domingo, 5 de febrero de 2017

POEMAS DE PHILIP LARKIN

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(9 de agosto de 1922, Radford, Coventry, Reino Unido - 2 de diciembre de 1985, Kingston upon Hull, Reino Unido)



Al mar


Sortear el pequeño muro que separa el camino
de la calzada de concreto que bordea la playa
evoca nítidamente algo conocido hace ya tiempo:
la diminuta algarabía de la orilla del mar.
Todo se agrupa bajo aquel horizonte:
la playa, el agua azul, toallas, rojos gorros de baño,
el renovado derrumbarse de las olas mansas
sobre la arena dorada y, a la distancia,
un vapor blanco clavado en el atardecer.

Y todo esto todavía ocurriendo, ocurriendo por siempre.
Yacer, comer, dormir al arrullo de la resaca.
(escuchar los receptores, aquel sonido todavía doméstico
bajo el cielo) o amablemente llevar de un lado a otro
a los indecisos niños, ornados de blanco,
aferrados al aire inmenso o conducir a los rígidos ancianos
para que disfruten su último verano,
es lo que sencillamente aún ocurre
en parte como un rito
en parte como un placer anual.

Como cuando, feliz de encontrarme libre,
buscaba Famosos del Criket en la arena,
o, mucho antes, cuando oyendo el mismo graznido marino
mis padres se conocían.
Ahora, ajeno a eso, veo la nítida escena:
El mismo agua transparente sobre los suaves guijarros.

Allá en la orilla las débiles protestas de lejanos bañistas,
y luego los cigarros baratos,
papel de estaño, hojas de té y,

entre las rocas, latas oxidadas de sopa, hasta que
las primeras familias inician el regreso hacia sus autos.
El vapor blanco ya sea ha ido. Como un cristal empañado
la luz se ha tornado lechosa. Si lo peor de un clima perfecto
es nuestro traje de baño suelto
puede ser que por hábito éste haga lo mejor,
llegar al agua desordenadamente desvestidos cada año;
enseñar a los niños mediante esa suerte de payaseo
y ayudar como se merecen a los viejos.


Condolencia en blanco mayor


Echo cuatro cubos de hielo
que repican en el vaso,
agrego tres chorritos de ginebra,
una rodaja de limón
y dejo que las diez onzas de tónica
se mezclen espumosamente hasta el borde.
Entonces alzo mi vaso en solitario brindis:
Él dedicó su vida a los demás.

Mientras otros usaron como ropas
a los seres humanos en su vida,
yo me avoqué a llevarles, a quienes pude,
la extraviada...
No funcionó para ellos, tampoco para mí,
pero así, toda inquietud estuvo más próxima
(o así lo creímos) al gran desvelo
que de habernos equivocado separados.

Un tipo decente, realmente de buena estirpe,
muy recto, uno de los mejores,
recio como un ladrillo, un as, buen compañero,
cabeza y hombros por sobre los demás;
¿cuántas vidas habrían sido más insípidas
de no haber estado él aquí entre nosotros?
Salud por el hombre más blanco que conozco.

Aunque el blanco no sea mi color favorito.



Los árboles


Los árboles ya comienzan a brotar
como algo casi a punto de ser dicho;
los nuevos tallos descansan y se propagan,
su verdor es una especie de tristeza.

¿Se trata de que ellos nacen nuevamente
y nosotros nos hacemos más viejos? No, ellos también mueren.
Su truco anual de lucir nuevos
se inscribe en sus fibras en anillos.

Sin embargo, los incansables castillos desgranan
su gruesa madurez cada primavera.
Ha muerto el último año, parecen decir,
comencemos otra vez, otra vez, otra vez.


Olvidar lo pasado


Detener lo cotidiano
era aturdir la memoria,
partir desde la nada.

Algo ya no cicatrizado
por tales palabras, por tales acciones
como un desolado despertar.

Deseaba terminarlos,
apuré el entierro
y volví la vista

como guerras e inviernos
extraviados tras las ventanas
de una opaca niñez.

¿Y las páginas vacías?
Debería llenarlas
con observaciones

de celestes repeticiones,
el día que brotan las flores
el día que los pájaros se van.


