viernes, 28 de febrero de 2025

POEMAS DE TEÓFILO CID



NIÑOS EN EL RÍO

Allí,

Bajo los puentes,

Donde pasa el río urbano

Arrastrando en su bruma el ensueño de la gente;

Allí,

Allí quedaron,

Los rostros esculpidos por glacial fruición de muerte.

 

Fue arrebol de su dominio

El fluvial convoy silvestre

Donde brilla como témpano el vacío,

En fanal en que ellos vieron florecer la llama esbelta

Y el carnal derretimiento de sus pétalos ardidos.

 

Allí,

Junto a las duras piedras humanizadas,

En lo hondo de la espuma,

Entre redes de fulgor;

Allí,

Allí quedaron,

Los rostros enjoyados por la ráfaga invernal.

 

Cuando iban ya sus bocas a decir lo que se ama,

En cariátides de hielo se quedaron,

Sus sueños congelados en los labios.

¡Oh, palabras que no hienden su vestido corporal!

 

Cuando iban ya sus ojos a mirar ojos más tiernos

Se quedaron convertidos

En emblemas de rigor.

¡Oh, palabras que no sienten su amargura forestal!

 

Cuando iban ya sus manos a tocar la gloria extrema,

El estambre de la flor correspondida,

Una gélida escultora congelo sus rostros finos.

¡Oh, palabras que no quiebran su cristal!

 

Puede ahora, por la ruta de la hierba

Lucir el árbol, honda, su esmeralda

Y echar sus aves a volar;

Pero el día está escondido de verguenza

Y, en la ausente claridad,

Las lágrimas vacilan como pajaros de exilio.

 

La nota puede acaso retornar a la garganta

Y en un temblor de idilio diluir su coro antiguo;

Pero el día tiene el rostro entre las manos

Y en la espesa claridad que se filtra de sus dedos

Las nubes ya no quieren caminar.

 

Oh, enojo del Destino -Manto grave

Que ha cubierto las pupilas con su trémulo llanto;

Nadie sabe ya decir donde se encuentran,

En qué parque de alegría epitalial

Sus sombras comen;

En que lírica tahona

Sus sombras se hartan;

En que lecho de cabina maternal

Sus sombras duermen.

 

Nadie sabe ya decir la palabra del idioma

Natural que corresponde,

La palabra de piedad

Que surge pálida en la noche,

Como el blanco de los dientes,

Como el blanco de los ojos,

Como el blanco de las almas.

 

Nadie sabe ya llorar

En la antigua soledad resonante como un organo,

Llorar a solas de piedad

Por aquellos que no fueron sino flores desdeñadas

Sin pasión de jardinero que su aroma cultivara.

 

¡Nadie, nadie, nadie!

El mundo ya no tiene lágrimas que dar;

Se quedaron apozadas

En el fondo de los cuerpos

Y en el lago cerebral que allí disponen

Los árboles no sacian su ansiedad.

 

Nadie ha mirado estos puentes,

La avenida sombría que cubren

Y los álgidos jardines que atan.

Nadie.

 

Solamente la noche

Que también suele ofrecer

El bouquet de sus miradas a los pobres.

 

Y en sus manos de escultora perennal

Plasmó sus cuerpos.

 

¡Ay de aquel que es observado por la noche!

 

La noche no sabe discernir.

Sea amante dichoso o niño desolado,

Pone su fresca atonía en los ojos,

Contrae sus lenguas sepulcrales

En torno a la raíz de las palabras

Y deja caer un astro que, cual veneno, se disuelve.

 

Solamente la noche

Los miró con amor,

Con ese amor que brota

De las cosas que se hallan más allá de las cosas mismas.

 

Solamente la noche los amó

Y pensó que siendo ella una artista inmemorial

Bien podría esculpirlos con su aliento.

Y ahora están allí,

Henchidos por la brisa que recorre sus sentidos,

Llevando estériles mensajes.

Allí,

Allí.

 

Yo os pido por eso

Que no vengáis con lágrimas tardías

A llorar su silencio

Y a intentar que de nuevo

La luna en sus ojos resplandezca

Y el perfume en sus sentidos

Y el ensueño entre sus labios.

 

¡No vengáis con vuestras ánforas oh madres!

A ungir de aceite inútil su madura rigidez.

Están unidos por la brisa que lleno de hojas sus almas

Y de otoño virginal los fríos cuerpos.

Están unidos y vuestras lágrimas podrían separarlos.

