miércoles, 19 de febrero de 2025

POEMAS DE KWAME DAWES

CUERDA

 

Sostener nuestras vidas juntos en el carro

 

antes de la lenta marcha después de medianoche

 

por caminos traseros, manejando ciegos, el aroma

 

del escape mareándonos, cada

 

sombra en los campos una amenaza de clases;

 

usamos cuerda del ancho de dos pulgares lado a lado,

 

jalando fuerte en el nudo para mantener nuestras

 

partes de caer en el borde del camino. Nosotros

 

hemos mantenido esta cuerda flexible con aceite,

 

uso constante, nunca dejándola estar

 

quieta suficiente tiempo como para que se pudra. Es duro

 

mirar al retorcido silencio de nuestra

 

más fuerte cuerda y no pensar en aquello que

 

ha sostenido; el pesado gris-verde

 

estropeado balde golpeando los costados

 

de piedra de la pared; el agua de encima derramándose

 

de nuevo hacia abajo, esta apreciable substancia,

 

llevando nuestras vidas; la yegua, blanca

 

y gris, andando pesadamente a través del ancho

 

abierto campo al ocaso, su cabeza pesando

 

con labor, la cuerda una caricia

 

contra su cuello, la forma en que ella

 

gira ante un gentil tirón, nosotros

 

sostenemos el balance de nuestra necesidad

 

con delgada cuerda; el peso muerto

 

de Junebug al amanecer, su piel aún

 

vaporosa, su hermosa piel negra

 

atrapando la luz matinal, tierna

 

entre las hojas, cómo lo encontramos

 

ahí, su cuello estirado, la envoltura

 

de varias yardas de tensa cuerda

 

alrededor de una rama inclinada; dónde

 

lo encontramos, cómo desamarramos el nudo,

 

bajamos su cuerpo hacia nuestros

 

brazos luego lo cargamos como la bandera

 

de un soldado; llevándolo hacia atrás del carro

 

temblando junto con su hinchado cuerpo.

 

Esta ordinaria cuerda, este regalo

 

que no podemos olvidar, este recuerdo

 

de aquello que hemos perdido. Algún día,

 

un alma saldrá de los campos

 

a reclamarlo, y entonces sabremos.

 

 

SI LA CONOCES

 

Si conoces a tu mujer, conoces sus ritmos,

 

conoces sus maneras; si le has prestado atención

 

todos estos años, sabrás

 

cómo ella va y viene, cómo se desliza

 

lejos incluso si está parada en

 

el mismo lugar, sabrás que su

 

mundo está suavemente derivándose de ti, y que ella

 

quizás no lo haga intencionadamente, porque lo que pasa

 

es que está asustada de ser todo, asustada

 

de encontrarse a ella misma en ti siempre

 

asustada de que un día se pregunte,

 

con sus plenos y propios cuarenta años, dónde

 

ha estado; si conoces a tu mujer,

 

sabrás que casi siempre ella

 

volverá, pero algunas veces, cuando

 

se va así, algo puede hacerla

 

resbalar; y entonces regresar es difícil.

 

Si conoces a tu mujer, puedes

 

saberlo por la forma en que usa tacones,

 

y no se contonea para ti

 

porque no lo hace por ti – cómo

 

se comprará unas botas de cuero

 

sin decirte una palabra al respecto,

 

y sólo lo notas cuando camina

 

en una noche, y ella dice que las tiene

 

desde siempre, verás la forma

 

en que pierde peso y pretende

 

que no es nada, pero cuando ella no te está viendo

 

mirarla, puedes ver cómo enfrenta al espejo

 

levanta su busto para señalar un perfil,

 

y cómo casualmente se mira

 

el trasero buscando signos vitales. Si conoces

 

a tu mujer, cuando te hayas ido, ella

 

encontrará cosas que hacer, como caminar

 

sola, ir a ver una película, encontrar un parque,

 

recolectar sus secretos y tu no sabrás,

 

porque ella está viendo por sí misma.

