne todavía,

Amenazan abriendo sus torrentes,

De otro lado vosotros, placeres prohibidos,

Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita,

Tendéis en una mano el misterio,

Sabor que ninguna amargura corrompe,

Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.

 

Abajo, estatuas anónimas,

Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;

Una chispa de aquellos placeres

Brilla en la hora vengativa.

Su fulgor puede destruir vuestro mundo.

 

(Los placeres prohibidos)

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/98-039-luis-cernuda?start=4

 

Deseo

 

Por el campo tranquilo de septiembre,

del álamo amarillo alguna hoja,

como una estrella rota,

girando al suelo viene.

 

Si así el alma inconsciente,

Señor de las estrellas y las hojas,

fuese, encendida sombra,

de la vida a la muerte.

 

Contigo

 

¿Mi tierra?

Mi tierra eres tú.

 

¿Mi gente?

Mi gente eres tú.

 

El destierro y la muerte

para mi están adonde

no estés tú.

 

¿Y mi vida?

Dime, mi vida,

¿qué es, si no eres tú?

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-luis-cernuda/

 

No decía palabras

 

No decía palabras,

acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,

porque ignoraba que el deseo es una pregunta

cuya respuesta no existe,

una hoja cuya rama no existe,

un mundo cuyo cielo no existe.

 

La angustia se abre paso entre los huesos,

remonta por las venas

hasta abrirse en la piel,

surtidores de sueño

hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

 

Un roce al paso,

una mirada fugaz entre las sombras,

bastan para que el cuerpo se abra en dos,

ávido de recibir en sí mismo

otro cuerpo que sueñe;

mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,

iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza

porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.

 

Qué ruido tan triste

 

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,

parece como el viento que se mece en otoño

sobre adolescentes mutilados,

mientras las manos llueven,

manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,

cataratas de manos que fueron un día

flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

 

Las flores son arena y los niños son hojas,

y su leve ruido es amable al oído

cuando ríen, cuando aman, cuando besan,

cuando besan el fondo

de un hombre joven y cansado

porque antaño soñó mucho día y noche.

 

Mas los niños no saben,

ni tampoco las manos llueven como dicen;

así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,

invoca los bolsillos que abandonan arena,

arena de las flores,

para que un día decoren su semblante de muerto.

Tomado de:

https://www.estandarte.com/noticias/autores/luis-cernuda-y-sus-poemas-de-amor-y-desamor-_4560.html

 

Los espinos

 

Verdor nuevo los espinos

tienen ya por la colina,

toda de púrpura y nieve

en el aire estremecida.

 

Cuántos cielos florecidos

les has visto; aunque a la cita

ellos serán siempre fieles,

tú no lo serás un día.

 

Antes que la sombra caiga,

aprende cómo es la dicha

ante los espinos blancos

y rojos en flor. Vé. Mira.

 

 

Los fantasmas del deseo

 

Yo no te conocía, tierra;

con los ojos inertes, la mano aleteante,

lloré todo ciego bajo tu verde sonrisa,

aunque, alentar juvenil, sintiera a veces

un tumulto sediento de postrarse,

como huracán henchido aquí en el pecho;

ignorándote, tierra mía,

ignorando tu alentar, huracán o tumulto,

idénticos en esta melancólica burbuja que yo soy

a quien tu voz de acero inspirara un menudo vivir.

 

Bien sé ahora que tú eres

quien me dicta esta forma y este ansia;

sé al fin que el mar esbelto,

la enamorada luz, los niños sonrientes,

no son sino tú misma;

que los vivos, los muertos,

el placer y la pena,

la soledad, la amistad,

la miseria, el poderoso estúpido,

el hombre enamorado, el canalla,

son tan dignos de mí como de ellos yo lo soy;

mis brazos, tierra, son ya más anchos, ágiles,

para llevar tu afán que nada satisface.

 

El amor no tiene esta o aquella forma,

no puede detenerse en criatura alguna;

todas son por igual viles y soñadoras.