Altas ventanas


Al ver a una joven pareja
y pensar que él se la coge y ella
toma anticonceptivos o usa un diafragma,
comprendo que ese es el paraíso

que cualquier viejo ha soñado su vida entera
olvidando ataduras y ademanes
como a una antigua segadora, y los jóvenes
bajando interminablemente, en su largo resbalón

hacia la felicidad. Y quisiera saber
si, cuarenta años atrás, alguien me miró,
mientras pensaba: así debería ser la vida;
no más Dios, ni sudores nocturnos

a causa del infierno, o tener que ocultar
lo que piensas sobre el sacerdote. Él
y los suyos se irán en un largo resbalón
como libres pájaros sangrientos. E inmediatamente

antes que las palabras surge el pensamiento de altas ventanas:
vidrios que contienen el sol
y más allá, el profundo aire azul, que nada muestra
ni está en ninguna parte y es infinito.



Los viejos tontos


¿Qué creerán que ha pasado, los viejos tontos,
que los ha dejado así? ¿Acaso supondrán
que se es más maduro cuando la boca cuelga abierta y babea,
y se anda uno meando solo y no se puede recordar
quién llamó esta mañana? ¿O que, si lo quisieran,
podrían alterar las cosas y volver a la época cuando bailaban la noche entera,
o iban a sus bodas, o tiraban las manos algún septiembre?
¿o se imaginarán que realmente no ha habido cambio alguno,
y que siempre se habrían manejado como si fueran tiesos y tullidos,
o sentados a través de días de fina y continua ensoñación
mirando el movimiento de la luz? Y si no es así (y no pueden), es extraño:
¿Por qué no lloran?

Cuando mueres, te rompes: los pedazos que eras
comienzan a separarse velozmente los unos de los otros para siempre
y nadie lo ve. Es sólo el olvido, es cierto:
antes ya lo conocimos, pero entonces se estaba terminando,
y se hallaba todo el tiempo unido a la empresa
de hacer brotar la flor de mil pétalos de estar aquí. La próxima vez no puede fingir
que habrá algo. Y estos son los primeros signos:
No saber cómo, no escuchar quién, el poder
de elegir terminado. Su aspecto muestra que están para eso:
pelo ceniciento, manos de batracio, caras de pasa...
¿Cómo pueden ignorarlo?

Quizás ser viejo consiste en tener habitaciones iluminadas
dentro de tu cabeza, y gente en ellas, actuando.
Gente que conoces, sin poder nombrarla; apareciendo cada una
desde puertas entornadas como una honda pérdida restaurada,
depositando una lámpara, sonriendo desde una escalera,
extrayendo un libro conocido desde el estante; o a veces
sólo las habitaciones, las sillas y el fuego encendido,
el aplastado arbusto en la ventana, o la tenue amistad del sol
en el muro cierta solitaria tarde de mediados de verano
después de la lluvia. Allí es donde viven:
No aquí ni ahora, sino donde todo ocurrió alguna vez.
Por eso es que tienen

un aire de confusa ausencia, intentando estar allí
aunque permaneciendo aquí. Extendiéndose por las habitaciones,
dejando una incompetente frialdad, el constante esfuerzo de respirar
y ellos inclinándose ante el monte de la extinción., los viejos tontos, no percibiendo nunca
cuán cerca está. Esto debe ser lo que los mantiene quietos:
Aquel monte que nunca perdemos de vista dondequiera que vayamos
ya es para ellos un elevada cuesta. Pueden acaso decir qué los está retrasando
y cómo terminará. ¿No por la noche?

¿Ni cuando llegan extraños?
¿Jamás, a lo largo de toda esta espantosa inversión de la infancia?
Pues bien, ya lo averiguaremos.


Un estudio de hábitos de lectura


Cuando meter la nariz en un libro
curaba la mayoría de las cosas que no se dan en la escuela
valía la pena arruinarme los ojos
para saber que aún podía mantenerme calmo,
e infligir el antiguo gancho de derecha
a los tipos sucios el doble de mi tamaño.
Más tarde, con anteojos del grosor de una pulgada
el mal era precisamente mi diversión
yo y mi capa y mis colmillos
tuvimos tiempos desgarrantes en la oscuridad.
¡Las de mujeres que entretuve con el sexo!
Las partía como merengues.
No leo mucho ahora: el fulano
que frustra a la chica antes
de que llegue el héroe, el tipo
cagón y dueño de la tienda
parecen excesivamente familiares. Que se hagan hervir:
los libros son un montón de bosta.