 

Y ella no te dirá que quiere

 

escuchar lo que los hombres paseantes dicen cuando

 

ella camina cerca de ellos; porque lo que tú dices

 

no es suficiente. Si conoces a tu

 

mujer, sabes cuándo se está yendo

 

lejos y sentirás el amplio

 

agujero de tu amor, y no puedes

 

explicar por qué ella escucha y tararea

 

canciones que no sabías que escuchaba

 

antes, y ella reirá suavemente

 

por nada. Si conoces a tu

 

mujer, verás como ella va

 

y viene, y todo lo que puedes hacer es esperar

 

y rezar para que ella vuelva a ti,

 

porque sabes que tus pecados

 

son suficiente para que ella te deje y no vuelva.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2014/12/poesia-norteamericana-kwame-dawes/

 

 

Boceto

Con grafito suavizo tus huesos,

hago exótica la ausencia de tus pestañas,

exhibo tus dedos, largos y elegantes,

acunando una ciruela, la luz de su jugo

llameando bermellón a través de la tensa piel.

 

Hago un aguafuerte de tu mirada, tierna, tierna

junto a tu frente donde el dolor

ha marchitado la piel, suavemente

como si, entre el blando plomo, pudiera calmarlo

por completo, hacerlo que se esfume. Te encaminas.

 

Con la mullida palma de mi mano

acaricio el liso resplandor de tu cabeza,

luego aclaro una línea gris donde tus cejas

estaban – ahora no hay nada –

estas marcas de lo que has sufrido.

 

Por estos días, los cuerpos se derrumban

junto a mí, los muertos, desesperados por sanar

se extenúan, estoicos, luego calladamente parten.

 

Mis ennegrecidos dedos te hacen redonda,

mullida como una fruta recién cogida.

Mañana yo te levanto, pájaro de huesos,

miembros suavemente colapsados.

 

Hay luz de sol arrastrándose a través del césped.

Pese a la sequía, está vigorosamente verde,

excepto el estrecho sendero de viejo pasto que dejamos,

ahora perturbado por el abandono entre un áspero zumbido de corte;

y esto también es un símbolo de lo que hemos perdido.

 

Es agosto en Columbia. Nada

puede luchar con este calor. Sólo quédate

quieto, tal vez un vientecito

soplará, tal vez un vientecito.

 

 

Dulces Ancianas 

 

Una mujer quiere sentarse sobre el lindero de la ciudad

 a esperar que las muchachas jóvenes se reúnan a sus pies,

y aprender el patrón de la hierba tejido en canastos

o el secreto del suave regusto en el estofado—

y ella dice en voz alta, yo sólo meto mi pie y revuelvo,

lo que es suficiente para un día de reverencia cuando la edad

es un bálsamo sobre todos los pecados. Sólo algunas veces, una se

aproximará con lágrimas o el lamento de algún amor

magullado en ella—el peso de la culpa sobre su pecho, una muchacha

llena de preguntas acerca del sabor del amor, la otra

que pregunta por qué la gente no cae muerta en lugar

de cargar la piedra en su pecho enamorado.

Algunas veces, ella la sienta, y ellas observan

la forma en que la luz cae a través de la calle,

las sombras alargándose—y en este silencio

ella gorgorea una dulzura honda que crece

hasta volverse risa abierta, lo que es equívoco

en este tiempo de congoja, pero incluso la muchacha

debe soltar una risita, enjugando su rostro para esconder sus dientes,

desafiando con esta pregunta, como si esta mujer

extendida hasta derramarse desde su taburete, al fin

hubiera enloquecido.

Pero las mujeres locas hablarán;

la vieja mujer loca desenfundará la historia que carga

dentro de ella, las historias que han estado escondidas,

incluso mientras bailaban sobre sus cabezas,

han hecho que sus pieles cosquilleen, que sus suaves carcajadas

burbujeen en funerales, en despertares, al borde de la cama

de algún alma agonizante. Las viejas mujeres locas, si lo pides,

te contarán los secretos que guardan, los hombres

que han mantenido como rehenes de sus caderas en la gruta

verde atrás del cementerio, los hombres que lloraron

por estar al tanto de otros amantes, los hombres que se derrumbaron

cuando sus penes se quedaron flácidos, inservibles

pese a las presunciones, las promesas, u hombres que las han

convertido en suaves flores, luego las han despedazado

pétalo por pétalo en la bacanal del deseo, aullando,

aullando; hombres que las han hecho despertar tarde en la noche

para caminar a través de campos enfangados rastreando

el hambre de sus lujurias; y mujeres que los tocaron

tan tiernamente, en sus llegadas entre aquellas

ocultas alcobas donde las mujeres cosen trajes,

queman pelo, y comparten los balbuceos de las heridas

que han nacido—allí en aquellos cuartos olorosos

a mentol, ellas sintieron sus pieles vueltas

de revés, sus ojos caer profundo en la oscuridad,

cuando extraviaron el sentido de las palabras

por primera vez, por la única vez;

cuando, en el agitado calor nervioso del desenlace,

prometieron no hablar nunca de esto,

pero siempre llevar su recuerdo adentro de sí;

para que aun ahora, cuando piensan en un nombre

tal como Lucy o Merle o Eartha o Una,

todavía sienten el rocío del deseo en sus vaginas.