Placer que nunca muere

beso que nunca muere,

sólo en ti misma encuentro, tierra mía.

Nimbos de juventud, cabellos rubios o sombríos,

rizosos o lánguidos como una primavera,

sobre cuerpos cobrizos, sobre radiantes cuerpos

que tanto he amado inútilmente,

no es en vosotros donde la vida está, sino en la tierra,

en la tierra que aguarda, aguarda siempre

con sus labios tendidos, con sus brazos abiertos.

 

Dejadme, dejadme abarcar, ver unos instantes

este mundo divino que ahora es mío,

mío como lo soy yo mismo,

como lo fueron otros cuerpos que estrecharon mis brazos,

como la arena, que al besarla los labios

finge otros labios, dúctiles al deseo,

hasta que el viento lleva sus mentirosos átomos.

 

Como la arena, tierra,

como la arena misma,

la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira.

Tú sola quedas con el deseo,

con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío,

sino el deseo de todos,

malvados, inocentes,

enamorados o canallas.

 

Tierra, tierra y deseo.

Una forma perdida.

 

 

Los marineros son las alas del amor...

 

Los marineros son las alas del amor,

son los espejos del amor,

el mar les acompaña,

y sus ojos son rubios lo mismo que el amor

rubio es también, igual que son sus ojos.

 

La alegría vivaz que vierten en las venas

rubia es también,

idéntica a la piel que asoman;

no les dejéis marchar porque sonríen

como la libertad sonríe,

luz cegadora erguida sobre el mar.

 

Si un marinero es mar,

rubio mar amoroso cuya presencia es cántico,

no quiero la ciudad hecha de sueños grises;

quiero sólo ir al mar donde me anegue,

barca sin norte,

cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.

 

 

No decía palabras...

 

No decía palabras,

acercaba tan sólo un cuerpo interrogante

porque ignoraba que el deseo es una pregunta

cuya respuesta no existe,

una hoja cuya rama no existe,

un mundo cuyo cielo no existe.

 

La angustia se abre paso entre los huesos,

remonta por las venas

hasta abrirse en la piel,

surtidores de sueño

hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

 

Un roce al paso,

una mirada fugaz entre las sombras,

bastan para que el cuerpo se abra en dos,

ávido de recibir en sí mismo

otro cuerpo que sueñe;

mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,

iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

 

Aunque sólo sea una esperanza,

porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.

 

 

No es el amor quien muere...

 

No es el amor quien muere,

somos nosotros mismos.

 

Inocencia primera

Abolida en deseo,

Olvido de sí mismo en otro olvido,

Ramas entrelazadas,

¿Por qué vivir si desaparecéis un día?

 

Sólo vive quien mira

Siempre ante sí los ojos de su aurora,

Sólo vive quien besa

Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.

 

Fantasmas de la pena,

A lo lejos, los otros,

Los que ese amor perdieron,

Como un recuerdo en sueños,

Recorriendo las tumbas

Otro vacío estrechan.

 

Por allá van y gimen,

Muertos en pie, vidas tras de la piedra,

Golpeando la impotencia,

Arañando la sombra

Con inútil ternura.

 

No, no es el amor quien muere. 

 

No intentemos el amor nunca

 

Aquella noche el mar no tuvo sueño.

Cansado de contar, siempre contar a tantas olas,

quiso vivir hacia lo lejos,

donde supiera alguien de su color amargo.

 

Con una voz insomne decía cosas vagas,

barcos entrelazados dulcemente

en un fondo de noche,

o cuerpos siempre pálidos, con su traje de olvido

viajando hacia nada.

 

Cantaba tempestades, estruendos desbocados

bajo cielos con sombra,

como la sombra misma,

como la sombra siempre

rencorosa de pájaros estrellas.

 

Su voz atravesando luces, lluvia, frío,

alcanzaba ciudades elevadas a nubes,

cielo Sereno, Colorado, Glaciar del infierno,

todas puras de nieve o de astros caídos

en sus manos de tierra.

