Resfrío
Ruido fresco de rueda en la calle llovida,
tras esa geografía de alientos o la ventana,
y —de plano— todo es aburrido; pero de cuando en cuando
desaparece algún navío inglés
sin motivo razonable.
Tal vez el Capitán vela,
cruzado de brazos en el camarote ascético, ante relojes de
veinticuatro horas.
Daría toda su madreperla,
acaso hasta los álbumes de Rossini (transcripciones para
muérgano),
por una taza de café y una buena puta.
(Tales son las reflexiones de la tos y el cristal mojado.)
Luego de tolerar faltas de sintaxis en la tripulación,
prefieres muchas veces —y a quién confesarlo— esquivar al
francés tupido aún de ajos y trufas
del Périgord: nadie sabrá de tus carreras de puntillas al oírlo
acercarse, atildado y —por qué no aceptarlo— hasta
demasiado oceanográfico,
a clavar malditos alfileres en tus cartas de marear. No
puedes,
así fuera convaleciendo de un tiro en el pie,
ver días como éste desde cualquier torre, por ejemplo en
Amiens,
cuando encienden temprano los talleres de encuadernación.
Cómo fusilaban a sus oficiales los cipayos.
Evasión
En Tlalpan hay varios manicomios.
Y viendo en la sala de espera esos viejos tomos franceses
tan espesos
de balneoterapia y arsonvalización,
cruzando ese jardín por donde tres veces a la semana
discurren filosofías de vía angosta
—los perros trágicos machacados en la carretera al pasar
en volandas,
y así habrá que pasar ahora.
Hace calor.
El que vaya a la hora cursi como todas marchando a
oscuras al lado de los rieles
podrá escuchar (si le importa) el zumbido de muchos
escarabajos enamoradísimos
entre las piedras del talud.
Más allá (es de suponerse) descansan adineradas
adolescentes de miembros fruticosos,
con los labios secos, tendidas al descuido
como largos gatos de algalia.
(¿Habrán comido habas?
¿Borrarán como es debido los moldes de sus cuerpos en las
camas? Oh riesgo.)
Pero este mundo de trenes y escarabajos es un mundo de
trenes y escarabajos,
sin embargo,
nagara.
Meditar
A nadie debe alarmar que el horizonte acumule detrás de
los follajes volutas y nubes como del Greco: una tarde
tan barroca no pasa del ensayo general.
(En cualquier caso, si estuviéramos en el puerto, al atento
a cosas náuticas le bastaría recorrer de un vistazo la vasta
extensión de las aguas para asegurar con suficiencia:
—No está el tiempo para baticulos.)
Esta tarde discutible, colgada de los pulgares entre el polvo
y la lluvia
sobre el dorado ostracismo del parque inmenso, a la orilla
de lagunas podridas cubiertas de lentejuelas (Lemna
minor),
mejor será que la soledad escuche el organillo henchido de
chiflos y refollamientos:
si entrase Descartes en un café no se haría un silencio más
propicio.
Cante el barrio cuadrilongo, con caras de planchadoras y
anormales en las ventanas;
cante las bibliotecas donde el Nigromante hubiera podido
apurar las tardes oyendo zumbar moscas o, alzando al
techo la mirada aguda, abismarse en el Rorschach eficaz
de las goteras, mientras lejos los tranvías arrastraban sus
cadenas;
cante el herraje supremo del museo —la solitaria, el
hipogloso—, y en la caligrafía parda de las etiquetas
tantos pecados contra el Espíritu Santo.
Cante los textos al cesto, duelos y quebrantos, tácticas
galantes que violan convenios de Ginebra. Y para
mañana o pasado
cante sobre todo la mierda, que es cosa nitrogenada y
arrojadiza.