Prestatyn soleado


Vení a Prestatyn soleado
reía la chica del póster,
arrodillada en la arena
en blanco y tieso satén.
Detrás de ella, un buen pedazo
de costa; un hotel con palmeras
parecía expandirse desde sus muslos
y brazos abiertos que alzaban sus pechos. 
Fue golpeada un día de marzo.
Hace unas semanas, y su cara
quedó desdentada y bizca;
enormes tetas y una entrepierna fisurada
fueron buenos blancos, y el espacio
entre sus piernas contuvo garabatos
que la ponían limpiamente a horcajadas
de una verga tuberosa y un par de huevos 
autografiados Titch Thomas. mientras
que alguien había usado un cuchillo
o algo para tajear justo a través
de los labios y los bigotes de su sonrisa.
Era demasiado buena para esta vida.
Muy pronto, un gran desgarro atravesado
dejó sólo una mano y algo de azul.
Ahora se lee: Luchemos contra el cáncer.





Curación por la fe


Lentamente las mujeres se ponen en fila donde él está
erguido con sus anteojos sin marco, cabellera plateada,
traje oscuro, cuello blanco. Los ordenanzas incansablemente
las persuaden hacia su voz y sus manos,
dentro de cuya primaveral agua tibia de lluvia de cuidado amoroso
cada una permanece unos veinte segundos. Y bien, hija querida,
qué te anda mal,
 pregunta la profunda voz nortemericana
y casi sin pausa, pasa a una oración dirigiendo a Dios sobre este ojo, aquella rodilla.
Las cabezas soportan las manos abruptas; luego, exiladas
como pensamientos que se pierden, se van en silencio; algunas
se pierden como ovejas, no vuelven a sus vidas otra vez
de inmediato; otras se quedan duras, estremeciéndose y con fuertes
y profundas lágrimas roncas, como si un chico mudo
e idiota todavía viviera dentro de ellas
para volver a despertar ante la bondad, pensando que una voz
finalmente las llama a ellas solas, que las manos han venido
para alzar y aligerar; y llega un gozo tal
que sus gruesas lenguas se desbocan, sus ojos derraman pena, un gentío
de grandes respuestas inaudibles empuja y se regocija…
¡Qué está mal! Bigotudos se sacuden en etiqueta florida:
ahora todo anda mal. En todos los de allí duerme
un sentido de la vida vivida según el amor.
Para algunos significa la diferencia que podrían hacer
amando a otros, pero en la mayoría ronda
todo lo que podrían haber hecho si los hubieran amado.
Eso nada cura. Un inmenso dolor que debilita,
como cuando, derritiéndose, el rígido paisaje solloza,
se despliega lentamente a través de ellos… eso, y la voz arriba
diciendo Hija mía, y todo lo que el tiempo ha refutado.



