sábado, 3 de mayo de 2025

POEMAS DE GERARDO DENIZ


Resfrío

 

 

Ruido fresco de rueda en la calle llovida,

tras esa geografía de alientos o la ventana,

y —de plano— todo es aburrido; pero de cuando en cuando

desaparece algún navío inglés

sin motivo razonable.

Tal vez el Capitán vela,

cruzado de brazos en el camarote ascético, ante relojes de

veinticuatro horas.

Daría toda su madreperla,

acaso hasta los álbumes de Rossini (transcripciones para

muérgano),

por una taza de café y una buena puta.

(Tales son las reflexiones de la tos y el cristal mojado.)

Luego de tolerar faltas de sintaxis en la tripulación,

prefieres muchas veces —y a quién confesarlo— esquivar al

francés tupido aún de ajos y trufas

del Périgord: nadie sabrá de tus carreras de puntillas al oírlo

acercarse, atildado y —por qué no aceptarlo— hasta

demasiado oceanográfico,

a clavar malditos alfileres en tus cartas de marear. No

puedes,

así fuera convaleciendo de un tiro en el pie,

ver días como éste desde cualquier torre, por ejemplo en

Amiens,

cuando encienden temprano los talleres de encuadernación.

Cómo fusilaban a sus oficiales los cipayos.

 

 

Evasión

 

 

En Tlalpan hay varios manicomios.

Y viendo en la sala de espera esos viejos tomos franceses

tan espesos

de balneoterapia y arsonvalización,

cruzando ese jardín por donde tres veces a la semana

discurren filosofías de vía angosta

—los perros trágicos machacados en la carretera al pasar

en volandas,

y así habrá que pasar ahora.

Hace calor.

El que vaya a la hora cursi como todas marchando a

oscuras al lado de los rieles

podrá escuchar (si le importa) el zumbido de muchos

escarabajos enamoradísimos

entre las piedras del talud.

Más allá (es de suponerse) descansan adineradas

adolescentes de miembros fruticosos,

con los labios secos, tendidas al descuido

como largos gatos de algalia.

(¿Habrán comido habas?

¿Borrarán como es debido los moldes de sus cuerpos en las

camas? Oh riesgo.)

Pero este mundo de trenes y escarabajos es un mundo de

trenes y escarabajos,

sin embargo,

nagara.

 

 

Meditar

 

 

A nadie debe alarmar que el horizonte acumule detrás de

los follajes volutas y nubes como del Greco: una tarde

tan barroca no pasa del ensayo general.

(En cualquier caso, si estuviéramos en el puerto, al atento

a cosas náuticas le bastaría recorrer de un vistazo la vasta

extensión de las aguas para asegurar con suficiencia:

—No está el tiempo para baticulos.)

Esta tarde discutible, colgada de los pulgares entre el polvo

y la lluvia

sobre el dorado ostracismo del parque inmenso, a la orilla

de lagunas podridas cubiertas de lentejuelas (Lemna

minor),

mejor será que la soledad escuche el organillo henchido de

chiflos y refollamientos:

si entrase Descartes en un café no se haría un silencio más

propicio.

Cante el barrio cuadrilongo, con caras de planchadoras y

anormales en las ventanas;

cante las bibliotecas donde el Nigromante hubiera podido

apurar las tardes oyendo zumbar moscas o, alzando al

techo la mirada aguda, abismarse en el Rorschach eficaz

de las goteras, mientras lejos los tranvías arrastraban sus

cadenas;

cante el herraje supremo del museo —la solitaria, el

hipogloso—, y en la caligrafía parda de las etiquetas

tantos pecados contra el Espíritu Santo.

Cante los textos al cesto, duelos y quebrantos, tácticas

galantes que violan convenios de Ginebra. Y para

mañana o pasado

cante sobre todo la mierda, que es cosa nitrogenada y

arrojadiza.

