domingo, 30 de octubre de 2022

REVISITANDO A MIGUEL HERNÁNDEZ EN TIEMPOS DE ESPERANZA


SENTADO SOBRE LOS MUERTOS

Sentado sobre los muertos

 

que se han callado en dos meses,

 

beso zapatos vacíos

 

y empuño rabiosamente

 

la mano del corazón

 

y el alma que lo mantiene.

 

Que mi voz suba a los montes

 

y baje a la tierra y truene,

 

eso pide mi garganta

 

desde ahora y desde siempre.

 

CANCIONERO Y ROMANCERO DE AUSENCIAS

Por las calles voy dejando

 

algo que voy recogiendo:

 

pedazos de vida mía

 

venidos desde muy lejos

 

Voy alado a la agonía

 

arrastrándome me veo

 

en el umbral, en el fundo

 

latente de nacimiento

 

TRISTES GUERRAS

Tristes guerras

 

si no es amor la empresa.

 

Tristes, tristes.

 

Tristes armas

 

si no son las palabras.

 

Tristes, tristes.

 

Tristes hombres

 

si no mueren de amores.

 

Tristes, tristes.

 

JORNALEROS

Jornaleros que habéis cobrado en plomo

 

sufrimientos, trabajos y dineros.

 

cuerpos de sometido y alto lomo:

 

jornaleros.

 

Españoles que España habéis ganado

 

labrándola entre lluvias y entre soles.

 

Rabadanes del hambre y del arado:

 

españoles.

 

Esta España que, nunca satisfecha

 

de malograr la flor de la cizaña,

 

de una cosecha pasa a otra cosecha:

 

esta España.

 

CANCIÓN ÚLTIMA

Pintada, no vacía:

 

pintada está mi casa

 

del color de las grandes

 

pasiones y desgracias.

 

Regresará del llanto

 

adonde fue llevada

 

con su desierta mesa,

 

con su ruinosa cama.

 

Florecerán los besos

 

sobre las almohadas.

 

Y en torno de los cuerpos

 

elevará la sábana

 

su intensa enredadera

 

nocturna, perfumada.

 

El odio se amortigua

 

detrás de la ventana.

 

Será la garra suave.

 

Dejadme la esperanza.

 

ESCRIBÍ EN EL ARENAL

Escribí en el arenal

 

los tres nombres de la vida:

 

vida, muerte, amor.

 

Una ráfaga de mar,

 

tantas claras veces ida,

 

vino y los borró.

 

EL RAYO QUE NO CESA

¿No cesará este rayo que me habita

 

el corazón de exasperadas fieras

 

y de fraguas coléricas y herreras

 

donde el metal más fresco se marchita?

 

¿No cesará esta terca estalactita

 

de cultivar sus duras cabelleras

 

como espadas y rígidas hogueras

 

hacia mi corazón que muge y grita?

 

LAS MANOS

Dos especies de manos se enfrentan en la vida,

 

brotan del corazón, irrumpen por los brazos,

 

saltan, y desembocan sobre la luz herida

 

a golpes, a zarpazos.

 

La mano es la herramienta del alma, su mensaje,

 

y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.

 

Alzad, moved las manos en un gran oleaje,

 

hombres de mi simiente.

 

VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN

Si me muero, que me muera

 

con la cabeza muy alta.

 

Muerto y veinte veces muerto,

 

la boca contra la grama,

 

tendré apretados los dientes

 

y decidida la barba.

 

Cantando espero a la muerte,

 

que hay ruiseñores que cantan

 

encima de los fusiles

 

y en medio de las batallas.

Tomado de:

https://www.europapress.es/cultura/libros-00132/noticia-10-poemas-imprescindibles-miguel-hernandez-20180328112118.html

 

 

Me tiraste un limón y tan amargo...

 

Me tiraste un limón, y tan amargo,

con una mano cálida y tan pura,

que no menoscabó su arquitectura

y probé su amargura, sin embargo.

 

Con el golpe amarillo, de un letargo

dulce pasó a una ansiosa calentura

mi sangre, que sintió la mordedura

de una punta de seno duro y largo.