Se va a la iglesia


Una vez cerciorado de que nada celebran
entro: dejo la puerta que se cierre de golpe.
Otra iglesia: libritos, esteras, bancos, piedra
desparramo de flores puestas para el domingo
ahora amarronadas; algo de bronce, objetos
hacia el extremo sacro, el organito pulcro
y un mohoso y tenso, no ignorable silencio
de sabe Dios cuánto hace. Me quito, sin sombrero,
los broches de ciclista en torpe reverencia.
Me adelanto, recorre mi mano el baptisterio.
De donde estoy el techo parece casi nuevo:
¿Limpiado, restaurado? Alguien sabrá. Misterio.
Asciendo al leccionario y examino unos versos
intimidantes, magnos. “Es palabra”, pronuncio
mucho más fuerte que lo que yo quería.
Ríen breves los ecos. De regreso a la puerta
firmo el libro, ofrendo inútil monedita,
pienso que detenerse no merecía la pena.
Y aun así me detuve. Y lo hago a menudo
y siempre finalizo, como hoy, confundido,
buscando qué buscar: suspenso, me pregunto:
cuando caigan los templos por completo en desuso
¿en qué los transformamos? ¿Guardamos unas cuantas
catedrales a modo de espectáculo crónico?
¿Pergaminos y píxides bajo llave en sus cajas
y a las lluvias y ovejas abandonar lo otro?
¿Las rehuiremos como lugares de desgracia?
¿O han de venir de noche las mujeres dudosas
para hacer que sus críos toquen alguna piedra,
recoger unas hierbas para el cáncer, o en otra
noche preestablecida ver un ánima en pena?
Poderes de algún tipo continuarán en juegos
o en acertijos, algo, al parecer, casual,
mas morirá la fe, y la superstición:
¿qué queda si no queda ni la incredulidad?:
pisos mohosos, pasto, arbotantes y cielo,
formas menos usuales semana tras semana,
motivos más oscuros. Yo me pregunto quién,
el último de todos, buscará alguna traza
de lo que fue el lugar; de la partida alguien
que apunte y toque y sepa dónde estaban los atrios;
un bebedor de ruinas, rijoso por lo antiguo
un navidadadicto, que espere una vaharada
de túnicas y estolas, tubos de órgano y mirra.
O ha de ser aburrido representante mío
desinformado, al tanto de que el limo espectral
se ha esparcido, y con todo tienda a esta cruz de tierra
cruzando por yuyales -porque mantuvo igual
intacto y tanto tiempo lo que ahora se encuentra
sólo por separado—: la muerte, el nacimiento,
el casamiento y todas esas ideas. ¿Cuál
fue la finalidad de esta cáscara extraña?
Aunque no tengo idea qué cuesta este granero
rancio y ornamentado, sin embargo, a mí
me agrada demorarme en el silencio, aquí.
Es una casa seria sobre la tierra seria
en cuyo aire mezclado se encuentran nuestras ansias:
aquí se reconocen, de destinos se invisten
y estas cosas nunca se vuelven obsoletas.
Porque siempre habrá alguien que en sí mismo sorprenda
una sed que lo impele a volverse más serio;
gravitando por ella hacia este mismo suelo
que, alguna vez oyó, ayuda a la sapiencia
al menos porque yacen tantos y tantos muertos.



Un sepulcro en Ardundel


Lado a lado, los rostros borroneados
yacen en piedra el conde y la condesa.
Sus vestiduras muestran vagamente
armadura ensamblada, arruga tiesa
e, indicio del absurdo evanescente,
los dos perritos a sus pies echados.
Semejante llaneza prebarroca
difícilmente el ojo compromete
hasta que al fin descubre un guantelete
vacío en la otra mano asido
y con súbito asombro tierno enfoca
la mano que la de ella ha retenido.
No pensarían yacer tiempo tan largo.
La efigie de lealtad como testigo
era un detalle para los amigos,
y para el escultor un dulce encargo
llamado a prolongarles el enlace
de los nombres latinos en la base.
No se imaginarían cuán ligero
en su supino estacionario viaje
el aire haría un insondable ultraje
quitándoles las viejas propiedades;
cuan rápido los ojos venideros
sólo miran, no leen. En las edades
ellos siguieron rígidos y unidos
por la anchura del tiempo. Cayó nieve
intemporal. La luz, cada verano
rebasó del cristal. Brillante y leve
un bullicio de pájaros rociaba
pavimento de huesos retenidos.
Incontable, alterado, un río humano
por todos los senderos se allegaba
desdibujando sus identidades.
Ahora, inermes en el hueco de una
época sin heráldica ninguna,
una artesa de humo que se mece
como madejas, lentamente, invade
por sobre los fragmentos de su historia.
Y para su memoria
una actitud tan sólo permanece:
El tiempo los ha transfigurado
en no verdad. Y la lealtad que inscribe
la piedra, y que acaso no han deseado
blasón final se ha vuelto; y un aserto
que nuestro casi instinto es casi cierto:
es el amor lo que nos sobrevive.



