lunes, 22 de enero de 2024

POEMAS DE URSULA K. LE GUIN


Asombro

 

El centro no es donde el centro está

sino donde estaré cuando siga

las líneas de piedras que rodean un centro

que no está allí

sino allí.

Las líneas de piedras conducen adentro, llevando

a quien sigue al comienzo

donde todo lo sabido

es nuevo.

La piedra es piedra y más que piedra;

el centro se abre como un párpado abriéndose.

Cada rosa un laberinto: las huecas colinas:

Yo no soy yo

sino la pupila.

 

 

La Luz

 

La luz me está comiendo

y ha comido mi peruano letra a letra

como él comió los caballos palabra a palabra,

de mi niñez.

Ha comido Por responder a extraños,

los espacios libres de mi alma por desplazar la furia,

y las sombras de los planetas

donde me ocultaba. y por hacer buenas obras

alimento a los tiburones.

Ha comido hueso

y ópalo. Ni fe ni buenas obras

sino la buena obra solamente

Se come la sintaxis. lanza una sombra.

Sólo me ha dejado ¿Cómo haré eso? -

una mujer vieja hablando

en una casa oscura.

 

 

Para la casa nueva

 

Que esta casa se llene con olores de la cocina

y con sombras y juguetes y nidos de ratones

y rugidos de furia y cascadas de lágrimas

y hondos silencios sexuales y sonidos

de origen misterioso nunca explicados

y tesoros y regalos y miles de deshechos

y un flujo como un viento cálido, pero más lento

soplando las hojas de los árboles y libros y años

de pez de la vida de un niño revoloteando plateados

rápido, rápido en la lenta ráfaga incesante

que ondula las cortinas un momento

todos esos años desde ahora, hacia atrás.

Que puedan los umbrales y los marcos bendecidos

bendecir a cada paso.

Que puedan los techos, pero no los cuartos conocer la lluvia.

Que las ventanas conozcan claramente

la rama y la flor del manzano.

Y que podáis estar en esta casa

como la música está en el instrumento.

 

 

Días de Seda

 

La proa del bote asomándose cerca

de los capullos, o una ancha guadaña que

barre los terrenos del fondo, o

el husmear del gato en un pliegue:

me lo recuerda. Me gusta

hacerlo

bien, suave

las mangas dobladas finamente.

Planchar huele a planchar.

No se parece a

nada. No necesita

un símil.

Tiene sus propios recursos.

Mi tía abuela me enseñó:

rociador, enrollar por media hora,

el siseo de prueba con el dedo húmedo,

golpeteo suave al dobladillo y

cuidado con el cuello.

En diez minutos, sobre una plancha a rodillo

podía hacer una camisa de etiqueta.

Puede ser un arte.

Supo ser un arduo trabajo,

sin tiempo, todo algodón, todos los niños.

Ahora voy en seda,

Emperadora de China, lavo y plancho

cuando quiero,

lo gozo, lo hago

bien, un buen trabajo,

voy tranquila,

suave como seda.

 

 

Las Ménades

 

En algún lugar leí

que cuando bajaron al fin de la montaña, tambaleándose

hacia alguna aldea extraña, borrachas perdidas,

roncas, semidesnudas, los ojos turbios,

la sangre seca bajo las uñas rotas

y entre los muslos jóvenes,

aun burlándose y bromeando, aun queriendo

bailar, bamboleándose y gritando, pero cayendo

muertas de sueño junto a los puestos del mercado,

tendidas en el suelo, indefensas por completo, entonces

las mujeres de mediana edad,

respetables amas de casa,

vendrían a quedarse la noche entera en el ágora

silenciosas

juntas

como ovejas y vacas en los campos nocturnos,

guardándolas, velándolas

como sus madres

lo hicieran.

Y ningún hombre

desafió

aquel fiero decoro.

 

 

Mi gente

 

En mi país las lanzan por debajo

para que las pelotas vuelen como burbujas o pájaros

antes de descender a quien las ataja.

De huesos delicados, caderas anchas,

llevan a los niños

por un rato en sus panzas

antes de cargarlos en los brazos.

