jueves, 18 de junio de 2015

Cinco poemas de Fayad Jamis

Abrí la verja de hierro 



Abrí la verja de hierro,
Sentí como chirriaba, tropecé en algún tronco
y miré una ventana encendida, pero la madrugada
devoraba las hojas y tú no estabas allí diciéndome
que el mundo está roto y oxidado. Entré,
subí en silencio las escaleras, abrí otra puerta,
me quité el saco, me senté, me dije estoy sudando,
comencé a golpear mi pobre máquina de hablar,
de roncar y de morir (tú dormías, tú duermes,
tú no sabes cuánto te amo), me quité la corbata y la camisa,
me puse el alma nueva que me hiciste esta tarde,
seguí tecleando y maldiciendo, amándote y mordiéndome
los puños. Y de pronto llegaron hasta mí otras voces:
iban cantando cosas imposibles y bellas, iban encendiendo
la mañana, recordaban besos que se pudrieron en el río,
labios que destruyó la ausencia. Y yo no quise decir nada
más: no quiero hablar, acaso en el chirrido
de la verja rompí cruelmente el aire de tu sueño.
Qué importa entrar o salir o desnacer.
Me quito los zapatos y los lanzo ciego,
 amorosamente, contra el mundo.

                                                                  (De: Abrí la verja de hierro, 1973)





Auschwitz no fue el jardín de mi infancia


Auschwitz no fue el jardín de mi infancia. Yo crecí
entre bestias y yerbas y en mi casa
la pobreza encendía su candil en las noches.
Los árboles se cargaban de nidos y de estrellas,
por los caminos pasaba asustándose una yegua muy blanca.

Auschwitz no fue el jardín de mi infancia. Sólo puedo
recordar el sacrificio de las lagartijas,
el fuego oscuro del hogar en las noches de viento,
las muchachas bañando sus risas en el río,
la camisa sudada de mi padre, y el miedo
ante el brutal aullido de las aguas.

Auschwitz no fue el jardín de mi infancia, comí caramelos
y lágrimas, en mi avión de madera conquisté
nubes de yerbas y no de piel humana.
Soy un privilegiado de este tiempo, crecí bajo la luz
violenta de mi tierra, nadie me obligó a andar
a cuatro patas, y cuando me preguntan mi nombre
un rayo parte la sombra de una guásima

                                                    (De: Abrí la puerta de hierro, 1973)



 A veces 

A veces, en el silencio del pasillo, algo salta,
rompe alguien algún viejo nombre.
La mosca enloquecida cruza zumbando, ardiendo
lejos de la telaraña luminosa.
Esto es así, tan solo; pero tan lleno de sorpresas.
Caserón de fantasmas sin hijos, en el polvo
hace nuevas ventanas, nuevos muebles y danzas.
No, tú no lo conoces, tú no me has visto mucho las pupilas
y por eso te llenas de lágrimas. Escúchame:
mi casa no es fuga; está lejos siempre.
Por estas escaleras se sube hasta lo negro.
Uno se cansa de subirlas y jadeando se duerme
sin saben ni los días, ni la fiebre, ni el ruido inmenso
de la ciudad que hierve al fondo. A veces, en el silencio del pasillo, alguien nace de pronto,
alguien que toca en la puerta sin número y que llama.
No, tú no has estado aquí jamás. Ni, tú no vengas.
Mi palabra es abrir,
pero es que casi siempre ando de viaje.


                                                      (De: Los párpados y el polvo, 1954)



Con tantos palos que te dio la vida 

Con tantos palos que te dio la vida
y aún sigues dándole a la vida sueños.
Eres un loco que jamás se cansa
de abrir ventanas y sembrar luceros.

Con tantos palos que te dio la noche,
tanta crueldad, frío y tanto miedo.
Eres un loco de mirada triste
que sólo sabe amar con todo el pecho,
fabricar papalotes y poemas y otras patrañas
que se lleva el viento.

Eres un simple hombre alucinado,
entre calles, talleres y recuerdos.
Eres un pobre loco de esperanzas
que siente como nace un mundo nuevo.
Con tantos palos que te dio la vida
y no te cansas de decir ”te quiero”.
                                                    Fuente Cancioneros



Contémplala: es muy bella


Contémplala: es muy bella, su risa golpea en la costa,
toda de iras y espumas. Pero mejor no intentes
decirle lo que piensas. Ella está en otro mundo
(tú no eres más que un extranjero de sus ojos, de su edad).
Dile, en todo caso, que te gustan las sardinas fritas,
sobre todo una tarde en que llueve
un inolvidable vino blanco.
Háblale del hermoso fuego de tu patria.
Ella es clara y oscura como la lluvia en que reina
su ciudad. Sus ojos se detienen en un punto movedizo
entre la estación del amor y un tiempo imprevisible.
Claro que a veces olvidas (por un instante, es cierto)
tu oficio de notario, y, como ser humano al fin,
te pones a hablar líricamente de política.
Lo mejor que puedes hacer es convencerte de que la poesía te completa,
comprobar que has cruzado el lindero del horror y la angustia,
escribir que una tarde recorriste la bella ciudad empedrada
para encontrar lo que no podía ser el amor
sino el poco de sueño que recuerda un gran sueño.


                                                 (De: Abrí la verja de hierro, 1973)

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