Yo estuve aquí antes…
Yo estuve aquí antes,
no sé decir cómo y cuándo:
conozco el prado detrás de la puerta,
el dulce aroma penetrante,
los sonidos susurrantes,
las luces a lo largo de la costa.
Tú has sido mía antes;
no sé decir hace cuánto:
pero apenas esa golondrina remontó,
y giró tu cuello, algún velo cayó;
y lo supe al instante.
¿Había sido así antes?
¿No será que el vuelo concéntrico
del tiempo restaure nuestras vidas,
nuestro amor, a pesar de la muerte,
y nos traiga otro deleite noche y día?
Ahora, entonces, ¡con fortuna otra vez!
¡Duerman mis ojos la agitación de tus
cabellos!
¿No yaceremos como hemos yacido,
y así, por amor de Amor,
el dormir y el despertar
no rompan ya sus cadenas?
De la niñez a la juventud; de
la juventud a la ardua hombría…
De la niñez a la juventud; de la juventud a
la ardua hombría;
Del letargo a la fiebre del corazón;
De la vida fiel a soñar con sombríos y
perdidos días;
De la confianza a la duda; de la duda al
borde de la prohibición;
Estos cambios han pasado como una ráfaga
cíclica
Hasta ahora. ¡Oh, El Alma! Cuan rápido
debió
Aceptar su primitiva inmortalidad,
¿Es que la carne reencarna en el polvo de
dónde comenzó?
¡Oh, Señor del trabajo y la paz! ¡Señor de
la vida!
¡Oh, Señor, ¡horrible Señor de la voluntad!
Aunque sea tarde,
Renovad esta alma con el obediente aliento:
Que cuando la paz se reúna con la furia,
El trabajo se recupere, y la voluntad
resurja,
Esta alma tal vez vea tu rostro: Oh, Señor
de la Muerte.
La belleza del cuerpo
Se cuenta de la primera mujer de Adán,
Lilith,
(la hechicera a quien amó antes de recibir
el regalo de Eva)
que su lengua engañaba antes que la de la
serpiente
y su pelo embrujado fue el oro primigenio.
Inmóvil permanece; joven, mientras el mundo
se hace viejo;
y, delicadamente contemplativa de sí misma,
hace que los hombres contemplen la red
brillante que teje,
hasta que corazón y cuerpo y vida en ella
quedan presos.
La rosa y la amapola son sus flores, pues
¿dónde
podremos encontrar, oh Lilith, aquél a
quien no engañen
tus fragancias, tu sutil beso y tus sueños
tan dulces?
Ah, en el mismo instante en que ardieron
los ojos del joven en los tuyos,
tu embrujo lo penetró, quebró su altivo
cuello
y retorció su corazón con uno solo de tus
cabellos de oro.
El joven Amor yace durmiendo…
El joven Amor yace durmiendo
Bajo el mayo de cada año,
Entre los lirios bañado
Por su tierna luz:
Blancos corderos pastorean,
Blancas palomas tejen sus nidos,
Y alrededor de su sueño
Los arbustos de mayo son blancos.
Suave es la almohada de musgo
Para una suave mejilla;
Las hojas lanzan sombras
Sobre los ojos cansados:
El viento y las aguas
Crecen abatidas y apenas hablan;
Allí persiste el crepúsculo
Estirándose en los cielos.
El joven Amor yace soñando;
¿Pero quién conoce su sueño?
Un sol perfecto
Sobre la cima del bosque,
O una luna perfecta
Sobre el arroyo escarpado;
O un silencio perfecto,
Una canción sobre los labios amados.
Se queman aromas en torno a él
Hasta llenar el aire soñoliento;
El silencio baila alrededor,
De un lado a otro;
Pues en el despertar
El paisaje no es tan bello,
Ni el silencio ni la canción,
Ninguno es como en el sueño.
El joven Amor yace soñando
Hasta que los días del verano mueran;
Soñando y lamentando
Lejos en un sueño perfecto:
Él ve la Belleza del sol
Sin observar hacia arriba,
Y saborea la fuente
Indeciblemente profunda.
Él es la música perfecta
Que huye hacia los sueños;
Y a través de las pausas
Calma un silencio perfecto:
Pobres las voces de la tierra,
Del este al oeste,
Y pobre la quietud de la tierra
Entre sus delicadas gemas.
El joven Amor yace dormitando
Lejos de la muerte;
Frías sombras se atraviesan
Sobre el rostro durmiente:
Así cae el verano
Con un delicioso aliento cálido;
¿Qué habrá de darnos
El otoño en su lugar?