 

Bajo los puentes

Donde el río parte en dos el egoísmo,

Donde lucen las parejas su privada primavera,

Y el policía hace el amor a la más dulce

De las doncellas de servicio;

Junto al parque,

Que en invierno llora sólo por toda la ciudad...

 

Allí,

Bajo los puentes,

Allí quedaron

Con un nudo interrogante entre los labios.

 

 

EL BAR DE LOS POBRES

Hoy he ido a comer donde comen los pobres,

Donde el pútrido hastío los umbrales inunda

 

Y en los muros dibuja caracteres etruscos,

Pues nada une tanto como el frío,

Ni la palabra amor, surgida de los ojos,

Como la flor del eco en la cópula perfecta.

 

Los pobres se aproximan en silencio.

Monedas son sus sueños

Hasta que el propio sol airado los dispersa

Para sembrarlos sobre el hondo pavimento.

En tanto, cada uno es para el otro

Claro indicio, fervor de siembra constelada.

 

Y en la pesada niebla de los hábitos

que en ráfagas a veces se convierten

De una muda erupción

De alcohólica armonía,

yo siento que el destino nos aplasta,

Como contra una piedra prehistórica.

 

Pues somos los que pasan

Cuando los más abren los ojos claros

Al amplio firmamento

Que adunan los crepúsculos antiguos.

El mundo es sólo el sol para nosotros,

Un sol que ha comenzado por besar las terrazas

De los barrios abstractos.

 

Masticamos sus migajas,

Sintiendo que un espasmo egoísta nos mantiene,

Pues somos individuos, por más que a ciencia cierta

El nombre individual es sólo un signo etrusco.

 

En los que aquí mastican su pan de desventura

Un viejo gladiador vencido existe

Que puede aún llorar la lejanía,

Los menús elegir de la tristeza

Y darse a la ilusión de que, con todo,

Es un sobreviviente de la locura atómica.

 

Sentados en podridos taburetes

Ellos gastan los últimos billetes

Vertidos por la Casa de Moneda.

 

Los billetes son diáfanos, decimos,

Carne de nuestra carne,

Espuma de la sangre.

 

Con billetes el mundo

Congrega sus rincones

Y parece mostrar una estrella accesible

Sin ellos, el paisaje es sólo el sol

Y cada cual resbala sobre su propia sombra.

 

Pero la Casa de Moneda piensa por todos

Y los billetes, ¡Oh encanto del bar miserable!

Nos suministra sueños congelados,

Menús soñados el día desnudo de fama

Al levantar los vasos se produce el granito

Del brindis que nos une en un pozo invisible.

 

Alguien nos dice que el sol ha salido

Y que en el barrio alto

La luz es servidora de los ricos

¡La misma luz que fue manantial de semejanza!

 

Hoy he ido a comer donde comen los pobres

Y he sentido que la sombra es común

Que el dolor semejante es un lenguaje

Por encima del sol y de las Madres.

Tomado de:

https://www.dim.uchile.cl/~anmoreir/escritos/cid.html

 

 

Canto primero

La soledad es un reflejo de las horas dichosas

Por su espiral las zonas blancas

Que aparecen como causa de las negras

Vierten en la hondura su compacto mecanismo

Y los recuerdos calzan zapatos puntiagudos

Sobre el cojín de las sienes apagadas.

 

La soledad es un estanque con faunas de alcohol

Millares de pálidas tribus de nicotina

Canoas frágiles de sed

Y un cielo que interceptan nubes ebrias.

 

Vencido por sus aguas hojarasca soy

Árbol de río de azúcar

Lluvia angélica tostada por el sol

Mi soledad es un paraguas que se quiebra

Como un trozo de voz.

 

En torno a su eje

Brillantes lagartos trepan

Y hay siesta en el trigal.

 

Yo recuerdo una mañana sombría

Exactamente equilibrada para aquellos años

De extenuación y niñez

Los faroles temblaban bajo el remo de la lluvia

Yo miraba, yo miraba

Un bello témpano de amor tendido junto a mí.

 

Pasé la mano sobre el dorso azul

Y vi que los astros eran tiernas dependencias

De mis oídos

Que los sonidos de la luz eran dulces vertederos

De palabras de amor

Y creí sentirme mixto puente de dos pieles

Para cruzar aquel gran río, aquella ancha ría

Que había entre los dos.