Casamientos en Pentecostés


Ese Pentecostés se me hizo tarde para salir:
           no fue hasta alrededor
de la una y veinte de un sábado soleado
que partió mi tren, tres cuartas partes vacío,
todas las ventanillas bajas, todos los almohadones calientes,
pasada toda sensación
de estar apurado. Corrimos
detrás de las espaldas de las casas, cruzamos una calle
de enceguecedores parabrisas, olimos el muelle pesquero; allí
comenzaba la extensión fluctuante del nivel del río
donde se encuentran e! cielo y Lincolnshire y el agua.
Durante toda la tarde, a través del alto calor que dormía
muchas millas tierra adentro
mantuvimos una curvatura lenta y con paradas hacia el sur.
Pasaban vastas granjas, ganado de corta sombra
y canales con restos flotantes de espuma industrial;
un invernadero destellaba único; los setos se hundían
y se levantaban: y de vez en cuando un olor a pastos
desplazaba el hedor de la tela abotonada del vagón
hasta que la próxima localidad, nueva e indescifrable
se aproximaba con acres de autos desmantelados.
Al principio yo no noté cuánto ruido
             hacían los casamientos
en cada estación en la que parábamos: el sol destruye
el interés de lo que está sucediendo a la sombra
y bajando los largos y frescos andenes hurras y chillidos
que yo tomé por changadores retozando con la
             correspondencia
y seguí leyendo. Una vez que arrancábamos, sin embargo,
las pasábamos, sonrientes con mueca de sonrisa y encremadas,
              chicas
en parodias de moda, tacones y velos,
todas posaban irresolutamente, viéndonos partir,
como si estuvieran al final de un acontecimiento
           diciéndole adiós
a algo que lo sobrevivía. Sorprendido, me incliné
hacia afuera de inmediato la vez siguiente, con mayor
            curiosidad,
y vi todo otra vez en términos diferentes:
los padres con cintos anchos bajo los trajes
y grasosas frentes; madres estridentes y gordas,
un tío que gritaba hollín: y luego las permanentes,
los guantes de nylon y las chafalonerías de joyas,
los limones, malvas y ocres-olivo que
destacaban a las chicas del resto de una manera irreal.
             Sí, desde los cafés
y largos patios para banquetear y anexos empavesados
de fiestas de carruajes, los días nupciales
iban llegando al fin. Descendiendo la línea
parejas nuevas que trepaban a bordo: el resto se quedaba
           por ahí;
se arrojaron el último papel picado y los consejos
y, cuando nos desplazábamos, cada rostro parecía definir
sólo lo que miraba partir, los niños fruncían el ceño
ante algo aburrido; los padres nunca habían conocido
un éxito tan enorme y completamente farsesco;
         las mujeres compartían
el secreto como un funeral feliz;
mientras las chicas, aferrando aún más sus carteras, clavaban
         la vista
en una herida religiosa. Libres al fin,
y cargados con la suma de todo lo que veían
nos apresuramos rumbo a Londres, arrastrando gotas de vapor.
Ahora los campos eran parcelas de edificios, y los álamos
          echaban
largas sombras sobre las rutas principales, y durante
unos cincuenta minutos, que en el tiempo parecerían
lo suficientemente largos como para instalar sombreros y decir
casi me muero
transcurrieron una docena de casamientos.
Contemplaban el paisaje, sentados uno al lado del otro
-pasando por un cine Odeón, una torre refrescante,
y alguien que corre hasta lanzar la pelota- y ninguno
pensó en los otros a quienes nunca encontraría
o cómo todas sus vidas contendrían esta hora.
Yo pensé en Londres desplegada al sol,
sus distritos postales empaquetados como cuadrados de trigo:
hacia allá nos dirigíamos. Y cuando corrimos por
brillantes nudos de riel
pasando los Pullman detenidos, paredes de musgo ennegrecido
se nos acercaban… y ya casi terminábamos, esa frágil
coincidencia de viaje; y lo que sostenía
estaba preparado para ser liberado con todo el poder
que puede dar el haber cambiado. Fuimos deteniéndonos
otra vez
y cuando los frenos apretados se agarraron, se inflamó
una sensación de caída, como una ducha en arco
lanzada fuera de la vista, que en alguna parte se transforma
en lluvia.



