domingo, 12 de febrero de 2017

POEMAS DE RAINER MARIA RILKE


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Canciones de los ángeles


No he soltado a mi ángel mucho tiempo,
y se me ha vuelto pobre entre los brazos,
se hizo pequeño, y yo me hacía grande:
de repente yo fui la compasión;
y él, solamente. un ruego tembloroso.

Le .di su cielo entonces: me dejó
él lo cercano, de que él se marchaba;
a cernerse aprendió. yo aprendí vida,
y nos reconocimos . lentamente...

Aunque mi ángel no tiene ya deber,
por mi día más fuerte desplazado,
baja a veces su rostro con nostalgia,
como si no quisiera ya su cielo.

Querría alzar de nuevo, de mis pobres
días, sobre las cimas de los bosques
rumorosos, mis pálidas plegarias
basta la patria de los querubines.

Allí llevó mi llanto originario
y pensamientos; y mis diminutos
dolores se volvieron allí bosques
que susurran sobre él...

Sí algún día, en las tierras de la vida,
entre el ruido de feria y de mercado,
la palidez olvido de mi infancia
florecida, y olvido el primer ángel,
su bondad, sus ropajes y sus manos
en oración, su mano bendiciendo;
conservaré en mis sueños más secretos
siempre el plegarse de esas alas,
que como un ciprés blanco
quedaban detrás de él...

Sus manos se quedaron como ciegos
pájaros que, engañados por el sol,
cuando, sobre las olas, los demás
se fueron a perennes primaveras,
han de afrontar los vientos invernales
en los tilos vacíos, sin follaje.

Había en sus mejillas la vergüenza
de las novias, que el espanto del alma
tapan con púrpuras oscuras
ante el esposo.

Y en los ojos había
resplandor del primer día:
pero sobre todo
descollaban las alas portadoras...

Había expectación en la llanura
por un huésped que no acudió jamás:
aún pregunta tal vez el jardín trémulo:
su sonrisa después se vuelve inválida.

Y por los barrizales aburridos
se empobrece en la tarde la alameda,
las manzanas se angustian en las ramas
y les hacen sufrir todos los vientos.

Es donde están las últimas cabañas
y casas nuevas que, con pecho angosto,
se asoman estrujadas, entre andamios miedosos,
quieren saber dónde empieza el campo.

Allí la primavera siempre es pálida, a medias,
el verano es febril tras esas tablas:
enferman los ciruelos y los niños,
y tan sólo el otoño allí tiene algo

de remoto y conciliador: a veces
son sus tardes de suave derretirse:
dormitan las ovejas, y el pastor con zamarra
se apoya, oscuro, en la última farola.

Alguna vez ocurre en la honda noche
que se despierta el viento, como un niño,
y pasa la alameda, solitario,
quedo, quedo, llegando hasta la aldea.

Y a tientas va marchando hasta el estanque
y se para después a oír en torno:
y las casas están pálidas todas
y las encinas mudas...

Versión de Adrian Kovacsics


 

 “La Pantera”

(En LJardín des Plaintes. Paris)
Su mirada, cansada de ver pasar
las rejas, ya no retiene nada más.
Cree que el mundo está hecho
de miles de rejas y, más allá, la nada.
Con su caminar blando, pasos flexibles y fuertes,
gira en redondo en un círculo estrecho;
al igual que una danza de fuerzas en torno a un centro
en el que, alerta, reside una voluntad imponente.
Algunas veces, se alza el telón de sus párpados,
mudo. Una imagen viaja hacia dentro,
recorre la calma en tensión de sus miembros
y, cuando cae en su corazón, se funde y desvanece.
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Día de otoño


Señor: es hora. Largo fue el verano. 
Pon tu sombra en los relojes solares, 
y suelta los vientos por las llanuras. 

Haz que sazonen los últimos frutos; 
concédeles dos días más del sur, 
úrgeles a su madurez y mete 
en el vino espeso el postrer dulzor. 