Es la costumbre de mi gente.

En años de grandes ceremonias

celebran con la ofrenda de la leche

y se liberan con la pérdida de sangre.

Son expertas en su generación.

Pocas, ni siquiera las más sabias,

tienen dinero o un gran nombre,

pero es gente admirable.

Aun después de larga servidumbre

en países extraños,

se reconocen; estrechan sus manos,

se besan, cantan sus canciones juntas,

las voces suaves alzándose más fuertes:

canciones de amor, canciones de libertad,

canciones que hablan de lanzar y atajar,

de cargar, criar y enterrar,

canciones de las que sólo mi gente

conoce todas las palabras.

 

 

Silencio

 

Tuve un pequeño desnudo pensamiento

deslizóse entre mis muslos

y corrió sin que lo cazaran

y voló sin que le enseñaran.

¡Oh mira qué veloz vuela!

Mi pensamiento bebé, mi pequeño

pájaro rosado va desnudo.

Debo coser palabra a palabra a palabra

y abotonar su ropa

y así crece y camina y habla y muere.

Cuando esté muerta busca la rosa

que crezca entre mis ojos.

Los pájaros se posarán sobre la espina y la hoja,

pájaros silenciosos nacidos al silencio.

 

 

Su hija

 

Su hija,

el guerrero visionario, el hombre silencioso

de quien no hay fotos,

el frágil héroe verdadero

que perdió lo ganado al ganarlo

de masacre en sacrificio,

este hombre, Caballo Loco, su hija,

¿qué se hizo de ella?

Murió de niña.

Después de eso no hubo victorias.

¿Qué nombre tenía, esa niña?

Su padre la nombró.

Le dio este nombre:

Ellos La Temerán.

 

 

NM (New Mexico)

 

El pueblo de las nubes son mujeres

de largo cuello, largos trancos,

una jarra redonda balanceándose

alta en la cabeza.

Sombras de las blancas,

grises, negras jarras,

grabadas con espirales

terrazas, relámpagos,

pasan sobre los llanos

de montaña a montaña

en silencio, mientras las altas

mujeres regresan llevando agua

del viejo pozo profundo.

 

 

Tiempos

 

Soy una vieja loca golpeando una cuchara

por la locura de un serrucho que gime

en una tarde de verano.

Una loca y vieja impotencia furiosa:

¡Paren eso! ¡Paren eso!

Y golpeo y golpeo la cuchara sobre la mesa.

Un bebé malo, un animal errado.

¿Qué es la mente? Su continuidad.

Hubo un tiempo antes de este ruido que me vuelve loca.

Habrá silencio después. Habrá.

Terrible la prisión del tiempo presente

y cólera inasequible

y pena interminable:

sin videncia ni memoria

la vieja mona loca golpea y golpea la cuchara.

Sin promesa guardada, nada queda

sino el gemir del serrucho que al cerebro atrapa.

 

 

Invocación

 

Devuélveme mi lengua,

déjame hablar la lengua que me enseñaste.

Diré las grandes mentiras en tu honor,

alabándote sin nombrarte,

obedeciendo las leyes de la oscuridad y de la métrica.

¡Sólo déjame hablar mi lengua

en tu alabanza, silencio de los valles,

ribera norte de los ríos,

tercera cara esquiva,

vacío!

Déjame hablar la lengua materna

y cantaré tan fuerte que

las recién casadas y las viejas

bailarán al ritmo de mi canto

y las ovejas dejarán de pastar y las máquinas

se unirán en rueda para oír

en ciudades arrojadas al silencio

como un anillo de piedras erguidas:

¡Oh déjame tumbar las paredes cantando, Madre!

Tomado de:

https://poetryalquimia.wordpress.com/2022/10/21/12-poemas-de-ursula-k-le-guin/

 

 

Ofrenda

 

Se me ocurrió un poema al quedarme

dormida anoche, me desperté

con el sol, no me acordaba de nada.

 

Si era bueno, dioses

de las grandes tinieblas

donde acaba el sueño y acaba

también la muerte, los sin nombre,

como una sincera ofrenda

aceptadlo.