Sapos


¿Por qué dejaré que el trabajo de sapo
       usurpe mi vida?
¿No puedo usar mi ingenio como horquilla
       para echar al bruto? 
Seis días por semana ensucia
        con su veneno enfermante
¡Sólo para pagar unas pocas cuentas!
       Esto no tiene relación.
Mucha gente vive de su ingenio:
           conferencistas, invertidos,
pillos, zafios, patanes
            no terminan como pobres; 
mucha gente vive en callejuelas
          con fuegos en un balde,
comen fruta caída y sardinas en lata…
          parece gustarles.
Sus mocositos andan descalzos,
          sus incalificables esposas
son piel y hueso como galgos; y sin embargo
          nadie en verdad se muere de hambre.
¡Ay!, si fuera lo bastante corajudo
         para gritar “¡Tráguense su pensión!”
pero bien sé, que ésa es la materia
         de la que se hacen los sueños.
Porque algo bastante parecido al sapo
        me usurpa a mí también,
sus ancas son pesadas como la mala suerte
        y frías como la nieve.
Y nunca me permitirá zalamerías
         en mi camino para obtener
la fama y la chica y el dinero
          todo de una sentada.
No digo que uno encierre
         la verdad espiritual del otro;
pero sí digo que es duro perder cualquiera,
         cuando se tienen los dos.


Hablar en la cama


Hablar en la cama debería ser lo más fácil,
yacer juntos ahí retrotrae tan lejos,
un emblema de dos personas que son honestas.
Sin embargo más y más tiempo pasa silenciosamente.
Afuera, el desasosiego incompleto del viento
edifica y dispersa las nubes por el cielo.
Y los pueblos oscuros se apilan en el horizonte.
A nada de esto le importamos. Nada muestra por qué
a esta única distancia de la soledad
se hace aún más difícil encontrar
palabras a la vez auténticas y corteses
o no inauténticas ni descorteses.


Contar


Pensar de a uno
Se hace fácil:
Un cuarto, una cama, una silla,
Una persona allí,
Tiene un sentido cabal; una serie
De deseos pueden cumplirse
Un ataúd llenarse.
Pero contar hasta dos
Es más difícil de hacer;
Porque uno debe ser negado
Antes de intentarlo.


Alambrados


Las praderas más extensas tienen cercas eléctricas,
Porque aunque el ganado viejo sabe que no debe vagar
Los jóvenes becerros están oliendo siempre agua más pura
Aquí no sino en cualquier lugar. Más allá de los alambrados

Los guía equivocarse contra los alambrados
Cuya violencia que el músculo lastima no da pausa.
Los jóvenes becerros se convierten en ganado viejo en ese día,
Límites eléctricos para sus sentidos más amplios.

Philip Larkin (Coventry, Inglaterra, 1922-1985)
Versiones de Jorge Fondebrider



ALBADA


Trabajo todo el día, y por las noches me emborracho.
Me despierto a las cuatro en una oscuridad callada, y miro.
Los bordes de las cortinas no tardarán en iluminarse.
Hasta entonces veo lo que siempre ha estado ahí:
La muerte infatigable, ahora un día entero más cerca,
Que borra todo pensamiento excepto
Cómo y dónde y cuando moriré.
Árida interrogación: no obstante el temor
De morir, y estar muerto,
Centellea de nuevo, te posee, te aterra.

La mente se queda en blanco ante el resplandor. No
Por remordimiento –el bien no hecho, el amor no dado,
El tiempo desperciado- ni con tristeza porque
Una vida pueda tardar tanto en superar
Sus malos inicios, y quizá nunca lo consiga;
Sino ante la total y perpetua vacuidad,
La segura extinción hacia la que viajamos
Y en la que nos perderemos para siempre. No estar
Aquí, no estar en ninguna parte,
Y pronto; nada más terrible, nada más cierto.

Es un miedo concreto que ningún truco
Disipa. Antes lo hacía la religión,
Ese vasto brocado musical apolillado
Creado para fingir que no morimos nunca.
Y ese capcioso discurso que dice Ningún ser racional
Puede temer lo que no sentirá, no ver
Que eso es lo que tememos: ni vista, ni oído,
Ni tacto ni sabor ni olor, nada con que pensar,
Nada que amar ni a lo que estar ligado,
El anestésico del que nadie despierta.

Y así permanece al borde de la visión,
Una pequeña mancha desenfocada, un escalofrío
Permanente que deja todo impulso en indecisión.
Hay muchas cosas que quizá nunca ocurran; esta sí,
Y el comprenderlo es un rugido
De miedo al creamtorio cuando nos pilla
Sin nadie y sin bebida. El valor no sirve:
Significa no asustar a los demás. Tener coraje
No te salva del último viaje.
Igual muere el llorón que el fanfarrón.