No hará casa el que ahora no la tiene, 
el que ahora está solo lo estará siempre, 
velará, leerá, escribirá largas cartas, 
y deambulará por las avenidas, 
inquieto como el rodar de las hojas.

Versión de Jaime Ferreiro



Las elegías de Duíno 


Primera elegía


¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes 
angélicas? Y aun si de repente algún ángel 
me apretara contra su corazón, me suprimiría 
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada 
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces 
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente 
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible. 
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta 
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No 
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos 
animales que no nos sentimos muy seguros en casa, 
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás 
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días; 
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad 
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció, 
y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento 
lleno de espacio cósmico nos roe la cara: 
¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada, 
la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima 
al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes? 
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte. 
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen 
tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá 
los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo. 

Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias 
estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba 
en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas 
por una ventana abierta, se te entregaba un violín. 
Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla? 
¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como 
si todo ello te anunciara a una amada? 
¿Dónde intentas alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños 
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?. 
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es, 
en absoluto, suficientemente inmortal su famoso 
sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas, 
las encuentras mucho más amantes que las saciadas. 
Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable. 
Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él 
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento. 
Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge 
en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto 
dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa, 
y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado 
abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante: 
¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos 
dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es 
tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y, 
temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco, 
para ser, unidos en el salto, algo más que la sola 
flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte. 

Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos 
escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo; 
pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible, 
sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No 
que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero 
escucha el soplo, las noticia incesante que se forma 
del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han 
muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre 
tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas 
en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa 
para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa? 
¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio 
la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco 
el puro movimiento de sus espíritus. 

Realmente es extraño ya no habitar la tierra, 
ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas; 
a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias, 
ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser 
aquél que uno fue en interminables manos angustiadas 
y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete 
roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño, 
ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear 
tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso, 
y lleno de recuperación, de modo que uno rastree 
lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos 
cometen el mismo error de diferenciar demasiado 
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no 
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos. 
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas 
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas. 

Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron 
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como 
uno se emancipa con ternura de los senos de la madre. 
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos, 
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo 
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos? 
¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante 
las lamentaciones fúnebres por Linos, 
una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia 
inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio 
sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto 
se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración 
que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?

* * * 


Segunda elegía


Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco 
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes 
son ustedes. Los días de Tobías, ¿dónde quedaron?, 
cuando uno de los más radiantes apareció en el umbral 
sencillo de la casa un poco disfrazado para el viaje, 
ya no tremendo (muchacho para el muchacho, 
que se asomó, curioso). Si ahora avanzara el arcángel, 
el peligroso, desde atrás de las estrellas, un solo paso, 
que bajara y se acercara: el propio corazón, batiendo 
alto, nos mataría. ¿Quién es usted? 
Tempranos afortunados, ustedes, los mimados 
de la creación, cadena de cumbres, cordillera roja 
del amanecer de todo lo creado -polen de la divinidad 
floreciente, coyunturas de la luz, corredores, 
escalones, tronos, espacios del ser, escudos 
deliciosos, tumultos del sentimiento tormentosamente 
arrebatado, y de pronto, individualizados, espejos, 
ustedes, los que recogen nuevamente en sus propios 
rostros, la propia belleza que han irradiado. 

Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos; 
ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos, 
nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un olor cada 
vez más débil. Probablemente alguien nos diga: Sí, 
entras en mi sangre; este cuarto, la primavera se llena 
de ti..., ¿de qué sirve? Él no puede retenernos, 
nos desvanecemos en él y en torno suyo. 
Y aquellos que son hermosos, oh, ¿quién los retiene? 
Incesantemente la apariencia llega y se va de sus 
rostros. Como rocío de la hierba matinal se esfuma 
de nosotros lo que es nuestro, como el calor 
de un plato caliente. Oh, sonrisa ¿a dónde? Oh, 
mirada a lo alto: nueva, cálida, fugitiva 
ola del corazón; sin embargo, ay, somos eso. ¿Entonces 
el firmamento, en el que nos disolvemos, sabe 
a nosotros? ¿De veras los ángeles recapturan solamente 
lo suyo, lo que han irradiado, o a veces, como 
por descuido, hay algo nuestro en todo ello? ¿Estamos 
tan entremezclados en sus facciones, como la vaga 
expresión en los rostros de las mujeres preñadas? 
Ellos no lo advierten en el torbellino de su regreso 
a sí mismos. (¿Cómo habrían de advertirlo?). 

Los amantes podrían, si lo comprendieran, 
hablar extrañamente en el aire nocturno. Pues parece 
que todo nos oculta. Mira, los árboles son; las casas 
que habitamos permanecen todavía. Sólo nosotros pasamos 
de largo sobre todas las cosas como un cambio 
de vientos. Y todo se une para acallarnos, mitad 
por vergüenza quizás, y mitad por esperanza indecible. 

Amantes, a ustedes, satisfechos el uno en el otro, 
les pregunto por nosotros. Ustedes, los que se aferran 
a sí mismos. ¿Tienen pruebas? Miren, me ha ocurrido que 
mis manos se reconozcan entre sí, o que mi rostro ajado 
se refugie en ellas. Eso me da cierta sensación. ¿Pero 
quién, sólo por eso, se atrevió a creer que de veras 
es? Sin embargo ustedes, los que crecen el uno 
en el arrobo del otro, hasta que él suplica, abrumado: 
“Basta”; ustedes, los que crecen, bajo sus recíprocas 
manos, más exuberantes, como años de grandes uvas; 
los que mueren a veces, sólo porque el otro se ha 
expandido demasiado; a ustedes les pregunto por nosotros. 
Sé que se tocan tan dichosamente porque la caricia 
retiene, porque no desaparece el sitio que ustedes, 
los tiernos, ocupan; porque, debajo de todo ello, ustedes 
sienten la duración pura. Ustedes, de sus abrazos, 
por ello, casi se prometen eternidad. Sin embargo, cuando 
ya se han sostenido el sobresalto de la primera mirada, 
y ya ocurrieron las ansias junto a la ventana 
y del primer paseo juntos, una vez, por el jardín: 
Ustedes, amantes, ¿siguen todavía entonces siendo 
los mismos? Cuando el uno alza al otro hasta su boca 
y se unen -bebida con bebida-: ¡oh, de qué manera 
tan extraña el bebedor entonces se escapa de su función! 

¿No se asombraron ustedes, en las estelas áticas, 
de la prudencia de los gestos humanos? El amor 
y la despedida, ¿no fueron puestos demasiado 
ligeramente sobre los hombros, como si se tratara 
de seres hechos de otra materia que nosotros? 
Recuerden las manos, cómo se posan sin presión, aunque 
hay vigor en los torsos. Estos dueños de sí mismos 
lo sabían: Hasta aquí, nosotros; esto es lo nuestro, 
tocarnos así; que los dioses nos aprieten 
con mayor fuerza. Pero eso es cosa de los dioses. 
Si nosotros encontráramos también una pura, contenida, 
estrecha, humana franja de huerto, nuestra, entre 
río y roca. Pues nuestro propio corazón nos excede 
tanto como a aquéllos. Y ya no podemos mirarlo 
a través de imágenes que lo sosieguen, ni a través 
de cuerpos divinos, en los que se contenga más. 

De "Las Elegías de Duíno" 1922

Versión de Jaime Ferrero Alemparte

 



Las rosas


Si tu frescura a veces nos sorprende tanto
dichosa rosa,
es que en ti misma, por dentro,
pétalo contra pétalo, descansas.

Conjunto bien despierto cuyo centro
duerme, mientras se tocan, innumerables,
las ternuras de ese corazón silencioso
que suben hasta la extrema boca.