Dones de Asia
Cuando ocurre eso, los rebaños se levantan de pronto bajo
la luz culpable de la madrugada, interrogan con
resoplidos a la luna leopardiana;
despiertan nómadas —escamas sedosas de lenguaje
aglutinante,
palabras largas como la estepa,
vocales igualadas como la estepa,
desazón hasta la hora de partir
—también así aquel día
en que al abrir la señorita de improviso su balcón
no estuvo la hiedra en el muro de enfrente y ni siquiera la
jaula del cenzontle; no entró aire fresco: muy al contrario,
porque era selva de siete siglos atrás y los mosquitos
aplacaron la luz al invadir los prismas y el tul;
cerca berreaban los elefantes junto al Gran Lago;
entre los pedales del piano y las patas de garra porfirianas
descendieron al estuario de la plática resabios de
Jayavarman VIII
y cada vez que caía fuera una colilla encendida
mudaba un poco el pasado, hasta que hubo que cerrar, por
temor a fluxiones.
Pero es un recuerdo que conforta.
Anécdotas
Era muy temprano, prueba endeble de la redondez de la
Tierra,
forraje inerte bajo la transformación del día,
el mimbre de las sillas, escriba empeñoso cubriendo de
cuneiformes mujeres y más mujeres;
absorta en la orilla (qué diez dedos inquietos por la arena
fugitiva cuando trepa espuma al tobillo)
—y una palmada en ese código de Hammurabi echara a
volar cuántas aves
antes de entrar en el horno cerámico para perdurar, aunque
sea quebradiza, hasta el siglo XX (mas del corazón no se
oyó cosa):
ya la tarde sale de la espesura a beber en el mar, muestra
al turismo la mancha mongólica
entre un rumor tsetse de almas edificadas por la belleza;
el plancton se despeña por los costados en acto de protesta
contra tal debilidad de la carne
transida de puros imperativos y adverbios modales (mas del
corazón no se oyó cosa):
afuera, afuera; la camisa pegada, por sombras que propone
continencia el menguante, y aromas a melazas, tisanas;
un duk-duk despedido por herbívoro.
Chasquen hormigas rojas bajo las suelas en esta pinche
noche tropical.
Merlín
Diremos hoy del amor cosas verdades
como la orilla al mar hasta volverse arena.
Los pasos sobre hojas mojadas que no crujen; torna el
pensamiento con saliva ajena, oh brujo céltico que
hallaste hace dos lunas
una joven lavándose temprano en la fuente. Esta tarde de
nuevo
has mordido sus piernas —desgano: así hasta tres veces.
Hay en el bosque corros de hongos —y quién los pone, dí
(o enloquecer como el sabio malabar
ante la sensitiva), y quién pone el salitre en la bóveda donde
la antorcha traza enigmas de hollín.
Mirabas a la ventana de vejiga tendida; esperabas la hora,
oh brujo enteramente medieval,
cómo odiaste la paja donde hundías codos y rodillas
pensando en hongos, en salitre
(así otros días cuando quieres que dure y repasas el elenco
de estirpes de Erín desentendiéndote un poco).
Traes briznas en los faldones y en ese cucurucho salpicado
de estrellas, lúnulas y saturnos prematuros que llevas
frío en los pies y prisa; sí, oh brujo atormentado por la
enuresis;
anhelas el infolio de astrología judiciaria que el aprendiz
desempolva con mano trémula, creyéndote en hechicerías
altas.
Tardarás en dormirte aunque es noche de viento y el
hombre del norte no pisará las costas
No, no eres lunático.
Primera lluvia
No, no se trataba de una posibilidad que estuviera en
la agenda,
además todo era stainless steel;
calambre o pasacalle, eso no consta; sí
tu aroma en la tarde truculenta y cómo aspirabas
(con aplicación, constancia, puntualidad;
hasta hubo que comprarte uno de esos libros llenos de
epidídimos, de coitos en sección longitudinal, de
digresiones aburridísimas sobre la esterilidad)
definitivamente (quién leerá eso)
a sentir lo que el vigía en su barril durante lances
oceánicos análogos
y yo Linceo,
pluscuamperfecto Linceo de la miopía discerniendo
los poros,
los ochos y solenoides de los vellos
cuando detrás de la persiana empezaron a saltar
chapulines testarudos contra el vidrio
y atrapando al vuelo la oportunidad pedagógica y
estética te dije en el pómulo que atendieras que en
aquello valía fijarse valía mucho fijarse
y que (manifiestamente) no se olvida.
