jueves, 27 de octubre de 2022

POEMAS DE GASTÓN FERNANDO DELIGNE


JOSEFA A. PERDOMO

 

Ya se integró al espíritu fecundo

que un tiempo hiciera palpitar su lira,

ya es átomo y celaje y blando efluvio

del perfume, la luz y la armonía.

 

Nos deja en sus melódicos cantares

inmaculado resplandor celeste,

como el halo divino de una estrella

cuando traspone trémula el Poniente.

 

Enamorada del ameno valle

y del florido soto fue calandria

que alguna vez al éter ascendiera

con la serena majestad del águila.

 

Gloria y honor del sexo en que el futuro

vincula honor y gloria y alegría,

fue de aquellas que irradian las virtudes

prez del hogar, que los hogares nimban.

 

Y es de aquellas criaturas venturosas

cuya vida fue salmo, hermoso y noble;

y ante cuyo sepulcro esparce adelfas

y cíñese la patria de crespones.

 

 

EN EL BOTADO

 

Cacique de una tribu de esmeralda,

aquel palacio indígena, el bohío

de la corta heredad a que respalda

un monte, que a su vez respalda un río;

cuando el idilio de un Adán silvestre

y su costilla montaraz, le hiciera

venturoso hospedaje,

paraíso terrestre;

lo más saliente y copetudo era

del ameno paisaje.

 

Su flamante armazón de tabla oscura,

su gris penacho de lucientes yaguas,

hacían reverberar con nuevas aguas

la circunstante joya de verdura.

 

Aplanada en el techo,

se oxidaba la luz cual plata vieja:

o se colgaba a lomos y antepecho,

en rubia palidísima crineja.

 

No era sino común que se trepase

un ruiseñor a su cumbrera holgada,

y en fugitivas notas ensayase

la trémula canción de la alborada.

 

O que bajo su alero, en que pendía

mazorcado maíz de granos de oro,

el gallo, al enervante mediodía

victorease sonoro.

 

Entonces, ese albergue en que bullía

la vida crepitante,

más que un detalle de la huerta, era

o su tono, o su arteria, o su semblante.

 

Pero en una lluviosa primavera,

la débil cerca desligada y rota

empujó la pareja enamorada

a otra huerta remota;

y en medio a tanta flor recién abierta,

quedóse la heredad abandonada,

y la mansión desierta.

 

Advertido, no tanto del saqueo,

entre cuyo costal desaparece

de la ventana en pos la que fue puerta;

ni tanto del goloso merodeo

de la turba infantil, donde perece

aun no puesto en sazón, el verde fruto;

mas del monte advertido, porque invade

con apretadas filas de maleza

la botada heredad, el Tiempo hirsuto

a comprender empieza

que hay algo allí que estorba;

¡y aferra en la mansión su garra corva!

 

Fue primero una horrible puñalada,

y después una serie,

conque se abrió por la techumbre entrada

a la malsana y húmeda intemperie.

 

Si el sol que se filtraba por el techo,

solía escapar por los abiertos vanos,

no así las aguas del turbión deshecho;

cavaban y cavaban hondo lecho

a turbias miniaturas de pantanos.

 

Furiosa ventolera

por allí no pasara que no hiciera

de las yaguas decrépitas, añicos;

y tragedia mayor aconteciera,

si en júcaro el más negro y más bravío

no angulara el bohío.

 

Torcido, deslustrado,

por reptiles del cieno visitado;

el albergue que fuera de la huerta

lo más noble y sereno,

gozo, atracción y gala deleitosas,

ni es más que una verruga del terreno,

ni menos que un sarcasmo de las cosas!

 

Como al herido por la suerte aleve,

¡hasta la misma timidez se atreve!...

 

Un bejucal de plantas trepadoras,

que en torno a la vivienda

cerraban toda senda;

avanzando traidoras,

e indicando a la ruina; cuchicheaban:

¡ni se defiende, ni hay quién la defienda!

 

Y enlazando sus ramos

como para animarse, murmuraban:

si tal pasa, y tal vemos, ¿qué esperamos?