 

Las viejas mujeres locas cargan estas cosas y más

dentro de ellas, y si son empujadas, si son motivadas

entonarán un himno y luego hablarán del sentido

del deseo.  Una mujer quiere envejecer

como tales mujeres, las guardianas de la entrada.

Mujeres que harán comprender incluso a la más

díscola de las mujeres, que el ansia

en ellas, el gusto por lo dulce en aquellos días

cuando la sangre se amontona profundo en ellas

es la promesa de Dios, y la risa

es la curación, y que los recuerdos alargan los días

cuando son entibiados con tan gruesos

placeres. Una mujer quiere reunir

sus secretos para así poder tener sueños

cuando los días se hagan más oscuros y fríos.

Una mujer quiere envejecer como estos dulces

mujeres viejas, copiosos pechos llenas de cien

abrazos, y risa lo bastante amplia

para aliviar lo roto mujeres con recuerdos

que no se gangrenan, sino que continúan floreciendo

en frescas y más frescas flores.

 

 

 

La Gloria ha Dejado el Templo

para Gabriel García Márquez

 

Para contarlo, debo llamarlo un sueño.

Un sueño sobre la costa caribeña de Colombia

donde un hermoso hombre negro sirve

gruesos omelettes, caóticos de cebollas y champiñones

a una variedad de inconformes, obreros del puerto,

profesores, mucamas, tres oficiales de policía,

cinco prostitutas y un puñado de abogados a medianoche;

ensopando el ron coagulado en sus vientres

con gruesos pedazos de pastoso pan blanco.

Antonio, el chef negro con agraciado ropaje

tiene una mano extendida desde su vientre

para agarrar carbones calientes, y sobre su cabeza

las entrelazadas ruedas girando

con ojos inquietos parpadeando lágrimas

pero siguiendo cada movimiento nuestro. La tierra 

se ha extenuado con tantísima sangre.

Cada uno está contando las fatalidades

como si fueran resultados de partidos de fútbol.

Pudiera llamarlo un sueño, una especie de

apocalipsis Garciamarquiano, la crónica

de un novelista a quien se entregan las resmas

de papel sobre las cuales profetizará

al viento. En cambio, admitiré

la verdad: he estado sentado en un cálido

aposento con abundante olor a incienso

y al sudor de los clérigos que han perdido

el lenguaje para consolar al desconsolado;

clérigos cuyos ídolos se han derrumbado

entre el polvo. Yo estoy oyendo el viento,

la voz que en el viento me dice

que lo escriba todo. Así que lo hago.

 

 

 

Hombre Sabio

Buscando un dios que venga desde el espacio exterior,

Tantos despistados etíopes se han extraviado      

Canción de Toots and the Maytals: “Los despistados etíopes”

 

Anhelo ser un hombre sabio

en las sombras.

 

El problema está en el discernimiento.

 

Las mujeres llevan joyas

y ondean velos para atraparnos

 a nosotros despistados etíopes,

mientras los profetas se amontonan

con maquillaje completo

en el estudio de televisión

para anunciar milagroso conocimiento

a millones de espectadores.

 

Posibilidades hay de que hallarás

entre la devota congregación

contemplando mudamente las pantallas planas

por lo menos a uno con el dedo del pie canceroso,

o a un cónyuge blasfemo,

o con predilección por el porno,

o con agudo dolor de espalda

esperando que en la pantalla

nombren su nombre,

nombren su dolor.

 

El hombre sabio entre las sombras

susurra el final de las cosas

mientras el mundo sigue

el patrón de las bestias

alimentándose con gusanos

para ser festín de los gusanos.

 

Amén.