 

 

Dones de Asia

 

 

Cuando ocurre eso, los rebaños se levantan de pronto bajo

la luz culpable de la madrugada, interrogan con

resoplidos a la luna leopardiana;

despiertan nómadas —escamas sedosas de lenguaje

aglutinante,

palabras largas como la estepa,

vocales igualadas como la estepa,

desazón hasta la hora de partir

—también así aquel día

en que al abrir la señorita de improviso su balcón

no estuvo la hiedra en el muro de enfrente y ni siquiera la

jaula del cenzontle; no entró aire fresco: muy al contrario,

porque era selva de siete siglos atrás y los mosquitos

aplacaron la luz al invadir los prismas y el tul;

cerca berreaban los elefantes junto al Gran Lago;

entre los pedales del piano y las patas de garra porfirianas

descendieron al estuario de la plática resabios de

Jayavarman VIII

y cada vez que caía fuera una colilla encendida

mudaba un poco el pasado, hasta que hubo que cerrar, por

temor a fluxiones.

Pero es un recuerdo que conforta.

 

 

Anécdotas

 

 

Era muy temprano, prueba endeble de la redondez de la

Tierra,

forraje inerte bajo la transformación del día,

el mimbre de las sillas, escriba empeñoso cubriendo de

cuneiformes mujeres y más mujeres;

absorta en la orilla (qué diez dedos inquietos por la arena

fugitiva cuando trepa espuma al tobillo)

—y una palmada en ese código de Hammurabi echara a

volar cuántas aves

antes de entrar en el horno cerámico para perdurar, aunque

sea quebradiza, hasta el siglo XX (mas del corazón no se

oyó cosa):

 

ya la tarde sale de la espesura a beber en el mar, muestra

al turismo la mancha mongólica

entre un rumor tsetse de almas edificadas por la belleza;

el plancton se despeña por los costados en acto de protesta

contra tal debilidad de la carne

transida de puros imperativos y adverbios modales (mas del

corazón no se oyó cosa):

 

afuera, afuera; la camisa pegada, por sombras que propone

continencia el menguante, y aromas a melazas, tisanas;

un duk-duk despedido por herbívoro.

Chasquen hormigas rojas bajo las suelas en esta pinche

noche tropical.

 

 

Merlín

 

 

Diremos hoy del amor cosas verdades

como la orilla al mar hasta volverse arena.

Los pasos sobre hojas mojadas que no crujen; torna el

pensamiento con saliva ajena, oh brujo céltico que

hallaste hace dos lunas

una joven lavándose temprano en la fuente. Esta tarde de

nuevo

has mordido sus piernas —desgano: así hasta tres veces.

Hay en el bosque corros de hongos —y quién los pone, dí

(o enloquecer como el sabio malabar

ante la sensitiva), y quién pone el salitre en la bóveda donde

la antorcha traza enigmas de hollín.

Mirabas a la ventana de vejiga tendida; esperabas la hora,

oh brujo enteramente medieval,

cómo odiaste la paja donde hundías codos y rodillas

pensando en hongos, en salitre

(así otros días cuando quieres que dure y repasas el elenco

de estirpes de Erín desentendiéndote un poco).

Traes briznas en los faldones y en ese cucurucho salpicado

de estrellas, lúnulas y saturnos prematuros que llevas

frío en los pies y prisa; sí, oh brujo atormentado por la

enuresis;

anhelas el infolio de astrología judiciaria que el aprendiz

desempolva con mano trémula, creyéndote en hechicerías

altas.

Tardarás en dormirte aunque es noche de viento y el

hombre del norte no pisará las costas

No, no eres lunático.

 

 

Primera lluvia

 

 

No, no se trataba de una posibilidad que estuviera en

la agenda,

además todo era stainless steel;

calambre o pasacalle, eso no consta; sí

tu aroma en la tarde truculenta y cómo aspirabas

(con aplicación, constancia, puntualidad;

hasta hubo que comprarte uno de esos libros llenos de

epidídimos, de coitos en sección longitudinal, de

digresiones aburridísimas sobre la esterilidad)

definitivamente (quién leerá eso)

a sentir lo que el vigía en su barril durante lances

oceánicos análogos

y yo Linceo,

pluscuamperfecto Linceo de la miopía discerniendo

los poros,

los ochos y solenoides de los vellos

cuando detrás de la persiana empezaron a saltar

chapulines testarudos contra el vidrio

y atrapando al vuelo la oportunidad pedagógica y

estética te dije en el pómulo que atendieras que en

aquello valía fijarse valía mucho fijarse

y que (manifiestamente) no se olvida.