 


Ofrenda

¡Oh, cómo florece mi cuerpo, desde cada vena,
con más aroma, desde que te reconozco!
Mira, ando más esbelto y más derecho,
y tú tan sólo esperas... ¿pero quién eres tú?

Mira; yo siento cómo distancio,
cómo pierdo lo antiguo, hoja tras hoja.
Sólo tu sonrisa permanece como muchas estrellas
sobre ti, y pronto también sobre mí.

A todo aquello que a través de mi infancia
sin nombre aún refulge, como el agua,
le voy a dar tu nombre en el altar
que está encendido de tu pelo
y rodeado, leve, con tus pechos.




Oraciones de las muchachas a María


Haz que algo nos ocurra. Mira
cómo hacia la vida temblamos.
Y queremos alzarnos como
un resplandor y una canción.

Querías ser como las otras,
que en el frescor se visten, tímidas;
tu alma quería que sus cantos
cansados de muchacha, en seda
florecieran hasta las lindes
de la vida. Pero en lo hondo
de lo enfermo tuyo, una fuerza
osó echar pámpanos: brillaron
soles, y se hundieron semillas,
y lo volviste como el vino.

Y ahora estás tú, dulce y saciada
como tarde, en nosotras todas;
y sentimos cómo caemos
y nos dejas sin brillo a todas...

Mira, son tan estrechos nuestros
días, y temeroso el cuarto .
de la noche; todas deseamos
desmañadas, la rosa roja.

Debes sernos suave, María,
florecemos desde lo sangre,
tú sola puedes sabe cómo
el anhelo hace tanto daño;

tú misma has percibido este
dolor de doncella en el alma;
tiene un tacto como de nieve
navideña pero está ardiendo...

De tantas cosas, nos quedó el sentido:
precisamente de lo suave y tierno
hemos sacado un poco de saber;
como de un secreto jardín,
como de un almohadón de seda,
que se nos ha metido bajo el sueño,
o de algo, que nos quiere
con ternura desconcertante...

 


Por ti, para que tú un día llegaras...

Por ti, para que tú un día llegaras,
¿no respiraba yo a media noche
el flujo que ascendía de las noches?
Porque esperaba, con magnificencias
casi inagotables, saciar tu rostro
cuando reposó una vez contra el mío
en infinita suposición.
Silencioso se hizo espacio en mis rasgos;
para responder a tu gran mirada
se espejaba, se ahondaba mi sangre.
¡Qué expresión fue sembrada en mi interior
para que, cuando crece tu sonrisa,
proyecte sobre ti espacio cósmico!
Pero tú no vienes, o vienes demasiado tarde.
Precipitaros, ángeles, sobre este
linar azul. ¡Segad, segad, oh ángeles!

Versión de Jaime Ferrero Alemparte



Sepulcro de una muchacha joven


Lo recordamos todavía. Es como si todo esto
tuviera que ser una vez más.

Como un árbol en la costa de los limones
llevabas tus pequeños pechos leves
hacia adentro del murmullo de su sangre
de aquel dios.

Y era tan esbelto
fugitivo, el que mima a las mujeres.

Dulce y ardiente, cálido como tu pensamiento,
cubriendo con su sombra tu flanco juvenil
e inclinado como tus cejas.

Versión de Jaime Ferrero Alemparte



Todos cuantos te buscan te tientan...


Todos cuantos te buscan te tientan.
Y quienes te encuentran te atan
al gesto ya la imagen.

Yo en cambio quiero comprenderte
como te comprende la tierra;
con mi madurar
madura tu reino.

No quiero de ti vanidad alguna
que te demuestre.

Sé que el tiempo
no se llama como tú.

No hagas por mí milagros.
Da la razón a tus leyes
que de generación en generación
se tornan más visibles.

Versión de Adrian Kovacsics



Un día tomé entre mis manos...