 

Pero al mirarte y verte la sonrisa

que te produjo el limonado hecho,

a mi voraz malicia tan ajena,

 

se me durmió la sangre en la camisa,

y se volvió el poroso y áureo pecho

una picuda y deslumbrante pena.

 

 

* * * * *

 

 

Mi corazón no puede con la carga...

 

Mi corazón no puede con la carga

de su amorosa y lóbrega tormenta

y hasta mi lengua eleva la sangrienta

especie clamorosa que lo embarga.

 

Ya es corazón mi lengua lenta y larga,

mi corazón ya es lengua larga y lenta...

¿Quieres contar sus penas? Anda y cuenta

los dulces granos de la arena amarga.

 

Mi corazón no puede más de triste:

con el flotante espectro de un ahogado

vuela en la sangre y se hunde sin apoyo.

 

Y ayer, dentro del tuyo, me escribiste

que de nostalgia tienes inclinado

medio cuerpo hacia mí, medio hacia el hoyo.

 

 

* * * * *

 

 

Por tu pie, la blancura más bailable...

 

Por tu pie, la blancura más bailable,

donde cesa en diez partes tu hermosura,

una paloma sube a tu cintura,

baja a la tierra un nardo interminable .

 

Con tu pie vas poniendo lo admirable

del nácar en ridícula estrechura,

y adonde va tu pie va la blancura,

perro sembrado de jazmín calzable.

 

A tu pie, tan espuma como playa,

arena y mar, me arrimo y desarrimo

y al redil de su planta entrar procuro.

 

Entro y dejo que el alma se me vaya

por la voz amorosa del racimo:

pisa mi corazón que ya es maduro.

 

 

* * * * *

 

 

¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria...

 

¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria

del privilegio aquel, de aquel aquello

que era, almenadamente blanco y bello,

una almena de nata giratoria?

 

Recuerdo y no recuerdo aquella historia

de marfil expirado en un cabello,

donde aprendió a ceñir el cisne cuello

y a vocear la nieve transitoria.

 

Recuerdo y no recuerdo aquel cogollo

de estrangulable hielo femenino

como una lacteada y breve vía.

 

Y recuerdo aquel beso sin apoyo

que quedó entre mi boca y el camino

de aquel cuello, aquel beso y aquel día.

 

 

* * * * *

 

 

Silencio de metal triste y sonoro...

 

Silencio de metal triste y sonoro,

espadas congregando con amores

en el final de huesos destructores

de la región volcánica del toro.

 

Una humedad de femenino oro

que olió puso en su sangre resplandores,

y refugió un bramido entre las flores

como un huracanado y vasto lloro.

 

De amorosas y cálidas cornadas

cubriendo está los trebolares tiernos

con el dolor de mil enamorados.

 

Bajo su piel las furias refugiadas

son en el nacimiento de sus cuernos

pensamientos de muerte edificados.

 

 

* * * * *

 

 

Te me mueres de casta y de sencilla...

 

Te me mueres de casta y de sencilla...

Estoy convicto, amor, estoy confeso

de que, raptor intrépido de un beso,

yo te libé la flor de la mejilla.

 

Yo te libé la flor de la mejilla,

y desde aquella gloria, aquel suceso,

tu mejilla, de escrúpulo y de peso,

se te cae deshojada y amarilla.

 

El fantasma del beso delincuente

el pómulo te tiene perseguido,

cada vez más patente, negro y grande.

 

Y sin dormir estás, celosamente,

vigilando mi boca ¡con qué cuido!

para que no se vicie y se desmande.

 

 

* * * * *

 

 

Tengo estos huesos hechos a las penas...

 

Tengo estos huesos hechos a las penas

y a las cavilaciones estas sienes:

pena que vas, cavilación que vienes

como el mar de la playa a las arenas.

 

Como el mar de la playa a las arenas,

voy en este naufragio de vaivenes,

por una noche oscura de sartenes

redondas, pobres, tristes y morenas.

 

Nadie me salvará de este naufragio

si no es tu amor, la tabla que procuro,

si no es tu voz, el norte que pretendo.

 

Eludiendo por eso el mal presagio

de que ni en ti siquiera habré seguro,

voy entre pena y pena sonriendo.

 

 

* * * * *

 

 

Tu corazón una naranja helada...

