martes, 11 de octubre de 2022

POEMAS Y TEXTOS DE ANATOLE FRANCE


Marina

 

Bajo las blandas palideces que vuelan en silencio

 

el acantilado, el mar y la arena, en la ensenada

 

las embarcaciones se revelan ya.

 

De la vorágine oriental el sol emerge

 

y cubre al océano de una capa embrazada.

 

La duna a lo lejos sonríe, ondulante y rosada.

 

Viajan los relámpagos en los cristales de las casas.

 

En el vértice de los cuchillos las jóvenes frondas

 

comienzan a reverdecer en la claridad primera,

 

y el cielo aspira largamente la luz.

 

Él fija en el espacio un vago rumor

 

donde el trabajo humano va a lanzar su clamor.

 

Las mujeres en zuecos descienden de la aldea,

 

los pescadores hacen secar sus redes sobre la playa,

 

y el sol ilumina las espaldas de los marineros,

 

los espasmos de los peces en el mimbre de las cestas.

 

En un hueco de acantilado donde flota la estopa,

 

un viejo hombre calafatea, cantando, su chalupa,

 

mientras que todo en lo alto, entre los cardos blancos,

 

caminan dos aduaneros, al paso, graves y lentos.

 

En un barco pesquero con vela latina,

 

blanco triángulo, reluce a través de la llovizna

 

un viejo marino, de pie sobre el castillo

 

estira el brazo a lo largo, interroga al viento.

 

 

Ante una firma de María Estuardo

 

A Étienne Charavay

 

Esta reliquia exhala un olor de elegía;

pues la reina de Escocia, cuyo labio galano

daba un beso a Ronsard y otro al misal romano,

puso algo en ella de la magia que tenía.

 

Cuando la reina, con su frágil energía,

firmó María al pie del pergamino anciano,

la hoja feliz se puso tibia bajo la mano

que azulaba una sangre brava para la orgía.

 

Maravillosos dedos de mujer han estado

aquí, con el perfume del rizo acariciado

en el orgullo real de un sangrante adulterio.

 

Yo torno a hallar la esencia y la luz rosa de estos

dedos reales, hoy mudos, descompuestos,

flores tal vez de un tranquilo cementerio.

Tomado de:

https://festrella.wordpress.com/2021/04/16/poesia-aurea-el-oro-de-anatole-france/

 

 

cautivos

 

Hay, no lejos de las cálidas siertas

donde el mar en calma se vuelve azul,

un bosque de naranjos y arrayanes

al que no se acercan los rebaños.

 

Allí, bajo la antigua sombra de un árbol,

Un sátiro, obra divina,

Sonríe en su vaina de mármol,

Como alegrado por el vino.

 

Tiene oídos agudos

Que levantan un pronto estremecimiento;

Cuernos jóvenes invictos

brillan en su frente masculina;

 

Puedes ver que sus anchas fosas nasales

Llevan a sus alegres espíritus

La frescura de la brisa marina.

 

 

 

Recordemos el bebió falerno;

Dos glándulas, como las que tienen las cabras,

Cuelgan bajo su barbilla barbuda.

 

Cautivo de la base pentélica,

Languidece un adolescente triste

. El dios, con su mirada oblicua,

Le derrama un rayo acariciador.

 

Pero él, el niño de alas blancas,

Levanta, los ojos brillantes de lágrimas,

Por sus suaves caderas,

De sus brazos atados por flores.

 

 

 

A veces sus alas que agita

Meditan el ascenso imposible.

 

Y mientras el sol ilumine

El casto y silencioso bosque,

Los diseños orgullosos y la ira

inflaman sus ojos húmedos.

 

Pero cuando la sombra transparente viene A

traer de vuelta a las Ninfas a coro,

Él ríe, y su cadena fragante

Embriaga dulcemente su corazón.

 

 

Árboles

 

Oh vosotros que, en florida paz y gracia,

animas tanto los campos como tus bosques nativos,

hijos silenciosos de las razas vegetales,

hermosos árboles, nutridos de rocío y sol,

 

el placer por el cual toda raza animada

se concibe y se yergue en la claridad de el día,

la madre con costados divinos de la que salió el Amor,

exhala también sobre ti su aliento fragante.

 

Hijo de las flores, naces como nosotros del Deseo,

Y el Deseo, en los días sagrados de las flores abiertas,

Sabe reunir en las cosas tu alma dispersa,

Tu alma que se busca a sí misma y no se alcanza a sí misma.

 

Y, todo envuelto en la materia sorda

Al limo paterno retenido por los pies,

Hacia la vida aspirante, la multiplicas,

Sin terminar de nacer en toda tu vida.

Tomado de:

http://espanol.agonia.net/index.php/author/0004161/type/poetry/Poemas

 

 

Amor erudito

“Acababa de ordenarme y pensaba conseguir mucho renombre en las letras; pero una mujer dio al traste con mis esperanzas. Llamábase Nicolasa Pigoreau, y era dueña de una librería, La biblia de oro, en la plaza, frente a mi colegio. Yo frecuentaba la librería donde hojeaba constantemente los libros que la dueña recibía de Holanda, así como las ediciones bipánticas, ilustradas con notas, glosas y comentarios muy eruditos. Yo era muy agradable, y por mi desgracia no dejó de inadvertirlo aquella señora. Había sido bella y aún conservaba cierto atractivo. Sus ojos eran parleros. Un día los Cicerón y los Tito Livios, los Platón y los Aristóteles, Tucídides, Polibio y Varrón, Epicteto, Séneca, Boecio y Casiodoro, Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Plauto y Terencio… arrastrando consigo a Ferri, Lenain, Godefroy, Mezeray, Mainbourg, Fabricius, el padre Lelong y el padre Pitou, todos los poetas, todos los oradores, todos los historiadores, todos los padres, todos los doctores, todos los teólogos, todos los humanistas, todos los compiladores alineados en las estanterías  de aquel establecimiento fueron testigos de nuestras caricias.

 

—No juzgues muy severamente mi debilidad —me dijo la señora, mientras manifestaba su amor en inconcebibles ansias.

 

Mi fortuna se prolongó hasta que me vi desbancado por un oficial”.

Tomado de:

https://narrativabreve.com/2022/06/2-microrrelatos-escondidos-de-anatole-france.html

 

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