Purgatorio
Era un viejo grabado, un panorama,
En el que en rima se contaba
Cómo los poetas en aves se transforman
Al morir.
Cerca del agua, en la fresca brisa,
Picotean letras en la hierba.
Seiscientas almas todas en fila.
Shakespeare parecía un albatros,
Quevedo una urraca,
Basho aleteaba como un colibrí.
Y todas parecían liberadas
De aquello que en su breve tiempo
De forma tan terrible atormentó.
Por el telescopio de Orfeo alcancé a verlos.
El infierno de paz parecía
Protegerlos de los gritos
Que desde la otra orilla
Ningún oído ya alcanzaba
Las bibliotecas del Hades llenas,
Hasta que de pronto un muchacho
Al pasar una hoja
Escuchó sus vanos murmullos,
Como en el primer día.
Égloga
Imagínate: ser un árbol.
Una insignificante nada de verde al viento,
mancha en un camino con márgenes precisos.
Una ninfa sale del agua
Del arroyo, algo entrada en años,
Ray Ban, bronceado espléndido.
Yo me abanico un poco más,
Soy todo un campeón
Del ver y el olvidar.
Mis raíces, que sueñan con gusanos,
Las avispas que me sobrevuelan fugaces,
El tiempo pasa volando.
Aunque me cueste años,
Quiebro la piedra más dura.
Oigo voces distinguidas,
Su lamento blando y vano.
En fin, ser un árbol.
Estoy en pie, observo y presumo.
Y guardo sombra.
Un vino agrio.
Traducciones
de Fernando García de la Banda.
*
De Fuegos
artificiales, dijo ella
Para Sigrid
Foz, 11 de enero de 2000
Por el frío que llega de los dedos
El cuerpo inicia su esplendor –
Una oscuridad clarea,
Aún vacilante,
Mas vuelve a suceder cuando paseo:
Un ser que se hace dueño
De aquellos que me habitan.
Así reina el golpe de una ola en la marea
Cambiante, mientras dormimos,
Charca de negra sangre,
Mientras afuera velan las gaviotas,
Ciegas y blancas, un joven camina
Por las rocas, la orilla
Nunca se hiela.
Gencianas en septiembre
Cuando escribía, hermético,
Poemas cerrados con llave tierna,
Reducido al formato
De mi mano yaciente,
La que calla
Junto a la que aplicada escribe,
Leía de D.H. Lawrence
‘Bavarian Gentians’,
O su encuentro con la serpiente.
Así sostenía con una mano
La otra, que, palpando
Los márgenes de la primera,
Me abría y me colmaba
Con todo cuanto yo
En ardiente secreto
Alimentaba al silencio.
La oscuridad en escaleras
Y el ramillete para Perséfone –
No todo el mundo piensa en las gencianas
Cuando las luces el reloj apaga.
Le petit parisien *
Al modo japonés dibuja un sol de guerra
Su cuerpecillo que corre
En hormigón fugaz –
Por donde él pasa corriendo,
Mi vida, que acaba de comenzar,
Ha echado a flotar sobre el suelo
Y la baguette,
Casi tan grande como él,
Le señala el camino hacia mí.
Lleva el pantalón con los botones grandes
Que conozco, la camiseta que huele a ser niño,
Y así, nacido tras incontables muertes
Tan recientes,
Alcanza corriendo mi aliento.
Él llega a casa,
Llama a mi puerta,
Se sienta dónde estoy sentado
Y escribe que el pan
No es cosa de hoy.
Ahora lo alimento
Con migas de una imagen,
Para que de mi mano coma.
* Según una foto de Willy Ronis,
1952.
Interior
Cerezas y árboles por un quicio;
Tener las manos ociosas;
Pensar en Arnolfini y su mujer.
El espíritu podía alimentar el espacio
Con las sobras del encuentro.
Truena en los intestinos de Dios;
Fino como la piel tu dulce arnés.
Ahora que te sientas ante mí,
Amor nefasto, hazme sentir
Qué es un verano precoz,
La vaga brisa en la hierba,
Temblor de alas heridas al batir
En una bisagra roja.
Ven aquí, muchacha que dibuja
Amantes con la mirada.
Préstame tu muñeca;
Préstame tus ojos;
Préstame ese desenfado.
Pues antes de que la tinta
Se seque ya no estará aquí
La vida.
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/68_69/hertmans.html
LA COSECHA
Él había presenciado la siega,
y el sonido que hace la caída
antes de que los tallos de maíz se quiebren.
Hileras que había visto, e hileras,
aún más hileras que cayeron detrás
del canto de la guadaña,
el siseo de las glotonas
bocas de metal.
Alambre de púa rodea el laberinto,
la piel brilla en el cercado,
y para dormir hay paja.
Eso que yace en el suelo
podría haber traído frutos,
pero la cosecha fracasó
en su propio barro,
en su propia carne,
y nadie ve el cereal.
EL VADO
Una curva en el camino de tierra
que el río acompaña.
No hay arena, pero hay semillas
que, cosidas por las heridas,
nunca germinaron,
se pudrieron antes de la cosecha.
Los nombres son de hierro, son de piedra.
Una tierra que empuja su camino
dentro de sus propias profundidades y es reflejada
en un vacío cielo.
Los pozos están llenos,
las voces incontables.
El pasto está creciendo, grueso y opulento
como el pasto en todas partes, brilla y frota
a pesar de todo lo que sabe.
Ya el cuclillo ha arrojado su ojo
sobre un nido vacío.
El ganado pasta lánguidamente aquí
en el mórbido crecimiento de la paz.
LA BALSA
De repente en el río hay una balsa.
Entra despacio a la vista pasando la curva
basculando hacia los vivientes.
No hay nadie que no
la haya visto, el silencio es inmenso
y oscuro, las orillas están sedientas
de sangre, la balsa deriva y gira,
y no pasa después de todo.
Algo está ahí que alguna vez
tuvo una forma y ya no se mueve.
Silenciosamente, se desliza fuera del mundo.
Deriva y se queda. Carga a los muchos
que vendrán luego sumisos.
sin forma.
Tomado de:
https://inutilesmisterios.blogspot.com/2021/02/poemas-de-stefan-hertmans.html
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