 

Tu corazón, una naranja helada

con un dentro sin luz de dulce miera

y una porosa vista de oro: un fuera

venturas prometiendo a la mirada.

 

Mi corazón, una febril granada

de agrupado rubor y abierta cera,

que sus tiernos collares te ofreciera

con una obstinación enamorada.

 

¡Ay, qué acometimiento de quebranto

ir a tu corazón y hallar un hielo

de irreductible y pavorosa nieve!

 

Por los alrededores de mi llanto

un pañuelo sediento va de vuelo

con la esperanza de que en él lo abreve.

 

 

* * * * *

 

 

Umbrío por la pena, casi bruno...

 

Umbrío por la pena, casi bruno,

porque la pena tizna cuando estalla,

donde yo no me hallo no se halla

hombre más apenado que ninguno.

 

Sobre la pena duermo solo y uno,

pena en mi paz y pena en mi batalla,

perro que ni me deja ni se calla,

siempre a su dueño fiel, pero importuno.

 

Cardos y penas llevo por corona,

cardos y penas siembran sus leopardos

y no me dejan bueno hueso alguno.

 

No podrá con la pena mi persona

rodeada de penas y de cardos:

¡cuánto penar para morirse uno!

 

 

* * * * *

 

 

Una querencia tengo por tu acento...

 

Una querencia tengo por tu acento,

una apetencia por tu compañía

y una dolencia de melancolía

por la ausencia del aire de tu viento.

 

Paciencia necesita mi tormento

urgencia de tu garza galanía,

tu clemencia solar mi helado día,

tu asistencia la herida en que lo cuento.

 

¡Ay, querencia, dolencia y apetencia!:

tus sustanciales besos, mi sustento,

me faltan y me muero sobre mayo.

 

Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia,

a serenar la sien del pensamiento

que desahoga en mí su eterno rayo.

 

De "El rayo que no cesa" 1935

 

 

Canción del esposo soldado

 

He poblado tu vientre de amor y sementera,

he prolongado el eco de sangre a que respondo

y espero sobre el surco como el arado espera:

he llegado hasta el fondo.

 

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,

esposa de mi piel, gran trago de mi vida,

tus pechos locos crecen hasta mí dando saltos

de cierva concebida.

 

Ya me parece que eres un cristal delicado,

temo que te me rompas al más leve tropiezo,

y a reforzar tus venas con mi piel de soldado

fuera como el cerezo.

 

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,

te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.

Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,

ansiado por el plomo.

 

Sobre los ataúdes feroces en acecho,

sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa

te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho

hasta en el polvo, esposa.

 

Cuando junto a los campos de combate te piensa

mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,

te acercas hacia mí como una boca inmensa

de hambrienta dentadura.

 

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:

aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,

y defiendo tu vientre de pobre que me espera,

y defiendo tu hijo.

 

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,

envuelto en un clamor de victoria y guitarras,

y dejaré a tu puerta mi vida de soldado

sin colmillos ni garras.

 

Es preciso matar para seguir viviendo.

Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.

Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo

cosida por tu mano.

 

Tus piernas implacables al parto van derechas,

y tu implacable boca de labios indomables,

y ante mi soledad de explosiones y brechas

recorres un camino de besos implacables.

 

Para el hijo será la paz que estoy forjando.

Y al fin en un océano de irremediables huesos,

tu corazón y el mío naufragarán, quedando

una mujer y un hombre gastados por los besos.

 

 

Casida del sediento

 

Arena del desierto

soy, desierto de sed.

Oasis es tu boca

donde no he de beber.

 

Boca: Oasis abierto

a todas las arenas del desierto.

 

Húmedo punto en medio

de un mundo abrasador

el de tu cuerpo, el tuyo,

que nunca es de los dos.

 

Cuerpo: pozo cerrado

a quien la sed y el sol han calcinado.

 

 

* * * * *

 

 

Cerca del agua te quiero llevar...

 

Cerca del agua te quiero llevar

porque tu arrullo trascienda del mar.

 

Cerca del agua te quiero tener

porque te aliente su vívido ser.

 

Cerca del agua te quiero sentir

porque la espuma te enseñe a reír.

 

Cerca del agua te quiero, mujer,

ver, abarcar, fecundar, conocer.

