sábado, 22 de octubre de 2022

POEMAS DE EVARISTO CARRIEGO


«Caperucita roja» que se nos fue

 

¡Ah, si volvieras!... ¡Cómo te extrañan mis hermanos!

La casa es un desquicio: ya no está la hacendosa

muchacha de otros tiempos. ¡Eras la habilidosa

que todo lo sabías hacer con esas manos...!

 

El menor de los chicos, ¡pobrecito!, te llama

recordándote siempre lo que le prometieras,

para que le des algo... Y a veces -¡si lo oyeras!-

para que como entonces le prepares la cama.

 

¡Como entonces! ¿Entiendes? ¡Ah, desde que te fuiste,

en la casita nuestra todo el mundo anda triste!

y temo que los viejos enfermen, ¡pobres viejos!

 

Mi madre disimula, pero a escondidas llora

con el supersticioso temor de verte lejos...

Caperucita roja, ¿dónde estarás ahora?

 

 

Como aquella otra

 

Sí, vecina: te puedes dar la mano,

esa mano que un día fuera hermosa,

con aquella otra eterna silenciosa

«que se cansara de aguardar en vano».

 

Tú también, como ella, acaso fuiste

la bondadosa amante, la primera,

de un estudiante pobre, aquel que era

un poco chacotón y un poco triste.

 

O no faltó el muchacho periodista

que allá en tus buenos tiempos de modista

en ocios melancólicos te amó

 

y que una fría noche ya lejana,

te dijo, como siempre: «Hasta mañana...»

pero que no volvió.

 

 

Como un deslumbramiento de rubias primaveras...

 

Como un deslumbramiento de rubias primaveras

irradian y perfuman las dichas prisioneras

de todos tus encantos ¡Oh, poemas paganos!

Heroína y señora de rondeles galanos:

 

Para que siempre puedas orquestar tus mañanas

calandrias y zorzales mis selvas entrerrianas

te ofrecen en mis trovas. Que en todos los momentos

te den las grandes liras sus más nobles acentos,

 

y revienten las yemas donde el placer anida,

en las exaltaciones gloriosas de la vida

que surgen en el cálido floreal de tus horas,

como un carmen de auroras, ¡eternamente auroras!

 

 

Conversando

 

El libro sin abrir y el vaso lleno.

-Con esto, para mí, nada hay ausente-.

Podemos conversar tranquilamente:

la excelencia del vino me hace bueno.

 

Hermano, ya lo ves, ni una exigencia

me reprocha la vida..., así me agrada;

de lo demás no quiero saber nada...

Practico una virtud: la indiferencia.

 

Me disgusta tener preocupaciones

que hayan de conmoverme. En mis rincones

vivo la vida a la manera eximia

 

del que es feliz, porque en verdad te digo:

la esposa del señor de la vendimia

se ha fugado conmigo...

 

 

Cuando llega el viejo

 

Todos están callados ahora. El desaliento

que repentinamente siguiera al comentario

de esa duda, persiste como un presentimiento.

El hermano recorre las noticias del diario

 

que está sobre la mesa. La abuela se ha dormido

los demás aguardan con el oído alerta

a los ruidos de afuera, y apenas se oye un ruido

las miradas ansiosas se clavan en la puerta.

 

El silencio se vuelve cada vez más molesto:

una frase que empieza se traduce en un gesto

de impaciencia. ¡La espina de esa preocupación...

 

Y cuando llega el viejo, que salió hace un instante,

en todas las miradas fijas en su semblante

hay una temerosa larga interrogación.

 

 

Después del olvido

 

Porque hoy has venido, lo mismo que antes,

con tus adorables gracias exquisitas,

alguien ha llenado de rosas mi cuarto

como en los instantes de pasadas citas.

 

¿Te acuerdas?... Recuerdo de noches lejanas,

aun guardo, entre otras, aquella novela

con la que soñabas imitar, a ratos,

no sé si a Lucía no sé si a Graziela.

 

Y aquel abanico, que sentir parece

la inquieta, la tibia presión de tu mano;

aquel abanico ¿te acuerdas? trasunto

de aquel apacible, distante verano...

 

Y aquellas memorias que escribiste un día!

-un libro risueño de celos y quejas-.

¡Rincón asoleado! Rincón pensativo

de cosas tan vagas, de cosas tan viejas!...

 

Pero no hay los versos: ¡Qué quieres!... ¡Te fuiste!

-¡Visión de saudades, ya buenas, ya malas!-

La nieve incesante del bárbaro hastío

¿no ves? ha quemado mis líricas alas.