Un día tomé entre mis manos
tu rostro. Sobre él caía la luna.
El más increíble de los objetos
sumergido bajo el llanto.
Como algo solícito, que existe en silencio,
tenía que durar casi como una cosa.
y con todo nada había en la fría noche
que más infinitamente se me escapara.
Oh, porque desembocamos en estos lugares,
se apresuran hacia la pequeña superficie
todas las ondas de nuestro corazón,
voluptuosidad y desfallecimiento,
y al fin, ¿a quién ofrecemos todo esto?
Ay, al extraño, que nos ha malentendido,
ay, a aquel otro, que nunca hemos encontrado,
a aquellos siervos, que nos han maniatado,
a los vientos de primavera, que se han desvanecido,
ya la quietud, la perdedora.

Versión de Jaime Ferrero Alemparte


EN LA VIEJA CASA

En la vieja casa, libre ante mí
diviso Praga entera a la redonda;
al fondo, silencioso y quedo el paso,
pasa de largo la hora honda del crepúsculo.
La ciudad se desvanece como detrás de una luna.
Alta sólo, al modo de un gigante empenachado,
se alza ante mí la cúpula verdosa
de la Torre de San Nicolás.
Ya parpadea aquí y allá una luz
lejana sobre el denso fragor ciudadano. -*
Para mí es como si en la vieja casa
ahora una voz me dijera "Amén".

ENCANTO

A menudo veo el cuarto de intimidad animado,
con vivacidad cuentan las paredes;
una amable muchacha, medio niña aún, alza
las manos hacia el cuadro de María.
Un chico aplicado está junto al padre,
que mucho ha aportado para la casa.
Se disponen a rezar la oración angélica,
y la madre da un descanso a la rueda de hilar.
Me parece entonces que los ojos se humedecen,
hasta los de la Virgen en el marco.
Escucho: en la voz de bajo del padre
suena propicio el Amén.

OTRO ENCANTO

El hijo se acerca, pesado el paso,
a su padre. Y con torpeza en la lengua...
¿Es verdad? ¿qué, qué dices, una novia?
¡Adelante, adentro, pues, con ella!
Y allí está por vez primera de pie.
La muchacha se ruboriza y calla,
y el padre limpia las gafas.
¡Diablo! ¡Estupenda ha sido tu elección!
Y el padre abre los brazos,
y la novia aturdida
recibe su beso y su bendición.

CANCIÓN REGIA

Debes con dignidad soportar la vida,
tan sólo lo mezquino lo hace pequeña;
los mendigos te podrán llamar hermano,
y tú puedes sin embargo ser un rey.
Aunque el divino silencio de tu frente
no lo interrumpa dorada diadema,
los niños se inclinarán en tu presencia,
los entusiastas te mirarán atónitos.
A ti los días de rutilante sol
te hilarán rica púrpura y blanco armiño,
y, con pesares y dichas en sus manos,
de rodillas ante ti estarán las noches...
Praga, 9 de septiembre de 1896.


ADVIENTO

Empuja el viento rebaños de copos
por el bosque invernal como un pastor,
y más de un abeto siente que pronto
se hallará nimbado de luz y amor;
y escucha un rumor distante. Resuelto
tiende sus ramas por senderos blancos,
y hace frente al viento y crece soñando
una noche de gloria y majestad.
Primera redacción: Munich, 26 de enero de 1897; 
redacción definitiva: finales de 1897 en Berlín.


Ésta es la nostalgia: morar en la onda
y no tener patria en el tiempo.
Y éstos son los deseos: quedos diálogos
de las horas cotidianas con la eternidad.
Y eso es la vida. Hasta que de un ayer
suba la hora más solitaria de todas,
la que sonriendo, distinta a sus hermanas,
guarde silencio en presencia de lo eterno.
Berlín-Wilmersdorf, 3 de noviembre de 1897.