Lentamente se hace de día, y la habitación cobra forma.
Es evidente como un guardarropa, lo que sabemos,
Lo que hemos sabido siempre, sabemos que no podemos escapar,
Pero no lo aceptamos. Algo tendrá que desaparecer.
Mientras tanto los teléfonos se agazapan, dispuestos a sonar
En oficinas cerradas, y todo este mundo indiferente,
Intrincado y de alquiler comienza a despertar.
El cielo es blanco como arcilla, sin sol.
Hay trabajo que hacer.
Los carteros, como los médicos, van de casa en casa.


LA VIDA CON UN AGUJERO


Cuando echo la cabeza hacia atrás y aúllo
La gente (sobre todo las mujeres) dice
Pero siempre has hecho lo que has querido,
Siempre has ido a la tuya:
Una rematadamente vil y sucia
Inversión de la realidad.
Lo que quieren decir esos estúpidos
Es que nunca he hecho lo que no he querido.

Así que el capullo enclaustrado en el castillo
Que escribe sus quinientas palabras y luego
Divide el resto del día
Entre la piscina, la botella y los pajaritos
Me queda más lejos que nunca, pero también
El maestrillo pelagatos con gafitas
(seis críos y la mujer preñada,
Y los padres de ella al caer)…

La vida es una lucha inmóvil, trabada
Y a tres bandas entre tus deseos,
Lo que el mundo te desea a ti y (peor aún)
La imbatible y lenta máquina
Que te da lo que vas a conseguir. Neutralizados,
Luchan alrededor de un punto muerto y hueco
De obligaciones, miedos y caras.
Los días se filtran sin tregua a través de él. Los años.

EL CORTACÉSPED


El cortacésped se atascó, dos veces, me arrodillé
Y encontré un erizo entre las cuchillas,
Muerto. Estaba entre las hierbas altas.

Lo había visto antes, y hasta le había dado de comer,
Una vez. Ahora había destrozado su discreta existencia
Sin remedio. Enterrarlo no me ayudó:

A la mañana siguiente yo me levanté y él no.
El primer día después de una muerte, la nueva ausencia
Es siempre lo mismo; deberíamos cuidar

Unos de otros, deberíamos mostrar amabilidad
Mientras aún haya posibilidad.



QUERIDO CHARLES, MI MUSA, DORMIDA O MUERTA


Querido Charles, Mi Musa, dormida o muerta,
Te ofrece estos ripios desde mi puerta
En el gélido norte del país, con saludos afectuosos
Para el veinticuatro del afortunado agosto, el más gozoso
Para todos de los meses del año
Igual que lo fue para ese romano de antaño;
Pues eres leo, igual que yo
(¿Es que no te resulta confortador
Ser tan altivo, egoísta, poderoso y vital?
¿O crees que lo han interpretado mal?)
Y que sus horas doradas presagien
Que durante muchos años te agasajen.

Creo que pocas cosas me entristecen tanto
Como el que nuestros cumpleaños se vayan olvidando.
Los regalos y las fiestas desaparecen,
Y años tras año las tarjetas decrecen,
Hasta que al llegar a los sesenta y cinco,
¿a quién le importa si estás muerto o vivo?
¡Pero, CHARLES, tú tranquilo! Pues tu manera de ser
Crea amistades que no han de perecer,
Y todo lo que escribes también; con tu verdad y sensatez
Contamos para pararles los pies
A los modernos y a los chalados,
A los estúpidos y a los directamente malvados.
Espero que pases un día excepcional
Aclamado por las gaviotas en su revolotear
Y los gritos de las focas, ágiles y perezosas
(mi idea de Cornualles es bastante borrosa),
Y los humanos que no lo consideren pecado moral
Que cojan una castaña monumental.

Aunque hago un esfuerzo extraordinario
Para que esto parezca una tarjeta de aniversario,
Ya no doy para más: no eches a faltar
Todo lo que te queremos comunicar:
Admiración y también amistad
Con la esperanza de que el futuro te traerá
Cada vez más prosperidad.