 

Fue un aguinaldo lívido quien dijo:

¡o es que trepáis, o treparé de fijo!

 

A lo que una "saudosa" pasionaria

expuso, comentando la aventura:

¡por cierto que es bizarra coyuntura

para mirar el sol desde más alto!

 

Fue la palabra fulminante!, todas

clamaron en un punto

trémulas y erizadas, "¡al asalto!"...

 

¡Qué embrollado conjunto

de hojas, antenas, vástagos, sarmientos!...

Y cuán terrible asalto presenciaron

los troncos azorados y los vientos.

 

Cual, por la tabla escueta

tal sube que parece que resbala;

cual se columpia inquieta

de algún clavo saliente haciendo escala.

 

Cual la mansión en torno circunvala,

vuelta enroscado caracol, y asciende

con estrechura tal y tan precisa,

que es cuestión insoluble e indecisa

si ahogaría o si mediría es lo que emprende.

 

Cual, errando el camino,

con impaciente afán la puerta allana,

y luego adentro, recobrado el tino,

sus músculos asoma a la ventana.

 

No hay menudo resquicio

en que su flujo de invasión no apuren;

ni hueco ni intersticio

que sus hojas no tapien y no muren.

 

Ya el albergue sombrío

es un alcor en forma de bohío;

ya su contorno lúgubre se pierde

en la gama riquísima del verde;

 

ya brota en tanta planta que le enreda,

con matizada y colosal guirnalda,

satinados renuevos de esmeralda,

iris de tul, campánulas de seda...

 

¡Transformación magnifica y divina!

cómo de ti se cuida generosa,

Naturaleza, el hada portentosa,

Naturaleza, el hada peregrina!...

 

¡Renovación piadosa

que en tan grande esplendor cubre una ruina;

desde una inerte hechura

a la humana criatura,

con hilos invisibles cuán intensa

relación estableces!...

 

¿Quién dentro, en lo que siente o lo que piensa

por el dolor severo fulminadas,

no se ha dejado a veces

alcázar, quinta o choza abandonadas?...

 

¡Quizás quien no!... Mas a la oculta mina

labrada por recónditos dolores,

alguna trepadora se avecina;

algo que sube a cobijar la ruina,

algo lozano que revienta en flores!...

 

 

CANTIGA

 

Cuando el viento ladra;

cuando gruñe el trueno;

a pares se miran

los nidos repletos.

 

Si el mal confinante

fulmina certero

sobre un ala sola,

¡herirá dos pechos!

 

Así de las almas:

con doblados nexos

se juntan y ligan,

cuando gruñe el trueno,

cuando el viento ladra,

cuando oprime el cerco

de egolatrías sordas

e intereses ciegos.

 

Viandantes amables,

vosotros -¡sea presto!-

seréis de la vida

conjuntos viajeros;

¡y el mal circunstante

no podrá soberbio

descargar un golpe,

sin alzar dos ecos!

 

Que sólo os fulminen

(¡mi voto oiga el cielo!)

nublados de rosas,

granizos de ensueño.

 

Y ya de partida,

vosotros -¡sea presto!-

hagáis el gran viaje,

cantando y riendo.

 

 

SONETOS

 

1

 

Quisqueyana

 

Mientras combate hermano contra hermano,

la savia tropical fecunda amores,

y cuaja frutos y burila flores,

sin aprensión de invierno ni verano.

 

Mientras riega la sangre loma y llano,

espíranse de valles y de alcores

voluptuosos arrullos gemidores

que no interrumpe el grito del milano.

 

Y cuando para el trueno belicoso,

quédense los occisos alazanes,

¡oh, combustión solar! -a lo que arbitres;

 

que en esta tierra donde no hay volcanes,

donde no hay ofidiano ponzoñoso

ni felino feroz, tampoco hay buitres.

 

 

2

 

Memento

 

Los Magnos de la Patria, en lazo estrecho

tornaron indomable su impericia

ante el altar donde la unión oficia.

Abríguese la unión en nuestro pecho.

 

Para alentar el ponderoso hecho

que la victoria diademó propicia,

amaron el derecho y la justicia.

Amemos la justicia y el derecho.

