martes, 18 de febrero de 2025

POEMAS DE JACQUES ANCET


Lo imperceptible

Aunque no lo sepamos.

Con gestos para nada.

Aunque dormidos,

o en la lentitud del amor,

antes del sueño. Decimos

lo oíste, escuchá.

Las manos se detienen, las palabras.

Vemos la sombra de una taza,

su asa sobre la pared.

Es el borde. No vemos.

 

O algo más

que la mesa, las lágrimas,

la montaña o la esperanza.

Más que el espacio.

El que viene es precedente,

una especie de sombra ausente,

lo contrario de una imagen.

O, en el cielo, a mediodía,

como una luz inversa.

Nadie puede saberlo.

 

Crees que se escapa

pero algo se acerca.

Al final de la calle ves

lo que no podés decir.

Es como si un rostro

se inclinara sobre la ciudad,

o como si una mano sostuviera

las cosas sin tocarlas.

Te dices que se va

pero ahí está, y te mira.

 

 

Canto IV

Tú has cerrado los ojos te has detenido para estar

un instante en la imagen, con el amarillo de las peras,

el silencio, justo lo que hace falta para decir,

es la vida, no te muevas, si no como el gato

ella ha desaparecido, dejándote ese poco de aire solo

que uno llama el pasado, entonces sí, ni un gesto,

ni una palabra, tú no eres sino la espera y la venida,

la hormiga, la montaña, el espacio entre los dos,

el gesto que sientes que te atraviesa, que se apodera de ti,

no eres más tú ni tus ojos, ni tus manos, tu cuerpo se torna

tan transparente que el día se refleja en él y se enciende

con un fulgor que es tuyo pero que no te pertenece,

no te preguntas más a dónde vas, quién eres,

porque eres lo que no es y lo que es,

no tú, no yo, no nosotros, la luz sobre el muro,

encima las moscas y, en tu voz, todas las voces,

las escuchas cuando mueves los labios, ríes

pero eso no es tu risa, sabes que viene de lejos,

como en tus ojos todas las imágenes, las frases

en tu boca, lo desconocido no tiene nombre ni rostro,

ese solo impulso, ese empuje, quizás ese llamado

al cual debes responder ya que no lo puedes evitar

y que cada día, por cierto, hay que recomenzar,

buscar a tientas en la misma penumbra, abrir la puerta

con el mismo viento en el umbral que esperaba

como un perro o, simplemente, la misma calle, el mismo

árbol con o sin hojas, el mismo silencio donde

no escuchas sino el ruido endeble de tus pasos,

ese hálito leve que no sabes si es tuyo o

del otro jamás encontrado, jamás, a pesar que él

esté ahí, estás seguro, en alguna parte, cerca

como en las hojas del roble el cuajarón negro

entrevisto un instante sobre el azul, cuervo sin duda

o cotorra, no está muy lejos, podrías escucharla,

sí, se hacen necesarias las comparaciones, ciertas cosas

son incomprensibles, el día perdido, vuelto a encontrar,

esta espera, incluso si sabes que no hay nada

que esperar, esta espera que el grito de repente

llega a rasgar, vuelto el cuervo, o el hálito

siempre ese poco de aire entre las palabras, lo oyes,

puesto que se trata de oír, de oír no ver

mejor ser buen oyente que hacerse el vidente

incluso si con las palabras las visiones aparecen

entonces, sí, la mezquita en vez de la fábrica

las calesas en la ruta del cielo, el salón en el fondo

del lago, pero nada en los ojos, todo en las palabras,

por eso tú escuchas las imágenes, no cesas

de escuchar en tu boca su venida, de ver

nacer las frases, cubrir los ojos, y lo real

lo real es un tapiz, un teatro vivo

donde todo es inaccesible, la insignificante piedra

sobre el muro, la insignificante hormiga, el humo insignificante,

sería necesario escuchar el enorme silencio

de su venida, ese silencio por debajo del silencio,

eso es lo que llamas voz, eso es, quizás,

la espera, el movimiento de las cosas que comienzan,

el aflorar de formas cuando aún no son

fulgor donde el mundo entero brilla, se entreabre,

y es la luz y la noche, este aire invisible,

su torbellino de átomos, el álamo, el banco

sobre el cual vendrá a sentarse un cuerpo, todos los rostros

en un solo rostro, cada objeto en la inminencia

de su presencia, todo en la palabra muda

que de tan rápida sólo puedes reconocer,