 

Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades.

Allí su amor tan sólo era un pretexto vago

con sonrisa de antaño,

ignorado de todos.

 

Y con sueño de nuevo se volvió lentamente

adonde nadie

sabe de nadie.

Adonde acaba el mundo.

 

 

No quiero, triste espíritu, volver...

 

No quiero, triste espíritu, volver

por los lugares que cruzó mi llanto,

latir secreto entre los cuerpos vivos

como yo también fui.

 

No quiero recordar

un instante feliz entre tormentos;

goce o pena es igual,

todo es triste al volver.

 

Aún va conmigo como una luz ajena

aquel destino niño,

aquellos dulces ojos juveniles,

aquella antigua herida.

 

No, no quisiera volver,

sino morir aún más,

arrancar una sombra,

olvidar un olvido.

 

 

Orillas del amor

 

Como una vela sobre el mar

resume ese azulado afán que se levanta

hasta las estrellas futuras,

hecho escala de olas

por donde pies divinos descienden al abismo,

también tu forma misma,

ángel, demonio, sueño de un amor soñado,

resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba

hasta las nubes sus olas melancólicas.

 

Sintiendo todavía los pulsos de ese afán,

yo, el más enamorado,

en las orillas del amor,

sin que una luz me vea

definitivamente muerto o vivo,

contemplo sus olas y quisiera anegarme,

deseando perdidamente

descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma,

hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.

 

 

Oscuridad completa

 

No sé por qué, si la luz entra,

Los hombres andan bien dormidos,

Recogiendo la vida su apariencia

Joven de nuevo, bella entre sonrisas,

 

No sé por qué he de cantar

o verter de mis labios vagamente palabras;

Palabras de mis ojos,

Palabras de mis sueños perdidos en la nieve.

 

De mis sueños copiando los colores de nubes,

De mis sueños copiando nubes sobre la pampa.



 

País

 

Tus ojos son de donde

la nieve no ha manchado

la luz, y entre las palmas

el aire

invisible es de claro.

 

Tu deseo es de donde

a los cuerpos se alía

lo animal con la gracia

secreta

de mirada y sonrisa.

 

Tu existir es de donde

percibe el pensamiento,

por la arena de mares

amigos,

la eternidad en tiempo.

 

 

Peregrino

 

¿Volver? Vuelva el que tenga,

tras largos años, tras un largo viaje,

cansancio del camino y la codicia

de su tierra, su casa, sus amigos,

del amor que al regreso fiel le espere.

 

Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,

sino seguir libre adelante,

disponible por siempre, mozo o viejo,

sin hijo que te busque, como a Ulises,

sin Itaca que aguarde y sin Penélope.

 

Sigue, sigue adelante y no regreses,

fiel hasta el fin del camino y tu vida,

no eches de menos un destino más fácil,

tus pies sobre la tierra antes no hollada,

tus ojos frente a lo antes nunca visto.

 

 

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman...

 

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,

parece como el viento que se mece en otoño

sobre adolescentes mutilados,

mientras las manos llueven,

manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,

cataratas de manos que fueron un día

flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

 

Las flores son arena y los niños son hojas,

y su leve ruido es amable al oído

cuando ríen, cuando aman, cuando besan,

cuando besan el fondo

de un hombre joven y cansado

porque antaño soñó mucho día y noche.

 

Mas los niños no saben,

ni tampoco las manos llueven como dicen;

así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,

invoca los bolsillos que abandonan arena,

arena de las flores,

para que un día decoren su semblante de muerto.

 

 

Quiero, con afán soñoliento...

 

Quiero, con afán soñoliento,

Gozar de la muerte más leve

Entre bosques y mares de escarcha,

Hecho aire que pasa y no sabe.

 

Quiero la muerte entre mis manos,

Fruto tan ceniciento y rápido,

Igual al cuerno frágil

De la luz cuando nace en el invierno.