 

 

Elegía a Rheged

 

Espino helado,

norte gris, colina blanca.

El invierno envuelve

los juncos, los ríos. Todo

está detenido.

 

¿Quién ha regresado

en la cruda estación

a la tierra natal?

El fuego ardía

aquí. Bajo la tierra helada

y la blanca escarcha,

aquí estaba el hogar.

 

De todos los hijos

perdidos solo yo logré

regresar. ¡No lo elegí

yo! Yo elegí cantar.

El papel de la alondra,

del bardo. El ala, la voz,

deben bajar, detenerse.

La alondra a la tierra,

yo al hogar

bajo la colina helada.

 

Mi sangre no es la de un noble

sino la de un siervo

ligado a la tierra.

Detente. Detente.

 

El viento del invierno

envuelve el ojo, la mano.

 

¿Quién recordará?

La tierra natal,

la tierra conyugal,

la casa del verano.

¿Quién alabará

el trabajo, la bondad,

la mesa puesta,

el hogar de piedra?

 

En los días fríos

de finales de diciembre

en el muerto Rheged

solo quedo yo.

 

El viento del invierno

envuelve la mano, la lengua.

Las canciones se cantan.

No arde ningún fuego.

 

Pero regreso

a la tierra invernal

tras haber elegido

el arte tosco,

el vínculo de las cosas,

de la piedra, la tierra

Estoy obligada a quedarme

bajo el espino

helado, junto al hogar

apagado, y cantar.

 

 

Allí

 

Plantó los olmos, los eucaliptus,

el pequeño ciprés, y los regaba

en los largos anocheceres del verano,

de manera que en la tierra seca

el crepúsculo era un ruido de agua. Hace años.

Las amarilis siguen desplegando sus rígidas

trompetas que arrojan ráfagas de rosa brillante

entre la avena silvestre, que nadie

riega, incontable, impávida.

 

¿Lo ves?: allí donde su ausencia

 

aguarda junto a cada árbol el anochecer,

donde las sombras son su ser ausente, allí

donde los pinos grises que nadie plantó

crecen y mueren, y el grano que nadie segó

tiñe de blanca sazón las colinas de agosto,

y se alza una vieja casa solitaria,

allí

el conjurado rostro de la ausencia

se vuelve. Allí el silencio responde. Allí

los años pueden seguir incontables, mientras veo

el atardecer ascender como el agua por las hojas,

y como siempre sobre el olmo más alto Vega

abriéndose como una blanca amapola silvestre.

 

 

En el país del dolor

 

solo nace realmente

(una estrella blanca, una flor blanca,

una vieja tubería que conduce el agua

hasta la raíz de los árboles

en una tierra seca)

el pequeño manantial de la paz.

 

 

Ars Lunga

 

No dejo nunca de inventarme nueva gente

como si no fuera suficiente la explosión demográfica

ni tuviéramos sabe Dios cuántos terrores

y problemas, pero yo también lo sé,

de eso se trata. Nunca hay suficiente miedo

que iguale el placer, ni abismos suficientemente hondos,

ni tiempo suficiente, y siempre hay algunas

estrellas que faltan.

 

No es que quiera un nuevo cielo y una nueva tierra,

solo los viejos.

Viejo cielo, vieja tierra, nueva hierba.

Ni una vida después de la tumba,

que Dios me ayude, o me ayudaré yo sola

viviendo todas estas vidas

de nueve en nueve o de noventa en noventa

para que la muerte me encuentre siempre

desprotegida por los cuatro costados,

desguarnecida, indefensa,

inviolable, vulnerable, viva.

 

 

Canción

 

Oh, cuando era una desastrada virgencita

me sentaba a arrancarme las costras de las rodillas

y soñaba con algún treintañero

y sin hacer nada hacía lo que quería.

 

Una mujer se hace mayor y engendra,

tener y recibir es el femenino de vivir.

Lo sabía, lo sabía incluso entonces:

¿qué tenía yo que pudiera dar?

