jueves, 21 de diciembre de 2023

POEMAS DE WASHINGTON DELGADO


Toco una mano

Toco una mano y toco

todas las manos de la tierra.

 

Nada es distinto de este rostro

de esta voz instantánea

y la fuerza del corazón es también

un resplandor en el cielo.

El amor es idéntico

a sí mismo, yo soy

una multitud sobre la tierra.

 

Todo el amor es nuestro:

toco una mano y toco

toda la hermosura.

 

 

Espacio del corazón

Nunca tuve en el pecho tanto aire,

toco el extremo del mar y siento

mi corazón en un profundo sitio.

 

Mi corazón es igual

a todo lo que existe: a la montaña,

al árbol, a las aguas, al tiempo,

a los animales, las cosas y los hombres.

 

Miro mi camisa y es mi corazón,

y lo mismo sucede con mi casa,

con mi ciudad y con el cielo.

En mi corazón son iguales

mi amigo y mi enemigo.

 

Nunca tuve en el pecho tanto aire,

mi corazón no tiene límites y soy

un hombre entre los hombres.

 

 

Los pensamientos puros

Señor rentista, señor funcionario.

señor terrateniente,

señor cornel de artillería,

el hombre es inmortal:

vosotros sois mortales.

Es curioso cómo la podredumbre

se adelanta a veces al cadáver.

Soportad vuestro olor, mostradlo

si queréis, poquito a poco.

Pero no habléis.

Señores enseñad el trasero

pero no lloréis nunca;

cierta decencia es necesaria

aun entre las bestias.

Pensad en el cielo, también,

en las alas blancas

y en la música de las arpas

dulcemente tocadas

por vuestras dulces manos.

Pensad en vuestros libros de lectura, en las viudas

tísicas y abandonadas que ayudaréis con una

trompeta de oro...

Pensad en vuestros billetes, en los veranos junto al mar; en la mucama rubia, en el amante moreno, en los pobres que besaréis en la otra vida, en las distancias terrestre, en los cielos de almíbar.

Pensad en todo,

vuestros días sobre la tierra no serán numerosos.

 

 

Te estoy perdiendo

Te estoy perdiendo

en cada voz que escuchas,

en cada rostro que contemplas,

en cada gesto tuyo,

en cada lugar

que recibe a tu cuerpo.

Ser como la luz

que te envuelve, por la que dejas

un retazo de sombra. Ser

como la noche que te obliga

a un pensamiento, a un deseo,

a un sueño.

Ser una materia leve,

una corriente extensa

que te persigue siempre.

No ser esto que soy

y que te está perdiendo.

 

 

              De Formas de la ausencia, 1953

 

 

Las palabras no dichas

Las palabras no dichas

está aquí, presentes,

lánguidas en su altura

que no quebró el silencio.

Yo les tiendo el oído

-mental, sencillamente-

y me penetren lentas

sin ruido,

dejando en mi memoria

un sabor de sucesos

que nunca sucedieron,

o tal vez sucedieron,

pero sólo en el ansia.

Estas palabras

que ningún labio dijo

son ajenas al tiempo,

a la medida, al número.

Ellas viven por sí.

 

              De Formas de la ausencia, 1953

 

 

 

Allá lejos

Allá lejos, otros ojos

hundidos en los tuyos,

verán maravillados

el mundo que iluminas.

Otros oídos insaciables

entrarán en tu voz.

Y otros labios -posados

en tus labios-

sabrán yan

como el amor existe

cerca de ti,

lejos de ti.

 

              De Formas de la ausencia, 1953

 

 

Dioses

Amo a los pequeños dioses

que no tienen nombre ni patria

ni estatura.

Amo a los dioses oscuros

que viven sólo un día.

Amo a los dioses sencillos:

el viento amarillo del verano,

el verde viento de la primavera

y las iluminadas mariposas

que al fuego vuelan

y en el fuego mueren.

 

 

               De El extranjero, 1956

Tomado de:

https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/57_58/delgado.html

 

 

LAS BUENAS MANERAS

 

Es peligroso caminar

con un nombre en los labios.

 

No digas nunca

España, Leningrado, muchacha,

querida tierra.

 

Aprende las buenas maneras de la vida,

la vida es silenciosa

y el silencio tiene numerosas palabras:

buenos días, ha llegado el verano,

los precios suben

si los salarios suben, la patria espera

vuestro sacrificio, el señor presidente

deplora lo sucedido, los señores ministros

confían en el futuro, el feroz asesino

fue ajusticiado, Dios

bendiga a nuestro pueblo.

 

Viejas palabras dulces,

inútiles y tiernas

como almanaques viejos.

 

¿Para qué decir

España, Leningrado, muchacha,

tierra querida?

No camines con un nombre en los labios.