que tú no has podido entender y, cuando te callas,

ya es demasiado tarde, las imágenes cubren el día,

tú no sabes si no decir supermercado, avenida,

cochera o espino blanco, bosque, gasolinera

no importa, los nombres te inundan, tú no sientes

en tu mirada sino el hormigueo de las voces,

con, en derredor, los rugidos, los rebuznos,

los balidos, los bufidos, el croar, asimismo

gritos, frases estereotipadas, palabras falseadas

paz, justicia, libertad, canta el corifeo,

precio, márgenes, plusvalía, comisiones, responde el coro,

amedrentadas las vírgenes defienden su virtud,

dignidad, serenidad, para mí yo tengo mi conciencia

lo ridículo no mata, decía el otro, si no las calles

estarían desiertas, como en esos días de la canícula

pero te das cuenta, el tiempo ya no es lo que era,

ahora cada quien sigue con su cantinela,

seguridad, solidaridad para los cadáveres

hacinados en el sol bajo las moscas, se llora, se grita,

se elevan voces, se dispersan, y mientras tanto

belicistas y locos de Dios, el pobre no sabe

a qué santo encomendarse, media luna, cruz, croar

las bocas escupen dientes y odio, las torres se derrumban

los derricks en llamaradas, los hospicios, los hospitales

cada quien con su diablo, satanjano remonta

la pendiente, no se entiende nada, no se comprende nada,

uno se pregunta cómo el mundo puede girar,

pero gira, gira hasta darnos vértigo, reímos

qué más podemos hacer, sobre el cristal techos y cielo

nubes inmóviles, como si no hubiese pasado nada

Tomado de:

https://www.isliada.org/poetas/jacques-ancet/

 

 

"Ladra un perro..."

Ladra un perro. Viene tormenta.

Solos en la estancia buscando

huellas de un tránsito, un signo

de que aquí hubo un hombre.

Solo hay un pétalo caído,

sobre un ojo cerrado, algo

de oscuridad. Un ruido ínfimo.

Como saliva entre palabras,

nada más. Decimos que es él.

Tomado de:

https://franciscocenamor.blogspot.com/2018/05/poema-del-dia-ladra-un-perro-de-jacques.html

 

 

"La quemadura. Canto 7"

Cada día una sílaba tras otra

palabras que sirven para saber

que escribes y acudir a la llamada

al eco llegado no sé de dónde

como cabo de hilo apenas visible

del que tiras y se mueve resiste

y que hay que atraer suavemente pero

no romperlo y no comprendes por qué

aquí donde menos te lo esperabas

por qué así hoy y por qué a este ritmo

que no controlas bien ya que te arrastra

o te atraviesa hacia lo que ignoras

como un camino que sin seguir trazas

porque no existe y que haces con pasos

palabras e imágenes que son tuyas

con el paisaje que viene a tu encuentro

no sabes nada y sabes que te espera

algo que es como una mañana llena

de luz un silencio o un rostro que se

inclina es el sol no puedes verlo

o esta blancura vas hacia su encuentro

tu cuerpo es tan ligero que es el mundo

está la montaña como una mano

el aire es como un monte de frescura

cada palabra es una quemadura

dices eres aire eres colina eres

la vida contra la muerte me quemas

no escribo para mañana ni para

el futuro sino para el ahora

para que el sí atraviese el no y éste

sea la fuerza del sí y resistir

a las voces que en mi voz hablan y oigo

poniendo sus palabras en mi boca

babeo bullen bobadas nonadas

escribo para escupir y arrancarme

la lengua y que haya otra vez quemadura

de lo que ignoro de lo que sin tregua

comienza alguien al abrirse el siglo

dijo que en la palabra no hay étimo

sino un puro milagro y era un sabio

este hombre-verbo maestro en espejos

de mil reflejos donde brilló el mundo

un instante y quién añadió que escribir

es la vida al tomar de sí conciencia

hormigas nebulosas electrones

piedras pirámide silla olvidada

una tarde en una calle desierta

el gesto desdoblado de una mano

trazando en el papel su propia imagen

juntos en el mismo fulgor tu cuerpo

mi cuerpo ni tú ni yo tú me quemas

para que obre la quemadura escribo

para saber que te veo y te toco

y que somos el mismo devenir

Tomado de:

https://franciscocenamor.blogspot.com/2018/03/poema-del-dia-la-quemadura-canto-7-de.html