 

Quiero beber al fin su lejana amargura;

Quiero escuchar su sueño con rumor de arpa

Mientras siento las venas que se enfrían,

Porque la frialdad tan sólo me consuela.

 

Voy a morir de un deseo,

Si un deseo sutil vale la muerte;

A vivir sin mí mismo de un deseo,

Sin despertar, sin acordarme,

Allá en la luna perdido entre su frío.

 

 

Quisiera estar solo en el sur

 

Quizá mis lentos ojos no verán más el sur

de ligeros paisajes dormidos en el aire,

con cuerpos a la sombra de ramas como flores

o huyendo en un galope de caballos furiosos.

 

El sur es un desierto que llora mientras canta.

Y esa voz no se extingue como pájaro muerto;

hacia el mar encamina sus deseos amargos,

abriendo un eco débil que vive lentamente.

 

En el sur tan distante quiero estar confundido.

La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;

su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.

Su oscuridad, su luz, son bellezas iguales.

 

 

Quisiera saber por qué esta muerte...

 

Quisiera saber por qué esta muerte

al verte, adolescente rumoroso,

mar dormido bajo los astros ciegos,

aún constelado por escamas de sirenas,

o seda que despliegan

cambiante de fuegos nocturnos

y acordes palpitantes,

rubio igual que la lluvia,

sombrío igual que la vida es a veces.

 

Aunque sin verme desfiles a mi lado,

huracán ignorante,

estrella que roza mi mano abandonada su eternidad,

sabes bien, recuerdo de siglos,

cómo el amor es lucha

donde se muerden dos cuerpos iguales.

 

Yo no te había visto;

miraba los animalillos gozando bajo el sol verdeante,

despreocupado de los árboles iracundos,

cuando sentí una herida que abrió la luz en mí;

el dolor enseñaba

cómo una forma opaca, copiando luz ajena,

parece luminosa.

 

Tan luminosa,

que mis horas perdidas, yo mismo,

quedamos redimidos de la sombra,

para no ser ya más

que memoria de luz;

de luz que vi cruzarme,

seda, agua o árbol, un momento.

 

 

Razón de lágrimas

 

La noche por ser triste carece de fronteras.

Su sombra en rebelión como la espuma,

rompe los muros débiles

avergonzados de blancura;

noche que no puede ser otra cosa sino noche.

 

Acaso los amantes acuchillan estrellas,

acaso la aventura apague una tristeza.

Mas tú, noche, impulsada por deseos

hasta la palidez del agua,

aguardas siempre en pie quién sabe a cuáles ruiseñores.

 

Más allá se estremecen los abismos

poblados de serpientes entre pluma,

cabecera de enfermos

no mirando otra cosa que la noche

mientras cierran el aire entre los labios.

 

La noche, la noche deslumbrante,

que junto a las esquinas retuerce sus caderas,

aguardando, quién sabe,

como yo, como todos.

 

 

Remordimiento en traje de noche

 

Un hombre gris avanza por la calle de niebla;

No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío;

Vacío como pampa, como mar, como viento,

Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.

 

Es el tiempo pasado, y sus alas ahora

Entre la sombra encuentran una pálida fuerza;

Es el remordimiento, que de noche, dudando;

En secreto aproxima su sombra descuidada.

 

No estrechéis esa mano. La yedra altivamente

Ascenderá cubriendo los troncos del invierno.

Invisible en la calma el hombre gris camina.

¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda.

 

 

Si el hombre pudiera decir lo que ama...

 

Si el hombre pudiera decir lo que ama,

si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo

como una nube en la luz;

si como muros que se derrumban,

para saludar la verdad erguida en medio,

pudiera derrumbar su cuerpo,

dejando sólo la verdad de su amor,

la verdad de sí mismo,

que no se llama gloria, fortuna o ambición,

sino amor o deseo,

yo sería aquel que imaginaba;

aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos

proclama ante los hombres la verdad ignorada,

la verdad de su amor verdadero.

 

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina

por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,

y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu

como leños perdidos que el mar anega o levanta

libremente, con la libertad del amor,

la única libertad que me exalta,

la única libertad por que muero.