 

 

Exorcismo

Para Edgar Alan Poe

 

Los borrachos miran a través de la penumbra, escuchan voces;

el blues man borracho conoce la neblina

de perturbados espíritus, vocifera estruendosamente

ante el modo en que su piel se eriza como si

un suave viento frío se hubiera agitado en este horno

de un aposento de Pittsburg; los muertos

se sienten atraídos ante la promesa de whisky.

 

Cuán relajado está tras la sudorosa

lucha con la bestia, cuán calmadamente

se aleja él después—como si ya hubiera

hecho esto antes, la danza de cuerpos

golpeados contra muros—no es fácil

matar a un hombre con tus manos

por vivir pelearían por cualquier razón.

 

Cualquier niño que ve el cuerpo hinchado

de un espíritu familiar, así sea una vez,

quedará marcado de por vida—no por una maldición

sino por un sorprendente ungimiento, como si

los muertos estuvieran siempre con nosotros. Ella

sabe que puedes combatir

a los muertos, silenciarlos con un cuerpo

alerta con cada uno de sus músculos, ella aprende.

La “Nave de Sión” llena el cuarto.

Tantas naves han detenido los perturbados

sueños del pueblo negro. Ahora la “Nave

de Sión” revuelve algún antiguo gen

que convierte el resplandeciente

ondear del mar abierto en un detonador

de llantos, a causa de recuerdos más viejos que la

razón.  “La Nave de Sión” se acuna

contra el codazo de las olas,

y el miedo a morir ahogada,

retorna a la mujer que canta

con esa voz robusta mientras el espíritu

mira fijamente a través de la penumbra.

 

El hombre borracho colapsará

eventualmente, sin más lucha.

El cuerpo del luchador cederá,

la tensión de la nuca, la tensionada

prensa contra toda paz.

Este niño verá y conocerá.

¡Canta, mujer, canta, mujer, canta!

 

 

Muerte

 

Primero muere tu perro y oras

al Espíritu Santo para alzar el inútil

bulto en el saco, pero el nombre de Jesús

no es amuleto mágico; crepúsculos y

moscas se reúnen. Es así como muere

la fe. Al amanecer conoces a la muerte;

la forma en que arriba y crece luego

silenciosa. La muerte triunfa. Entonces sales

a la maraña de maleza espinosa detrás

del granero; y persuades un gato

negro hasta tus dedos. Le permites lamer

leche y saliva de tu mano antes

de retorcer su cuello hasta que se

alborota, arañando desgarra tu piel,

sus ojos crecen como platillos.

Un gato muerto es liviano como uno

vivo, no está rígido, no aún. Agarras

su cola y lo arrojas tan lejos como puedes. Los cuervos lo

encuentran primero; pero entonces el hedor

de las porquerizas oculta la llaga

de la muerte. Ahora conoces el poder

de la muerte, sabes que lo tienes,

que puedes quitar la vida en un segundo

y despertar igual el día siguiente.

Por eso es que no puedes temer a la muerte.

Has visto el cuello roto

de un hombre en un aljibe, tú sabes quién

lo empujó sobre el borde del aljibe,

haciéndolo rodar; sabes todo acerca

de la sangre sobre la tierra. Sabes que

un perro muerto es un gato muerto es un hombre

muerto. Ahora miras al rostro de un hombre blanco

le hablas sobre los precios del algodón y los precios de la tierra,

ríes con tu amplia risa boquiabierta

en su rostro, y él sabe una cosa

de ti: que conoces el poder

de la muerte, y morirás tan fácilmente

como vives. Así es como un hombre toma

lo que quiere, como un hombre

vuelca al mundo en sueños,

ingiere una comida sólida y espera

la muerte como si nada,

como el cielo despejado, como la luz

al alba temprano. Como un hombre

de escudo rojo, pantalones a rayas, sombrero

de copa negro, bufanda amarilla

y pañuelo mojado en agua

de colonia para neutralizar

el hedor de su boca.

 

 

El Último Poema

 

 

... Para nosotros, lo único que hay es intentar. Lo demás no es asunto nuestro...

                                                                                       (Parafraseando a Eliot.)

 

 

 

Esto lo escuché, tal vez en un sueño,

quisiera creer que fue la voz de Dios

alivianando un poco mi alma cargada.