 

Un cáliz rebosante, un cuerno de abundancia

lleno de más cosas de las que puede contener,

pero la leche y la miel se acabarán,

se quedará vacío, según se hace mayor.

 

Más dentro que el sexo o incluso el vientre,

en lo más íntimo sigue la niña intacta,

la desastrada virgencita que se sienta y sueña

y no tiene nada que ver con la realidad.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-en-busca-de-mi-elegia-de-ursula-k-le-guin/

 

 

Ciertos filósofos

 

no pueden usarla

no pueden contarla

así que la niegan:

la inagotable, generosa

esquiva

fuente del absurdo,

meditando

sobre el abismo oscuro

ala,

la palabra.

 

 

Invocación

 

Devuélveme mi lengua,

déjame hablar la lengua que me enseñaste.

Diré las grandes mentiras en tu honor,

alabándote sin nombrarte,

obedeciendo las leyes de la oscuridad y de la métrica.

¡Sólo déjame hablar mi lengua

en tu alabanza, silencio de los valles,

ribera norte de los ríos,

tercera cara esquiva,

vacío!

Déjame hablar la lengua materna

y cantaré tan fuerte que

las recién casadas y las viejas

bailarán al ritmo de mi canto

y las ovejas dejarán de pastar y las máquinas

se unirán en rueda para oír

en ciudades arrojadas al silencio

como un anillo de piedras erguidas:

¡Oh déjame tumbar las paredes cantando, Madre!

 

 

Traducción

 

Cuando envejeces

lo duro tiene más sentido,

lo suave menos, tal vez.

Puedes leer el granito:

Renuncia.

¿Diamantes? Prepárate.

Lenguas muertas.

Puedes leer el agua.

¿Ahora qué?

¿Caminar sobre ella?

Bebe, dulce dama.

 

 

La médula

 

Había en la piedra una palabra.

Quise descifrarla,

mazo y punzón, cincel y pico,

hasta que la piedra sangró,

y aún no supe oír

lo que la piedra dijo.

La arrojé junto al camino

entre miles de piedras

y al volverme gritó

la palabra en mi oído,

y la médula de mis huesos

escuchó, y respondió.

 

 

Cuento

 

¿Dónde conseguí este ojo del medio?

Así puedes verme mejor.

¿Dónde conseguí estos brazos de más?

Para abrazarme con mi amor.

¿Para qué tengo estos enormes dientes?

Muerde mi cabeza, querido,

Y baila sobre mi cuerpo

Allí, donde se juntan los ríos.

 

 

Epifanía

 

¿Oíste?

La señora Le Guin ha encontrado a Dios.

Sí, pero encontró al equivocado.

Absolutamente típico.

Mira, allí van juntos.

¡Piedad! ¡Es una mujer de color!

Sí, es una de esas relaciones.

La llaman Mama Linga.

¿Por qué Jesús usa siempre un trapo?

No sé; pregúntale a su madre.

 

 

Escuela

 

El Maestro de Baile avanza

con decoro, hábilmente camina.

Elegante sobriedad.

Admirablemente fina.

¡Oh mi Dios! ¡Su cierre!

¿Qué es eso? ¿Una cobra?

Se menea hacia mí tan dulcemente.

¡Rápido! ¡Escóndela!

La faja no la ocultará.

Nada la cubre completamente.

Corbata negra y pantalones amplios,

el Maestro de Baile se ríe.

Dicen que usa cannabis.

No confiaría mi hija

a su enseñanza.

¡Oh, pero qué dulce

dulcemente él danza!

 

 

Arroyuelo Slick Rock, septiembre

 

Mi piel

toca el viento.

Una libélula toca mi mano.

Hablo demasiado lento

para que ella entienda

La roca caliente bajo mi mano.

Habla demasiado lento

para que yo entienda.

Bebo el agua soleada.

 

 

Costa

 

Acostada en la primera luz de sal

con la oreja este escucho pájaros

que despiertan y con la derecha

al Océano abriéndose en la noche.

Tomado de:

https://www.fronterad.com/la-nube-habitada-poemas-de-ursula-k-le-guin/

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