martes, 30 de enero de 2024

POEMAS DE RENÉ CREVEL


Proyecto de futuro

 

Los dedos de nuestros pies tocarán escalas.

Tras el juego de anagramas,

un poeta

islas

cree

en porcelana de histeria.

En la calle cuenta los pisos,

desde el octavo de las casas nuevas

caen, caen los amores.

Entre los continentes meterán diques de piedra.

Sin embargo, Jérôme ya no será un nombre de flor.

 

 

Mirada

 

Tu mirada color de río

es el agua dócil que cambia

con el día que abreva.

Madrugada, túnica de ángel

un trozo de abrigo celeste

bajo tus pestañas, entre las riberas

ha encallado. Fluye, fluye, agua viva.

La noche se va, pero el amor permanece

y mi mano siente latir un corazón.

El alba quiso engalanar nuestros cuerpos con su candor.

Corpus Cristi.

El deseo matinal volvió a tomar nuestros cuerpos desnudos

para esculpir una carne que creímos fatigada.

A lo lejos, sobre los ríos ya pasan los barcos.

Nuestras pieles, tras del amor, tienen el olor del pan caliente.

Si el agua de los ríos es para nuestros miembros,

tus ojos lavarán mi alma;

pero tu mirada líquida, en el mediodía que temo,

¿se volverá de plomo?

Tengo miedo del día, del día demasiado largo,

del día que da de beber a tu mirada color de río,

oro en una noche cubierta de triunfos dobles.

Si la victoria grita la voluptuosidad de los ángeles,

que se revele en él la majestad de un Ganges.

 

 

No basta la elocuencia

 

No basta la elocuencia.

Esta noche mi corazón se balancea

y se desliza al borde de un párpado,

lámpara de desgracia

que no me ilumina la noche.

Hombre negro pero no de ónice,

hombre color de despecho

titubeando en el pantano de los odios pequeños,

quisieras, como una alondra su espejo,

un sol donde morir con tu pena.

Buscas pero eres demasiado inquieto

como para hallar tu Monumento.

Nada brilla,

ni los ojos, ni el hierro, ni el amante anónimo

liberan de sus mil clavos

tu dolor,

donde el enjambre de moscas de vuelo cojo,

de moscas con una sola ala,

alumbra con estrellas pobres la sangre.

Malabarista,

malabarista de palabras,

tus palabras se machacan contra los muros.

Tu angustia –todavía una cinta frívola–

corona

un cerebro que ha jugado por demasiado tiempo al veo-veo.

Las cartas de la desesperanza

esta noche

son iguales a las cartas de la felicidad de antaño.

¡Qué puedo decir entonces!

Qué podría decirte,

hermano nacido de mis pies,

sobre un suelo donde nada más vives para espiarme.

Vereda que he seguido

en su mentira de granito.

Olvidé que allá abajo estaba el mar

y hui del agua espejo de estrellas

para cantar una mano

en otra mano.

Río verde.

Infancia suave,

piedad para el hombre que pasa,

el hombre que muerde su labio

en sus labios,

porque teme olvidar el sabor de la boca.

Timonel moreno, bajo la tela azul,

la piel color de cabellos,

¡hola! Bello viajero,

ibas hacia el mar,

ahora caminas sobre el oleaje

y yo, que busco en el cielo un hueco, una ventanilla,

estoy ahogado de tierras.

Di que no es demasiado tarde,

orgullo mío, para jugar al faro.

Y sobre el colchón de hierbas tiernas,

cae en triángulos de metal.

Mi corazón quisiera aullar su mal,

con mi corazón yo haría cordeles,

cordeles que sabría tender

o retorcer en cifras

más definitivas

que los huevos en sus cáscaras

y las momias en su túnica de oro.

Y tú, cuerpo mío, maldice los sentidos como un enfermo

maldice sus muletas.

Versiones del francés de Adalber Salas Hernández.