Tolerancia
Que ocupes una mesa frente a sillones obesos, escribiendo
con diez dedos más despacio que yo con cinco,
no es cosa que te perjudique, a decir verdad; tan
estragados estamos.
Simplemente, consuma la transustanciación en los ene
pisos de ascensor
para que al llegar a la calle
hayas dilapidado ese tufo penetrante a enfiteusis,
fideicomisos, derechohabientes, cónyuges supérsti-tes
y el número de hoy del Diario Oficial
—vamos pues; no era para tanto. Al fin y al cabo mi
poesía no aborda grandes asuntos.
Viéndolo bien, en una hora hay tiempo apenas
para seis botones, el zíper, una hebilla, mientras
maúllas (como si fuese un imperativo del Código de
Procedimientos; v., por si acaso, Fargard 16 y 18
in fine) que anoche alunizaste en el Mare Crisium
y andas tigresa, como tú dices.
New York revisited
Mais cette file miraculeuse était trop belle pour
vivre longtemps; aussi est-elle morte quelques
jours après que j'eus fait sa connaissance, et
c'est moi-même qui l'ai enterrée, un jour que le
printemps agitait son encensoir jusque dans les
cimetières.
Fue un correo de viento por la urna barrida. Fue un tráfico de
santo y seña prendido de mamas de viuda durante el
aguacero.
Fue un viento que volvía docenas de páginas juntas y que no
entrecortó ningún resuello, sin hélices al paso.
Ni sintió gotas fracturándose en hierro de ventana.
Rezumaron paredes y alumbre o relámpagos pusieron en
diedros salpicados la sombra relapsa de las puertas.
Agarrado al ramaje, el cuadrúpedo chino indefinible y estable
miró con un solo ojo crecer el aire y su
sinsentido. Agregó sornas al texto burriciego, y la
humedad vertical estuvo a su espalda.
Ni una miga en el suelo, ni una vuelta de llave, nada para
la cepa jodida, de regreso al plan ortopédico del canguro
andando.
Fue un viento de instinto y de cifra, abalanzándose a
morder de rabia el filo de su propio escudo. Y olor a
lluvia y asfalto infestó sin espinazo un boquete
quirúrgico, águila de sangre al lomo.
¿Y habrá calor, calor interno que mitigue, como un
historiador mamarracho, tal geometría irritable? ¿Qué
intestinos de bronce desfilarán en regla frente al fragor?
Un contagio de vetas y herrumbres en lugar vacío;
vigencia del aire, y cáustica la frescura al preñar por
último su velamen en la extensión risible, sin el salto
donde el mundo termina entre un pudridero de leones
ahogados.
Fue de madrugada una calma sabida. Fue antes de
amanecer una moderación muy fija. Fue cualquier
animal indescifrable cambiando de postura en el sueño
bajo la evolución que no ha entendido.
El tiempo es deseo y es erección: pasa.
Tomado de:
S’agapóo
Te me mueres de seria, cual chiquilla,
estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, evitando algún desleal beso,
te acaricié el cariz de una orejilla,
donde una chispa de oro en seda brilla;
mas desde aquel dulcísimo suceso,
la aurícula, de escrúpulo y de peso
rojea y se enfurruña, la muy pilla.
Flor: di a Miguel Hernández que he olvidado
sus tercetos, con íntimo decoro
(supones) y te apartas de mi lado
a sestear en la Mezquita Azul
de Estambul, mientras yo mi culpa ignoro
—ay, corola del Cruzeiro do Sul.
Qué importa cómo seas si eres tú.
Palinodia del rojo
No cantes ésa, rojo, porque ya no se estila.
Sólo algunas pazguatas piden perdón por ti,
pero la mayoría te reciben serenas
y hacen bien. Saben oscuramente
que, si bien a unas cuantas das algún dolor,
en desquite haces a muchas más ardientes [confidencia de dos]
y pones una fascinadora inflexión
en los deleitosos alientos femeninos.