 

Ese el alto tribute, y no los dones

de evanescente incienso y vano ruido,

a su santa memoria y sus blasones.

 

Cuando la bien amada ha fenecido,

recordar sólo el nombre -¡oh, corazones!-

es una ambigua forma del olvido.

 

 

3
 
Entremés olímpico

 

La raza de Saturno, derribada

por el ligero soplo de una idea,

baja a morar sobre la triste Gea,

en una lamentable desbandada.

 

Con su atributo y distintivo, cada

dios osa abrir nueva pelea;

y mueve la dolosa contra-idea,

penetrante y sutil como una espada.

 

A devolver sonrojo por sonrojo

al nuevo cielo, voluntad y brío

previene airado su rencor tremendo;

 

y se apresta a la acción; pero creyendo

que el Olimpo a la postre es un enojo,

y la inmortalidad, un grave hastío.

 

 

4
 
Las más gratas primicias

 

Las más gratas primicias y más bellas,

le son donadas con querer jocundo;

y le consagran, contra amor fecundo,

su pubertad mancebos y doncellas.

 

En cuanto se conoce, están sus huellas

como un sello de lo Alto y lo Profundo;

y aun se lanza a ganar un nuevo mundo,

en cuyo dombo austral bórdanla estrellas.

 

Y luego ve que, al conjurado influjo,

como a la intermitencia del reflujo

duerme silente en la ribera el mar;

 

en torno del neo-bíblico madero

el entusiasmo, enantes vocinglero,

ha callado, se calla, o va a callar...

 

 

OLOLOI

 

Yo, que observo con vista anodina,

cual si fuesen pasajes de China...

 

Tú, prudencia, que hablas muy quedo;

y te abstienes, zebrada de miedo;

tú, pereza, que el alma te dejas

en un plato de chatas lentejas:

tú, apatía, rendida en tu empeño

por el mal africano del sueño;

y ¡oh, tú, laxo no-importa! que aspiras

sin vigor; y mirando, no miras...

 

El, de un temple felino y zorruno,

halagüeño y feroz todo en uno;

por aquel y el de allá y otros modos,

se hizo dueño de todo y de todos.

 

Y redujo sus varias acciones,

a una sola esencial: ¡violaciones!

Los preceptos del Código citas,

y las leyes sagradas no escritas;

la flor viva que el himen aureola,

y el hogar y su honor... ¿qué no viola...?

 

Y pregona su orgullo inaudito,

que es mirar sus delitos, delito:

y que de ellos murmúrese y hable,

es delito más grande y notable;

y prepara y acota y advierte,

para tales delitos, la muerte.

 

Adulando a aquel ídolo falso,

(que de veces irguióse el cadalso!

Y a nutrir su hemofagia larvada,

¡cuántas veces sinuó la emboscada!

 

Ante el lago de sangre humeante,

como ante una esperanza constante,

exclamaba la eterna justicia:

¡Ololoi, ololoi! (¡sea propicia!)

 

Y la eterna Equidad, consternada

ante el pliegue de alguna emboscada,

tras el golpe clamaba y el ay:

¡sea propicia!: ¡ololoi! ¡ololoi!...

 

Y clamando, clamaban no en vano,

ya aquel pueblo detesta al tirano:

y por más que indicándolo, actúe;

y por más que su estrella fluctúe,

augurando propincuos adioses,

no lo vio. 1Lo impidieron los dioses!

 

Y por mucho que en gamas variables,

-no prudentes, mas no refrenables-

estallasen los odios en coro,

-como estalla en tal templo sonoro

un insólito enjambre de toses-

no lo oyó. ¡Lo impidieron los dioses!

 

Y pasó que la sangre vertida

con baldón de la ley y la vida,

trasponiendo el cadalso vetusto,

¡se cuajó... se cuajó... se hizo un busto!

 

Y pasó, que la ruin puñalada,

a traición o en la sombra vibrada,

con su mismo diabólico trazo

¡se alargó... se alargó... se hizo un brazo!

Cuyo extremo terrífico lanza

un gran gesto de muda venganza.