Acercaos a las cortinas
De la planicie siempre verde;
El cambio no puede tocarla
Con sus dedos oscuros:
Aquí las primeras violetas,
Tal vez un lirio perdido
Con una paloma, quizás,
Retornen a descansar.
Bajo el arco de la Vida, donde
el amor y la muerte…
Bajo el arco de la Vida, donde el amor y la
muerte,
El terror y el misterio, guardan su
santuario,
Yo vi a la Belleza en un trono,
Y aunque sus ojos son abandono
La dibujé en la simplicidad de mi aliento.
De Ella es la mirada -sobre y debajo
Del cielo que se curva sobre ti-
Por mar o cielo o mujer, sólo hay una ley,
Ser el siervo de su palma y su corona.
Esto es lo que la Señora de la Belleza
sabe,
En cuya alabanza tu voz y tu mano se
agitan,
Larga sabiduría en el vuelo de tu cabello,
El diario palpitar en tu corazón y tus
pies,
¡Con qué pasión irremediable, en cuántos
vuelos!
¡Cuántas formas y maneras tienen sus días!
Insomnia
Delgadas son las faldas que la noche dejó
atrás,
antes de que el día quiebre el cielo con su
crepitar.
Delgados son los jirones del sueño,
oscilando en el espíritu cansado del
viento;
pero en medio de aquel reposo inquieto
que desgarra la trama del olvido y el
recuerdo,
mi alma se estira hacia la tuya,
cada vez más cerca.
Nuestras vidas nunca se unen;
nuestros pensamientos nunca se distancian,
aquello que aferra tu corazón al mío,
parece disolverse en un brillo sombrío.
Esta noche, el Amor ejerce un control
total,
y con deseo y con pesar,
mi alma se arrastra hacia la tuya,
cada vez más cerca.
¿Existe un hogar, dónde la pesada Tierra
se derrita en el aire brillante,
y dónde el mal no se respire;
dónde el agua barra el eco de la sed,
y el fuego sea el reflejo de nuestra fe?
Si la voluntad yace atada al objetivo,
tal vez allí pueda su esperanza engendrar.
Mi alma, en esta hora desolada,
se agita hacia la tuya,
cerca, siempre un poco más.
Tomado de:
https://ciudadseva.com/autor/dante-gabriel-rossetti/poemas/
El retrato.
He aquí su retrato, tal como era:
no me asombrara tanto si al marcharme
del cuarto quedase cautivo
mi rostro en el espejo tras mirarme.
Lo observo largamente y me parece
que aún respira y su boca se estremece,
que se entreabren sus labios, que podría
oír su dulce acento todavía,
y no obstante en la tierra permanece.
Así fue, como rayo que silencioso
hace la prisión aún más tenebrosa,
del rocío constante ese latido
que da a la soledad su propia prosa.
Del galardón de amor sólo perdura
esto, y lo que con tristes andrajos
recogen de mi alma su consejo,
queda lo que es secreto y es reflejo
bajo tierra sepulto o allí, en la alta
tersura.
Al pintar yo, devoto, su figura
entre árboles la puse, donde apenas
la luz penetra el místico verdor,
y el dulce susurrar de las amenas
voces llega apagado; ante el brillante
fuego fatuo, y figuras cuyo ausente
nombre ignoran de sí, y aquella lluvia
de otro tiempo, y sus pasos detrás mío,
escapando como vino, quedamente.
Un bosque sombrío y profundo; allí está
ella
como lo estuvo un tiempo, así era entonces:
sus manos sosegadas de doncella,
y el grato fluir de líneas puras, bronces,
la cifra rebasando de lo hermoso
cual ignota presencia o cual dichoso
sueño. Es ella y ya no es ni sombra leve
de sí misma en la hierba ni ese breve
reflejo sobre el río rumoroso.
Solos nos encontramos aquel día
y nada entonces turba o importuna
nuestra perfecta dicha y armonía.
—La memoria hace hoy triste, cual la luna
que aparece de día, aquel momento—.
Junto a ella bebo en la fuente, sediento
de otras aguas que fluyen a mi vera,
canta ella donde el eco reverbera
y allí mi alma se llena de contento.
Apenas tuve el ánimo dispuesto
para decir lo que en secreto arde,
estalló la tormenta, el trueno atento
resonó entre los montes. Esa tarde,
junto al cristal que la lluvia batía,
repetí mis palabras, ella oía
con sus ojos perdidos en los campos
por la lluvia y el viento aún apagados,
desiertos y cenagosos todavía.
Aún se agitaba el recuerdo, al otro día,
de todas esas cosas, como el viento
que acaricia la hoja, aún batía
el amor con su ala. Ese momento
deseaba hacer mío y un retrato
me propuse pintar. En dulce trato
fui, entre silencio y platica, trazando
su imagen entre ramas, imitando
la sombra de los árboles.