 

 

Tolerancia

 

 

Que ocupes una mesa frente a sillones obesos, escribiendo

con diez dedos más despacio que yo con cinco,

no es cosa que te perjudique, a decir verdad; tan

estragados estamos.

Simplemente, consuma la transustanciación en los ene

pisos de ascensor

para que al llegar a la calle

hayas dilapidado ese tufo penetrante a enfiteusis,

fideicomisos, derechohabientes, cónyuges supérsti-tes

y el número de hoy del Diario Oficial

—vamos pues; no era para tanto. Al fin y al cabo mi

poesía no aborda grandes asuntos.

Viéndolo bien, en una hora hay tiempo apenas

para seis botones, el zíper, una hebilla, mientras

maúllas (como si fuese un imperativo del Código de

Procedimientos; v., por si acaso, Fargard 16 y 18

in fine) que anoche alunizaste en el Mare Crisium

y andas tigresa, como tú dices.

 

 

New York revisited

 

 

Mais cette file miraculeuse était trop belle pour

vivre longtemps; aussi est-elle morte quelques

jours après que j'eus fait sa connaissance, et

c'est moi-même qui l'ai enterrée, un jour que le

printemps agitait son encensoir jusque dans les

cimetières.

 

 

 

Fue un correo de viento por la urna barrida. Fue un tráfico de

santo y seña prendido de mamas de viuda durante el

aguacero.

Fue un viento que volvía docenas de páginas juntas y que no

entrecortó ningún resuello, sin hélices al paso.

Ni sintió gotas fracturándose en hierro de ventana.

Rezumaron paredes y alumbre o relámpagos pusieron en

diedros salpicados la sombra relapsa de las puertas.

Agarrado al ramaje, el cuadrúpedo chino indefinible y estable

miró con un solo ojo crecer el aire y su

sinsentido. Agregó sornas al texto burriciego, y la

humedad vertical estuvo a su espalda.

Ni una miga en el suelo, ni una vuelta de llave, nada para

la cepa jodida, de regreso al plan ortopédico del canguro

andando.

Fue un viento de instinto y de cifra, abalanzándose a

morder de rabia el filo de su propio escudo. Y olor a

lluvia y asfalto infestó sin espinazo un boquete

quirúrgico, águila de sangre al lomo.

¿Y habrá calor, calor interno que mitigue, como un

historiador mamarracho, tal geometría irritable? ¿Qué

intestinos de bronce desfilarán en regla frente al fragor?

Un contagio de vetas y herrumbres en lugar vacío;

vigencia del aire, y cáustica la frescura al preñar por

último su velamen en la extensión risible, sin el salto

donde el mundo termina entre un pudridero de leones

ahogados.

Fue de madrugada una calma sabida. Fue antes de

amanecer una moderación muy fija. Fue cualquier

animal indescifrable cambiando de postura en el sueño

bajo la evolución que no ha entendido.

El tiempo es deseo y es erección: pasa.

Tomado de:

https://materialdelectura.unam.mx/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/251-107-gerardo-deniz?showall=1

 

 

S’agapóo

 

Te me mueres de seria, cual chiquilla,

estoy convicto, amor, estoy confeso

de que, evitando algún desleal beso,

te acaricié el cariz de una orejilla,

 

donde una chispa de oro en seda brilla;

mas desde aquel dulcísimo suceso,

la aurícula, de escrúpulo y de peso

rojea y se enfurruña, la muy pilla.

 

Flor: di a Miguel Hernández que he olvidado

sus tercetos, con íntimo decoro

(supones) y te apartas de mi lado

 

a sestear en la Mezquita Azul

de Estambul, mientras yo mi culpa ignoro

—ay, corola del Cruzeiro do Sul.

 

Qué importa cómo seas si eres tú.

 

 

Palinodia del rojo

 

No cantes ésa, rojo, porque ya no se estila.

Sólo algunas pazguatas piden perdón por ti,

pero la mayoría te reciben serenas

y hacen bien. Saben oscuramente

que, si bien a unas cuantas das algún dolor,

en desquite haces a muchas más ardientes [confidencia de dos]

y pones una fascinadora inflexión

en los deleitosos alientos femeninos.