 

Y la ingente maldad vampirina

de aquella alma zorruna y felina,

de aquel hombre de sangre y pecado,

vióse frente del tubo argentado

de una maza que gira y que ruge.

 

¡Y ha caído el coloso al empuje

de un minuto y dos onzas de plomo!

 

Los que odiáis la opresión, ved ahí cómo!

Si después no han de ver sus paisanos,

cual malaria de muertos pantanos,

otra peste brotar cual la suya;

¡aleluya! ¡aleluya! ¡aleluya!

 

Si soltada la Fuerza cautiva,

ha de hacer que resurja y reviva

lo estancado, lo hundido, lo inerte;

¡paz al muerto! ¡loor a la Muerte!

escurre luego por tranquilo cauce,

purpura las hojas y las flores

un abrojo rastrero...

 

 

ROMANCES

 

1

 

Esbozo típico

 

(Medio a lo Quevedo)

 

Velando están a las doce

a quien velaba al de a prima,

y andan bebiendo en la muerte

de quien los vientos bebía.

 

Corre el velorio, rumboso:

marcha la fiesta, rompida;

de aquel para quien fue fiesta

cada sol que amanecía.

 

A la testa, la Altagracia;

el cirio sobre una silla;

sobre la cama, el jayán

y encima de él, cuatro heridas.

 

Por aquí salió, hecha sangre

y mosto, su brava vida;

no el alma, que no la tuvo

quien desalmado vivía.

 

Por excusar tal olvido,

y también porque no diga

la gente, presto un vecino

a más de zapato, almilla:

 

quién busca unos pantalones;

quién regala una camisa,

quién allega al burdo catre

sábana al fin, si no limpia.

 

Y de esta guisa vestido,

casi decente en tal guisa,

estáse en la cama el muerto,

y alrededor la pandilla:

 

¿Le lloran?... ¡claro que sí!

pero son las obras pías

llamadas casas de juego

por el vulgo y la justicia:

 

los malos bailes le llaman

a las pasadas vigilias;

le gritan los alambiques,

del palo por las palizas.

 

De él se duele el contrabando

por las cápsulas que cría,

que más de éstas le vendió

que otras venden las boticas.

 

Está de gala el silencio;

y el escándalo de grima

se calla, porque acabó

quien del brazo le traía.

 

-¡Pues se llenó el medio almud!

dice, en voz enternecida,

de aguardiente y del velorio

(ya de pestañas caídas).

 

-¡Pues se llenó el medio almud!

dice el Bobo (y es malicia

que así le llamen), ni Dios

puede volverle a la vida!

 

Soñaba con ser Ministro;

¡logrado tal vez lo habría!

|Y hasta más!... que de buen taco

fue entre los natas, natilla.

 

Pero no alcanzando a tal,

mas ni a cosa de hacer sisa,

¡véndase lo que tuviere,

para su entierro y su misa!

 

Y vienen al inventario

que al instante se improvisa,

amén de otros varios chismes

de menos prez y valía;

 

los dos revólveres, que son

dos trozos de Historia antigua;

páginas de cien combates,

testigos de mil heridas;

 

el machete, sempiterno

aprendiz de Geometría;

pero en trozos de tangentes,

de consumada pericia;

 

el cuchillo, que es de Collins

y de ello por ser, sería

que fue en vida del difunto

de puñaladas colina;

 

luego el garrote, de un dicho

parodia, más negativa;

pues se sacó sin razón

y se guardó con falsía;

 

y el estoque, que por arma

como aleve conocida,

hizo de aleve asador

de las hurtadas gallinas.

 

¡Válgame Dios! Lo que pudo

el uso en tales reliquias,

¡que al entierro de su dueño

no ayudan, mas ni a su misa!

 

Desechadas por no buenas,

y de los autos en vista,

y resumiendo el debate,

así habló el Bobo y se explica:

 

-Pues no se halla el hospital

a ningunas doce millas,

¡quien a tantos puso en cama

vaya señor en camilla!

 

Y mientras los unos roncan,

y los despiertos desfilan,

allá se acaba el velorio;

y el romance aquí termina!

