LA CAÍDA DEL MURO
Deseo en enero de 1989 con tanta fuerza
como puede desear una persona
ser algún día testigo
de la caída del muro de Berlín.
Estoy 200 años después de la Revolución Francesa
en el frío de un lugar elevado,
observando el cemento, el alambre de espino, las verjas
electrificadas,
filas de barracas grises y lúgubres.
Hay conejos salvajes saltando alrededor de la zona
entre el este y el oeste.
Ese mismo año se abriría la frontera,
yo lo veo en diferido el 9 de noviembre
desde West End Avenue en la tele estadounidense.
Los guardias levantan las barreras,
permiten sin trabas
que los coches y peatones circulen libremente
del este al oeste
mientras la gente en algún lugar entre sueños diurnos y nocturnos
escala el muro.
La noche socialista se diluye
en la capitalista, el júbilo
no tiene fin,
la fiesta en las calles dura toda la noche.
Oigo dos días después en The Kitchen
que Heiner Müller y Heiner Goebbels
aparecen haciendo un bis
acerca de la caída del muro,
la sala está hirviendo, una alegría aguda
hace estallar el momento.
Cae el muro, el cemento, las verjas
y el miedo cotidiano.
Oigo saludos desde Alemania
en Nueva York,
los anuncia Heiner Müller,
que es conocido como artista,
no agente.
El ojo ígneo del sol,
algo atraviesa el tiempo flotando,
el cielo se hace grande sobre Berlín.
CUENTOS DE INVIERNO
En el tren se me acerca un hombre
y me pregunta
por el libro que leo,
Cuentos de invierno, de Karen Blixen.
Soy vista
por una mirada luminosa,
no busco escondite en el paisaje
que pasa ante el cristal del vagón,
porque esta mirada no
va a caminar a otros lugares.
El libro está entre él y yo,
no se puede usar como escudo
porque de repente
nos está uniendo.
Mejor pedida de mano no la he conocido,
deja su impronta en el alma.
Es él, el que pocos días después
bajo una corona de libros verde pálida
me besará
una noche de agosto
cuando el sol caiga en picado.
Temblamos, y todas las hojas del árbol
se ponen en movimiento.
El germen de los sueños
planea
en el viento tibio.
Es él, con quien después
me casaré,
un cuento de invierno con el sol en lo alto y un frío insondable.
FILO INTERIOR
Sueño que un hombre en el hueco de una puerta
me observa.
Lo reconozco enseguida,
me atrae.
¿O me busca él? La mirada penetra.
Voluntad de tigre, sed de tigre,
el deseo del pulso tras una verja en llamas.
En el sueño, las paredes se inclinan sobre mí,
el papel pintado de la habitación está gastado,
no hay una sola ventana.
Un brillo matutino blanco como el cloro
desde la ventana real
desintegra el silencio
con una náusea repentina.
Estoy despierta y anhelo
que justo esa mirada
me vuelva a encontrar, su relámpago de fuego
brote
fuera del sueño.
Un viento luminoso vuela
a través de un árbol otoñal aún verde.
NIÑOS VIEJOS
Una cosa es ser madre de tus hijos,
y otra
ser madre de tu madre
y aun así sentir culpa
por no tener tiempo
de estar ahí cuando lo necesita,
pero se contenta
con dar buenos consejos que ella no
acepta
porque solo quiere que le den permiso
para ser ella.
Un día ser niña
y ser consolada —
el otro arreglárselas sola y ahora
preferir apoyarse en el viento
a usar bastón,
preferir ser atropellada
a hacerse con un andador,
preferir quedarse en casa
a llevar una alarma,
preferir caerse un día
por la escalera
y morir.
Preferir morir
a ser salvada
y volver a ver a su familia
y por tanto estar lista para vivir unos años más.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/cinco-poemas-de-sol-de-salamandra-de-pia-tafdrup/
Voces, rastros
Sombra de sangre, cristal de la noche,
pulmones colmados
de un brillo de invierno.
Hago una pausa
donde el suelo ha arrojado unas piedras desnudas
a través de su costra de frío.
Los muertos
envían su luz a lo alto
de la primavera, color de hielo.
Arrojan sus matices
sobre la soledad del alma
como voces secretas.
El mundo fue creado por este motivo.
Ahí, en su desierto,
puede soñar con Otro…
En la fina capa de nieve, deslumbrantemente extensa,
sigo el rastro en forma de lágrima de un animal,
dentro, entre los troncos de los bosques, y fuera.
Me dirijo hacia un salvaje mar de luz
en el horizonte. Hay rastros
y voces en la nieve que llaman en coro.
Y tú, ahí, buscando desde tu lugar.
Yo vuelvo al encuentro, también he seguido
un rastro en forma de lágrima de un animal.
También he vagado solitaria
como la ruta trazada en el aire
por la batuta de un director.
Cuenta de gotas
Antes de fluir, la lluvia suena
como el eco lejano de una cascada.
Los animales del campo se agitan,
luego vienen las gotas.