Jáctate mejor, rojo, de que fue el doppleriano
batocrómico corrimiento de las líneas espectrales
en conjunto hacia ti
lo primero que reveló la expansión del universo
(lo cual no es una cuestión de poca monta).
Piensa también, oh rojo, que si en ruso tu nombre
se funde con lo bello
(lo cual no es, por supuesto, lo que cree gente babosa)
es por algo —dímelo a mí, que vehemente acuso todavía
a la que siempre de rojo iba vestida
y cuyos ojos, oscuros teobromos deseados,
aún llevo en mis entrañas dibujados.
Para no ser prolijos, en fin, oh rojo contempla a tu poeta
confiando en que lo ayudes en su triangulación
de la topografía divinal de un blanquísimo Chaco,
ruega por nosotros los rojos y los verdes,
así como por algún Rangoni malhadado.
El perfecto agonoteta
Cuando la vanguardia de los corredores asomó en la distancia,
un inmenso clamor se alzó de la multitud
y creció aun más al ver cómo la Marratoncita iba alcanzando el primer lugar,
hasta cruzar, veloz pero serena,
la línea anaranjada de la meta.
Marratoncita giró 180º y anunció, sosegada —Victoria.
El viejo adivino etrusco
se acercó a ella:
—Entre los varones que viven en el orbe,
escasamente una docena te merecemos. Por desgracia, todos
rebasamos los setenta, y hay que aguantarse.
Que te acompañe pues este agonoteta cántabro favorecido. [A éste:]
Conduce a Marratoncita al penthouse del templo, sudorosa pero sensata,
extiéndela a gusto y acéitale con la lengua todas sus divinas bisagras,
levántala entonces y sométela, horizontal, a la ducha fría;
cuando el coxis deje de saberle a sal,
hazla rodar sobre un gran secante verde, sin solución de continuidad
y échatela al plato.
Deja a los persas alzar torres al silencio.
Tomado de:
https://luvina.com.mx/poemas-gerardo-deniz/
Secreto
Ponderan mi memoria de cosas variadas
(—Tiene usted una memoria felicísima,
me dijo a mis diecisiete un viejo químico),
pero el secreto que sólo yo conozco
es que más y mejor recuerdo todo
lo que atañe a cierto olfato y cierto tacto
(no hablo de zonas erógenas pues son el cuerpo entero),
y que estos rastros mnémicos
me asaltan a mano armada en mil circunstancias.
De pronto mi órgano de Jakobson, mis manos y lo demás
despiertan, desvergonzados y simultáneos,
ante la estantigua de las ausencias,
quienes, por si fuera poco, cargan a la espalda
sentimientos, palabras, preguntas sin respuesta o respondidas,
más toda la tramoya necesaria
para seguir existiendo sin perder lo existido
que siempre concluyó de igual manera,
pero dejando todos los detalles tragicómicos.
Huellas dactilares, indicios de ADN,
parafernalia caduca, pero ello,
lo puedo asegurar, no tiene gracia ninguna.
Preparativos
Me preocupa (entre otras quisicosas) pensar,
ahora que me quede ciego,
qué voy a hacer con la mesa de billar que traigo dentro de la cabeza
cuando rueden por ella
(y a oscuras)
cisticercos, pezones lisos como caramelos chupados,
canicas, avellanas, vólvoces (gónadas), burbujas de chicle, oes
y hasta una que otra piedra de la locura.
(No) vamos a ver qué pasa.
Sintomatología
Esto va de mal en peor.
Hace unas horas te encontré en una pieza de Scriabin
que, por tanto, en adelante será tuya.
En mi poblacho habrá esta noche una luz
y en adelante continuarán siendo más, bien lo sé:
son las metástasis que sin querer desparrama tu existencia.
No sólo por el andar se denunció la diosa.
Es ello, estoy seguro.
Tomado de:
https://campodemaniobras.blogspot.com/2018/07/gerardo-deniz-tres-poemas-ineditos.html

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