Tomado de:

https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/la-gran-maniqui/

 

 

Noche

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

 

Suavemente para dormir a la sombra del olvido

esta noche

mataré a los merodeadores

silenciosos bailarines

nocturnos

y cuyos pies de terciopelo negro

son un suplicio para mi carne desnuda

un suplicio suave como el ala de los murciélagos

tan sutil que lleva el espanto

a los puntos en que la piel se vuelve temerosa, se conmueve

para amar mejor, para tener miedo

de otro cuerpo y del frío.

Pero, ¿en qué río huir de esta noche oh razón mía?

Es la hora de los muchachos malos

la hora de los malos bandidos.

Dos grandes ojos de sombra en la noche

serían tan dulces para mí, tan dulces.

Prisionero de las tristes estaciones

estoy solo, un bello crimen ha resplandecido

allá, allá en el horizonte

alguna serpiente acaso, helada de no amar.

Pero, ¿dónde fluye, dónde fluye a lo lejos

el río que necesita

mi razón para huir de esta noche?

Por las orillas van las jóvenes

sus ojos están cansados, sus cabellos brillan.

Nada sé decirles a esas jóvenes

de las que los muchachos malos

son

de las que ellos

son

los orgullosos revendedores.

Estoy solo, un bello crimen ha resplandecido.

Dos grandes ojos de sombra en la noche

serían tan dulces para mí, tan dulces.

Es la hora de los malos bandidos.

 

 

No basta la elocuencia

Elle ne suffit l’éloquence

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

 

No basta la elocuencia.

Esta noche mi oscila corazón

Y se desliza por el borde de un párpado

Farol de miseria

Que no alumbra mi noche.

Hombre negro pero no de ónix

Hombre color de despecho

Que titubeas en el pantano de los odios pequeños

Tú querrías

Como una alondra quiere su espejo [1]

Un sol donde morir con tu pena.

Buscas pero demasiado inquieto

Para encontrar tu Reposo.

Nada brilla

Ni los ojos, ni el hierro, ni el imán anónimo

Que liberan de miles de clavos

Tus dolores

En que el enjambre de moscas de vuelo cojeante

Moscas de sólo un ala

Encienden míseras estrellas de sangre.

Malabarista

Malabarista de palabras

Tus palabras se hacen trizas contra los muros.

Tu angustia —otra cinta frívola—

Corona

Un cerebro que demasiado tiempo jugó al “Antón Pirulero”

Las cartas de la desesperación

Esta noche

Son iguales a las cartas de las dichas pasadas.

¿Qué diré entonces?

Qué te diré a ti,

Hermano nacido de mis pies.

En un suelo en el que sólo vives para espiarme.

Aceras en que anduve

Por su mentira de granito.

Olvidé que allá estaba el mar

Y huí del agua espejo de estrellas

Para cantar una mano

En otra mano.

Río verde

Suave infancia

Piedad para el hombre que pasa

El hombre que se muerde el labio

En sus labios

Porque teme olvidar el gusto a boca.

Timonel moreno, bajo la ropa azul

La piel del color de los cabellos

Detente, hermoso viajero

Ibas hacia el mar

Ahora caminas por el cielo, un agujero un ojo de buey.

Soy el ahogado de las tierras.

Dime que no es demasiado tarde

Oh orgullo mío, para jugar al faro.

Y en el colchón del pasto blando

Déjate caer en triángulos de metal.

Será en vano que mi corazón grite su dolor

Con mi corazón haré vendas

Vendas que sabré teñir

O retorcerlas en forma de cifras

Más definitivas

Que los huevos en sus cáscaras

Y las momias en su atuendo de oro.

Y tú, cuerpo mío, maldice los sentidos como un enfermo sus muletas.

 

1924

[1] Corresponde a la expresión «miroir aux alouettes», trampa para cazar este tipo de pájaros. Se emplea también en sentido figurado para significar «promesa engañosa».

Tomado de:

https://www.eldigoras.com/09/000/09_000_07.html#cabecera

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