miércoles, 24 de enero de 2024

POEMAS DE DYLAN BRENNAN


Promesa rota

 

Por ahora

no precisamos

de estos huesos

de sus ligamentos

desprendidos

 

 

 

Pero recuerda

con tus dedos descarnados

pronto

reconstruirás la ciudad

que yace en ruinas

            bajo tus manos

 

 

Nacimiento silencioso

 

            a partir del Popol Vuh

 

Silencioso, en calma, quieto

sobre las ondas suaves de las aguas

 

Silencioso, en calma, quieto

en el vientre alto de los cielos

 

Ausencia insondable:

pozos que empozan en la oscuridad

 

estas cosas, estas cosas

 

Sólo existe el vientre de los cielos

no el disco terrestre

 

Sólo ondas en lo oscuro

no bancos de arena

 

Aguas en calma y quietas—

el vacío se debe colmar

 

 

Irma

 

I.

 

            Mis pupilas de 3 años

se amontonan contra la pantalla

maravillados ante cada

color primario que permanece

informe hasta que el ojo se aparta

para lograr su mezcla necesaria

y que cada color destile otro.

 

 

 

El profesor dice que rojo y blanco

forman el rosa y Jonathan me enseña

cómo el azul y el rojo forman el morado

y me dice que el morado

solía ser su favorito

pero ahora es el verde.

 

II.

 

Todo parecía morado

cuando me arrojaron aquel periódico

a la cara. Me alejé

mientras los músculos ciliares se contraían

para enfocar tu imagen.

Violetas y carmesíes destilándose

desde el fondo de ti, sobre la tersura

del césped verde, la pista de aterrizaje.

 

La rodilla izquierda, abajo; la mano izquierda

hundida en la tierra viva,

rodilla derecha, arriba y los ojos casi al cielo

la posición en que aterriza una Mujer de Hierro

     imaginada –tu postura

es insumisa y yo no dejaré

                de mirar

 

 

Tu hijo de piel morada

está vivo sobre el césped entre

tus rodillas, está temblando.

El cordón umbilical, tenso

y erguido como para enseñarle

a los incrédulos de dónde

vino. La tierra

debajo tuyo huele a fertilidad.

 

La Razón de México

son las palabras que te

coronan   . Eres un icono

religioso. Tus cabellos son largos

y te miras grácil

 

Ahora respiras

y narras aquel dolor

que te hizo darte cuenta de

su presencia y dices que no

temes lo peor para él,

pedazo de carne

desgarrado como un cartón

pasado por agua.

 

Una embestida inefable

inscrita en tus

contorsiones, pero no es

física. Tu rostro pide algo

            más.       ¿Se quedarán

a fotografiarnos cuando

él yazga tibio en mi regazo? ¿Acaso

        le arrojarán una manta?

 

Eres insumisa

                        y tus cabellos son largos.

Tomado de:

https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Festival/27/News/Brennan.html

 

 

Los huesos de niños anónimos

 

 

En el rincón suroccidental de la gran Tlachihualtépetl

se desenterraron los restos óseos de dos niños sacrificados.

Había evidencias de irregularidades craneales,

bebés deformes de cráneos aplastados

para el ritual. Todo el mundo sabía que las almas

inmaculadas de los infantes eran las mensajeras

que Tláloc no podía rechazar. Cuando las lluvias

torrenciales caían sobre los ranchos de Cholula se evidenciaba

que el homicidio de pequeños era un horror necesario. Tenía sentido.

Tenía un propósito. Supongo que en realidad no podemos juzgar el pasado

desde nuestro punto de vista, bajo nuestra lente. Lo máximo que podemos

hacer es poner una señal apropiada y asegurarnos de que exista aquí

un lugar adecuado para que la gente recuerde a los bebés muertos.

He aquí entonces la señal al pie de la mayor pirámide

del planeta (con un templo encajado encima)

para ilustrar a los turistas en torno a los antiguos males del sacrificio.

Un niño le pregunta al guía por qué la pirámide —con sus árboles

y pastos y ardillas— parece un montículo.

Le responde (cosa que los adultos escuchan también) que una excavación seria

del sitio desenredaría las raíces musculosas de árboles milenarios,

alterando los terrenos de dioses y hombres. Vaya un enredo impío.