 

Cerca del agua perdida del mar

que no se puede perder ni encontrar.

 

 

* * * * *

 

 

Dime desde allá abajo...

 

Dime desde allá abajo

la palabra te quiero.

 

¿Hablas bajo la tierra?

 

Hablo con el silencio.

 

¿Quieres bajo la tierra?

 

Bajo la tierra quiero

porque hacia donde corras

quiere correr mi cuerpo.

 

Ardo desde allí abajo

y alumbro tus recuerdos.

 

 

* * * * *

 

 

El tren de los heridos

 

Silencio que naufraga en el silencio

de las bocas cerradas de la noche.

No cesa de callar ni atravesado.

Habla el lenguaje ahogado de los muertos.

 

Silencio.

 

Abre caminos de algodón profundo,

amordaza las ruedas, los relojes,

detén la voz del mar, de la paloma:

emociona la noche de los sueños.

 

Silencio.

 

El tren lluvioso de la sangre suelta,

el frágil tren de los que se desangran,

el silencioso, el doloroso, el pálido,

el tren callado de los sufrimientos.

 

Silencio.

 

Tren de la palidez mortal que asciende:

la palidez reviste las cabezas,

el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,

el corazón de los que malhirieron.

 

Silencio.

 

Van derramando piernas, brazos, ojos,

van arrojando por el tren pedazos.

Pasan dejando rastros de amargura,

otra vía láctea de estelares miembros.

 

Silencio.

 

Ronco tren desmayado, enrojecido:

agoniza el carbón, suspira el humo

y, maternal la máquina suspira,

avanza como un largo desaliento.

 

Silencio.

 

Detenerse quisiera bajo un túnel

la larga madre, sollozar tendida.

No hay estaciones donde detenerse,

si no es el hospital, si no es el pecho.

 

Para vivir, con un pedazo basta:

en un rincón de carne cabe un hombre.

Un dedo solo, un solo trozo de ala

alza el vuelo total de todo un cuerpo.

 

Silencio.

 

Detened ese tren agonizante

que nunca acaba de cruzar la noche.

 

Y se queda descalzo hasta el caballo,

y enarena los cascos y el aliento.

 

 

* * * * *

 

 

Me llamo barro aunque Miguel me llame...

 

Me llamo barro aunque Miguel me llame.

Barro es mi profesión y mi destino

Que mancha con su lengua cuanto lame.

Soy un triste instrumento del camino.

Soy una lengua dulcemente infame

a los pies que idolatro desplegada.

 

Como un nocturno buey de agua y barbecho

que quiere ser criatura idolatrada,

embisto a tus zapatos ya sus alrededores,

y hecho de alfombras y de besos hecho

tu talón que me injuria beso y siembro de flores.

 

Coloco relicarios de mi especie

a tu talón mordiente, a tu pisada,

y siempre a tu pisada me adelanto

para que tu impasible pie desprecie

todo el amor que hacia tu pie levanto.

 

Más mojado que el rostro de mi llanto,

cuando el vidrio lanar del hielo bala,

cuando el invierno tu ventana cierra

bajo a tus pies un gavilán de ala,

de ala manchada y corazón de tierra.

Bajo a tus pies un ramo derretido

de humilde miel pataleada y sola,

un despreciado corazón caído

en forma de alga y en figura de ola.

 

Barro en vano me invisto de amapola,

barro en vano vertiendo voy mis brazos,

barro en vano te muerdo los talones,

dándote a malheridos aletazos

sapos como convulsos corazones.

 

Apenas si me pisas, si me pones

la imagen de tu huella sobre encima,

se despedaza y rompe la armadura

de arrope bipartido que me ciñe la boca

en carne viva y pura,

pidiéndote a pedazos que la oprima

siempre tu pie de liebre libre y loca.

 

Su taciturna nata se arracima,

los sollozos agitan su arboleda

de lana cerebral bajo tu paso.

y pasas, y se queda

incendiando su cera de invierno ante el ocaso,

mártir, alhaja y pasto de la rueda.

 

Harto de someterse a los puñales

circulantes del carro y la pezuña,

teme del barro un parto de animales

de corrosiva piel y vengativa uña.