 

Oh mía entre las mías

Ilumina el resplandor

E1 negro hálito de adiós

Que yace en toda boca

Ilumina mi verdor

Las praderas que en los besos reverberan

Con sus vacas y sus méritos actuales

Oh amiga, oh virtuosa de la fuga

Que hoy te encuentre nuevamente en mis palabras

Creada por instinto de cansancio

O por valor.

 

 

Tríptico de la noche (I)

¡Oh noche! ¡Oh noche! Detén a los paseantes

con el rumor de aurora de tus astros extasiados.

 

El amor es la razón de tus árboles dormidos,

del silencio que corre por tus venas aurorales

porque en ti las bocas son nidos

y las palabras aves que pronuncian tu mensaje.

 

¡Oh noche! Detén a los paseantes

que surgieron como una onda física,

como un axioma en flor.

Deténlos en la aurora de sus besos,

perfílalos de umbral contra el silencio,

que sea eterno el ángulo que dibujan sus deseos.

¡Oh noche! Tú que tienes el valor del día

y que escondes en tu índole un sol nuevo.

 

Tú puedes contra el tiempo revivir en verdes pinos,

azular el espacio detenido en una huella,

hacer que el lecho vibre con un ópalo…

¡Oh noche! Tú que puedes detener a los amantes,

detén a estos viajeros que han llegado sin aliento.

Son ellos los viajeros que ayer partieron desde un beso

y que ahora se pasean por un nimbo sin designios.

Ahora sus pupilas centellean, cruzan sus espadas

para quedar impresas en panoplia eternizada.

Ellos tienen un secreto que compartir contigo,

un secreto que un pensil de instinto ha levantado.

¡Oh noche! Detén a los amantes

con el rumor de aurora de tus astros extasiados.

 

 

Tríptico de la noche (II)

Cuantos vienen a mirarte te miran desde un solio de egoísmo

bajo el cual una cisterna brota que embrida a los astros.

 

No pueden suponer que el día nace de tus sombras,

el día que concede su luz a cualquier hombre

y que también nos sirve para odiarnos.

 

En ti yo encuentro los semblantes más amados,

el de una ciudad que invierte sus tejados en el agua

y el de un puente de salud sobre dolencias pálidas.

(Recuerdo como aludes de agua fresca,

viejos recuerdos donde las diarias preocupaciones crean fútiles regatas.)

 

Por eso a ti recurro, ¡oh noche!, para impetrar tu sombra,

tu mano enguantada de negro, tu dominó de olvido,

porque ellos, los paseantes que ahora llegan de la mano,

puedan quedar prendidos como jíbaros de espuma

al primitivo silencio de tus astros extasiados.

¡Oh emblema nupcial! ¡Oh dulce acorde transpirado!

La noche tiene ahora escudo de armas como reina,

dos miradas, dos alientos, dos palabras que el silencio crispa

en un augurio de cemento eternizado.

 

 

Tríptico de la noche (III)

¡Oh dulce noche, que mueve los estambres

con su sombra silenciosa

que es luz para la sangre!

 

Tú posees la fatiga que requiere mi descanso,

la faz nupcial que esconde el eco

por donde un hilo de éter va fluyendo.

Lo que eres en la simple geometría

de los cuerpos enlazados por ustorio espejo de heno,

lo que eres en la granja de tus árboles de lira

donde pastan armoniosos animales,

temblorosas palmas ávidas de estío.

Y aluminio el caserío que refleja el río antiguo,

un problema que hace nido,

un nidal que es puro lapsus,

el lapsus que es el tiempo sin medida.

 

¡Oh noche que das paz a las estrellas

con el vaho de los cuerpos!;

al sereno de las fábricas,

a los viejos conductores de tranvía.

Yo te voy iluminando piso a piso.

Das un lujo sideral

como al verde rascacielos

que madura con los besos de sus miles de habitantes.

Es preciso mirar sobre tus hombros

para ver el naipe que manejas.

 

Has detenido a los paseantes,

empleando gatos negros, perros vagos, taxis lóbregos,

que pasan a favor de la corriente

como el sueño a través del hipnotismo.

 

¡Oh noche! Tan hermosa

como ver a Doña Venus en la punta de la vida.

Tú que eres en el rapto de las diosas

la que acepta ser raptada,

en el rapto del espejo

la ilusión que sobrevive;

en el rapto de los besos

el lenguaje que se cambia.

 

Hay soles en tu nombre,

marchitos soles que devienen

populosos como siembras,

cuando una lenta espera me domina

con su atroz desesperanza.