Densas, como la crin de un caballo, caen
y traslucen el follaje.
Hojas finas tiemblan bajo los golpes de lluvia.
Polluelos se acurrucan empapados.
Atrapo algunas gotas del cielo lluvioso,
me multiplico después por el resto,
igual a la primera vez que aparece la palabra víctima,
cuando se pierde a un amigo u otro ser amado.
El miedo ahí: un segundo parpadeante
inclinado sobre una sombra perpetua;
debe brillar su luz como las palabras
en una oración, antes de que ella termine.
Para ser ejecutada
en su propia desaparición,
debo ser una con la tierra
que nutre al lenguaje.
Lacrima
No puedes emigrar
en el llanto
y no puedes
camuflar al tiempo
detrás de un velo incoloro.
Te abrazo,
te doy mi calor,
mientras escucho la lluvia
en tu ojo: cae
por sí misma.
Fueron, entonces, las lágrimas
las que abonaron el suelo,
pero son saladas
y nada crece
después de ellas.
Tomado de:
https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/me-dirijo-hacia-un-salvaje-mar-de-luz/
Filo exterior
El lago con los gatitos ahogados,
en él
patinamos, herimos
al invierno espejado.
Filo interior y filo exterior
ejecutados por mi madre
con un niño en la barriga,
patina hacia atrás
sacando el trasero hacia fuera
y los brazos en horizontal,
los patines deslizándose
de lado a lado –
pero, sobre todo
el sonido de fresadora
del metal recién afilado
contra el hielo,
un zumbido de chispas de nieve
saltan en la luz.
El lago con los gatitos ahogados,
en él
patinamos
cuando el hielo es lo bastante grueso
para olvidar
las patas que se agitaban en el aire
las garras que se extendían,
los animales ciegos hundiéndose,
pataleando en el saco
con la piedra pesada.
Las burbujas, como largos
ríos
en el agua negra,
donde los anillos tenían su centro
como blanco de tiro,
en el mapa de alcance
de los misiles de Cuba.
La mano de mi madre
Me baño en la quieta luz de una gota
y recuerdo cómo llegué a ser:
Un lapicero puesto en la mano,
la fresca mano de mi madre sobre la mía, cálida.
- Y así nos pusimos a escribir
entrando y saliendo de corales,
un alfabeto submarino de arcos y puntas,
de caracoles espirales, de estrellas marinas,
de blandientes tentáculos de pulpos,
de grutas y formaciones rocosas.
Letras que con sus cilios se abrían paso
vertiginosamente entre lo blanco.
Palabras como lenguados aleteando
y enterrándose en la arena o anémonas oscilantes con sus cientos
de hilos
en un quieto y único movimiento.
Frases como cardúmenes
que se hicieron de aletas y ascendían
y también de alas que en compás se agitaban,
palpitando como mi sangre que a tientas
golpeaba estrellas contra el cielo nocturno del corazón;
fue cuando vi que su mano había soltado la mía,
que yo hacía mucho, escribiendo, me había desasido de ella.
El abrevadero de los sueños
Aquel que tenga oídos para oír
escuchará un mar de música,
una corriente submarina de palabras
que se desliza por la penumbra y desaparece volando
con un recuerdo de nubes,
de sombras, de meandros
y del viento sobre la hierba.
Las aletas transparentes y de fina seda del pez,
una anal, una dorsal y una caudal,
dos ventrales y dos pectorales,
siete alas para viajar a la velocidad de la sangre
a través de los mares del mundo,
noche tras noche,
entre cráneos de delfines, caracoles
y ostras fósiles, entre verdes algas
que durante el día relumbran como una eterna primavera.
Siete colores en un arco iris
para surcar el cielo
como el primer ciervo del año
brincando por los campos.
Siete colores en un arco iris,
trazados con geometría
sobre el firmamento del alma,
mucho antes de que el más antiguo vertebrado
poblara el agua, una era
antes de que los primeros subieran a la tierra
para después dar vida a anfibios,
reptiles, aves y por fin a aquella
que ahora está sentada en silencio, escuchando.
Aquel que tenga ojos para ver
tendrá que escuchar bien
cuando caiga la lluvia, cuando las gotas
resuenen como la luz en la música,
puras como la primera eyaculación del muchacho,
y sobre todo después,
cuando un arco iris acústico
entre formaciones rocosas y altas montañas
ardiendo tenuemente se eleve desde el polvo
desplomándose hacia arriba,
y es entonces que uno, en un palpitante destello azul,
con euforia amará su propia vida,
porque es de uno,
y uno sabe que se cerrará
como la puerta de este poema
que ahora termina dando un portazo.