 

...¿Para qué añoranzas? Son filtros amargos

como las ausencias sus hoscos asedios...

Prefiero las rosas, prefiero tu risa

que pone un rayito de sol en mis tedios.

 

Y porque al fin vuelves, después del olvido,

en hora de angustias, en hora oportuna,

alegre como antes, es hoy mi cabeza

una pobre loca borracha de luna!

 

 

Detrás del mostrador

 

Ayer la vi, al pasar, en la taberna,

detrás del mostrador, como una estatua...

Vaso de carne juvenil que atrae

a los borrachos con su hermosa cara.

 

Azucena regada con ajenjo,

surgida en el ambiente de la crápula,

florece como muchas en el vicio

perfumado ese búcaro de miasmas.

 

¡Canción de esclavitud! Belleza triste,

belleza de hospital ya disecada

quién sabe por qué mano que la empuja

casi siempre hasta el sitio de la infamia...

 

Y pasa sin dolor así inconsciente

su vida material de carne esclava:

¡copa de invitaciones y de olvido

sobre el hastiado bebedor volcada!

 

 

El camino de nuestra casa...

 

Nos eres familiar como una cosa

que fuera nuestra, solamente nuestra;

familiar en las calles, en los árboles

que bordean ]a acera,

en la alegría bulliciosa y loca

de los muchachos, en las caras

de los viejos amigos,

en las historias íntimas que andan

de boca en boca por el barrio

y en la monotonía dolorida

del quejoso organillo

que tanto gusta oír nuestra vecina,

la de los ojos tristes...

 

                             Te queremos

con un cariño antiguo y silencioso,

¡caminito de nuestra casa! ¡Vieras

con qué cariño te queremos!

                             ¡Todo

lo que nos haces recordar!

 

                            Tus piedras

parece que guardasen en secreto

el rumor de los pasos familiares

que se apagaron hace tiempo... Aquellos

que ya no escucharemos a la hora

habitual del regreso.

                             Caminito

de nuestra casa, eres

como un rostro querido

que hubiéramos besado muchas veces:

¡tanto te conocemos!

 

Todas las tardes, por la misma calle,

miramos con mirar sereno,

la misma escena alegre o melancólica,

la misma gente... Y siempre la muchacha

modesta y pensativa que hemos visto

envejecer sin novio... resignada!

De cuando en cuando, caras nuevas,

desconocidas, serias o sonrientes,

que nos miran pasar desde la puerta.

Y aquellas otras que desaparecen

poco a poco, en silencio,

las que se van del barrio o de la vida

sin despedirse.

 

                               ¡Oh, los vecinos

que no nos darán más los buenos días!

Pensar que alguna vez nosotros

también por nuestro lado nos iremos,

quién sabe dónde, silenciosamente

como se fueron ellos...

 

 

El clavel

 

Fue al surgir de una duda insinuativa

hirió tu severa aristocracia,

como un símbolo rojo de mi audacia,

un clavel que tu mano no cultiva.

 

Quizás hubo una frase sugestiva,

o viera una intención tu perspicacia,

pues tu serenidad llena de gracia

fingió una rebelión despreciativa...

 

Y, así, en tu vanidad, por la impaciente

condena de un orgullo intransigente,

mi rojo heraldo de amatorios credos

 

Mereció, por su símbolo atrevido,

como un apóstol o como un bandido

la guillotina de tus nobles dedos.

 

 

En el patio

 

Me gusta verte así, bajo la parra,

resguardada del sol del mediodía,

risueñamente audaz, gentil, bizarra,

como una evocación de Andalucía.

 

Con olor a salud en tu belleza,

que envuelves en exóticos vestidos,

roja de clavelones la cabeza

y leyendo novelas de bandidos.

 

- ¡Un carmen andaluz, donde florecen,

en los viejos rincones solitarios,

los rosales que ocultan y ensombrecen

la jaula y el calor de tus canarios! -

 

¡Cuántas veces no creo al acercarme,

todo como en un patio de Sevilla,

que tus más frescas flores vas a darme,

y a ofrecerme después miel con vainilla!

 

O me doy a pensar que he saboreado,

mientras se oye una alegre castañuela,

un rico arroz con leche, polvoreado

de una cálida gloria de canela.

 

¡Cómo me gusta verte así, graciosa,

llena de inquietos, caprichosos mimos,

rodeada de macetas, y, golosa,

desgranando pletóricos racimos!

