CUERDA
Sostener nuestras vidas juntos en el carro
antes de la lenta marcha después de medianoche
por caminos traseros, manejando ciegos, el aroma
del escape mareándonos, cada
sombra en los campos una amenaza de clases;
usamos cuerda del ancho de dos pulgares lado a
lado,
jalando fuerte en el nudo para mantener nuestras
partes de caer en el borde del camino. Nosotros
hemos mantenido esta cuerda flexible con aceite,
uso constante, nunca dejándola estar
quieta suficiente tiempo como para que se pudra.
Es duro
mirar al retorcido silencio de nuestra
más fuerte cuerda y no pensar en aquello que
ha sostenido; el pesado gris-verde
estropeado balde golpeando los costados
de piedra de la pared; el agua de encima
derramándose
de nuevo hacia abajo, esta apreciable substancia,
llevando nuestras vidas; la yegua, blanca
y gris, andando pesadamente a través del ancho
abierto campo al ocaso, su cabeza pesando
con labor, la cuerda una caricia
contra su cuello, la forma en que ella
gira ante un gentil tirón, nosotros
sostenemos el balance de nuestra necesidad
con delgada cuerda; el peso muerto
de Junebug al amanecer, su piel aún
vaporosa, su hermosa piel negra
atrapando la luz matinal, tierna
entre las hojas, cómo lo encontramos
ahí, su cuello estirado, la envoltura
de varias yardas de tensa cuerda
alrededor de una rama inclinada; dónde
lo encontramos, cómo desamarramos el nudo,
bajamos su cuerpo hacia nuestros
brazos luego lo cargamos como la bandera
de un soldado; llevándolo hacia atrás del carro
temblando junto con su hinchado cuerpo.
Esta ordinaria cuerda, este regalo
que no podemos olvidar, este recuerdo
de aquello que hemos perdido. Algún día,
un alma saldrá de los campos
a reclamarlo, y entonces sabremos.
SI LA CONOCES
Si conoces a tu mujer, conoces sus ritmos,
conoces sus maneras; si le has prestado atención
todos estos años, sabrás
cómo ella va y viene, cómo se desliza
lejos incluso si está parada en
el mismo lugar, sabrás que su
mundo está suavemente derivándose de ti, y que
ella
quizás no lo haga intencionadamente, porque lo que
pasa
es que está asustada de ser todo, asustada
de encontrarse a ella misma en ti siempre
asustada de que un día se pregunte,
con sus plenos y propios cuarenta años, dónde
ha estado; si conoces a tu mujer,
sabrás que casi siempre ella
volverá, pero algunas veces, cuando
se va así, algo puede hacerla
resbalar; y entonces regresar es difícil.
Si conoces a tu mujer, puedes
saberlo por la forma en que usa tacones,
y no se contonea para ti
porque no lo hace por ti – cómo
se comprará unas botas de cuero
sin decirte una palabra al respecto,
y sólo lo notas cuando camina
en una noche, y ella dice que las tiene
desde siempre, verás la forma
en que pierde peso y pretende
que no es nada, pero cuando ella no te está viendo
mirarla, puedes ver cómo enfrenta al espejo
levanta su busto para señalar un perfil,
y cómo casualmente se mira
el trasero buscando signos vitales. Si conoces
a tu mujer, cuando te hayas ido, ella
encontrará cosas que hacer, como caminar
sola, ir a ver una película, encontrar un parque,
recolectar sus secretos y tu no sabrás,
porque ella está viendo por sí misma.
Y ella no te dirá que quiere
escuchar lo que los hombres paseantes dicen cuando
ella camina cerca de ellos; porque lo que tú dices
no es suficiente. Si conoces a tu
mujer, sabes cuándo se está yendo
lejos y sentirás el amplio
agujero de tu amor, y no puedes
explicar por qué ella escucha y tararea
canciones que no sabías que escuchaba
antes, y ella reirá suavemente
por nada. Si conoces a tu
mujer, verás como ella va
y viene, y todo lo que puedes hacer es esperar
y rezar para que ella vuelva a ti,
porque sabes que tus pecados
son suficiente para que ella te deje y no vuelva.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2014/12/poesia-norteamericana-kwame-dawes/
Boceto
Con grafito suavizo tus huesos,
hago exótica la ausencia de tus pestañas,
exhibo tus dedos, largos y elegantes,
acunando una ciruela, la luz de su jugo
llameando bermellón a través de la tensa piel.