 

Tú justificas mi existencia:

si no te conozco, no he vivido;

si muero sin conocerte, no muero,  porque no he vivido.

 

 

Sombras blancas

 

 Sombras frágiles, blancas, dormidas en la playa,

dormidas en su amor, en su flor de universo,

el ardiente color de la vida ignorando

sobre un lecho de arena y de azar abolido.

 

Libremente los besos desde sus labios caen

en el mar indomable como perlas inútiles;

perlas grises o acaso cenicientas estrellas

ascendiendo hacia el cielo con luz desvanecida.

 

Bajo la noche el mundo silencioso naufraga;

bajo la noche rostros fijos, muertos, se pierden.

Sólo esas sombras blancas, oh blancas, sí, tan blancas.

La luz también da sombras, pero sombras azules.

 

 

Te quiero...

 

Te quiero.

 

Te lo he dicho con el viento

jugueteando tal un animalillo en la arena

o iracundo como órgano tempestuoso;

 

te lo he dicho con el sol,

que dora desnudos cuerpos juveniles

y sonríe en todas las cosas inocentes;

 

te lo he dicho con las nubes,

frentes melancólicas que sostienen el cielo,

tristezas fugitivas;

 

te lo he dicho con las plantas,

leves caricias transparentes

que se cubren de rubor repentino;

 

te lo he dicho con el agua,

vida luminosa que vela un fondo de sombra;

te lo he dicho con el miedo,

 

te lo he dicho con la alegría,

con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta;

más allá de la vida

quiero decírtelo con la muerte,

más allá del amor

quiero decírtelo con el olvido.

 

 

Todo esto por amor

 

Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente,

derriban los instintos como flores,

deseos como estrellas

para hacer sólo un hombre con su estigma de hombre.

 

Que derriben también imperios de una noche,

monarquías de un beso,

no significa nada;

que derriben los ojos, que derriben las manos como estatuas vacías.

 

Mas este amor cerrado por ver sólo su forma,

su forma entre las brumas escarlata,

quiere imponer la vida, como otoño ascendiendo tantas hojas

hacia el último cielo,

donde estrellas

sus labios dan otras estrellas,

donde mis ojos, estos ojos,

se despiertan en otro.

 

 

Tres misterios gozosos

 

El cantar de los pájaros, al alba,

cuando el tiempo es más tibio,

alegres de vivir, ya se desliza

entre el sueño, y de gozo

contagia a quien despierta al nuevo día.

 

Alegre sonriendo a su juguete

pobre y roto, en la puerta

de la casa juega solo el niñito

consigo, y en dichosa

ignorancia, goza de hallarse vivo.

 

El poeta, sobre el papel soñando

su poema inconcluso,

hermoso le parece, goza y piensa

con razón y locura

que nada importa: existe su poema.

 

 

Tristeza del recuerdo

 

Por las esquinas vagas de los sueños,

alta la madrugada, fue conmigo

tu imagen bien amada, como un día

en tiempos idos, cuando Dios lo quiso.

 

Agua ha pasado por el río abajo,

hojas verdes perdidas llevó el viento

desde que nuestras sombras vieron quedas

su afán borrarse con el sol traspuesto.

 

Hermosa era aquella llama, breve

como todo lo hermoso: luz y ocaso.

Vino la noche honda, y sus cenizas

guardaron el desvelo de los astros.

 

Tal jugador febril ante una carta,

un alma solitaria fue la apuesta

arriesgada y perdida en nuestro encuentro;

el cuerpo entre los hombres quedó en pena.

 

¿Quién dice que se olvida? No hay olvido.

Mira a través de esta pared de hielo

ir esa sombra hacia la lejanía

sin el nimbo radiante del deseo.

 

Todo tiene su precio. Yo he pagado

el mío por aquella antigua gracia,

y así despierto; hallando tras mi sueño

un lecho solo, afuera yerta el alba.