 

Y mojarse tus manos delincuentes,

al reventar las uvas arrancadas,

como en sangre de vidas inocentes

a tu voracidad sacrificadas!...

 

Y ver vagar, cruelmente seductora,

en esos labios finos y burlones,

tu sonrisa de Esfinge, turbadora

de mis calladas interrogaciones.

 

Y desear para mí, las exquisitas

torturas de tus dedos sonrosados,

que oprimen las doradas cabecitas

de los dulces racimos degollados!

 

 

En silencio

 

Que este verso, que has pedido,

vaya hacia ti, como enviado

de algún recuerdo volcado

en una tierra de olvido...

para insinuarte al oído

su agonía más secreta,

cuando en tus noches, inquieta

por las memorias, tal vez,

leas, siquiera una vez,

las estrofas del poeta.

 

¿Yo?... Vivo con la pasión

de aquel ensueño remoto,

que he guardado como un voto,

ya viejo, del corazón.

¡Y sé, en mi amarga obsesión,

que mi cabeza cansada,

de la prisión de ese ensueño

caerá, recién, libertada

¡cuando duerma el postrer sueño

sobre la postrer almohada!

 

 

Envíos

 

                                                            A Doña Sylla Silva De Mas y Pi

                                                                                                  En su álbum

 

Si de estas cuerdas mías, de tonos más que rudos,

te resultasen ásperos sus rendidos saludos,

y quieres blandos ritmos de credos idealistas,

aguarda delicados poemas modernistas

que alabarán en oro tus posibles desdenes,

coronando de antorchas tan olímpicas sienes,

devotos de la blanca lis de tu aristocracia,

con que ilustro los rojos claveles de mi audacia,

o espera, seductora, decadentes orfebres

que graben tus blasones en sus creadoras fiebres:

Yo trabajo el acero de temples soberanos:

los sonantes cristales se rompen en mis manos.

 

Palmera brasileña, que al caminante herido

ofrendarás tus dátiles de Pasión y de Olvido,

en el Desierto Asnico: tú eres la apoteosis

que nimbando de incendios sus fecundas neurosis,

cruzas por los vaivenes de sus hondos desvelos

como si fueras Luna de sus noches de duelos.

Yo traigo a tu floresta la Alondra moribunda

que, en el violín del Bosque, preludió la errabundo

sinfonía terrena de aquel Ardor eterno

que ahuyenta suavemente las aves del Invierno,

y en las horas tranquilas descubre su cabeza

como un símbolo vago de Amor y de Belleza.

 

Y pasas, y no sola, presintiendo dorados

orientes, los propicios a los enamorados,

como una novia enferma que evoca espirituales

promesas en las largas noches sentimentales,

o esperas al amado, sonriente, como algunas

heroínas que aguardan al amor de las lunas

hojeando florilegios alegres de la Galia,

con manos de Giocondas poéticas de Italia.

¡Oh, las divinas magas que comulgan misterios

en los ratos fugaces de indecibles imperios

cuyos tiernos mandatos y ansiadas tiranías

de las claudicaciones saben las agonías!

 

Quiero brindarte versos porque te finjo buena,

con no sé qué bondades y porque eres morena

como la inspiradora de mis lejanos votos

perspectivas azules de paisajes remotos.

Generosa que amparas de los fríos crueles,

como un fruto viviente de tus sanos vergeles,

las rosas inviolables que tus labios oprimen.

(¡Oh, las instigadoras del ensueño y del crimen!)

Paloma fugitiva de la Ciudad vedada,

donde el dolor muriera bajo la enamorada

caricia del Consuelo: ¡Ciudad donde las risas

suenan como campanas de las futuras Misas!

 

Ya sobre los hastíos de tus meditaciones,

como en fugas radiantes escucharás canciones

de músicas heráldicas, de las músicas locas

que enardecen las ansias y enrojecen las bocas

en besos fecundantes, cual rocíos de mieles

que hasta en el yermo hicieron florecer los laureles.

Yo, a tu rostro moreno consagraré violetas,

las nerviosas amadas tristes de los poetas,

y allá en las tibias tardes, serenas de optimismos,

cuando al disipar todos tus más graves mutismos

mis estrofas de hierro torturen tu garganta,

has de pensar, acaso ¡Si es un hierro que canta!

 

Como un deslumbramiento de rubias primaveras

irradian y perfuman las dichas prisioneras

de todos tus encantos. ¡Oh, poemas paganos!