 

 

Un caballo en casa

 

Guardo un caballo en mi casa.

 

De día patea el suelo

 

junto a la cocina.

 

De noche duerme al pie de mi cama.

 

Con su boñiga y sus relinchos

 

hace incómoda la vida

 

en una casa pequeña.

 

¿Pero qué otra cosa puedo hacer

 

mientras camino hacia la muerte

 

en un mundo al borde del abismo?

 

¿Qué otra cosa sino guardar este caballo

 

como pálida sombra de los prados abiertos

 

bajo el aire libre?

 

En la ciudad muerta y anónima,

 

entre los muertos sin nombre, yo camino

 

como un muerto más.

 

Las gentes me miran o no me miran,

 

tropiezan conmigo y se disculpan

 

o me maldicen y no saben

 

que guardo un caballo en mi casa.

 

En la noche, acaricio sus crines

 

y le doy un trozo de azúcar,

 

como en las películas.

 

Él me mira blandamente, unas lágrimas

 

parecen a punto de hacer de sus ojos redondos.

 

Es el humo de la cocina o tal vez

 

le desespera vivir en un patio

 

de veinte metros cuadrados

 

o dormir en una alcoba

 

con piso de madera.

 

A veces pienso

 

que debería dejarlo irse libremente

 

en busca de su propia muerte.

 

¿Y los prados lejanos

 

sin los cuales yo no podría vivir?

 

Guardo un caballo en mi casa

 

desesperadamente encadenado

 

a mi sueño de libertad.

Tomado de:

http://www.antoniomiranda.com.br/iberoamerica/peru/washington_delgado.html

 

 

ACERCA DE LAS PALABRAS

El viento de las palabras viene de aquí y de allá, sopla interminablemente, de día o de noche, por todo el mundo.

Casi no se nota sobre la superficie de la tierra, no mueve las hojas

de los árboles, no dobla los juncos a la orilla del río, no arrastra briznas de hierba no riza las aguas de los grandes lagos.

El viento de las palabras sopla por los resquicios del alma y nos derriba o nos levanta o nos conmueve, por un momento o sin cesar.

A veces es la vida, a veces es la muerte, el viento de las palabras.

Un día moriremos, nuestro nombre volará por aquí y por allá, antes

de esfumarse para siempre. Estamos hechos del aire de las palabras

y, cuando la palabra se va, no somos nada.

 

 

IMAGEN FINAL

El aire galopa sin bridas ni montura, donde pone los pies no hay hierba ni recuerdo. Pero no tiene pies. Libre y sin pies galopa el aire

con las crines tendidas. Tampoco tiene crines y ni siquiera cuerpo.

El aire murió hace tiempo y ya no existe. Solamente ha quedado su

galope. Árboles de los campos, animales de la tierra, aves del cielo

respiran su galope y hacen como que viven. En el día acompasan

sus corazones al compás de ese galope. En el sueño dan cuerda a la

máquina de la memoria que dice el austro y el ábrego porfían mientras cae a la nieve del ciclo de París. No cae la nieve, no. Ni esta el bajel encadenado al naufragio ineludible. El aire ha muerto, su galope

no se escucha y la tierra es un planeta felizmente deshabitado.

Tomado de:

https://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz.php&wid=3266&t=Para+vivir+manana&p=Washington+Delgado

 

 

¿NUNCA NOS LIBERTAREMOS?

 

Para ser bueno hay que servir

al que paga; para ser bueno

no hay que pagar al que sirve.

Así ganaremos el cielo.

 

El que no tiene manos que trabaje

con los pies y el que no tiene pies

que venda su alma.

¿Nunca nos libertaremos?

 

Somos grandes, hermosos y fuertes;

tenemos bellos libros y sabias palabras

que nos dicen: todo está bien.

¿Nunca nos libertaremos?

 

Una historia maravillosa

nos han contado. Somos siervos

de dioses guerreros y santos.

¿Nunca nos libertaremos?

 

Hoy es de día o de noche.

El sol no es sol sino una piedra.

La felicidad es cosa de otro mundo.

¿Nunca nos libertaremos?

 

 

ELEGÍA EN 1965

 

 

Después de tanta sangre, no derramada en

vano, sólo quedó la nieve teñida de carmín.

José Santos Chocano

 

 

 

Después de la batalla, los combatientes muertos

parecen esperar, con oído en la tierra,

una última llamada o la mano benévola

y amiga de la historia, no el silencio tenaz

que los cubre y oculta sobre un cálido suelo

vanamente poblando de hierbas y guijarros,

árboles y alimañas.

 

Se diluyó el escándalo de la fusilería,

cesaron los fragores de obuses y metralla,

el sol brilla en la paz de un cielo irreprochable.