POLÍTICA DE GUATEQUE


No recuerdo haber llevado nunca un vaso lleno.
La primera vez que miro ya está por la mitad.
¿Y ahora? ¿Intentar pensar, mientras racionas el resto,
En cosas elevadas, hasta que el anfitrión muestre su amabilidad?

Mejor que vean el vaso vacío, dicen unos:
Ya te lo llenarán. Bueno, eso también lo he probado.
A lo mejor te emborrachas, o pasan horas y no te dan ni un zumo.
Depende de dónde estás. O de quién eres. O eso he pensado.


EXPLOSIÓN


El día de la explosión
las sombras apuntaban hacia la puerta de la mina;
la escoria dormía bajo el sol.
Los hombres avanzaban con sus botas,
tosiendo, maldiciendo y fumando pipa,
envueltos en un fresco silencio.
Uno de ellos persiguió unos conejos y se le escaparon,
pero regresó con una cesta de huevos de alondra,
los mostró y los  guardó entre la hierba.
Así pasaron, con sus barbas y pantalones de pana,
padres, hermanos, sobrenombres, risas,
a través de las altas puertas abiertas de la mina.
A mediodía se sintió un temblor. Las vacas
dejaron de comer por unos segundos. El sol,
envuelto en la calina, oscureció.
“Los muertos marchan delante de nosotros,
cómodamente sentados en la casa de dios,
ya los veremos cara a cara.”
Tan simple, se decía, como inscripciones
de capillas. Y por un instante, las esposas
vieron a los hombres de la explosión.
Más altos que en la vida real, dorados,
como en una moneda, caminando
desde el sol hacia ellas. 
Uno  mostraba los huevos de alondra sin quebrar.


UN ESCRITOR


"Interesante, pero vana", decía su diario,
donde día a día anotaba sus movimientos
y nada excepto sus amores motivaba pesquisas;
sabía, claro, que ninguna acción tiene recompensa,
que no hay premios: aunque el ojo pueda percibir
gran belleza en un gesto o un silencio,
es necesario no esperar paga más duradera 
que el momentáneo aplauso de las tripas.

Vivió años y años y nunca se sorprendió:
un miembro de su raza idiota y mentirosa
encontró una explicación para sus vicios: se dio cuenta
que era un don que poseía en exclusiva:
mirar al mundo de frente y a la cara;
la cara que no notó que era la suya.



OTRA VEZ EL AMOR


Otra vez el amor: cascársela a las tres y diez
(sin duda él ya se la habrá llevado a casa),
el dormitorio caliente como una panadería,
agotado el alcohol, sin haberme mostrado 
cómo dar la talla mañana, o después,
y el dolor de siempre, como disentería.

Algún otro sintiendo sus pechos y su coño,
algún otro ahogándose en esa mirada repleta de pestañas,
y es de suponer que yo debo ignorarlo,
o encontrarlo gracioso, o que no me importe,
incluso... ¿pero por qué ponerlo en palabras?
Mejor aislar este elemento

que se extiende a través de otras vidas como un árbol
y que en cierto sentido las apremia 
y explicar por qué en mi caso nunca funcionó.
Algo que tiene que ver con la violencia
de hace mucho tiempo, y las equivocadas recompensas,
y la arrogante eternidad.




Dinero


Trimestral, es que, el dinero me reprocha:
    '¿Por qué me dejas aquí tendido derrochador?
Soy todo lo que nunca tuvo de los bienes y el sexo.
    Se podría conseguir que sigue escribiendo algunas verificaciones.

Así que miro a los demás, lo que hacen con los suyos:   
    Ciertamente no lo mantienen arriba.
Por ahora han una segunda casa y el coche y la mujer:
    Es evidente que el dinero tiene algo que ver con la vida

-de Hecho, han muchas cosas en común, si hace su consulta:
    No se puede poner fuera de ser joven hasta que se jubile,
Y sin embargo su banco su tornillo, el dinero que ahorra
    ¿No en el extremo usted comprar más de un afeitado.

Escucho el canto de dinero. Es como mirar hacia abajo
    Desde las ventanas francesas largas en una ciudad de provincias,   
Los barrios pobres, el canal, las iglesias y adornado loca
    En el sol de la tarde. Es intensamente triste.







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