Una higuera en Pendeli
Hay en el monasterio de Pendeli
una robusta higuera,
bajo la cual se sientan los viejos
no para matar el tiempo
sino para detenerlo.
La vida les ofrece
ya muy poco:
su cuerpo se va desgajando,
una niebla constante
se ha apoderado
de sus ojos.
Sienten el olvido
y llevan en sus manos rugosas
todo aquello
que no pudieron hacer.
Pero hay cierta alegría
difícil de definir
en sus voces
de cerámica rota,
hay algo en sus risas prudentes
y en su minuciosa manera
de contemplar a los que pasan.
¿Una vida cumplida?
¿Una resignación tan alta
como las ramas de la vieja higuera?
No lo sé, pero el misterio
de estas vidas que se van
no tiene una total tristeza.
Entre las rugosidades de la higuera
se mueven las luces inexplicables
de una postrera alegría
y hay en esta ancianidad
una carga de vida,
una última y deslumbrada salpicadura
de la fuente de la gracia.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2021/02/poesia-mexicana-hugo-gutierrez-vega-2/
Suite doméstica
"Margot está en la ventana..."
I
Te digo que quiero quedarme
a vivir en la ducha.
No comprendes de inmediato,
pero después te ríes
y tus dientes son compasivos
e irónicos.
Tienen la complicidad
de los quince años juntos.
Te digo que no quiero salir de la ducha
y tú, sentada junto a la ventana,
cepillas tus cabellos
pausadamente.
Desde la ducha te envío mi despedida,
y el torrente organiza
el trágico naufragio del jabón.
II
"Una ofrenda
de dos que aunque pecaron
han vivido."
Mientras me dices
que ya estás cansada del café,
de los huevos fritos
y de la pedagogía activa,
haces cuentas, las siempre
equivocadas cuentas optimistas,
y te ríes de lo que pasó anoche.
Me dices que convendría copular.
(Una luna de agencia de viajes
anda sobre los edificios.)
Esta semana se cayó un cuadro
y un amigo derrotó al viejo sillón.
La casa peligra… copulemos.
III
"Todo fue brillante
menos el final."
Porque soy un señor domesticado
que escribe versos
y gesticula en los parques,
digo que nada pido.
La vida ha derramado su cornucopia
sobre mis zapatos.
Tengo un auto, dos trajes,
diez pañuelos, y me puedo comprar
nuevas corbatas.
Me inquietan las jornadas submarinas.
Sé volar y lo hago raras veces.
Aquí paré mi tienda. Sólo espero
esa fiesta nocturna. Me moriré
cuando el placer termine.
"La vita non é sogno."
IV DECLARACIÓN FINAL
"Irascor tibi sic meos amores?
paulum quid lubet allocutionis,
maéstius lacrimis Simonideis."
Exploro el domicilio. Me gusta
este desorden vivo.
Cuando la casa siente
que se pega a la tierra
empieza a protestar,
decide irse,
y los libros se llenan de humedad.
Dos veces vimos ya la misma arena.
Nunca somos los mismos.
Es tiempo, amada gente, de largarnos.
de Cuando el placer termine
La calaca
En la danza
el cordel, la gritería;
de azúcar es tu hueso
y en tu frente
la burla de la vida.
La carcajada reina en el mercado
con curvada alegría;
la flor de la casa de los muertos,
el duro sempasúchitl,
decora las cazuelas de la ofrenda;
las mujeres lloran embozadas
—en este sitio hay que ocultar las lágrimas,
sólo se admite el pálido sollozo,
el discreto aletear de las entrañas—
y el macho grita en su guitarra oscura
las coplas retadoras:
¿"en qué quedamos pelona,
me llevas o no me llevas"?
Los cerros inclinan la cabeza
y alguien dice en la noche creciente:
"viene la muerte cantando
detrás de la nopalera".
La luna de noviembre es un gran cráneo
y el país entero llora de risa.
El pontífice
Vivo en el descalabro.
No he podido aliar mi voluntad
a una ortodoxia
firme, clara y segura.
Dudo y persisto en la búsqueda
de un cordel pendiente del aire,
de lo innombrado,
de lo que da sentido a la noche lunar,
a la mañana descubierta por pájaros sedientos,
a la tarde sentada en la banca del parque,
a tu calma cuando al final del amor
te ocupa la plenitud del cuerpo.
No puedo aceptar
el orden preciso de las creencias.
Cuarenta y seis años en el mundo
me han dejado la certidumbre
de que aquí hay un engaño,
un retorcido truco,
algo que sobrecoge al desamor,
algo trivial y blando,
algo tan natural como la sangre.
A nada puedo aferrarme
y no protesto o me doy por vencido.
Tal vez esta búsqueda
y la certeza del engaño
sean una oscura forma
de la gracia.
La sacerdotisa
Jarandilla abre la puerta al frío.
La viejecita negra cuenta mendrugos,
mira
y la piedad le entrecierra los ojos.
Me detengo y le doy una moneda,
la toma y se la pone sobre el corazón.
El viento de Gredos
le revuelve el pelo
y en la tarde las encinas
son esqueletos sonoros.