No puedes esperar hasta que Dios llegue a ti
y te diga: yo soy
Un Dios que declara su poder
carece de sentido.
Tienes que saber que Dios sopla a través de ti
desde el comienzo,
y si tu pecho arde y nada denota,
entones está Dios obrando en ti.
Sin fecha (1898-1899).


I. LIBRO DE LA VIDA MONÁSTICA(Selección)[ 5 ]

Amo de mi ser la cosas oscuras,
en las cuales se ahondan mis sentidos;
en ellas, tal como en añejas cartas,
hallé mi vida diaria ya vivida,
superada, hecha lejana leyenda.
De ellas sé que tengo espacio para una
segunda vida, anchurosa y sin tiempo.
Y a veces soy como el árbol que adulto
y rumoroso, encima de una tumba,
cumple el sueño que el muchacho, ya sido,
(por el que se entran sus raíces cálidas)
perdió en melancolías y canciones.
22 de septiembre de 1899.
[ 36 ]
¿Qué harás tú, oh Dios, cuando yo muera?
Yo soy tu cántaro (¿y si me quiebro?)
Yo soy tu bebida (¿y si me corrompo?)
Soy tu ornato y tu oficio.
Tú pierdes conmigo tu sentido.
Después de mí no tendrás casa en donde
palabras cercanas y cálidas te saluden.
De tus pies cansados se caerá
la sandalia de seda que yo soy.
Tu gran manto se soltará de ti.
Tu mirada, que yo acojo caliente
en mis mejillas, como en una almohada,
andará buscándome largo tiempo -
y a la hora del ocaso se echará
en el regazo de unas piedras desconocidas.
Y tú, oh Dios, ¿qué harás? Yo tengo miedo.
26 de septiembre de 1899.

II. LIBRO DEL PEREGRINAJE(Selección)[ 1 ]

No te maravilla el ímpetu del huracán,
tú lo has visto crecer: -
los árboles huyen, y su huida
crea avenidas marchando solemnes.
Entonces sabes que el que ante ellos huye
es aquel con quien tú vas,
y tus sentidos lo cantan
cuando estás asomado a la ventana.
En calma quedaban las semanas estivales,
ascendía la sangre de los árboles:
ahora tú sientes que quiere caer
en el que todo hace.
Creías reconocer ya la fuerza
al abrazar el fruto,
ahora se vuelve de nuevo enigmático,
y eres una vez más huesped.
El estío fue casi como tu casa,
en ella tú sabes mantener todo -
ahora has de ir fuera en tu corazón
al igual que se va por la llanura.
Empieza la grandiosa soledad,
sordos se tornan los días,
de tus sentidos toma el viento el mundo
como una hoja muerta.
A través de su ramaje vacío
ve el cielo él que tú tienes;
sé tú tierra ahora y canción de ocaso,
y país que con el cielo hace juego.
Sé humilde ahora como una cosa,
madura para la realidad, -
para que Él, del que salió el conocer
te sienta cuando te asga.
18 de septiembre de 1901

III: LIBRO DE LA POBREZA Y DE LA MUERTE  (SELECCIÓN)[ 30 ]


La casa del pobre es como un sagrario.
En su interior lo eterno se cambia en alimento,
y al anochecer regresa suave
hacia sí, en un anchuroso círculo,
y se acoge en sí, lento, pleno de resonancias.
La casa del pobre es como un sagrario.
La casa del pobre es como la mano de un niño.
No toma lo que los adultos piden,
le basta un escarabajo con ornadas pinzas,
una piedra ovalada de rodar por el río,
la corrediza arena y las conchas sonantes.
Es como una balanza suspendida,
sensible a la más leve recepción,
oscilando largamente entre los dos platillos.
La casa del pobre es como la mano de un niño.
Es como la tierra la casa del pobre:
esquirla de un venidero cristal,
ya claro, ya oscuro, en su huidiza caída;
pobre cual la cálida pobreza de un establo, -
y no obstante están los anocheceres: en ellos es ella todo,
y de ella vienen todas las estrellas.
19 de abril de 1903