 

Hay estadios en tu nombre

donde juegan inexpertos jugadores,

endurecidos como estatuas en un parque

al juego viejo que llamábamos la barra.

¡Oh noche! Tu guante ha caído al día.

Allí lo veo como sobre el banco de un parque desolado.

Me acerco. Lo oprimo contra mis labios

y entonces veo que es un bello atardecer.

Lo retiro de mi boca

y entonces veo que es la aurora que se acerca.

Tomado de:

https://www.isliada.org/poetas/teofilo-cid/

 

 

Retorno (Nadie podría interrumpir el reposo de la bóveda terrestre)

 

Nadie podría interrumpir el reposo de la bóveda terrestre

Aquí el silencio ha juntado sus labios para nunca pronunciar palabra

Que pudiera profanar la ostensible flor que cae

Como un junco en la ribera de los sueños.

Un sol amarillento acaricia el pórtico

Mientras haya aún verdad para la muerte y queden hombres

Por caer hacia su túmulo

Como caen los costados de los ríos en las sórdidas vertientes sin celaje

El tiempo está temblando

Temblando como un ópalo en la mano

De este día jubiloso

Yo sé que este día, sin embargo, no puede interrumpir el curso

De los muertos que aquí yacen

Esparcidos como frutas

Aunque el gallo en su plumaje de guerrero etrusco y asoleado

Borre con la esponja de su canto

La indescifrable desdicha de la vida

Y los gorriones veloces y las cautivas golondrinas

Impongan un blasón de idilio a la comarca

La tierra está sorbiendo nuestras lágrimas

Bebiendo la salud que se nos va

La alegría que perdemos a medida que vivimos

La tierra está atrapándonos la sombra que el sol proyecta mediante nuestros sueños

Ella combina con su química dorada la esencia de la luz

El aroma de la esbelta peripecia que añoramos

A las fórmulas más dulces de la ciencia de la vida.

Y esa causa de inocencia nos induce a perpetuar la reverencia

Que sentimos por la dulce redondez de sus regiones

Donde cálido el amor anida a veces

Y se teje la aureola del deseo

Más amado cuanto más eliminado

No existe ungüento parecido al eco de la vida

Cuando cae sobre el cáliz

De la flor de los que callan

Ellos escuchan envueltos en terrestres ropajes de sonoridad

Detenidos ante las vagas conversaciones,

Como ante una llave de sol

Escuchan el paso de los caminantes

Escuchan el hastío de sus voces taladradas de terror

Y conocen el origen de sus nieblas musicales

Los muertos son sabios porque no andan

Porque no buscan porque no anhelan

Y conocen además la soledad

La que tanto nos asusta cuando faltan las palabras

Y un esplendor de musgo nos crece entre los párpados.

Los muertos carecen de sentido propio

Ni hablan ni opinan pero tienen no obstante

Valor, personalidad

Para herir con su acento extranjero

El idioma que hablamos cuando hablamos de amor

 

Ellos saben por qué el olvido nos está acechando

Y por qué el amor sin el olvido atroz sería

Ya que los muertos, muertos son porque vivieron

Y el tiempo les dejó su huella para tenderse

Una huella que el deseo ha cubierto con sus árboles nativos

Una huella en donde el viento sopla como sobre un páramo

Y en donde el rostro de la vida pierde su sombría intensidad

Así los muertos escuchan por medio de las hojas entreabiertas

El marítimo rumor de la sangre humana

 

La cascada de pesar

Que espuma la corriente del lenguaje

Si vosotros estuvierais siempre atentos

Al llamado de sus cuerpos ataviados para el llanto

Las palabras sonarían como pompas de silencio

 

Ante la bóveda terrestre

La barbarie transparente se ha poblado de bocinas

Y de túnicas ardientes

¿Cuántas veces la estación primaveral

Ha hecho el júbilo del mundo

Provocando una ilusión de eternidad?