Traducciones de Thomas Boberg y Renato Sandoval
***
Tiro los pájaros muertos
del estante de la cocina
y me lavo las manos
libre de húmedas preocupaciones
que dejan huellas en todas partes
en puertas y marcos
me caigo
y me lastimo rodilla y manos y nariz
contra el suelo en la casa vacía
reconozco el olor
cuando se agujerea un ángel
La primera letra
Deseo que a tu odio se lo lleve el viento
—o al mío
deseo calma
como la que envuelve
a la primera letra del alfabeto
Deseo ver las venenosas sombras borradas de tu cara
que vuelva a brillar el sol interior
Deseo un idioma secreto entre nosotros
que pueda detener la guerra que hemos mantenido
tu fe contra la mía
un idioma que pueda cerrar mi herida y devolverme el sueño
Soy para ti, amor mío
lo que tú eres para mí
Deseo un idioma
donde confluyan dos ríos
sin preguntarse de dónde
ni adónde
Calma como árboles que crecen
El lenguaje amoroso
El lenguaje amoroso que hablas
con rápidos cuchillos imprevisibles
vibrando en la luz
las palabras con las que me rodeas
y susurras adiós:
—no vamos a esperarnos toda una vida el uno al otro
desgarra el aire
a saltos
llena el cielo
con las chispas del herpes
crepitando en brillo
de rojo a verde
sobre mi rostro
emigra
con sólo un ala
para sobrevivir al insomnio
y a las despiertas visiones oníricas
esperando en vano
que vuelva a crecer una nueva ala
de su centro aniquilado.
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/68_69/tafdrup.html
Blanco encabritado
Sangre roja, sangre blanca, sangre negra,
llenan el cerebro
hacen
estallar el cráneo.
La tierra se agrieta, noche estrellada
sobre los campos cosechados de mi padre
donde siete caballos blancos nos llaman a que salgamos
con potentes relinchos.
-Esa gota en la memoria
es un océano lleno a rebosar.
Sangre roja, sangre blanca, sangre negra,
allí en el campo los caballos encabritados se detienen –
huidos
de un circo ambulante
o enviados, ¿de dónde?
Nosotros no tenemos caballos en la granja,
pero ¡han venido a nosotros!
Sin sillas ni jinetes…
Estoy despierta
hasta el tuétano de mi espinazo,
estoy galopantemente
despierta.
Los poros de la piel se abren
desbocados,
la noche entra, fresca, clara.
Me ciegan
las panzas de blanco lunar de los caballos,
los oigo relinchar cuando nos ven
a mi padre y a mí.
Por un segundo descendente
los caballos levantan mi corazón
más alto –
de lo que nunca antes he volado en el espacio.
Caballos preparados a entrar de un salto en la noche,
salir fuera de un salto.
No hay cartel que ponga
Prohibida la entrada a los caballos
este planeta es un territorio abierto de par en par.
Todo puede pasar.
- Un océano de fuego y sal
lo inunda todo.
Pesados golpes de cascos se alejan,
después
insuperable crepúsculo. Retumbante.
Escrito a mano
Soñé que mi padre tenía un ventanuco
en el techo,
la única
abertura
por la que podía mirar al exterior.
En la habitación los muebles estaban amontonados
como en un trastero.
El ventanuco estaba casi completamente tapado
con un gran pedazo de cartón
color gris de tormenta.
A pesar de ello mi padre estaba tratando
de abrirse camino
deslizándose entre armarios, cajones y un secreter
- estaba de puntillas
con el fin de mirar a través de la última rendija,
por la que aún entraba
un rayo de luz.
No se quejaba, pero yo busqué indignada
a las enfermeras por los pasillos
de linóleo de colores de emergencia
y un dolor dulzarrón enfermizo
a
fruta podrida.
Había también otro problema:
¡la escritura de mi padre!
Estaba a punto de desaparecer –
o ¿es que escribía
con tinta de nieve?
El hecho de que yo no pudiese descifrar los últimos restos
de sus escritos
me preocupaba tanto como
el panorama que le faltaba y del que no podía disfrutar.
Les pedí a las enfermeras
que le devolviesen a mi padre su escritura.
Ellas buscaron consejo en la biblioteca del olvido,
pero todos los libros estaban prestados.
Además, la llave
de la caja de las plumas y el papel
era demasiado corta,
la
esperanza es cosa del pasado,
se lamentaron levantando la mirada hacia el cielo vacío.
de Los caballos de Tarkovski
Caravana
A mi hermana
Campos de hielo, bosques de nieve
helada ardiendo bajo la piel
No hay senderos que seguir
sólo llanuras que cruzamos solitarios
y distantes uno detrás del otro
Apenas si levantamos los pies
es la tierra la que nos transporta
Vivimos —
lo que significa:
Luchar contra la muerte
en todas sus formas
Todo lo que decimos será usado en nuestra contra
pero lo mismo pasa con lo que no decimos
Campos de hielo, bosques de nieve
un cielo que oscuro se adensa
como un muro de lamentos
Cielo de nieve, un cementerio judío
piedras blancas por kilómetros
en los pinares de las afueras de Kiev
Por cada copo que contemplo
sueño que lentamente estoy aquí:
alma en la sangre en la nieve en el mundo
Adentro
arder sin escrúpulos
y así, en lo blanco, desaparecer.
Tomado de:
https://sol-negro.blogspot.com/2012/10/poemas-de-pia-tafdrup.html

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