INFANCIA

Allí transcurre la larga angustia de la escuela
y el tiempo de espera con objetos indistintos.
Oh soledad, oh pesadumbre de pasar el tiempo...
Y al salir: bullen y suenan las calles,
y en las plazas se elevan surtidores,
y en los parques cobra amplitud el mundo.
E ir por todo eso en traje infantil,
muy distinto de los que van o fueron:
Oh edad singular, oh pasatiempo,
oh soledad.
Y contemplar de lejos todo eso:
hombres y mujeres; hombres y mujeres
y niños, que son otros y vistosos;
y allá una casa, y a ratos un perro,
y un susto mudo, qué sueño, qué espanto,
oh qué hondura sin fondo.
Y así jugar: pelota y arco y aro
en un jardín, que suave palidece,
y a veces, por tocar a los mayores,
ciego y loco jugando al escondite,
pero quieto al anochecer, y volver a casa
pasito a paso, tieso y cogido de la mano:
Oh qué comprender siempre más y más huidizo,
oh qué angustia, qué peso.
Y arrodillarse muchas horas junto al estanque
grande y gris con el barquito de vela;
olvidándolo, porque otros iguales,
de velas más lindas, circulaban por delante,
y tener que pensar en la carita
pálida que parecía hundirse en el estanque:
Oh la infancia, oh comparación inaprensible.
¿Adónde fue, adónde?
Meudon-Val-Fleury, invierno de 1905-1906
(primer libro, primera parte).


FINAL


La muerte es grande.
Somos los suyos
de riente boca.
Cuando nos creemos en el centro de la vida
se atreve ella a llorar
en nuestro centro.
Sin fechar (1900-1901). Impreso por primera
vez en Avalum, Heft, marzo de 901
(segundo libro, segunda parte).


EL POETA

De mí te alejas, hora.
El batir de tus alas me hace heridas.
Solitario: ¿qué puede hacer mi boca
con mi noche y mi día?
No tengo amada, ni casa, ni sitio
donde poder vivir.
Todas las cosas a las que me entrego
se hacen ricas y a mí me dejan pobre.
Meudon, invierno de 1905-1906.

RETRATO JUVENIL DE MI PADRE


En los ojos sueño. La frente como en contacto
con algo lejano. Bordeando la boca mucha
juventud, seducción no sonreída,
delante de los alamares de adornos rebosantes
del esbelto, noble uniforme,
la cazoleta del sable y ambas manos,
que esperan tranquilas, de nada codiciosas.
Y ahora ya casi invisibles: como si
se disiparan asiendo la lejanía.
Y todo lo restante consigo mismo oculto
y apagado como si no lo comprendiéramos,
profundamente velado por su propia hondura.
¡Tú, daguerrotipo, qué rápido te desvaneces
entre mis manos más lentamente desvanecidas!
París, 27 de junio de 1906.

SEGUNDA SERIE
(1908)
A mon grand ami Auguste Rodin

LA DAMA ANTE EL ESPEJO


Como en embriagadora especería
desata sin ruido en la fluidez clara
del espejo sus fatigados gestos;
e introduce allí dentro su sonrisa.
Y aguarda hasta que de todo eso ascienda
el líquido; luego vierte el cabello
en el espejo y, alzando los hombros
maravillosos del traje de noche.
bebe callada de su imagen. Bebe
lo que una amante en éxtasis bebiera,
inquiriendo desconfiada; y hace
un guiño a su doncella, si ve luces
sobre el fondo del espejo, roperos,
y lo turbio de una hora trasnochada.
París, entre el 22 de agosto y el 5 de septiembre de 1907


V

Mira. Espacio través hay ángeles que hacen palpables
sus perpetuos sentimientos.
Nuestra incandescencia sería su frescor.
Mira, hay ángeles ardiendo espacio través.