 

Si recuerdo aquel verano

No es por gusto de su fértil geografía

Ni por ser aquel verano

La enjoyada pedrería

Del deseo jubiloso

 

Fue tal vez porque soñaba

Con hallar tu rostro puro desvestido

Tu rostro sin candor y sin fiereza

Apoyado en el estambre

De una étnica embriaguez

Solitario

Con sus ojos temblorosos cual batallas

Entregado al dulce sino de callar

 

Conmovido sin embargo hasta la médula natal

Rostro abierto de vendimia

Sobre el riente tornasol

Centellante en los enigmas que propone

Devorado por la altura de la luz

Que lo emigra, de período en período,

De una época a otra época fugaz

 

Si recuerdo aquel verano

Con sus púberes manzanas y sus árboles cautivos

No amaba amar en ese tiempo

Cuando era cual vosotros un pigmento de familia

Raza humana o bandera nacional

 

Tenía demasiados dones que ocultar

Mucha luz que obscurecer

Munido estambre de jardín electrizante

El sol llegaba a mí desde los dedos

Que lo iban despojando

De su cólera carnal

 

(Era un sol como el que miran

Los bañistas ejemplares

Y que embebe de verdor los viejos céspedes)

 

Pero ahora los caminos

Han perdido su papel de antiguo encanto

Tal secas lanzas sus veredas se han hundido

En mi costado

 

Poseer acaso el único resabio

La piel que cubre el cuerpo de los versos

Es todo lo que hallo

Cuando trato de saber lo que poseo

 

Despojos ya sin sangre

Es todo

Yo he sentido a veces que el amor

Como un cabello caía ante mis ojos

Nublando la esencia del paisaje

Gris en que me muevo

Por forzoso automatismo

 

He sentido en la mirada el nacimiento

De un cristal preconizante

En cuyos finos lóbulos de cuarzo

Un huevo angélico nacía

 

Precioso de ese don yo estaba triste

Sin embargo de sentir

El grave peso de un emblema

Cuya enorme lucidez no comprendía

El amor me ataba el sol a las espaldas

 

Poniendo distancia de soledad

Entre cada arterial presión de las palabras

Por eso me embargaba el deseo generoso

De hablar con todo el mundo

De abrazar alguna orden extranjera

A los dominios conocidos de mi imperio personal

 

El amor me convertía en vaso roto

Y en fisura estrellada mis pensamientos

Por donde me derramaba

En un fluir constante de medusas

Y compactos traumatismos de la infancia

 

No

Es tal vez porque el verano aquí presente

Nada dice nada canta nada oculta

Y en vértice de amor y sufrimiento

Abro un ángulo hacia el tiempo irremediable

 

Por amar lo que he perdido

Vivo a tientas despojado de la luz

Vivo ciego en un transcurso mineral transfigurado

Por un hálito de piedra y de cemento.

Tomado de:

https://poemasamoryamistad.com/retorno-nadie-podria-interrumpir-el-reposo-de-la-boveda-terrestre.html

jueves, 27 de febrero de 2025

POEMAS DE BRIAN TURNER


Puerco

 

Era un puerco enorme,

 

feo para algunos,

 

con la piel áspera

 

y gruesa la pelambre.

 

Cuando hubo que

 

matarlo

 

le diste un balazo en la cabeza

 

y se desplomó en el acto, con

 

un golpe seco.

 

Como ni entre dos pudieron

 

moverlo,

 

lo cogieron de las patas

 

y lo colgaron de un árbol,

 

metiéndole un gancho

 

debajo de la quijada

 

y jalándolo hacia arriba.

 

Tuvieron que usar

 

su Toyota cuatro por cuatro

 

para levantarlo,

 

pues estaba demasiado pesado.

 

Lo destriparon y

 

le limpiaron los dentros,

 

dejándolo ahí colgando

 

toda la noche.

 

 

 

Yo lo vi bambolearse

 

suavemente en el viento,

 

una mancha en la oscuridad,

 

pesada como el dolor.

 

 

Cielo

 

Si el cielo supiera

 

la mitad de lo que

 

hacemos aquí

 

abajo

 

 

 

quedaría devastado,

 

maltrecho,

 

 

 

y nada tendríamos

 

sino la lluvia.

 

 

Viento

 

 

No sé

 

lo que el viento

 

sabe de mí

 

 

 

pero moriría

 

por saber

 

eso que el viento

 

 

 

sabe

 

que yo no

 

sé.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2014/08/poesia-de-nueva-zelanda-brian-turner/

 

 

Libertad

Hoy fui a la escuela, bordeando el río,

bajo el día soleado, el deshielo

revitalizaba el agua de los estanques,

 

la música de las ondas

emergía directamente

de las obras de Granados.

 

Entonces

¿Qué es lo que aprendí hoy en la escuela?

 

Que si te importa la libertad

nada a ello es más parecido

que la música del agua

cayendo de las montañas.

Tomado de:

https://poesianeozelandesa.com/poesia/brian-turner/libertad/