Heroína y señora de rondeles galanos:

para que siempre puedas orquestar tus mañanas

calandrias y zorzales mis selvas entrerrianas

te ofrecen en mis trovas. ¡Que en todos los momentos

te den las grandes liras sus más nobles acentos,

y revienten las yemas donde el Placer anida,

en las exaltaciones gloriosas de la Vida

que surgen en el cálido Floreal de tus horas

como un carmen de auroras, eternamente auroras!

 

 

 

Filtro rojo

 

Porque hasta mí llegaste silenciosa,

la ardiente exaltación de mi elocuencia

derrotó la glacial indiferencia

que mostrabas, altiva y desdeñosa.

 

Volviste a ser la de antes. Misteriosa,

como un rojo clavel tu confidencia

reventó en una amable delincuencia

con no sé qué pasión pecaminosa.

 

Claudicó gentilmente tu arrogancia,

y al beber el locuaz vino de Francia,

¡oh, las uvas doradas y fecundas!

 

Una aurora tiñó tu faz de armiño,

¡y hubo en la jaula azul de tu corpiño

un temblor de palomas moribundas!

 

 

Has vuelto

 

Has vuelto, organillo. En la acera

hay risas. Has vuelto llorón y cansado

como antes.

                            El ciego te espera

las más de las noches sentado

a la puerta. Calla y escucha. Borrosas

memorias de cosas lejanas

evoca en silencio, de cosas

de cuando sus ojos tenían mañanas,

de cuando era joven... la novia... ¡quién sabe

Alegrías, penas,

vividas en horas distantes. ¡Qué suave

se le pone el rostro cada vez que suenas

algún aire antiguo! ¡Recuerda y suspiro!

Has vuelto, organillo. La gente

modesta te mira

pasar, melancólicamente.

Pianito que cruzas la calle cansado

moliendo el eterno

familiar motivo que el año pasado

gemía a la luna de invierno:

con tu voz gangosa dirás en la esquina

la canción ingenua, la de siempre, acaso

esa preferida de nuestra vecina

la costurerita que dio aquel mal paso.

Y luego de un valse te irás como una

tristeza que cruza la calle desierta,

y habrá quien se quede mirando la luna

desde alguna puerta.

 

¡Adiós, alma nuestra! parece

que dicen las gentes en cuanto te alejas.

¡Pianito del dulce motivo que mece

memorias queridas y viejas!

Anoche, después que te fuiste,

cuando todo el barrio volvía al sosiego

-qué triste-

lloraban los ojos del ciego.

 

 

Invitación

 

Amada, estoy alegre: ya no siento

la angustiosa opresión de la tristeza:

el pájaro fatal del desaliento

graznando se alejó de mi cabeza.

 

Amada, amada: ya, de nuevo, el canto

vuelve a vibrar en mí, como otras veces;

¡y el canto es hombre, porque puede tanto,

que hasta sabe domar las altiveces!

 

Ven a oír: abandona la ventana...

Deja al mendigo en paz. ¡Son tus ternuras

para el dolor, como las de una hermana,

y sólo para mí suelen ser duras!

 

¡Manos de siempre compasiva y buena,

yo tengo todo un sol para que alumbres

ese olímpico rostro de azucena

hecho de palidez y pesadumbres!

 

Hoy soy así. Soy un poeta loco

que ve su dicha de tus tedios presa ...

¡Ven y siéntate al piano: bebe un poco

de champaña en la música francesa!

 

No quiero verte triste. De tu cara

borra ese esguince de pesar cansino...

¡Hoy yo quiero vivir!... ¡Qué cosa rara,

hoy tengo el corazón lleno de vino!

 

 

La dulce voz que oímos todos los días

 

¡Tienes una voz tan dulce!...

Yo no sé por qué será,

te oímos y nos dan muchas

ganas de quererte más.

Tienes una voz tan dulce

y una manera de hablar,

que aunque a veces tú también

estés triste de verdad

haces reír a abuelita

cuando ella quiere llorar.

¡Y ninguno sabe en dónde

encuentras tanta bondad

para poder decir unas

cosas que nos gustan más¡...

¡Si vieras cómo nos gusta!

No te habrás de imaginar

lo mucho que sufriremos

si tú nos dejas... Mamá

dice que cuando te cases

nos tendrás que abandonar,

y eso es mentira: ¿no es cierto

que nunca te casarás?

Nunca nos dejarás solos,

porque eres buena, ¿verdad?

¿Alguna vez has pensado

qué haremos si te nos vas?

¿No lo has pensado? Nosotros

no lo queremos pensar.