 


BAJO LA MONTAÑA

 

¿Cómo responder a esta impaciencia? Los libros, los árbo-

les y su carga de pájaros ya no bastan. Ni el humo del cielo

antes de la tormenta o la montaña que, de pronto, hincha

un rostro de piedra. iInmóvil, iél ipermanece en medio de

un xdesorden xde xsignos, icentro iperdido. iCentelleando

como una gota que se evapora.

 

 

lo que no ha visto no podría conmoverlo. No más que lo

que ve. iPero ilo ientrevisto lanza sobre él la llama de un

enigma. Alza los ojos, mira a su alrededor el aire ausente,

mientras el sol toca su nuca con intermitente calor

 

 

 

 

 

lejano pero presente, el dolor. Quisiera olvidarlo por la luz

de la mañana que comienza. Voces, una carretilla cargada

de tierra y el olor de la hierba, esto tal vez le bastaría, o el

silencio de las dos al sol, iuna icalle, ijuegos isencillos icon

manos de niños. Pero en el fondo de cada gesto se hunde,

raíz interminable, el dolor, y la noche cae incluso en pleno

día

 

 

de las voces a las voces. Con todo este vacío en que él se

pierde cada vez. La lluvia ha vuelto a caer y el ruido de las

botellas en el patio es la presencia de un olvido. Se queda

escuchando, ifijando isignos ique iya ino idescifra. x¿Qué

busca? i¿La transparencia de una imagen o la sombra de

este cuerpo que recomienza bajo sus dedos?

 

 

 

 

 

él mira. El tiempo carece de color y el sol no produce som-

bras. iA iveces, iel iviento iagita los follajes. Quisiera com-

prender, ipero sin duda se lo impide lo mismo que busca.

La imagen se difumina. Quedan un árbol, la huella curva

de iun ivuelo, icasi inada: justo lo suficiente para no com-

prender.

 

 

LAS COLINAS SON NEGRAS

 

Cada día, la dificultad de vivir en la claridad del día. Pan-

tallas mates o brillantes. Silencio. La voz vuelve, sacando

raíces y volcanes. También la angustia de lo inmóvil. La

fijeza negra con perros. Quisiera saber, ipero ise ihunde.

¿Cuándo podrá? El tiempo. Busca la luz

 

 

 

 

 

ya no ve ni los rostros ni los cuerpos. Sin embargo, los rui-

dos persisten, incluso los olores, como el de las patatas sal-

teadas en la cocina. iBuscando isus imanos, ino iencuentra

sino iuna iespera ide iobjetos. Buscando sus ojos, una clari-

dad iinmóvil, isu ilengua, algunas sílabas, menos aún, una

burbuja: un silencio de boca

 

 

 

 

 

¿se aventurará a lo que no es? ¿Abrir las manos, soltar los

signos? ¿Sentir al otro en su soplo? Pero en el borde, la luz

lo retiene, su transparente misterio. i ¿Podría iver isin iver,

comprender ilo ique tiembla, decir lo que se calla sin callar

en él tantas palabras?

 

 

 

 

 

(desparramando las palabras, hurgando en esa carga de

cultura, páginas, páginas, el olor viejo, polvo o qué: bus-

cando el agujero de agua clara —una página más, xpero

vacía, deslumbrante)

 

 

 

 

 

se ilevanta, isacude isu itorpor, abre la mano, mira la forma

de sus dedos, el cielo y su luz. Silencioso, tal vez va a hablar

de inuevo. iMuestra iun ipunto, imuy ilejos, un breve cente-

lleo. La vida, dice al fin. Las colinas son negras.

 

 

 

Ancet, Jaques. Bajo la montaña (Trad. Rafael-José Díaz). Madrid; Batleby editores, 2004.

Tomado de:

https://hectorcastilla.wordpress.com/2017/05/02/bajo-la-montana-de-jacques-ancet/

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