Jáctate mejor, rojo, de que fue el doppleriano

batocrómico corrimiento de las líneas espectrales

en conjunto hacia ti

lo primero que reveló la expansión del universo

(lo cual no es una cuestión de poca monta).

Piensa también, oh rojo, que si en ruso tu nombre

se funde con lo bello

(lo cual no es, por supuesto, lo que cree gente babosa)

es por algo —dímelo a mí, que vehemente acuso todavía

a la que siempre de rojo iba vestida

y cuyos ojos, oscuros teobromos deseados,

aún llevo en mis entrañas dibujados.

Para no ser prolijos, en fin, oh rojo contempla a tu poeta

confiando en que lo ayudes en su triangulación

de la topografía divinal de un blanquísimo Chaco,

ruega por nosotros los rojos y los verdes,

así como por algún Rangoni malhadado.

 

 

El perfecto agonoteta

 

Cuando la vanguardia de los corredores asomó en la distancia,

un inmenso clamor se alzó de la multitud

y creció aun más al ver cómo la Marratoncita iba alcanzando el primer lugar,

hasta cruzar, veloz pero serena,

la línea anaranjada de la meta.

Marratoncita giró 180º y anunció, sosegada —Victoria.

 

El viejo adivino etrusco

            se acercó a ella:

—Entre los varones que viven en el orbe,

escasamente una docena te merecemos. Por desgracia, todos

rebasamos los setenta, y hay que aguantarse.

Que te acompañe pues este agonoteta cántabro favorecido. [A éste:]

Conduce a Marratoncita al penthouse del templo, sudorosa pero sensata,

extiéndela a gusto y acéitale con la lengua todas sus divinas bisagras,

levántala entonces y sométela, horizontal, a la ducha fría;

cuando el coxis deje de saberle a sal,

hazla rodar sobre un gran secante verde, sin solución de continuidad

y échatela al plato.

     Deja a los persas alzar torres al silencio.

Tomado de:

https://luvina.com.mx/poemas-gerardo-deniz/

 

 

Secreto

 

Ponderan mi memoria de cosas variadas

(—Tiene usted una memoria felicísima,

me dijo a mis diecisiete un viejo químico),

pero el secreto que sólo yo conozco

es que más y mejor recuerdo todo

lo que atañe a cierto olfato y cierto tacto

(no hablo de zonas erógenas pues son el cuerpo entero),

y que estos rastros mnémicos

me asaltan a mano armada en mil circunstancias.

De pronto mi órgano de Jakobson, mis manos y lo demás

despiertan, desvergonzados y simultáneos,

ante la estantigua de las ausencias,

quienes, por si fuera poco, cargan a la espalda

sentimientos, palabras, preguntas sin respuesta o respondidas,

más toda la tramoya necesaria

para seguir existiendo sin perder lo existido

que siempre concluyó de igual manera,

pero dejando todos los detalles tragicómicos.

Huellas dactilares, indicios de ADN,

parafernalia caduca, pero ello,

lo puedo asegurar, no tiene gracia ninguna.

 

 

Preparativos

 

Me preocupa (entre otras quisicosas) pensar,

ahora que me quede ciego,

qué voy a hacer con la mesa de billar que traigo dentro de la cabeza

cuando rueden por ella

(y a oscuras)

cisticercos, pezones lisos como caramelos chupados,

canicas, avellanas, vólvoces (gónadas), burbujas de chicle, oes

y hasta una que otra piedra de la locura.

 

(No) vamos a ver qué pasa.

 

 

Sintomatología

 

Esto va de mal en peor.

Hace unas horas te encontré en una pieza de Scriabin

que, por tanto, en adelante será tuya.

En mi poblacho habrá esta noche una luz

y en adelante continuarán siendo más, bien lo sé:

son las metástasis que sin querer desparrama tu existencia.

No sólo por el andar se denunció la diosa.

Es ello, estoy seguro.

Tomado de:

https://campodemaniobras.blogspot.com/2018/07/gerardo-deniz-tres-poemas-ineditos.html

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