Si tú te nos vas, ¿entonces

qué voz extraña vendrá

a decirnos esas cosas

que tú ya no nos dirás?

¿Nos hará olvidar tu voz

la voz que vendrá? ¿Lo hará?

¿Hará reír a abuelita

cuando ella quiera llorar?

 

 

La muerte del cisne

 

En un largo alarido de tristeza

los heraldos, sombríos, la anunciaron,

y las faunas errantes se aprontaron

a dejar el amor de la aspereza.

 

Con el Genio del bosque a la cabeza,

una noche y un día galoparon,

y cual corceles épicos llegaron

en un tropel de bárbara grandeza.

 

Y ahí están. Ya salvajes emociones,

rugen coros de líricos leones

cuando allá en los remansos de lo Inerte,

 

como surgiendo de una pesadilla,

¡Grazna un ganso alejado de la orilla

la bondad provechosa de la Muerte!

 

 

La música lejana que nos llega

 

Accede, te lo ruego así... Dejemos

-mientras se enfría el té que has preparado-

de leer el capítulo empezado:

amada, cierra el libro y escuchemos...

 

Y calla, por favor...Guarda tus finas

burlas: ten la vergüenza, no imposible,

de que tu dulce voz halle insensible,

rebelde corazón que aún dominas.

 

¿Ves? Llega como un breve pensamiento

que pone en fuga el arrepentimiento...

Bebe toda la onda, hermana mía,

 

no dejes en la copa nada, nada...

Emborráchate, amada:

la música es el vino hecho armonía.

 

 

La que hoy pasó muy agitada

 

¡Qué tarde regresas!... ¿Serán las benditas

locuaces amigas que te han detenido?

Vas tan agitada!... ¿Te habrán sorprendido

dejando, hace un rato, las casas de citas?

 

¡Adiós, morochita!... Ya verás, muchacha,

cuando andes en todas las charlas caseras:

sospecho las risas de tus compañeras

diciendo que pronto mostraste la hilacha...

 

Y si esto ha ocurrido, que en verdad no es poco,

si diste el mal paso, si no me equivoco

y encontré el secreto de esa agitación...

 

¿Quién sabrá si llevas en este momento

una duda amarga sobre el pensamiento

y un ensueño muerto sobre el corazón?

 

 

La vuelta de «Caperucita»

 

Entra sin miedo, hermana: no te diremos nada.

¡Qué cambiado está todo, qué cambiado! ¿No es cierto?

¡Si supieras la vida que llevamos pasada!

Mamá ha caído enferma y el pobre viejo ha muerto...

 

Los menores te extrañan todavía, y los otros

verán en ti a la hermana perdida que regresa:

puedes quedarte, siempre tendrás entre nosotros,

con el cariño de antes, un lugar en la mesa.

 

Quédate con nosotros. Sufres y vienes pobre.

Ni un reproche te haremos: ni una palabra sobre

el oculto motivo de tu distanciamiento;

 

ya demasiado sabes cuánto te hemos querido:

aquel día, ¿recuerdas? tuve un presentimiento...

¡Si no te hubieras ido!

Tomado de:

http://amediavoz.com/carriego.htm

 

 

LO QUE DICEN LOS VECINOS

 

¡Bendito sea! Tan luego ahora

mostrarse adusta. ¡Quién lo diría:

ella que siempre conversadora

llenaba el patio con su alegría!

Es increíble lo que les cuesta

hacer que escuche si le hablan de esto,

ruegan, la apuran, y no contesta

ni una palabra: ¡Les pone un gesto!

Y en cuanto insisten se les resiente.

Muchos la encuentran desconocida,

y ¡Da una pena! Continuamente

la van notando más retraída

como si todo la incomodara.

Ya no es ni sombra de lo que fuera

en otros tiempos. ¡Qué cosa rara

que haya cambiado de tal manera!

¡Anda de triste! Y es bien sabido,

cualquier zoncera la vuelve idiota.

En pocos meses ha enflaquecido

tanto la pobre.

Por caprichosa

le pasa eso. Nadie la aguanta

Los de la casa se hallan perplejos:

¡Verla así desde que se levanta!

Esta mañana, sin ir más lejos,

como asaltada por una viva

duda que acaso fue pasajera,

¡La han sorprendido tan pensativa

en el descanso de la escalera!

 

 

EL SUICIDIO DE ESTA MAÑANA

 

En medio del gentío ya no hay quien pueda

pasar, pues andan sueltos los pisotones

que han promovido algunas serias cuestiones

entre los ocupantes de la vereda.