La primera estrella da su calma
y todo se resigna
a la helada.
El diablo
Noche sin sortilegios.
En el cielo se encienden
las estrellas opacas.
Mañana un día trivial y de áridos trabajos
descubrirá la imagen del enemigo malo.
Estará en los párpados mustios del aduanero,
en las manos pálidas del burócrata
en su trinchera de papeles,
en la desconfianza prendida del cogote del policía,
en la retórica cansina del declarante,
en los labios temblones del gerente.
Estará adormilado entre los harapos,
galopando en las panzas satisfechas,
sentado en los cafés,
agazapado bajo las sillas de los aeropuertos
y temblando en el índice del maestro terrible.
Pequeño, mediocre,
aburrido, cansado,
con la camisa limpia,
los nuevos pantalones,
caminará por todas las ciudades.
Un día se quedará tendido sobre el césped,
y el sandwich de jamón, la coca-cola
y una hermosa manzana
enmarcarán su muerte.
Mas la ciudad no notará su ausencia;
será reemplazado por pequeñas creaturas
como tú, como yo, que no tienen la culpa,
coludas, trepidantes,
ojos ardientes,
testas encornadas,
con su horror cotidiano,
corbatas nuevas,
zapatos bien lustrados,
tazas de té, cervezas,
todas esas creaturas para la compasión,
con sus noches sin magia
y mañanas iguales
a todas las estúpidas mañanas.
La estrella
Todo está en calma.
La ciudad y su halo anaranjado
tiemblan ligeramente
cuando desde la peña los miramos.
Un mundo de cabezas descansa,
y los borrachos
con racimos dorados,
caras de dioses falsos
coronados por su propia ebriedad,
juntan angustia y gozo
en su fiesta nocturna.
El cansancio cubre los rescoldos del día
y todo se junta en una gran respiración.
Los cuerpos bajo las sábanas viven
y se buscan en las camas desiertas.
Un hombre que sueña nunca está solo,
lo acompañan fantasmas de todas sus edades,
las figuras de todas las edades del mundo.
Al abrir la ventana
se aferra al último vestigio de la noche:
la estrella matutina.
Todo está en calma;
sobre la gran cabeza brillan las estrellas;
en el cielo hay caminos,
y esta noche todos tenemos alas.
El emperador
Disciplinar al corazón,
impedirle inclinarse
hacia los desvaríos,
dejar que un ritmo estricto
ordene su camino.
La magia le hace daño
y lo corrompen
los sortilegios de la primavera.
Fue hecho para alentar el cuerpo
por un tiempo fijado
y son inadmisibles los eventos
que vengan a romper
este orden duro por lo inexplicable,
esta regla trivial que nos indica
llegar hasta la esquela,
a la nota luctuosa
y las coronas.
Acepto todo;
me conformo con mi puesto en la hierba
y respeto la ley,
mas no la cumplo.
Me escapo sin parar.
Hoy por ejemplo,
a pesar del invierno
abrí los ojos
bajo el sol de Gredos,
y por unos instantes
supe que quienes andan por la calle
—tú, yo y tú, "lector hipócrita"—
éramos inmortales,
que el dolor nunca ha sido
y que no es necesaria
la esperanza.
de Tarot de valverde de la vera
Letanías de la madrugada
2
Las ocho palabras del encantamiento,
el círculo de ceniza...
a las doce de la noche
las brujas de Macbeth cantarán de nuevo.
las palomas negras rondarán ciegas por los campanarios.
Esta noche andan sueltos los presagios
por las calles de los cinco continentes.
Hemos de inventar nuevas palabras para encantamientos.
Las viejas brujas cuentan sus huesos de gato
sobre el terciopelo negro y no hay respuesta.
Las ramas del árbol santo recorren los cuerpos
pero cae la gota serena;
ya no hablan los ojos de los gatos,
no hay respuesta en el caldero de los sortilegios.
El sacerdote quema incienso y no hay respuesta.
Digamos palabras…
una, dos, cien, mil palabras;
hagamos ruido con huesos frotados,
campanas benditas,
matracas de cuaresma,
magnavoces,
grabadoras,
claxons,
gargantas,
trompetas,
tal vez se haga el milagro
y se descifren los signos
en la madrugada de los aeropuertos.
de Desde Inglaterra
Finale
Il poeta chiude Il becco
Debería callarme el hocico
y evitar las calles adyacentes.
Voy exhibiendo la cabeza rota,
los agujeros de los pantalones,
el corazón que por barroca vanidad
espero que algún día sea trasplantado
a un negro de sudáfrica.
Debería callarme el hocico
y escribir solamente en los retretes
alumbrado por fósforos,
hacer grandes graffiti con carbón
y terminarlos con la punta de la nariz.
Yo nací en un mundo tan solemne,
tan lleno de conmemoraciones cívicas,
estatuas,
vidas de héroes y santos,
poetas de altísimas metáforas
y oradores locales;
en la ciudad que tiene siempre puesta
la máscara de jade y de turquesa,
y como ahí nací
debería callarme el hocico
y pintar solamente en los retretes.
de Desde Inglaterra
Tomado de:

No hay comentarios.:
Publicar un comentario