Y aun cuando la pintaba, todo
era aire fragante en torno mío,
mi amor en su pesar adivinaba
en cada flor bañada de rocío
un corazón latiendo en la espesura.
Oh corazón que ya no se late,
que yace en las tinieblas exiliado
¿Qué es para ti mi amor o esta delgada
red que el sol urde con ternura?
Ya que ahora la luz niega esos días,
nada para escuchar o ver nos queda,
sólo un grave murmullo en las sombrías
tinieblas trae a mi oído su voz queda,
cuando la brisa inclina hacia el sendero,
la sombra de las hojas, y la ribera,
el bosque y las aguas, que el dorado
rubor de las estrellas ha coronado,
yacen igual que yace lo olvidado.
Pude anoche dormir y fantaseando
fui diluyendo mi sueño hasta perderlo.
El llanto mansamente fue brotando
de mis ojos, pues, sin yo pretenderlo,
me hallé en aquellos bosques que un día
con ella recorrí; y allí permanecía,
en una mota de noche sumergida,
cuando al borde de luz llegó el estampido
del océano que tiene corazón de arpía.
Donde el cielo su hálito contiene
y del amor escucha su latido,
donde el ángel reposa su ala tenue
en torno a los astros escondido
¡Cómo habrá de embelesarse complacida
mi alma cuando libre y renacida,
tras los acordes de la celestial danza,
en su alma penetre sin tardanza
y en su silencio a Dios conozca en vida!
Aquí, cercano a su rostro, mi memoria
queda mientras aguarda el dulce ocaso,
hasta que, con la mirada gloriosa,
con los ojos más tiernos, oh Parnaso,
que los de ayer, pueda mirar. Y en tanto
anhelo y esperanza, ya quebranto,
se han perdido, en su imagen permanecen
intactos, cual cruzados que perecen
y reposan junto al Sepulcro Santo.
Sueño nupcial.
Con cálida aflicción, al fin se deshizo el
largo beso:
y como las últimas gotas repentinas caen
del resplandeciente alero cuando la
tormenta ha huido,
a solas vaciló el latir de sus corazones.
Sus pechos se apartaron, con el brotar
abierto
de las flores nupciales a su lado,
extendidas
desde el tallo unido, más aún sus bocas
ardiendo
se acariciaron donde yacían separadas.
El sopor los hundió más profundamente que
la marea
de los sueños, y sus sueños los vieron
sumergirse
y escapar. Delicadas sus almas flotaron de
nuevo
por esplendores acuáticos, y, ahogados,
grises
objetos del día; hasta que por un prodigio
de leños nuevos y corrientes él se despertó
y más
se maravilló: pues ella estaba a su lado.
Belleza del alma.
Bajo el arco de la Vida, donde el amor y la
muerte,
El terror y el misterio, guardan su
santuario,
Yo via a la Belleza en un trono,
Y aunque sus ojos son abandonados
La dibujé en la simplicidad de mi aliento.
De Ella es la mirada —sobre y debajo
Del cielo que se curva sobre ti—
Por mar o cielo o mujer, sólo hay una ley,
Ser el siervo de su palma y su corona.
Esto es lo que la Señora de la Belleza
sabe,
En cuya alabanza tu voz y tu mano se
agitan,
Larga sabiduría en el vuelo de tu cabello,
El diario palpitar en tu corazón y tus
pies,
¡Con qué pasión irremediable, en cuántos
vuelos!
¡Cuántas formas y maneras tienen sus días!
El corazón de la noche.
De la niñez a la juventud; de la juventud a
la ardua hombría;
Del letargo a la fiebre del corazón;
De la vida fiel a soñar con sombríos y
perdidos días;
De la confianza a la duda; de la duda al
borde de la prohibición;
Estos cambios han pasado como una ráfaga
cíclica
Hasta ahora. ¡Oh, El Alma! Cuan rápido
debió
Aceptar su primitiva inmortalidad,
¿Es que la carne reencarna en el polvo de
dónde comenzó?
¡Oh, Señor del trabajo y la paz! ¡Señor de
la vida!
¡Oh, Señor, horrible Señor de la voluntad!
Aunque sea tarde,
Renovad esta alma con el obediente aliento:
Que cuando la paz se reúna con la furia,
El trabajo se recupere, y la voluntad
resurja,
Esta alma tal vez vea tu rostro: Oh, Señor
de la Muerte.
Tomado de:
https://elespejogotico.blogspot.com/2013/03/poemas-de-amor-de-dante-rossetti.html

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