domingo, 26 de noviembre de 2023

POEMAS DE YUTAKA HOSONO


Como un arbolejo en tierra devastada

 

Como un arbolejo

 

en tierra devastada,

 

quiero estarme inmóvil y sentado.

 

Desechadas las palabras

 

como hojas caídas en el suelo,

 

quiero quedarme sentado

 

aun de noche cuando corre a velocidad

 

un caballo bañado en las ancas

 

con luz de luna.

 

Sin embargo, aquí no llega el invierno.

 

Por más que las deseche,

 

las palabras surgen sucesiva

 

y agitadamente,

 

y con un baile radiante de luciérnagas,

 

hacen palidecer todo a mi alrededor.

 

¿Quién es

 

quien hace crecer frondosas las palabras

 

aunque estén rotos los troncos,

 

y me inclina hacia los otros?

 

 

Dioses en rebeldía

 

Los dioses están de pie,

 

apoyados sólidamente en tierra

 

como grandes árboles agonizantes.

 

Cargan el cielo en los hombros,

 

y aguantan a duras penas

 

el dolor de la convivencia.

 

(¿Por qué no huyen?

 

¿Por qué no venden sus almas?)

 

“Porque cierra nuestros ojos el sucio sudor,

 

porque aquí está lleno

 

de ondas ultracortas invisibles,

 

y no se ven los picos que hieren la noche”.

 

(No huimos, para ver.

 

No vendemos, para ver.)

 

Algún día

 

tomando al violador por el cuello,

 

le estrangulan el corazón

 

junto con el entumecimiento de las manos

 

y las piernas.

 

Sale de repente la lengua rojísima,

 

flamean el viento y las nubes,

 

y el cielo cae.

 

Los que se levantan de nuevo

 

desde el caos,

 

son también dioses inmortales

 

en rebeldía.

 

 

El deseo

 

En el abdomen y hacia la espina,

 

en línea horizontal,

 

hay un mar desteñido.

 

Mi hijo ahí, desarmado, a medianoche,

 

hecho un montón de palillos chamuscados,

 

llueve como tortugas.

 

Las bombas incendiarias.

 

Las lápidas sepulcrales en el arenal.

 

Con un brazo arrancado al niño,

 

la mujer viene corriendo.

 

Los cabellos se mecen en el fondo de la cuneta.

 

La ascensión al cielo de la novia.

 

El joven aferrado al recuerdo

 

como si abrazara aquellas piernas blancas,

 

desea aplastar el trasero de la abeja

 

porque la imagen no es tridimensional

 

por mucho que se proyecte en la pantalla.

 

Y bebe la charca de un trago.

 

Lame con avidez el casco del buque de ágata

 

y espera el final mirando para arriba.

 

 

Rojo y negro

 

                                  frente a un cuadro de Lorgio Vaca

 

En el Museo de Arte Moderno de Sucre

encontré al cuadro y sus montañas desbordadas de sangre.

El pecho de Jesucristo.

Una lanza apuntando oblicuamente al cielo.

La artillería antiaérea, la cruz de la luz.

Entonces recordé la noche de Marzo de 1945.

No corría sangre por ninguna parte

y al rojo vivo ardían el cielo y la ciudad.

Al día siguiente Tokio era una inmensa pintura en tinta china.

Árboles, chimeneas, edificios, la torre de radioemisión…

Todo lo que estaba en pie era negro.

Los hombres yacían carbonizados como hormigas.

Desde entonces, Iri Maruki pinta negros cuadros

Todo es un color negro inflamado.

Aquí en Bolivia, la sangre corre de las pinturas,

bajan los cantos del hombre de las montañas verdes

y se convierten en ríos rojos.

Tomado de:

https://poetryalquimia.wordpress.com/2021/12/28/9-poemas-de-yutaka-hosono/

 

 

Flor, la otra cara

 

Si yo tuviera una lengua de mariposa,

entraría en ti más y más profundamente

y te chuparía todo el amor.

Pero mi lengua es corta y plana,

por lo que sólo lamo esmeradamente los pétalos

y ando impaciente por el pistilo.

Sólo llego a un punto en el que aguardo

mi Musa que se aleja de mí, y a pesar de ello,

viene apareciendo ante mis ojos cerrados algo sublime.

Es como las nubes, se transfiguran constantemente,

en montañas, en sueños,

en alas de mariposas que atraviesan el océano,

y a veces en dos cuerpos que se aman.

Hasta donde me sea posible acerco la nariz y la boca

a la flor que se sostiene entre las piernas atléticas como un

adolescente, aspiro lentamente el olor húmedo

y nostálgico de la tierra natal.

“Ésta es mi otra cara”, dices murmurando,

te quedas liberado.

¿Eres mi madre?

Es como si yo lo saboreara por completo con mi lengua.

Pero tú estás siempre lejos,

como los pechos muy distantes.

 

Tomado de:

https://lasillaprestada.blogspot.com/2010/03/tres-poemas-de-yutaka-hosono.html

 

 

Las mejillas coloradas de mi madre

 

En los inviernos

se hicieron más coloradas las mejillas de mi madre,

y brillaron vivamente, de especial manera,

aquel invierno del año cuando se perdió la Guerra.

 

En ese entonces por el golpe de la derrota,

se enfriaron aún más los corazones de la gente.

Ese frío hizo que la nieve fuera más intensa

en la zona semirural que está en las afueras de la ciudad de Yokohama.

 

Y a medianoche cuando vinieron a buscarla,

mi madre salió desafiando el viento glacial sobre su bicicleta,

amarró el maletín negro a los portaequipajes, y partió hacia la casa

donde esperaba la encinta aguantando sus dolores de parto.

 

Siempre vinieron a buscarla en las altas horas de la noche,

mi madre antes de salir averiguaba sin falta la hora del plenamar.

mi hermano menor y yo, que éramos estudiantes de primaria,

nos aferramos a las ropas de la cama,

 

y abrazando el vacío que quedaba

después de la salida de nuestra madre,

le pedimos que nos jurara

que regresaría pronto.

 

Cuando empezaba a amanecer, en el crepúsculo,

percibía en la espalda la resonancia del primer vagido,

mi madre retornaba precipitadamente a casa por la carretera de Hachiouji,

y yo la estaba mirando en el sueño.

Tomado de:

https://nomequitespaz.blogspot.com/2018/07/

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