Los boquetes abiertos en la tierra parecen

tan naturales como las aguas del riachuelo,

el vuelo del halcón o esa nube sin sueño,

sin prisa, sin memoria.

 

Sobre la tierra esperan muy tranquilos los muertos.

La historia indiferente los dejó abandonados

bajo un cielo vacío. Pobre muertos inermes,

no los abriga el sol ni molesta la lluvia.

Sobre sus cuerpos rígidos discurren las hormigas

en callado desfile.

 

Los muertos apacibles yacen de cara al cielo

con los ojos abiertos. Parece que quisieran

llenar de sol sus almas tempranamente muertas.

La tierra los acoge, los escuda la sombra

de los árboles quietos y las cambiantes nubes,

en tanto huye la historia. ¿Qué les dice la inmóvil

tierra, el distante cielo? Solamente les dicen

que ya no hay esperanza.

 

Los muertos extraviados en el mar de la historia

encuentran en la tierra una morada estable

mientras la primavera pasa con sus amores,

pasa el brillante estío, pasa el otoño lánguido

de las guerras perdidas y, al final, el invierno

llega pausadamente para cubrirlo todo

con desamor y olvido.

 

 

GLOBE TROTTER

 

 

Sobre arenas tan interminables como el día

imaginando nubes, palmeras, aguas, noches de luna

he caminado por los desiertos, toda mi vida.

 

Bajo luces de neón, atravesado

por el estruendo de los automóviles,

implacablemente gobernado por señales rojas y verdes,

he caminado por los desiertos, toda mi vida.

 

A menudo soñé con dulces samaritanas

y siempre he despertado en un autobús:

ajadas oficinistas me rodeaban, muertas de sueño, encadenadas

a una vida polvorienta y sin una gota de agua

en el corazón. Con insaciable sed

he caminado por los desiertos, toda mi vida.

 

Sin cesar he subido las escaleras del hotel.

Nunca vi la palmera ni el manantial soñado

ni el arco iris de la paz ni la paloma del perdón.

Ángeles despiadados me miraban sin verme,

me preguntaban por mi nombre y mis señas,

me echaban el humo en la cara

y me indicaban con desdén

el camino del paraíso que nunca era un paraíso

sino las mismas arenas, el desierto

por donde he caminado, toda mi vida.

 

Si entraba en el salón vetusto

el viejo inquisidor se atragantaba,

lanzaba al aire el humo, el café, la sonrisa

y me preguntaba por Mariena.

¿Mariena, Mariena? ¿Quién es Mariena?

Suspendida está en el aire, lejos de este desierto

y yo nunca la he visto.

Vivirá en su isla rosada, en su casa pequeña,

en su granja con gansos y conejos o se habrá ahogado

en las aguas azules del mar Mediterráneo.

Ese oasis no me sirve,

el viejo inquisidor se marchó hace tiempo y me ha dejado

una angustia inútil, un nombre

que he de llevar a cuestas para nada

mientras camino por los desiertos, toda mi vida.

 

Las estrellas de los policías brillan y tintinean,

los estudiantes pasan con libros o muchachas bajo el brazo,

la niebla ligera se levanta para que duerma en la calle

esta primera noche primaveral del año.

De buena gana leería una novela de Voltaire,

conversaría con mis viejos amigos,

tomaría un café, fumaría un cigarro.

En el arenal interminable todo es un sueño tan desesperado

como la niebla, las palmeras y la dulce samaritana.

He caminado por los desiertos, toda mi vida

y nunca me acompañó nadie.

 

A veces se dibujan ante mis ojos historias de fantasmas:

aposentados en lujosos palacios ahuyentan

a los escopetados compradores durante el día,

en la noche alimentan y consuelan a las pobres gentes.

Otras veces son ladrones: después de años de cárcel y miseria

roban con fortuna una casa opulenta

y disfrutan los goces de la vida

o reparten limosnas a la puerta del templo.

En la soledad del arenal no hay palacios ni opulentas casas

ni pobres gentes ni fastidiosos compradores

ni puerta ni templo ni limosna

ni goces de la vida.

Toda mi vida he caminado por los desiertos

y ahora estoy triste.

 

Una vendedora de claveles canta o llora en mi oído.

¿Qué haría yo con un clavel en el desierto?

He caminado solo y sin equipaje toda mi vida,

estos claveles son también un desesperado sueño

aunque la melodiosa vendedora me contemple con lastimados ojos

como si ella fuera el fantasma y yo la pobre gente

llegada en la gran noche a las puertas del palacio lujoso.

He caminado por los desiertos, toda mi vida

y nunca llegué a ninguna parte

Tomado de:

https://www.vallejoandcompany.com/en-un-mundo-al-borde-del-abismo-5-poemas-de-washington-delgado/

 

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