 

Llegó, no como el viento de las colinas,

Tampoco llama celeste con la cifra sangrienta

de su dedo. No fue aquel el balido justo a destiempo

 

de un carnero expulsado en la llanura. Hay de mí,

tales fueron las palabras de un poeta muerto,

sin evidencia de salvación, sin apoyo;

 

sin promesa de retorno ni bendiciones por obediencia,

solo el flirteo de un poeta con la cadencia

de un dios. Entonces me senté entre las rosas

 

y masqué hojas amargas. El peso

del mandato del Señor agachó

mi cabeza rota, y las hojas del delgado

 

tomo de versos, este cuarteto, esta clandestina fantasía, esta esperanza

para el poder de los hacedores de la tierra, los rompedores de la piedra,

crujía insignificante e impotente como un poema.

 

 

Expulsando Demonios

 

 

Desde la cueva, una risa gorgojea hasta la superficie.

Has aprendido el dialecto de mis oraciones,

su jerga reglamentada. Ríes, yo lo expulso;

son legión; siguen regresando.

Vine a verte en el día porque a pesar de

mi fe, temo el terror de la noche, la repentina

luz del camino juega con mis nervios.  Imagino tu

valle: la oscuridad, tú preguntándote por el

mañana: ecuaciones imposibles. Hace

una semana, te arrastré desde el sanitario. Pensé

que te hallaría sangrando. Sólo

llorabas.  Llegué.  Me sostuviste, aplastándome.

 

Te entrenamos bien.  Una pelota aplastada

sobre una cerca y tú siempre fuiste nuestro

emisario, al que suplicar.  Siempre fuiste

el catador de las aguas, el que pregunta al anciano

por los duros asuntos, para enfrentar la ira, para enfrentar la oscuridad

a la que temíamos y al soplo del rechazo

con el arte genial de las lágrimas y la súplica abierta del perpetuo infante.

Ellos nunca dijeron.  Te parece poco

ahora atravesar esto, como si en cualquier

momento, volvieras sonriendo

recompensado con la pelota en la mano, la respuesta lista.

 

Oro sobre tu frente resplandeciente.

Tus brazos revestidos de nervios; eres mi

más fina versión y no suficientemente extraña

para la separación necesaria de los extraños.

Es más fácil expulsar demonios

de extraños porque no estoy familiarizado

con la línea que separa las personalidades,

y mi fe no está probada por la lógica

de la sicología. Es toda fuego y espíritu.

 

Yo farfullo mis lenguas lentamente como el

denso aire viciado de la habitación.  Estoy esperando

que ardan en llamas, que les crezcan alas, para

alivianar tu cabeza, limpiarla, para devolverte al niño

que solía reír conmigo por horas

por una simple imagen de soldados de pies romanos,

aplastados por Asterix y Obelix, sus sandalias

suspendidas como una vacía espiral de cuero—

la mirada de violencia cómica—cómo reíamos.

El niño se ha ido. Quiero encontrarlo,

pero estás creciendo demasiado rápido para él.

Retornar sería para retrasar todo el amor—la barba,

la voz, la caída de la grasa, la edad

en tus ojos. Algunas veces contemplo el miedo,

como si hasta ahora en el receso de su cueva,

Estuvieras tratando de decir algo,

tratando de otorgarme la fe para creer.

Tomado de:

https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/88_89/dawes.html

 

 

Vagabundos y vagabundos

 

Carolina del Sur, c.1950

 

Tienes ese chaleco limpio,

El blanco brillante de un traje bien confeccionado.

Camisa, tienes esos pantalones holgados como sacos

Pantalones y unos zapatos lustrados,

Y ya sabes, si estás mirando

como el dinero, o a punto de dar un paseo,

inclinar ese sombrero como si fuera tuyo

el mundo; sí, fuma tu pipa,

Enrolle su tabaco y manténgalo suelto

Como autoridad, tus músculos, ágiles

y duro; y de vez en cuando, cuando

Sientes la urgencia, metes la mano en la cintura.

bolsillo y saca ese reloj en su

cadena, luego mira al cielo y di

Va a hacer frío cuando llegue.

Como si Dios te hubiera dado ese reloj elegante

Para predecir el futuro, estas son las formas más fáciles

muchachos del buen sur; esperando

Lo que está fuera de contexto:

El sheriff con sus preguntas, el

furgón policial, la cuadrilla de la cadena, el peso

del mundo. Esperando, con tanta delicadeza

dignidad, voluble como el cielo estacional.

Tomado de:

https://www.poetryfoundation.org/poetrymagazine/poems/146232/vagrants-and-loiterers

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