viernes, 24 de noviembre de 2023

POEMAS DE RICARDO GÜIRALDES


ALGUNOS HABÍAN SEGUIDO TU MARTIRIO.

 

     La pequeña Jerusalén inquieta de harapos y discusiones, seguía picoteando sus migajas de ideas y nada supo de los siglos por venir y de tu advenimiento en el hombre.

 

     La pequeña Jerusalén inquieta como un sarpullido y piojosa y mugrienta seguía tirada en sus calles.

 

     -Te doy tres por veinte.

 

     -No, te doy veinte por cuatro.

 

     -¡Me arruinas!

 

     -¡Me robas!

 

     Tu serenidad no tocaba siquiera las cúpulas de sus templos.

 

     Así pasaste y viniste hacia nosotros.

 

     Tenías los brazos abiertos y en tu pecho cabía el mundo.

 

     Las estrellas andaban siempre a pesar de tu dolor reducido a la estatura del hombre.

 

     Y había una palabra en todas partes. Y los que en torno tuyo no comprendían eran un cuadro pequeño de carne ignorante y egoísta.

 

     Al fin abriste los brazos definitivamente para sobrevolar tu imagen humana.

 

     Y hubo un pensamiento obscuro, obscuro en las cosas y los hombres tuvieron miedo.

 

     Tres días esperaste para surgir.

 

     Mi cuerpo sabe el dolor de la herida y el dolor del placer.

 

     Mi corazón conoce sus propios engaños y la impotencia de los otros.

 

     Mi inteligencia ha caído tantas veces que prefiere quedar de rodillas.

 

     Estoy desnudo como una médula dolorida de encontrarse en contacto descubierto con la vida.

 

     ¡Que mis brazos levantados sean la plegaria fuerte que eleva al que pide!

 

     ¡Que sobre mi soledad caiga una astilla de iluminación como sobre el campo un rayo de aurora noble!

 

"La Porteña"

     Agosto 22-1923.

 

 

FE

 

 

     Me he perdido a mí mismo.

 

     A veces tomo entre mis manos los recuerdos con cariño y busco largamente mi infancia, mi fe y mi fuerza. Las veo allá, detrás de una infranqueable transparencia de años, señalando con desprecio mi actual desvío y admiro su firmeza de brújula.

 

     Me he perdido a mí mismo cuando más hondo me buscaba, como si a fuerza de vivir hubiese muerto.

 

     Tiendo adelante mis brazos y todo es adelante ¿Cómo saber?

 

     Espero.

 

     Una voz más grande me dirá: ¡Ven!

 

     Y desde entonces caminaré con la vista de mi frente abierta, de rodillas, en un campo de heridas, llevando en la garganta el trago de la victoria.

 

     Y una cesación de dolores precederá la hoz de mi paso con salutación de trigo unísono ante la segadora.

 

     Me he perdido a mí mismo y espero.

 

     Señor, yo tiendo arriba los brazos.

 

     El hombre sufre su vergüenza en mi carne.

 

     Las palabras de hostilidad y de daño me parecen dichas en complicidad conmigo.

 

     La culpa de cada uno es de nosotros todos. ¿Por qué no sufrirla? Tengo que aprender:

 

     Resistencia a los dolores que tu mano me impone.

 

     Serenidad invencible ante lo que me ultraja.

 

     Y, más bien que juzgar a los otros, limpiarme de mis propias inmundicias.

 

     Si tiendo arriba las manos, cuanto bajo mi gesto suceda, debe ser olvidado.

 

 

INFINITO

 

 

     Mi Dios bajo tu amparo escribo.

 

     Por mi boca tan chica se empequeñece tu amor por las cosas que están en ti sin disminuirte.

 

     Tu palabra en mí se reduce, y yo de ti me agrando.

 

     Pobre cosa tuya sufro de sobrarme a mí mismo y mi alma camina en la frase como un ciego lleno de luz.

 

     Dame tu ley para que así crezca hasta merecer nombrarte.

Tomado de:

https://biblioteca.org.ar/libros/11362.htm

 

 

Tengo Miedo De Mirar Mi Dolor

Tengo miedo de mirar mi dolor.

No vaya a ser que me quede demasiado grande.

Prefiero calzar mi debe como una valentía de espuelas

e hincando mi pereza, que quisiera morir

cobardemente, andar con frente firme ante la

pampa yerma del dolor de los otros.

Sólo así quiero merecer.

 

 

Paseo

 

De Río a Copacabana.

Se dispara sobre impecable asfalto,

se agujerea una montaña y se redispara,

en herradura, costeando océano

y venteándose de marisco.

El mar alinea paralelas blancas con calmos siseos.

El cielo está siempre clavado al techo,

por sus estrellas;

los morros fabrican horizontes de montaña rusa…

Y la luna calavereando.

 

 

Verano

 

Buenos Aires. Calle Santa Fe en el 900. Diciembre.

La casa abierta, respirando de noche,

todo apagado dentro.

Cielo, implacablemente estrellado, cuyo azul

de zafiro australiano se aleja,

por obra del aturdimiento luminoso que mandan

a los ojos los focos eléctricos.

De tiempo en tiempo, coches pasan,

en rectilíneos destinos.

En la acera de enfrente, una madre aparea

la obesidad de su flácido descanso

a las epidérmicas lasitudes de su hija,

que corre mano distraída sobre su muslo,

apenas suavizado por un batón rosa.

El reflejo de los focos se aplasta,

extendido contra el asfalto.

Caballito, caballito que llevas el fiacre vacío,

pareces un cuento,

infantil,

de madera.

Tomado de:

https://www.poemasde.net/poesia/ricardo-guiraldes/

 

 

LUNA

 

Luna que haces ulular a los perros y a los poetas.

 

Faro de tiza

 

Astro en camisa.

 

Disco, casco y guadaña, colgada al hombro de la noche, repre­sentante de la muerte.

 

Impotente

 

Intermitente.

 

Parásito luminoso del sol, chinchorro giratorio de nuestra barca sideral.

 

Ronda vejiga

 

Pálida miga.

 

Surtidora de falsas purezas. Frígido ovillo.

 

Pulcro botón de calzoncillo.

 

Nadie te teme; todos te quieren. Inofensivo bolla de harina sin importancia.

 

Blanca jactancia.

 

Sudario de azoteas. Velador de noctámbulos.

 

Orgullo hinchado

 

de trasnochado.

 

 

 

Luna, muerte, maleficio

 

gorda madama del precipicio.

 

Ojalá se ahogue dentro de un charco

 

tu ojo zarco.

 

Ángel caído en frialdad, per-in-eternum.

 

Mundo maldito,

 

Me importa un pito.

 

(Buenos Aires, 1915)

Tomado de:

https://albertoaune.wordpress.com/2017/09/13/aproximacion-a-la-poesia-de-ricardo-guiraldes/

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