Las edificaciones espirituales y físicas de todos esos años caerían

estrepitosamente en torno nuestro. Nos sería imposible limpiar aquello.

 

 

Cuatro tentativas de hacer un humano
(no) inspiradas en el Popol Vuh

 

 

I.

 

he aquí lo que ocurrió

hicimos una pequeña persona de lodo

& la pusimos ahí encima de la mesa

igual que los dioses (corazón de cielo)

nos arremangamos la camisa (corazón de mar)

para ensuciarnos las manos

con la materia de la vida

pero algo salió mal

el cuello no giraba

sólo se nos quedaba viendo

una carita sin entendimiento

una cosa que apenas latía

(no podía pensar)

como verdura sobrecocida

(no podía venerar)

una especie de primitiva

gorgoteo de lamento

que se disolvía en gotitas hirvientes

rumbo a la nada

 

 

 

II.

 

Hay una vieja broma acerca del coche hecho de madera: motor y tablero hechos de madera, ruedas de madera hechas, sólo que… cómo lo echas a andar. Algo parecido en este caso. Nos cincelan, enmarcan y conforman en las bocas de nuestros pares, según la lengua nos recuerdan. Así que ahí vamos de nuevo. Hicimos una pequeña persona, una efigie de madera y le dimos palabras. Se arrastró un poco antes de detenerse, habló elocuentemente hasta que su rostro se secó y se volvió una máscara disecada, sin expresión. Se le entiesaron brazos y piernas a ese cuerpecito incapaz de una respuesta, rígido y frío, sin sangre circulando dentro, ni aceite ni sudor. Recordábamos historias de casos parecidos, cadáveres-efigie abandonados para que los devoraran, bocas y rostros aniquilados y deshechos, huesos-rama arrancados, despedazados para los perros, y así le dimos un beso de despedida y sumergimos el pellejo que se desmoronaba en un resina orgánica y aromática antes de quemarla. Inhalamos el humo, nos cubrimos los brazos y el pecho con las cenizas conforme la tierra toda se iba oscureciendo bajo una lluvia gruesa, negra. Y punto. Para tener presente nuestro experimento con la pequeñita de madera, mantengo una sola astilla enterrada, una mancha que llevo conmigo en la palma de la mano.

 

 

 

III.

 

ah, mi adorada esposa, nunca hemos sido dioses

no podemos transformar el maíz más que en comida

así que llegamos al límite de la cuarta tentativa (no, no

mencionaré la tercera) para recibir el esperado impacto:

un borbotón de agua de rosas a mitad del desayuno

 

entretejimos nuestras flores silvestres al crear un hijo: una filigrana

de cola de liebre, oreja de ratón, matricaria, rubia silvestre,

berro amargo reblandecido con espuma de mar, eufrasia

alpina y milenrama fortalecida con tiras secas

de henequén    y entonces       él nació y vivió y creció

 

 

Tamaulipas Amergin

 

 

Soy el cangrejo azul gigante perdido cerca de la marisma

Soy una isleta fantasma aparecida en tu mapa

             (oscuridad vertida como el agua)

Soy el mangle que se arrastra por el delta en pos de tierra

             (ondas salobres cerca de la hinchada planta de sal)

Soy una cosa enferma formándose en el agua que bebes

Soy tu sueño del semi-desierto

             (todo un río helado tomado de tu boca)

Soy la cabeza rapada de tu amigo en la fosa

Soy una tela agusanada, soy esa carne podrida

             (caligrafía sobre tu pecho que se mueve por la noche)

Soy el zopilote que vuela en círculos sobre matorrales espinosos

Soy la zarzamora en botón que tiembla bajo la llovizna

Soy la médula necesaria para reblandecer tu cuerpo

             (la fresca clara de huevo)

Soy la verde humedad de un valle fértil

             (la lluvia que se ha contenido)

Soy el último fantasma vivo sentado entre cenizas

             (ojalá sus pensamientos se imprimieran en un libro)

Soy el cactus de navidad con sus manchas escarlata

Soy una cosa tan frágil que puede quebrarse como una rama

Soy una mandíbula del montón

Soy el cieno que separa una de otra nación

y la negra cosecha empapada de una isla escuálida

Tomado de:

https://otrosdialogos.colmex.mx/tres-poemas-de-dylan-brennan

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