jueves, 20 de febrero de 2025

POEMAS DE HUGO GUTIÉRREZ VEGA


Una higuera en Pendeli 

 

Hay en el monasterio de Pendeli

una robusta higuera,

bajo la cual se sientan los viejos

no para matar el tiempo

sino para detenerlo.

La vida les ofrece

ya muy poco:

su cuerpo se va desgajando,

una niebla constante

se ha apoderado

de sus ojos.

Sienten el olvido

y llevan en sus manos rugosas

todo aquello

que no pudieron hacer.

Pero hay cierta alegría

difícil de definir

en sus voces

de cerámica rota,

hay algo en sus risas prudentes

y en su minuciosa manera

de contemplar a los que pasan.

¿Una vida cumplida?

¿Una resignación tan alta

como las ramas de la vieja higuera?

No lo sé, pero el misterio

de estas vidas que se van

no tiene una total tristeza.

Entre las rugosidades de la higuera

se mueven las luces inexplicables

de una postrera alegría

y hay en esta ancianidad

una carga de vida,

una última y deslumbrada salpicadura

de la fuente de la gracia.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2021/02/poesia-mexicana-hugo-gutierrez-vega-2/

 

 

Suite doméstica

 

"Margot está en la ventana..."

 

 

I

 

Te digo que quiero quedarme

a vivir en la ducha.

No comprendes de inmediato,

pero después te ríes

y tus dientes son compasivos

e irónicos.

Tienen la complicidad

de los quince años juntos.

 

Te digo que no quiero salir de la ducha

y tú, sentada junto a la ventana,

cepillas tus cabellos

pausadamente.

 

Desde la ducha te envío mi despedida,

y el torrente organiza

el trágico naufragio del jabón.

 

 

II

 

 

"Una ofrenda

de dos que aunque pecaron

han vivido."

 

 

Mientras me dices

que ya estás cansada del café,

de los huevos fritos

y de la pedagogía activa,

haces cuentas, las siempre

equivocadas cuentas optimistas,

y te ríes de lo que pasó anoche.

 

Me dices que convendría copular.

 

(Una luna de agencia de viajes

anda sobre los edificios.)

 

Esta semana se cayó un cuadro

y un amigo derrotó al viejo sillón.

La casa peligra… copulemos.

 

 

III

 

 

"Todo fue brillante

menos el final."

 

 

Porque soy un señor domesticado

que escribe versos

y gesticula en los parques,

digo que nada pido.

 

La vida ha derramado su cornucopia

sobre mis zapatos.

Tengo un auto, dos trajes,

diez pañuelos, y me puedo comprar

nuevas corbatas.

 

Me inquietan las jornadas submarinas.

Sé volar y lo hago raras veces.

 

Aquí paré mi tienda. Sólo espero

esa fiesta nocturna. Me moriré

cuando el placer termine.

 

 

"La vita non é sogno."

 

 

 

IV DECLARACIÓN FINAL

 

 

"Irascor tibi sic meos amores?

paulum quid lubet allocutionis,

maéstius lacrimis Simonideis."

 

 

Exploro el domicilio. Me gusta

este desorden vivo.

Cuando la casa siente

que se pega a la tierra

empieza a protestar,

decide irse,

y los libros se llenan de humedad.

 

Dos veces vimos ya la misma arena.

Nunca somos los mismos.

Es tiempo, amada gente, de largarnos.

 

 

de Cuando el placer termine

 

 

La calaca

 

 

En la danza

el cordel, la gritería;

de azúcar es tu hueso

y en tu frente

la burla de la vida.

La carcajada reina en el mercado

con curvada alegría;

la flor de la casa de los muertos,

el duro sempasúchitl,

decora las cazuelas de la ofrenda;

las mujeres lloran embozadas

—en este sitio hay que ocultar las lágrimas,

sólo se admite el pálido sollozo,

el discreto aletear de las entrañas—

y el macho grita en su guitarra oscura

las coplas retadoras:

¿"en qué quedamos pelona,

me llevas o no me llevas"?

Los cerros inclinan la cabeza

y alguien dice en la noche creciente:

"viene la muerte cantando

detrás de la nopalera".

La luna de noviembre es un gran cráneo

y el país entero llora de risa.

 

 

El pontífice

 

 

Vivo en el descalabro.

No he podido aliar mi voluntad

a una ortodoxia

firme, clara y segura.

Dudo y persisto en la búsqueda

de un cordel pendiente del aire,

de lo innombrado,

de lo que da sentido a la noche lunar,

a la mañana descubierta por pájaros sedientos,

a la tarde sentada en la banca del parque,

a tu calma cuando al final del amor

te ocupa la plenitud del cuerpo.

No puedo aceptar

el orden preciso de las creencias.

Cuarenta y seis años en el mundo

me han dejado la certidumbre

de que aquí hay un engaño,

un retorcido truco,

algo que sobrecoge al desamor,

algo trivial y blando,

algo tan natural como la sangre.

A nada puedo aferrarme

y no protesto o me doy por vencido.

Tal vez esta búsqueda

y la certeza del engaño

sean una oscura forma

de la gracia.

 

 

La sacerdotisa

 

 

Jarandilla abre la puerta al frío.

La viejecita negra cuenta mendrugos,

mira

y la piedad le entrecierra los ojos.

Me detengo y le doy una moneda,

la toma y se la pone sobre el corazón.

