lunes, 3 de octubre de 2022

POEMAS DE GERARDO DIEGO PARA RECORDAR SU NATALICIO


Rosa mística

 

Era ella.

 

             Y nadie lo sabía.

 

Pero cuando pasaba

los árboles se arrodillaban.

 

Anidaba en sus ojos

 

               el Ave María

 

y en su cabellera

 

               se trenzaban las letanías,

 

Era ella.

 

              Era ella.

 

Me desmayé en sus manos

como una hoja muerta

 

                  sus manos ojivales

                  que daban de comer a las estrellas.

 

Por el aire volaban

romanzas sin sonido.

 

                   Y en su almohada de pasos

                   me quedé dormido.

 

Mujer de ausencia

escultura de música en el tiempo.

Cuando modelo el busto

faltan los pies y el rostro se deshizo.

Ni el retrato me fija con su química

el momento justo.

Es un silencio muerto

en la infinita melodía.

Mujer de ausencia, estatua

de sal que se disuelve, y la tortura

de forma sin materia.

 

 

Siempre abiertos tus ojos...

 

Siempre abiertos tus ojos

(muchas veces se dijo) como un faro.

Pero la luz que exhalan

no derrama su chorro en los naufragios.

Enjuto, aunque desnudo,

voy derivando orillas de tu radio.

Soy yo el que giro

como un satélite imantado.

Y dime. Esta luz mía - tuya - que devuelvo,

¿a qué te sabe muerta en tu regazo?

¿Puede aumentar tu lumbre

este selenio resplandor lejano?

 

 

Sueños

 

Anoche soñé contigo.

Ya no me acuerdo qué era.

Pero tú aún eras mía,

eras mi novia. ¡Qué bella

 

mentira! Las blancas alas

del sueño nos traen, nos llevan

por un mundo de imposibles,

por un cielo de quimeras.

 

Anoche tal vez te vi

salir lenta de la iglesia,

en las manos el rosario,

cabizbaja y recoleta.

 

O acaso junto al arroyo,

allá en la paz de la aldea,

urdíamos nuestros sueños

divinos de primavera.

 

Quizás tú fueras aún niña

-¡oh remota y dulce época!-

y cantaras en el coro,

al aire sueltas las trenzas.

 

Y yo sería un rapaz

de los que van a la escuela,

de los que hablan a las niñas,

de los que juegan con ellas.

 

El sueño es algo tan lánguido

tan sin forma, tan de nieblas...

¡Quién pudiera soñar siempre!

Dormir siempre ¡quién pudiera!

 

¡Quién pudiera ser tu novio

(alma, vístete de fiesta)

en un sueño eterno y dulce,

blanco como las estrellas!...

 

 

Sucesiva

 

Déjame acariciarte lentamente,

déjame lentamente comprobarte,

ver que eres de verdad, un continuarte

de ti misma a ti misma extensamente.

 

Onda tras onda irradian de tu frente

y mansamente, apenas sin rizarte,

rompen sus diez espumas al besarte

de tus pies en la playa adolescente.

 

Así te quiero, fluida y sucesiva,

manantial tú de ti, agua furtiva,

música para el tacto perezosa.

 

Así te quiero, en límites pequeños,

aquí y allá, fragmentos, lirio, rosa,

y tu unidad después, luz de mis sueños.

 

 

Te diré el secreto de la vida

 

El secreto de la vida es intercalar

entre palmera y palmera un hijo pródigo

y a la derecha del viento y a la izquierda del loco

conseguir que se filtre una corona real

Levántate cada día a hora distinta

y entre hora y hora

compóntelas para incrustar un ángel

 

Nada hay como un suspiro intercalado

y entre suspiro y suspiro

la melodía ininterrumpida

 

Déjame que te cante

la grieta azul y el intervalo.

 

 

Tentación

 

No. De noche no. De noche

no, porque me miran ellas.

Sería un mudo reproche

el rubor de las estrellas.

 

Tan inocentes, tan puras,

con sus ojos ignorantes,

latiendo como diamantes

allá arriba en las alturas.

 

-Entonces, mira. Mañana

bajo el sol viejo y ardiente.

La luz ciega, muerde, aplana.

El alma duerme... y consiente.

 

-¿De día? No. Las estrellas

en el cielo están también.

¿No lo sabías? Sí. Ellas,

aunque invisibles, nos ven.

 

 

Tú me miras, amor, al fin me miras...

 

Tú me miras, amor, al fin me miras

de frente, tú me miras y te entregas

y de tus ojos líricos trasiegas

tu inocencia a los míos. No retiras

 

tu onda y onda dulcísima, mentiras

que yo soñaba y son verdad, no juegas.

Me miras ya sin ver, mirando a ciegas

tu propio amor que en mi mirar respiras.

 

No ves mis ojos, no mi amor de fuente,

miras para no ver, miras cantando

cantas mirando, oh música del cielo.

 

Oh mi ciega del alma, incandescente,

mi melodía en que mi ser revelo.

Tú me miras, amor, me estás mirando.

 

 

Adentro, más adentro...

 

Adentro, más adentro,

hasta encontrar en mí todas las cosas.

Afuera, más afuera,

hasta llegar a ti en todas las cosas.

 

secreto panteísmo.

Mi oración es así.

Tú estás en todo

y todo en mí.

 

 

Ahogo

 

Déjame hacer un árbol con tus trenzas.

 

Mañana me hallarán ahorcado

en el nudo celeste de tus venas.

 

Se va a casar la novia

del marinerito.

 

Haré una gran pajarita

con sus cartas cruzadas.

Y luego romperé

la luna de una pedrada.

Neurastenia, dice el doctor.

 

Gulliver

ha hundido todos sus navíos.

 

Codicilo: dejo a mi novia

un puñal y una carcajada.

 

 

Amor

 

Dentro, en tus ojos, donde calla y duerme

un palpitar de acuario submarino,

quisiera - licor tenue al difumino -

hundirme, decantarme, adormecerme.

 

Y a través de tu espalda, pura, inerme,

que me trasluce el ritmo de andantino

de tu anhelar, si en ella me reclino,

quisiera trasvasarme y extenderme.

 

Multiplicar mi nido en tus regazos

innumerables, que al cerrar los brazos

no encontrases mi carne, en ti disuelta.

 

Y que mi alma, en bulto y tacto vuelta,

te resbalase en torno, transparente

como tu frente, amor, como tu frente.

Tomado de:

http://amediavoz.com/diego.htm

 

 

El ciprés de Silos

 

Enhiesto surtidor de sombra y sueño

que acongojas el cielo con tu lanza.

Chorro que a las estrellas casi alcanza

devanado a sí mismo en loco empeño.

 

Mástil de soledad, prodigio isleño,

flecha de fe, saeta de esperanza.

Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,

peregrina al azar, mi alma sin dueño.

 

Cuando te vi señero, dulce, firme,

qué ansiedades sentí de diluirme

y ascender como tú, vuelto en cristales,

 

como tú, negra torre de arduos filos,

ejemplo de delirios verticales,

mudo ciprés en el fervor de Silos.

 

 

Madrigal

 

A Juan Ramón Jiménez

 

Estabas en el agua

Estabas que yo te vi

 

Todas las ciudades

lloraban por ti

 

Las ciudades desnudas

balando como bestias en manada

 

A tu paso

las palabras eran gestos

como estos que ahora te ofrezco

 

Creían poseerte

porque sabían teclear en tu abanico

 

Pero

 

No

 

no estabas allí

 

Estabas en el agua

que yo te vi

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-gerardo-diego/

 

 






 


 


 


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