 

 

2
 
Visita a la Isabela

 

Habían hecho la jornada

a lo que fue la Isabela,

con la unción del mahometano

que camina hacia la Meca.

 

Viejo propósito ha sido;

concierto que desde Iberia

formaron, y cumplen hoy

como devota promesa.

 

Vienen a ver los lugares

en que sus deudos murieron,

bajo el yugo abrumador

de ocupaciones plebeyas.

 

Caballeros de Castilla,

con disciplina severa,

Colón les puso al trabajo,

y les mató la faena.

 

Vienen a ver las ruinas,

el leve polvo que resta

de aquella ciudad famosa,

hace diez lustros deshecha.

 

¡Y ora frente a su perímetro

están, con el alma opresa,

y en silencio que había más

que la mayor elocuencia!

 

-”! Oh, tú, villa! bautizada

en honor de la gran reina!

¡Oh, ciudad, del Nuevo Mundo

la que fundaron primera!

 

Llamada a ser de estas Indias

indisputable cabeza,

¡quién te ve, que no se asombra...!

¡quién te ve, que no se apena...!

 

Eres patrona del vulgo;

de los ociosos conseja;

y te dominan, impunes,

la broza, terrible dueña

de tu asiento, y el lagarto,

monarca de la maleza".

 

De altos recuerdos henchida;

subsolada de osamentas

humanas; sin pueblo y triste;

todo ruido adquiere en ella

repercusión alarmante,

sonoridades siniestras.

 

Los arbustos que a los pies

de ambos hidalgos se quiebran,

emiten chasquido sordo,

chasquido de calaveras.

 

Zumba un enjambre en las flores;

y el zumbido tenaz, suena

como el roncan melancólico

de alguna gaita gallega.

 

El airecillo sutil

que se tuerce y culebrea

al pasar entre la fronda,

se plañe, como alma en pena.

 

O bien, un pájaro-mosca

de un aletazo se aleja.

moviendo un bronco rumor,

tan extraño que consterna.

 

Hasta el mismo sol ayuda

a la fatídica escena:

entre una nube que pasa

y otra nube que se acerca,

ilumina incierto a ratos;

a ratos su lumbre vela.

 

De pronto, los peregrinos

abocan una amplia senda;

de corpulentos yagrumos

y jabillas corpulentas

hermosamente sombreada

a una mano y a la opuesta.

 

Allá en el fondo unos muros

hechos pedazos, blanquean:

son de casas derruidas

de la difunta Isabela.

 

Y hacia mitad del camino,

de espaldas a los que llegan,

unos doce caballeros

lentamente se pasean.

 

Van con los negros sombreros

ornados en plumas negras;

los vestidos, enlutados,

y las capas, cenicientas.

 

Como en una procesión,

discurren en dos hileras

pausados, ceremoniosos,

en silencio, y con cautela.

 

Es de ver que los estoques

y la oscura vestimenta,

lucen pautados por moda

que hace tiempo no se lleva.

 

Y en tanto que las pisadas

de los hidalgos son huecas,

las suyas no alzan más ruido

que el que las sombras hicieran.

 

De súbito se detienen;

las enjutas caras vueltas

a los intrusos; les miran

con insistente fijeza;

taciturna la expresión,

y muy juntadas las cejas.

 

Saludando los hidalgos

con airosa continencia,

de su sombrero, en las manos,

las pintadas plumas tiemblan.

 

¡Dios guarde a los caballeros

por largos años! Empresa

sin duda muy semejante

y acomodada a la nuestra,

os traerá por estos sitios,

donde en bravísima época

tales sucesos pasaron

que una larga historia llenan.

 

Callando se están los doce;

pero en cortés reverencia,

a los chambergos levantan

pausadamente las diestras;

 

saludan y, al saludar,

¡horror que la sangre hiela!

se vienen con los sombreros

desprendidas las cabezas...!

 

 

3
 
Las Sanjuaneras

 

A occidente las palomas

en bandadas pasan ya,

como heraldos veraniegos

de la aurora tropical.

 

Remontadas, en la calma

de la etérea soledad,

sus menudas manchas negras

tonifican la vivaz

explosión de azul de leche

que decora cielo y mar.