Hago un aguafuerte de tu mirada, tierna, tierna
junto a tu frente donde el dolor
ha marchitado la piel, suavemente
como si, entre el blando plomo, pudiera calmarlo
por completo, hacerlo que se esfume. Te encaminas.
Con la mullida palma de mi mano
acaricio el liso resplandor de tu cabeza,
luego aclaro una línea gris donde tus cejas
estaban – ahora no hay nada –
estas marcas de lo que has sufrido.
Por estos días, los cuerpos se derrumban
junto a mí, los muertos, desesperados por sanar
se extenúan, estoicos, luego calladamente parten.
Mis ennegrecidos dedos te hacen redonda,
mullida como una fruta recién cogida.
Mañana yo te levanto, pájaro de huesos,
miembros suavemente colapsados.
Hay luz de sol arrastrándose a través del césped.
Pese a la sequía, está vigorosamente verde,
excepto el estrecho sendero de viejo pasto que
dejamos,
ahora perturbado por el abandono entre un áspero
zumbido de corte;
y esto también es un símbolo de lo que hemos
perdido.
Es agosto en Columbia. Nada
puede luchar con este calor. Sólo quédate
quieto, tal vez un vientecito
soplará, tal vez un vientecito.
Dulces Ancianas
Una mujer quiere sentarse sobre el lindero de la
ciudad
a esperar
que las muchachas jóvenes se reúnan a sus pies,
y aprender el patrón de la hierba tejido en
canastos
o el secreto del suave regusto en el estofado—
y ella dice en voz alta, yo sólo meto mi pie y
revuelvo,
lo que es suficiente para un día de reverencia
cuando la edad
es un bálsamo sobre todos los pecados. Sólo
algunas veces, una se
aproximará con lágrimas o el lamento de algún amor
magullado en ella—el peso de la culpa sobre su
pecho, una muchacha
llena de preguntas acerca del sabor del amor, la
otra
que pregunta por qué la gente no cae muerta en
lugar
de cargar la piedra en su pecho enamorado.
Algunas veces, ella la sienta, y ellas observan
la forma en que la luz cae a través de la calle,
las sombras alargándose—y en este silencio
ella gorgorea una dulzura honda que crece
hasta volverse risa abierta, lo que es equívoco
en este tiempo de congoja, pero incluso la
muchacha
debe soltar una risita, enjugando su rostro para
esconder sus dientes,
desafiando con esta pregunta, como si esta mujer
extendida hasta derramarse desde su taburete, al
fin
hubiera enloquecido.
Pero las mujeres locas hablarán;
la vieja mujer loca desenfundará la historia que
carga
dentro de ella, las historias que han estado
escondidas,
incluso mientras bailaban sobre sus cabezas,
han hecho que sus pieles cosquilleen, que sus
suaves carcajadas
burbujeen en funerales, en despertares, al borde
de la cama
de algún alma agonizante. Las viejas mujeres
locas, si lo pides,
te contarán los secretos que guardan, los hombres
que han mantenido como rehenes de sus caderas en
la gruta
verde atrás del cementerio, los hombres que
lloraron
por estar al tanto de otros amantes, los hombres
que se derrumbaron
cuando sus penes se quedaron flácidos, inservibles
pese a las presunciones, las promesas, u hombres
que las han
convertido en suaves flores, luego las han despedazado
pétalo por pétalo en la bacanal del deseo,
aullando,
aullando; hombres que las han hecho despertar
tarde en la noche
para caminar a través de campos enfangados
rastreando
el hambre de sus lujurias; y mujeres que los
tocaron
tan tiernamente, en sus llegadas entre aquellas
ocultas alcobas donde las mujeres cosen trajes,
queman pelo, y comparten los balbuceos de las
heridas
que han nacido—allí en aquellos cuartos olorosos
a mentol, ellas sintieron sus pieles vueltas
de revés, sus ojos caer profundo en la oscuridad,
cuando extraviaron el sentido de las palabras
por primera vez, por la única vez;
cuando, en el agitado calor nervioso del
desenlace,
prometieron no hablar nunca de esto,
pero siempre llevar su recuerdo adentro de sí;
para que aun ahora, cuando piensan en un nombre
tal como Lucy o Merle o Eartha o Una,
todavía sienten el rocío del deseo en sus vaginas.