 

 

Un muchacho andaluz

 

Te hubiera dado el mundo,

muchacho que surgiste

al caer de la luz por tu Conquero,

tras la colina ocre,

entre pinos antiguos de perenne alegría.

 

Eras emanación del mar cercano?

Eras el mar aún más

que las aguas henchidas con su aliento,

encauzadas en río sobre tu tierra abierta,

bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de

                                                 rotos resplandores.

 

Eras el mar aún más

tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo;

eras forma primera,

eras fuerza inconsciente de su propia hermosura.

 

Y tus labios, de bisel tan terso,

eran la vida misma,

como una ardiente flor

nutrida con la savia

de aquella piel oscura

que infiltraba nocturno escalofrío.

 

Si el amor fuera un ala.

 

La incierta hora con nubes desgarradas,

el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa,

la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos,

te enviaban a mí, a mi afán ya caído,

como verdad tangible.

 

Expresión amorosa de aquel mismo paraje,

entre los ateridos fantasmas que habitaban nuestro mundo,

eras tú una verdad,

sola verdad que busco,

mas que verdad de amor, verdad de vida;

y olvidando que sombra y pena acechan de continuo

esa cúspide virgen de la luz y la dicha,

quise por un momento fijar tu curso ineluctable.

 

Creí en ti, muchachillo.

 

Cuando el amor evidente,

con el irrefutable sol del mediodía,

suspendía mi cuerpo

en esa abdicación del hombre ante su dios,

un resto de memoria

levantaba tu imagen como recuerdo único.

 

Y entonces,

con sus luces el violento Atlántico,

tantas dunas profusas, tu Conquero nativo,

estaban en mí mismo dichos en tu figura,

divina ya para mi afán con ellos,

porque nunca he querido dioses crucificados,

tristes dioses que insultan

esa tierra ardorosa que te hizo y te hace.

 

 

Unos cuerpos son como flores...

 

Unos cuerpos son como flores,

otros como puñales,

otros como cintas de agua;

pero todos, temprano o tarde,

serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,

convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.

 

Pero el hombre se agita en todas direcciones,

sueña con libertades, compite con el viento,

hasta que un día la quemadura se borra,

volviendo a ser piedra en el camino de nadie.

 

Yo, que no soy piedra, sino camino

que cruzan al pasar los pies desnudos,

muero de amor por todos ellos;

les doy mi cuerpo para que lo pisen,

aunque les lleve a una ambición o a una nube,

sin que ninguno comprenda

que ambiciones o nubes

no valen un amor que se entrega.

 

 

Ventana huérfana con cabellos habituales...

 

Ventana huérfana con cabellos habituales,

Gritos del viento,

Atroz paisaje entre cristal de roca,

Prostituyendo los espejos vivos,

Flores clamando a gritos

Su inocencia anterior a obesidades.

 

Esas cuevas de luces venenosas

Destrozan los deseos, los durmientes;

Luces como lenguas hendidas

Penetrando en los huesos hasta hallar la carne,

Sin saber que en el fondo no hay fondo,

No hay nada, sino un grito,

Un grito, otro deseo

Sobre una trampa de adormideras crueles.

 

En un mundo de alambre

Donde el olvido vuela por debajo del suelo,

En un mundo de angustia,

Alcohol amarillento,

Plumas de fiebre,

Ira subiendo a un cielo de vergüenza,

Algún día nuevamente surgirá la flecha

Que abandona el azar

Cuando una estrella muere como otoño para olvidar su sombra.

 

 

Yo fui...

 

Yo fui.

Columna ardiente, luna de primavera.

Mar dorado, ojos grandes.

 

Busqué lo que pensaba;

pensé, como al amanecer en sueño lánguido,

lo que pinta el deseo en días adolescentes.

Canté, subí,

fui luz un día

arrastrado en la llama.

 

Como un golpe de viento

que deshace la sombra,

caí en lo negro,

en el mundo insaciable.

 

He sido.

Tomado de:

http://amediavoz.com/cernuda.htm

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