 

Y en la urbe consagrada

a Domingo de Guzmán,

las cofrades del Bautista

-bellas magas de hora tal-

a cumplir tradicionales

ceremonias, leves van.

 

Sol oblicuo, del naciente

se complace en alfombrar

con tapices de oro mate

su sendero matinal.

 

Y dejando atrás los muros

de la histórica ciudad,

y atrechando buen espacio

de un camino vecinal;

 

aunque consta que en su día

muy dormido está San Juan,

evocarle es necesario

con la copla de ritual:

 

-Desde el higuerito

hasta el naranjal,

buscando venimos

al señor San Juan.

 

Ni el parece, ni responde;

y sin él, se traen de allá

varas húmedas de higuero

y puchitas de azahar.

 

Y ora empieza la femínea.

inocente bacanal;

las maracas, como tirsos,

como foro, la amistad;

 

un instante volandero

como puente del cantar,

y una danza, como aéreo

don a la hospitalidad.

 

Son las mozas más garridas;

el encanto y calidad

de la urbe melancólica

y del sueño colonial.

 

De refajo todas ellas,

sirve en grande a denunciar

la pureza de unas curvas

tentadoras por demás.

 

Que descienden ondulando,

pero que solivia audaz

de la breve zapatilla

el muy corto valladar.

 

Entre el seno erecto y combo

y el ambiente, sólo hay

el encaje y la blancura

perfumada del holán.

 

Y anudado a la garganta

el finísimo foulard;

con tal garbo, que del nudo

forma un pétalo floral.

 

En el par de trenzas luengas,

una rosa a cada par,

rosas blancas, rosas rojas,

vivas, más que en el rosal.

 

Hechas a las asperezas

del librillo de rezar,

o a la cuenta de las cuentas

del rosario vesperal;

 

son sus manos -afiladas

y carnosas además-

como flores de molicie,

de afelpada suavidad.

 

Cuando no en la luz serena

y silente del hogar,

a la lumbre tamizada

de la amplia catedral,

son los rayos de sus ojos

la reversibilidad

de los lampos que se sorbe

el policromo vitral.

 

No turbada por pasiones

de rabioso tumultuar,

es su risa la sonrisa

de la Inefabilidad.

 

Y aunque junte lo devoto,

su tibieza a lo sexual;

tiene formas opulentas

su virgínea castidad.

 

De ellas no hablará la Historia;

pues no son ni lo serán,

ambulante articulado

de algún código penal.

 

Son perfume: ¡y ya se sabe!

después de aromatizar,

el perfume se disuelve

como un bólido fugaz.

 

Y las dulces sanjuaneras,

peregrinas de un ritual,

bravamente peregrinan

con su danza y su cantar;

 

y tan sólo tocan treguas

cuando sube el astro a la

coruscante apoteosis

de la pompa cenital.

Tomado de:

http://www.los-poetas.com/n/gaston1.htm

 

 

Los galaripsos

 

En la liana vistosa y empinada

funden los galaripsos su esbelteza,

como una aspiración que se anonada

–temblando de pasión– en la belleza.

 

Tejiéndose al imán de sus amores,

su follaje nervioso, se estremece;

y presume quizás, al echar flores,

que es el árbol amado el que florece.

 

Teclado son de vientos vagarosos

y cual la mirra de sagrado rito

en espiral remóntanse, ganosos

de holgar entre el planeta y lo infinito.

 

 

Memento

 

Los Magnos de la Patria, en lazo estrecho

tornaron indomable su impericia

ante el altar donde la unión oficia.

Abríguese la unión en nuestro pecho.

 

Para alentar el poderoso hecho

que la victoria diademó propicia,

amaron el derecho y la justicia.

Amemos la justicia y el derecho.

 

Ese el alto tribute, y no los dones

de evanescente incienso y vano ruido,

a su santa memoria y sus blasones.

 

Cuando la bien amada ha fenecido,

recordar sólo el nombre –¡oh corazones! –

es una ambigua forma del olvido.

Tomado de:

http://poesiabreve-briefpoetry.com/gastondeligne.html

No hay comentarios.:

Publicar un comentario