Las viejas mujeres locas cargan estas cosas y más
dentro de ellas, y si son empujadas, si son
motivadas
entonarán un himno y luego hablarán del sentido
del deseo.
Una mujer quiere envejecer
como tales mujeres, las guardianas de la entrada.
Mujeres que harán comprender incluso a la más
díscola de las mujeres, que el ansia
en ellas, el gusto por lo dulce en aquellos días
cuando la sangre se amontona profundo en ellas
es la promesa de Dios, y la risa
es la curación, y que los recuerdos alargan los
días
cuando son entibiados con tan gruesos
placeres. Una mujer quiere reunir
sus secretos para así poder tener sueños
cuando los días se hagan más oscuros y fríos.
Una mujer quiere envejecer como estos dulces
mujeres viejas, copiosos pechos llenas de cien
abrazos, y risa lo bastante amplia
para aliviar lo roto mujeres con recuerdos
que no se gangrenan, sino que continúan
floreciendo
en frescas y más frescas flores.
La Gloria ha Dejado el Templo
para Gabriel García Márquez
Para contarlo, debo llamarlo un sueño.
Un sueño sobre la costa caribeña de Colombia
donde un hermoso hombre negro sirve
gruesos omelettes, caóticos de cebollas y
champiñones
a una variedad de inconformes, obreros del puerto,
profesores, mucamas, tres oficiales de policía,
cinco prostitutas y un puñado de abogados a
medianoche;
ensopando el ron coagulado en sus vientres
con gruesos pedazos de pastoso pan blanco.
Antonio, el chef negro con agraciado ropaje
tiene una mano extendida desde su vientre
para agarrar carbones calientes, y sobre su cabeza
las entrelazadas ruedas girando
con ojos inquietos parpadeando lágrimas
pero siguiendo cada movimiento nuestro. La
tierra
se ha extenuado con tantísima sangre.
Cada uno está contando las fatalidades
como si fueran resultados de partidos de fútbol.
Pudiera llamarlo un sueño, una especie de
apocalipsis Garciamarquiano, la crónica
de un novelista a quien se entregan las resmas
de papel sobre las cuales profetizará
al viento. En cambio, admitiré
la verdad: he estado sentado en un cálido
aposento con abundante olor a incienso
y al sudor de los clérigos que han perdido
el lenguaje para consolar al desconsolado;
clérigos cuyos ídolos se han derrumbado
entre el polvo. Yo estoy oyendo el viento,
la voz que en el viento me dice
que lo escriba todo. Así que lo hago.
Hombre Sabio
Buscando un
dios que venga desde el espacio exterior,
Tantos
despistados etíopes se han extraviado
Canción de
Toots and the Maytals: “Los despistados etíopes”
Anhelo ser un hombre sabio
en las sombras.
El problema está en el discernimiento.
Las mujeres llevan joyas
y ondean velos para atraparnos
a nosotros
despistados etíopes,
mientras los profetas se amontonan
con maquillaje completo
en el estudio de televisión
para anunciar milagroso conocimiento
a millones de espectadores.
Posibilidades hay de que hallarás
entre la devota congregación
contemplando mudamente las pantallas planas
por lo menos a uno con el dedo del pie canceroso,
o a un cónyuge blasfemo,
o con predilección por el porno,
o con agudo dolor de espalda
esperando que en la pantalla
nombren su nombre,
nombren su dolor.
El hombre sabio entre las sombras
susurra el final de las cosas
mientras el mundo sigue
el patrón de las bestias
alimentándose con gusanos
para ser festín de los gusanos.
Amén.
Exorcismo
Para Edgar Alan Poe
Los borrachos miran a través de la penumbra,
escuchan voces;
el blues man borracho conoce la neblina
de perturbados espíritus, vocifera
estruendosamente
ante el modo en que su piel se eriza como si
un suave viento frío se hubiera agitado en este
horno
de un aposento de Pittsburg; los muertos
se sienten atraídos ante la promesa de whisky.