Mientras a nosotros, que nada más sabemos,
se nos niega una cosa y otra sucede en vano,
entusiasmados por un fin avanzan ellos
a través de su territorio ya todo construido.





IX

Fuerte, inmóvil candelabro, colocado al borde:
se hace exacta la noche en lo alto.
Nos disipamos en oscura indecisión
junto a tu base.

Es lo nuestro: ignorar la salida
del lugar cuyo interior nos confunde.
Tú surges de nuestros obstáculos
y los inflamas como altas cumbres.

Tu gozo está por encima de nuestro reino,
y apenas captamos lo que cae y se posa;
como la pura noche del equinoccio primaveral
te alzas dividiendo un día y otro.

¿Quién sería capaz de instilar en ti algo
de la mezcla que nos enturbia en secreto?
Tú tienes el esplendor de toda magnitud
y nosotros somos expertos en lo más pequeño.

Cuando lloramos somos sólo conmovedores,
donde posamos los ojos estamos a lo sumo despiertos.
Nuestra sonrisa es apenas seductora,
y si seduce, ¿quién la sigue?

Quien sea. Ángel, ¿me lamento?, ¿me lamento?
Pero, ¿cómo sería entonces mi lamento?
Ah, grito, golpeo dos baquetas, una contra la otra,
y no pienso que me oiga nadie.

No por hacer yo ruido sonará más en ti
si no me sientes porque soy.
¡Alumbra! ¡Alumbra! Haz que de mí se percaten
las estrellas. Pues me desvanezco.



X

Mira: De esta nube que tan salvajemente cubre 
la estrella que ahora mismo estaba aquí - (y de mí),
de aquella zona montañosa que ahora alberga la noche
y los vientos de noche, por un rato - (y de mí),
de este río del fondo del valle que apresa el brillo
de un claro de cielo desgarrado - (y de mí);
de mí y de todo esto
hacer una sola cosa, Señor: de mí y del sentimiento
con el que el rebaño, de vuelta al redil,
acepta exhalando el grande, el oscuro
ya no existir del mundo -, de mí y de toda luz
en la oscuridad de tantas casas, Señor:
hacer una sola cosa; de los extraños, pues
ni a uno conozco, Señor, y de mí, de mí hacer
una cosa; de los que duermen,
los desconocidos ancianos del hospicio,
que gravemente tosen en la cama, de
niños soñolientos junto a un pecho tan desconocido,
de tantos seres imprecisos, y siempre de mi,
nada más que de mí y de lo que no conozco,
hacer esa cosa, Señor Señor Señor, la cosa
que mundanamente terrena como un meteoro
reúne en su gravidez sólo la suma del vuelo:
pesando solamente la llegada.




XI

Por qué tiene uno que ir y cargar con cosas ajenas, 
como acaso el portador que levanta de un puesto a otro la espuerta 
cada vez más llena de lo más insospechado y cargado sigue
y no puede decir: Señor, ¿para qué ese banquete?

Por qué tiene uno que estar ahí como un pastor,
tan expuesto al exceso de influencias,
siendo así parte de este espacio lleno de sucesos,
de modo que apoyado en un árbol del paisaje
cumpliría su destino sin volver a actuar.
Y sin embargo carece, vasta en exceso, su mirada
del alivio silencioso del rebaño. No tiene
más que mundo, tiene mundo cada vez que levanta los ojos,
mundo en todo inclinarse. Lo que a otros deleita poseer
penetra ciego, inhóspito tal música,
en su sangre y al pasar se transforma.


Entonces, por la noche se levanta y tiene ya la llamada
del pájaro exterior en su ser
y se siente atrevido porque en su rostro abarca
todas las estrellas, grávido – oh, no como alguien 
que a su amada dedica esta noche
y la mima con los cielos intuidos.




POEMAS A LA NOCHE - Preliminar de Clara Janés - Traducción de Alfonsina Janés y Clara Janés.
(Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Madrid, 2009)





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