 

En la puerta, un travieso chico remeda

la jerga de un vecino que a manotones

logró llegar al grupo de los mirones

que, una vez en el patio, formaran rueda.

 

Una buena comadre, casi afligida,

cuenta a una costurera muy vivaracha

que, a estar a lo que dicen, era el suicida

 

un borracho perdido, según oyó

el marido de aquella pobre muchacha

que a fines de este otoño lo abandonó.

 

 

EL VELORIO

 

Como ya en el barrio corrió la noticia,

algunos vecinos llegan consternados,

diciendo en voz baja toda la injusticia

que amarga la suerte de los desdichados

 

A principios de año, repentinamente

murió el mayorcito ¡Si es para asustarse:

apenas lo entierran, cuando fatalmente

la misma desgracia vuelve a presentarse!

 

En medio del cuadro de caras llorosas

que llena el ambiente de recogimiento,

el padre recibe las frases piadosas

con que lo acompañan en el sentimiento

 

Los íntimos quieren llevárselo afuera,

pues presienten una decisión sombría

en su mirar fijo: de cualquier manera

con desesperarse nada sacaría

 

Porque hay que ser hombre, cede a las instancias

de los allegados, que fingen el gesto

de cansancio propio de las circunstancias:

Paciencia, por algo Dios lo habrá dispuesto.

 

La forma expresiva de las condolencias

narra lo sincero de las aflicciones,

que recién en estas duras emergencias

se aprecian las pocas buenas relaciones.

 

Entre los amigos que han ido a excusarse,

uno que otro padre de familia pasa

a cumplir, sintiendo no poder quedarse:

¡Ellos también tienen enfermos en casa!

 

Encuentran el golpe realmente sensible,

aunque irreparable, saben que sus puestos

están allí, pero les es imposible

al fin crían hijos y se hallan expuestos

 

Como habla del duelo todo el conventillo,

vienen comentarios desde la cocina,

mientras el teclado de un ronco organillo

más ronco y más grave solloza en la esquina.

 

Las muchas vecinas que desde temprano

fueron a brindarse, siempre cumplidoras,

están asombradas ¡El era bien sano,

y en tan corto tiempo: cuarenta y ocho horas!

 

¡Parece mentira! ¡Pobre finadito!

Nunca, jamás daba que hacer a la gente:

¡Había que verlo, ya tan hombrecito,

tan fino en sus modos y tan obediente!

 

La angustiada madre, que llorando apura

el cáliz que el justo Señor le depara,

muestra a las visitas la vieja figura

con que la noche antes él aún jugara.

 

Y, afanosamente, buscando al acaso,

halla entre las vueltas de una serpentina

aquel desteñido traje de payaso

que le regalase su santa madrina.

 

Y la rubia imagen a la cual rezaba

truncas devociones de rezos tardíos,

¡Ah, qué unción la suya, cuando comenzaba:

«Jesús Nazareno, rey de los judíos!»

 

Como esas benditas cosas no la dejan,

y ella torna al mismo fúnebre relato

y va siendo tarde, todas la aconsejan

cariñosamente recostarse un rato.

 

Muchas de las que hace tiempo permanecen

con ella, se marchan, pues no les permite

quedarse la hora, pero antes se ofrecen

para algo de apuro que se necesite

 

Las de «compromiso» van abandonando

silenciosamente la pieza mortuoria:

sólo las parientes se aguardan, orando

por el angelito que sube a la Gloria.

 

La crédula hermana se acerca en puntillas,

a ver, nuevamente, «si ya está despierto»,

y le llama y pone sus frescas mejillas

sobre la carita apacible del muerto.

 

En el otro cuarto se tocan asuntos

de interés notorio: programas navales,

cuestiones, alarmas, crisis y presuntos

casos de conflictos internacionales.

 

Mientras corre el mate, se insinúan datos

sobre las carreras y las elecciones,

y «la fija, al freno», de los candidatos

es causa de algunas serias discusiones.

 

Como no es posible que en esos instantes,

y habiendo muchachas, puedan sostenerse

sin ningún motivo temas semejantes,

los juegos de prendas van a proponerse.

 

Varios se retiran como pesarosos

de no acompañarlos: no hay otro remedio,

quizás esperasen, sin duda gustosos,

si fuerzas mayores que están de por medio

 

Y, al dejar al padre menos afligido,

a las susurradas frases de la breve

triste despedida, sigue el convenido

casi misterioso: «Mañana a las nueve».

Tomado de:

https://www.poesi.as/Evaristo_Carriego.htm

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