Cuán relajado está tras la sudorosa
lucha con la bestia, cuán calmadamente
se aleja él después—como si ya hubiera
hecho esto antes, la danza de cuerpos
golpeados contra muros—no es fácil
matar a un hombre con tus manos
por vivir pelearían por cualquier razón.
Cualquier niño que ve el cuerpo hinchado
de un espíritu familiar, así sea una vez,
quedará marcado de por vida—no por una maldición
sino por un sorprendente ungimiento, como si
los muertos estuvieran siempre con nosotros. Ella
sabe que puedes combatir
a los muertos, silenciarlos con un cuerpo
alerta con cada uno de sus músculos, ella aprende.
La “Nave de Sión” llena el cuarto.
Tantas naves han detenido los perturbados
sueños del pueblo negro. Ahora la “Nave
de Sión” revuelve algún antiguo gen
que convierte el resplandeciente
ondear del mar abierto en un detonador
de llantos, a causa de recuerdos más viejos que la
razón. “La
Nave de Sión” se acuna
contra el codazo de las olas,
y el miedo a morir ahogada,
retorna a la mujer que canta
con esa voz robusta mientras el espíritu
mira fijamente a través de la penumbra.
El hombre borracho colapsará
eventualmente, sin más lucha.
El cuerpo del luchador cederá,
la tensión de la nuca, la tensionada
prensa contra toda paz.
Este niño verá y conocerá.
¡Canta, mujer, canta, mujer, canta!
Muerte
Primero muere tu perro y oras
al Espíritu Santo para alzar el inútil
bulto en el saco, pero el nombre de Jesús
no es amuleto mágico; crepúsculos y
moscas se reúnen. Es así como muere
la fe. Al amanecer conoces a la muerte;
la forma en que arriba y crece luego
silenciosa. La muerte triunfa. Entonces sales
a la maraña de maleza espinosa detrás
del granero; y persuades un gato
negro hasta tus dedos. Le permites lamer
leche y saliva de tu mano antes
de retorcer su cuello hasta que se
alborota, arañando desgarra tu piel,
sus ojos crecen como platillos.
Un gato muerto es liviano como uno
vivo, no está rígido, no aún. Agarras
su cola y lo arrojas tan lejos como puedes. Los
cuervos lo
encuentran primero; pero entonces el hedor
de las porquerizas oculta la llaga
de la muerte. Ahora conoces el poder
de la muerte, sabes que lo tienes,
que puedes quitar la vida en un segundo
y despertar igual el día siguiente.
Por eso es que no puedes temer a la muerte.
Has visto el cuello roto
de un hombre en un aljibe, tú sabes quién
lo empujó sobre el borde del aljibe,
haciéndolo rodar; sabes todo acerca
de la sangre sobre la tierra. Sabes que
un perro muerto es un gato muerto es un hombre
muerto. Ahora miras al rostro de un hombre blanco
le hablas sobre los precios del algodón y los
precios de la tierra,
ríes con tu amplia risa boquiabierta
en su rostro, y él sabe una cosa
de ti: que conoces el poder
de la muerte, y morirás tan fácilmente
como vives. Así es como un hombre toma
lo que quiere, como un hombre
vuelca al mundo en sueños,
ingiere una comida sólida y espera
la muerte como si nada,
como el cielo despejado, como la luz
al alba temprano. Como un hombre
de escudo rojo, pantalones a rayas, sombrero
de copa negro, bufanda amarilla
y pañuelo mojado en agua
de colonia para neutralizar
el hedor de su boca.
El Último Poema
... Para nosotros, lo único que hay es intentar.
Lo demás no es asunto nuestro...
(Parafraseando a Eliot.)
Esto lo escuché, tal vez en un sueño,
quisiera creer que fue la voz de Dios
alivianando un poco mi alma cargada.