El viento de Gredos

le revuelve el pelo

y en la tarde las encinas

son esqueletos sonoros.

La primera estrella da su calma

y todo se resigna

a la helada.

 

 

El diablo

 

 

Noche sin sortilegios.

En el cielo se encienden

las estrellas opacas.

Mañana un día trivial y de áridos trabajos

descubrirá la imagen del enemigo malo.

Estará en los párpados mustios del aduanero,

en las manos pálidas del burócrata

en su trinchera de papeles,

en la desconfianza prendida del cogote del policía,

en la retórica cansina del declarante,

en los labios temblones del gerente.

Estará adormilado entre los harapos,

galopando en las panzas satisfechas,

sentado en los cafés,

agazapado bajo las sillas de los aeropuertos

y temblando en el índice del maestro terrible.

Pequeño, mediocre,

aburrido, cansado,

con la camisa limpia,

los nuevos pantalones,

caminará por todas las ciudades.

Un día se quedará tendido sobre el césped,

y el sandwich de jamón, la coca-cola

y una hermosa manzana

enmarcarán su muerte.

Mas la ciudad no notará su ausencia;

será reemplazado por pequeñas creaturas

como tú, como yo, que no tienen la culpa,

coludas, trepidantes,

ojos ardientes,

testas encornadas,

con su horror cotidiano,

corbatas nuevas,

zapatos bien lustrados,

tazas de té, cervezas,

todas esas creaturas para la compasión,

con sus noches sin magia

y mañanas iguales

a todas las estúpidas mañanas.

 

 

La estrella

 

 

Todo está en calma.

La ciudad y su halo anaranjado

tiemblan ligeramente

cuando desde la peña los miramos.

Un mundo de cabezas descansa,

y los borrachos

con racimos dorados,

caras de dioses falsos

coronados por su propia ebriedad,

juntan angustia y gozo

en su fiesta nocturna.

El cansancio cubre los rescoldos del día

y todo se junta en una gran respiración.

Los cuerpos bajo las sábanas viven

y se buscan en las camas desiertas.

Un hombre que sueña nunca está solo,

lo acompañan fantasmas de todas sus edades,

las figuras de todas las edades del mundo.

Al abrir la ventana

se aferra al último vestigio de la noche:

la estrella matutina.

Todo está en calma;

sobre la gran cabeza brillan las estrellas;

en el cielo hay caminos,

y esta noche todos tenemos alas.

 

 

El emperador

 

 

Disciplinar al corazón,

impedirle inclinarse

hacia los desvaríos,

dejar que un ritmo estricto

ordene su camino.

La magia le hace daño

y lo corrompen

los sortilegios de la primavera.

Fue hecho para alentar el cuerpo

por un tiempo fijado

y son inadmisibles los eventos

que vengan a romper

este orden duro por lo inexplicable,

esta regla trivial que nos indica

llegar hasta la esquela,

a la nota luctuosa

y las coronas.

Acepto todo;

me conformo con mi puesto en la hierba

y respeto la ley,

mas no la cumplo.

Me escapo sin parar.

Hoy por ejemplo,

a pesar del invierno

abrí los ojos

bajo el sol de Gredos,

y por unos instantes

supe que quienes andan por la calle

—tú, yo y tú, "lector hipócrita"—

éramos inmortales,

que el dolor nunca ha sido

y que no es necesaria

la esperanza.

 

de Tarot de valverde de la vera

 

 

Letanías de la madrugada

 

 

 

2

 

Las ocho palabras del encantamiento,

el círculo de ceniza...

a las doce de la noche

las brujas de Macbeth cantarán de nuevo.

las palomas negras rondarán ciegas por los campanarios.

 

Esta noche andan sueltos los presagios

por las calles de los cinco continentes.

 

Hemos de inventar nuevas palabras para encantamientos.

Las viejas brujas cuentan sus huesos de gato

sobre el terciopelo negro y no hay respuesta.

Las ramas del árbol santo recorren los cuerpos

pero cae la gota serena;

ya no hablan los ojos de los gatos,

no hay respuesta en el caldero de los sortilegios.

El sacerdote quema incienso y no hay respuesta.

 

Digamos palabras…

una, dos, cien, mil palabras;

hagamos ruido con huesos frotados,

campanas benditas,

matracas de cuaresma,

magnavoces,

grabadoras,

claxons,

gargantas,

trompetas,

tal vez se haga el milagro

y se descifren los signos

en la madrugada de los aeropuertos.

de Desde Inglaterra

 

 

Finale

 

Il poeta chiude Il becco

 

 

 

Debería callarme el hocico

y evitar las calles adyacentes.

 

Voy exhibiendo la cabeza rota,

los agujeros de los pantalones,

el corazón que por barroca vanidad

espero que algún día sea trasplantado

a un negro de sudáfrica.

Debería callarme el hocico

y escribir solamente en los retretes

alumbrado por fósforos,

hacer grandes graffiti con carbón

y terminarlos con la punta de la nariz.

 

Yo nací en un mundo tan solemne,

tan lleno de conmemoraciones cívicas,

estatuas,

vidas de héroes y santos,

poetas de altísimas metáforas

y oradores locales;

en la ciudad que tiene siempre puesta

la máscara de jade y de turquesa,

y como ahí nací

debería callarme el hocico

y pintar solamente en los retretes.

 

 

de Desde Inglaterra

Tomado de:

https://materialdelectura.unam.mx/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/193-091-hugo-gutierrez-vega?start=8

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