 

Teme que el barro crezca en un momento,

teme que crezca y suba y cubra tierna,

tierna y celosamente

tu tobillo de junco, mi tormento,

teme que inunde el nardo de tu pierna

y crezca más y ascienda hasta tu frente.

 

Teme que se levante huracanado

del blando territorio del invierno

y estalle y truene y caiga diluviado

sobre tu sangre duramente tierno.

 

Teme un asalto de ofendida espuma

y teme un amoroso cataclismo.

 

Antes que la sequía lo consuma

el barro ha de volverte de lo mismo.

 

 

* * * * *

 

 

Me sobra el corazón

 

Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,

hoy estoy para penas solamente,

hoy no tengo amistad,

hoy sólo tengo ansias

de arrancarme de cuajo el corazón

y ponerlo debajo de un zapato.

 

Hoy reverdece aquella espina seca,

hoy es día de llantos de mi reino,

hoy descarga en mi pecho el desaliento

plomo desalentado.

 

No puedo con mi estrella.

Y busco la muerte por las manos

mirando con cariño las navajas,

y recuerdo aquel hacha compañera,

y pienso en los más altos campanarios

para un salto mortal serenamente.

 

Si no fuera ¿por qué?... no sé por qué,

mi corazón escribiría una postrera carta,

una carta que llevo allí metida,

haría un tintero de mi corazón,

una fuente de sílabas, de adioses y regalos,

y ahí te quedas, al mundo le diría.

 

Yo nací en mala luna.

Tengo la pena de una sola pena

que vale más que toda la alegría.

 

Un amor me ha dejado con los brazos caídos

y no puedo tenderlos hacia más.

¿No veis mi boca qué desengañada,

qué inconformes mis ojos?

 

Cuanto más me contemplo más me aflijo:

cortar este dolor ¿con qué tijeras?

 

Ayer, mañana, hoy

padeciendo por todo

mi corazón, pecera melancólica,

penal de ruiseñores moribundos.

 

Me sobra corazón.

 

Hoy, descorazonarme,

yo el más corazonado de los hombres,

y por el más, también el más amargo.

 

No sé por qué, no sé por qué ni cómo

me perdono la vida cada día.

 

De "Otros poemas"  1935 1936

 

 

* * * * *

 

 

Pena bienhallada

 

Ojinegra la oliva en tu mirada,

boquitierna la tórtola en tu risa,

en tu amor pechiabierta la granada,

barbioscura en tu frente nieve y brisa.

 

Rostriazul el clavel sobre tu vena,

malherido el jazmín desde tu planta,

cejijunta en tu cara la azucena,

dulciamarga la voz en tu garganta.

 

Boquitierna, ojinegra, pechiabierta,

rostriazul, barbioscura, malherida,

cejijunta te quiero y dulciamarga.

 

Semiciego por ti llego a tu puerta,

boquiabierta la llaga de mi vida,

y agriendulzo la pena que la embarga.

 

 

* * * * *

 

 

Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo...

 

Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo,

nacida ya para el marero oficio;

ser graciosa y morena tu ejercicio

y tu virtud más ejemplar ser cielo.

 

¡Niña!, cuando tu pelo va de vuelo,

dando del viento claro un negro indicio,

enmienda de marfil y de artificio

ser de tu capilar borrasca anhelo.

 

No tienes más quehacer que ser hermosa,

ni tengo más festejo que mirarte,

alrededor girando de tu esfera.

 

Satélite de ti, no hago otra cosa,

si no es una labor de recordarte.

-¡Date presa de amor, mi carcelera!

 

De "Primeros poemas" 1933

 

 

* * * * *

 

Tus cartas son un vino

 

                                                                A mi gran Josefina adorada

 

Tus cartas son un vino

que me trastorna y son

el único alimento para mi corazón.

 

Desde que estoy ausente

no sé sino soñar,

igual que el mar tu cuerpo,

amargo igual que el mar.

 

Tus cartas apaciento

metido en un rincón

y por redil y hierba

les doy mi corazón.

 

Aunque bajo la tierra

mi amante cuerpo esté,

escríbeme, paloma,

que yo te escribiré.

Cuando me falte sangre

con zumo de clavel,

y encima de mis huesos

de amor cuando papel.

Tomado de:

http://amediavoz.com/hernandez.htm

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