REMOLINO DE HUMAREDA EN EL CONCIERTO
“En mi concierto arremolinan humaredas de cañones,
mi concierto es relativamente violento,
mi concierto es amado”,
dice el cantante con un gesto exagerado.
Dedica sus canciones con fervor
a los americanos necrofílicos,
que no dejan de amar la humareda y la violencia,
que no dejan de desparramar cadáveres en todo el mundo
Un sonido grave y retumbante vibra
en los corazones de las mujeres.
Y lo que vibra en los corazones
es algo violento
es algo obsceno.
Las mujeres se convulsionan con vergüenza,
pero no dejan de querer el sudor del cantante.
“Ay, Dios, dame los ojos para ver sin falla.
Como un arcoíris de misil que sobrepasa la montaña
desierta,
te voy a dar un consuelo tremendo”,
el cantante lanza con un beso
la bufanda empapada de sudor a los gritos.
Con una sonrisa de broma en una mejilla,
inicia el concierto en medio de la reverberación de las
lentejuelas
“Aunque no conozco España,
me gusta el flamenco.
Aunque no conozco el paraíso,
dicen que es donde yo nací”.
Aunque el cantante no parece un ángel,
ha de ser una variación.
Ha pasado medio siglo sin que nadie se dé cuenta,
y la poeta llora ante la broma de los años.
“Vamos, doncella platinada”,
cantaba para cortejar
y señalaba el cielo ese cantante que murió hace mucho
tiempo,
pero la poeta insiste en repetir el remolino de humareda,
quiere vengarse con un ritmo violento,
aun cuando todos los contrincantes estén muertos.
Traducción de
Ryukichi Terao
Tomado de:
https://www.revistaelgolem.com/2020/11/29/poes%C3%ADa-de-toriko-takarabe/
La muerte que siempre
A mi hermana
pequeña, que murió como refugiada
Vestida de azul celeste,
mi hermana aparecía y desaparecía en un bosquecillo.
Con una flor de peonía, casi del tamaño de su cara,
mi hermana, ay, se cae debajo del puente.
Al fondo de ese río del valle lejano,
permanezco despierto,
para recogerla en mis brazos.
Una herida azul
atraviesa mis brazos
Desorientadas por un fuego corredizo que viene del campo,
ya ni mi hermana ni yo nos encontramos allí.
Un grito sollozante que se escucha
en medio de los maíces no es mío.
Al despertarme,
me doy cuenta:
abandoné a mi hermana
en la inmensa garganta del sueño.
Ya no volveré,
no volveré jamás
Pero ¡corre, corre!
Se me abre la herida a medida que corro,
se me abre con color de peonía,
y me muero, me muero muchas veces.
Tras mi muerte,
mi hermana se esconde en el bosquecillo, donde hay un
nido de pájaros.
Se la tragó
la corriente amarilla del Río Tangwang
De repente me despierto.
No podré volver, no quiero escuchar
un disparo en medio del sueño con los restos de un grito
sollozante.
Tomado de:
https://poesiauniversalblog.com/tag/toriko-takarabe/
EL PERRO RETÓRICO
Del extremo del campo desierto corre el viento como un perro
salvaje:
al escribirlo, tuve un desasosiego ante la expresión,
quizá porque tiene una retórica inútil.
En el campo desierto bajo la oscuridad del alba corre algo que no
se sabe si es un viento o un perro:
ésta es la frase que corresponde a mi primera impresión.
En realidad, del extremo del campo desierto corren perros como el
viento,
unos perros hambrientos que vienen en manada a toda carrera
El viento huele a bestia
El viento corre con flameantes pelos desconocidos
El viento golpea con ferocidad
El viento muge en remolinos alrededor del bebé
El viento corre recogiendo algo dulce y blando
Los perros parecían remolinos
porque todavía no amanecía
supongamos que hay cadáveres de los refugiados, botados por allí
¿El viento sonará más poético que el perro?
¿Me conduce a salvarme a mí mismo?
En fin, los perros devorarán al bebé
Aunque así sea el mundo,
no quiero distinguir el viento y los perros salvajes.
Ambos corren con pelos flameantes
FIELD NOTES —EN BAHU-TUN DE JILIN—
Hice un viaje con mi padre en las vacaciones de verano de la
primaria,
en un pasado remoto, ya casi inexistente.
A un caserío llamado Bahu-tun de Jilin...
a un caserío llamado Bahu-tun...
Mi padre ordenó a mi madre que me cortara el pelo al rape
y que me dejara así, hasta que naciera un niño triste con la
cabeza rapada
y luego,
enfilamos a una región tan lejana, donde todavía se practicaba,
decían, el matrimonio prostitucional
Para obtener información folklórica
como dos hombres de viaje,
abordamos una canoa de madera que lanzaba un chillido,
y atravesamos el río Songhua
Un caserío con sauces hermosos,
construido por el aroma del agua,
a la orilla se congregaban muchos habitantes para observar la
llegada
de la familia extranjera.
Después de varias preguntas y respuestas,
mi padre anotó en su cuaderno lo siguiente:
(Será lícito decir que la canoa, hecha con aparente
descuido, es un instrumento cotidiano, propio del pueblo
manchurio. La actual es de olmo, y la elaboran entre dos
carpinteros en ocho meses. El costo de la producción es
aproximadamente doscientos yenes, y cada una aguanta
cuatro años de uso continuo. El ingreso diario por canoa es 30
yenes.)
Al verme de espalda cuando oriné agachada en la ribera,
el viejo del caserío descubrió mi identidad y le rogó a mi padre
que me concediera en calidad de esposa para su hijo,
diciendo que le daría a cambio lo que fuera, oro, plata, seda,
burro.
Depende del precio –dijo mi padre con aplomo.
Después de repartir cigarros a los habitantes, descendió
con el viejo a la orilla bajo el resplandor candente,
y empezaron a negociar, contando hojas fi ludas de sauce según la
tradición
(En invierno se utilizan arvejas. En el negocio se utilizan
objetos indivisibles)
Mi padre volvió solo con las hojas de sauce pegadas tanto
en los hombros como en la espalda
Me propuso mil yenes para comprarte, ¿quieres ser mujer ahora?
¿Qué tal?, me dijo con risa.
No estoy segura si fue una parte de la recolección
folklórica de mi padre,
ya que se trata de un pasado tan remoto.
Para evitar que los habitantes secuestraran a la chica que valía
mil yenes,
me apuró mi padre, tenemos que apresurarnos.
Seguimos caminando sin parar, volteando hacia el rincón del techo
de yeso blanco
De mi padre emanaba un aroma húmedo a sangre.
Tú eres un niño, me dijo mi padre,
tú eres un niño.
Prendí fuego al cigarro que mi padre tenía entre los labios.
En el río se sacudía una canoa.
Cuando salté al barco con una simulada agilidad de niño,
las olas de la orilla bajo la sombra larga del crepúsculo
se burlan... Byon, Byon, Byon
Tomado de:
https://www.revistaelgolem.com/2020/11/29/poes%C3%ADa-de-toriko-takarabe/
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