Llegó, no como el viento de las colinas,
Tampoco llama celeste con la cifra sangrienta
de su dedo. No fue aquel el balido justo a
destiempo
de un carnero expulsado en la llanura. Hay de mí,
tales fueron las palabras de un poeta muerto,
sin evidencia de salvación, sin apoyo;
sin promesa de retorno ni bendiciones por
obediencia,
solo el flirteo de un poeta con la cadencia
de un dios. Entonces me senté entre las rosas
y masqué hojas amargas. El peso
del mandato del Señor agachó
mi cabeza rota, y las hojas del delgado
tomo de versos, este cuarteto, esta clandestina
fantasía, esta esperanza
para el poder de los hacedores de la tierra, los
rompedores de la piedra,
crujía insignificante e impotente como un poema.
Expulsando Demonios
Desde la cueva, una risa gorgojea hasta la
superficie.
Has aprendido el dialecto de mis oraciones,
su jerga reglamentada. Ríes, yo lo expulso;
son legión; siguen regresando.
Vine a verte en el día porque a pesar de
mi fe, temo el terror de la noche, la repentina
luz del camino juega con mis nervios. Imagino tu
valle: la oscuridad, tú preguntándote por el
mañana: ecuaciones imposibles. Hace
una semana, te arrastré desde el sanitario. Pensé
que te hallaría sangrando. Sólo
llorabas.
Llegué. Me sostuviste,
aplastándome.
Te entrenamos bien. Una pelota aplastada
sobre una cerca y tú siempre fuiste nuestro
emisario, al que suplicar. Siempre fuiste
el catador de las aguas, el que pregunta al anciano
por los duros asuntos, para enfrentar la ira, para
enfrentar la oscuridad
a la que temíamos y al soplo del rechazo
con el arte genial de las lágrimas y la súplica
abierta del perpetuo infante.
Ellos nunca dijeron. Te parece poco
ahora atravesar esto, como si en cualquier
momento, volvieras sonriendo
recompensado con la pelota en la mano, la
respuesta lista.
Oro sobre tu frente resplandeciente.
Tus brazos revestidos de nervios; eres mi
más fina versión y no suficientemente extraña
para la separación necesaria de los extraños.
Es más fácil expulsar demonios
de extraños porque no estoy familiarizado
con la línea que separa las personalidades,
y mi fe no está probada por la lógica
de la sicología. Es toda fuego y espíritu.
Yo farfullo mis lenguas lentamente como el
denso aire viciado de la habitación. Estoy esperando
que ardan en llamas, que les crezcan alas, para
alivianar tu cabeza, limpiarla, para devolverte al
niño
que solía reír conmigo por horas
por una simple imagen de soldados de pies romanos,
aplastados por Asterix y Obelix, sus sandalias
suspendidas como una vacía espiral de cuero—
la mirada de violencia cómica—cómo reíamos.
El niño se ha ido. Quiero encontrarlo,
pero estás creciendo demasiado rápido para él.
Retornar sería para retrasar todo el amor—la
barba,
la voz, la caída de la grasa, la edad
en tus ojos. Algunas veces contemplo el miedo,
como si hasta ahora en el receso de su cueva,
Estuvieras tratando de decir algo,
tratando de otorgarme la fe para creer.
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/88_89/dawes.html
Vagabundos y vagabundos
Carolina del Sur, c.1950
Tienes ese chaleco limpio,
El blanco brillante de un traje bien
confeccionado.
Camisa, tienes esos pantalones holgados como sacos
Pantalones y unos zapatos lustrados,
Y ya sabes, si estás mirando
como el dinero, o a punto de dar un paseo,
inclinar ese sombrero como si fuera tuyo
el mundo; sí, fuma tu pipa,
Enrolle su tabaco y manténgalo suelto
Como autoridad, tus músculos, ágiles
y duro; y de vez en cuando, cuando
Sientes la urgencia, metes la mano en la cintura.
bolsillo y saca ese reloj en su
cadena, luego mira al cielo y di
Va a hacer frío cuando llegue.
Como si Dios te hubiera dado ese reloj elegante
Para predecir el futuro, estas son las formas más
fáciles
muchachos del buen sur; esperando
Lo que está fuera de contexto:
El sheriff con sus preguntas, el
furgón policial, la cuadrilla de la cadena, el
peso
del mundo. Esperando, con tanta delicadeza
dignidad, voluble como el cielo estacional.
Tomado de:
https://www.poetryfoundation.org/poetrymagazine/poems/146232/vagrants-and-loiterers
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