domingo, 25 de mayo de 2025

POEMAS DE ROSARIO CASTELLANOS EN SU NATALICIO


Amor

Sólo la voz, la piel, la superficie

Pulida de las cosas.

 

Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco

Rebalsaría y la mano ya no alcanza

A tocar más allá.

 

Distraída, resbala, acariciando

Y lentamente sabe del contorno.

Se retira saciada

Sin advertir el ulular inútil

De la cautividad de las entrañas

Ni el ímpetu del cuajo de la sangre

Que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo

Ya para siempre ciego del sollozo.

 

El que se va se lleva su memoria,

Su modo de ser río, de ser aire,

De ser adiós y nunca.

 

Hasta que un día otro lo para, lo detiene

Y lo reduce a voz, a piel, a superficie

Ofrecida, entregada, mientras dentro de sí

La oculta soledad aguarda y tiembla.

 

 

Destino

Matamos lo que amamos. Lo demás

no ha estado vivo nunca.

Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere

un olvido, una ausencia, a veces menos.

Matamos lo que amamos. ¡Que cese esta asfixia

de respirar con un pulmón ajeno!

El aire no es bastante

para los dos. Y no basta la tierra

para los cuerpos juntos

y la ración de la esperanza es poca

y el dolor no se puede compartir.

 

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El hombre es anima de soledades,

ciervo con una flecha en el ijar

que huye y se desangra.

 

Ah, pero el odio, su fijeza insomne

de pupilas de vidrio; su actitud

que es a la vez reposo y amenaza.

 

El ciervo va a beber y en el agua aparece

el reflejo del tigre.

 

El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve

-antes que lo devoren- (cómplice, fascinado)

igual a su enemigo.

 

Damos la vida sólo a lo que odiamos

 

 

El otro

¿Por qué decir nombres de dioses, astros

espumas de un océano invisible,

polen de los jardines más remotos?

 

Si nos duele la vida, si cada día llega

desgarrando la entraña, si cada noche cae

convulsa, asesinada.

 

Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre

al que no conocemos, pero está

presente a todas horas y es la víctima

y el enemigo y el amor y todo

lo que nos falta para ser enteros.

Nunca digas que es tuya la tiniebla,

no te bebas de un sorbo la alegría.

 

Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro.

Lo que él respira es lo que a ti te asfixia,

lo que come es tu hambre.

 

Muere con la mitad más pura de tu muerte.

Tomado de:

https://www.admagazine.com/articulos/poemas-para-recordar-a-rosario-castellanos

 

 

Kinsey Report

 

1

 

—¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir

que se levantó un acta en alguna oficina

y se volvió amarilla con el tiempo

y que hubo ceremonia en una iglesia

con padrinos y todo. Y el banquete

y la semana entera en Acapulco.

 

No, ya no puedo usar mi vestido de boda.

He subido de peso con los hijos,

con las preocupaciones. Ya ve usted, no faltan.

 

Con frecuencia, que puedo predecir,

mi marido hace uso de sus derechos o,

como él gusta llamarlo, paga el débito

conyugal. Y me da la espalda. Y ronca.

Yo me resisto siempre. Por decoro.

Pero, siempre también, cedo. Por obediencia.

 

No, no me gusta nada.

De cualquier modo no debería de gustarme

porque yo soy decente ¡y él es tan material!

 

Además, me preocupa otro embarazo.

Y esos jadeos fuertes y el chirrido

de los resortes de la cama pueden

despertar a los niños que no duermen después

hasta la madrugada.

 

2

 

Soltera, sí. Pero no virgen. Tuve

un primo a los trece años.

 

Él de catorce y no sabíamos nada.

Me asusté mucho. Fui con un doctor

que me dio algo y no hubo consecuencias.

 

Ahora soy mecanógrafa y algunas veces salgo

a pasear con amigos.

Al cine y a cenar. Y terminamos

la noche en un motel. Mi mamá no se entera.

 

Al principio me daba vergüenza, me humillaba

que los hombres me vieran de ese modo

después. Que me negaran

el derecho a negarme cuando no tenía ganas

porque me habían fichado como puta.

 

Y ni siquiera cobro. Y ni siquiera

puedo tener caprichos en la cama.

Son todos unos tales. ¿Qué que por qué lo hago?

Porque me siento sola. O me fastidio.

 

Porque ¿no lo ve usted? estoy envejeciendo.

Ya perdí la esperanza de casarme

y prefiero una que otra cicatriz

a tener la memoria como un cofre vacío.

 

3

 

Divorciada. Porque era tan mula como todos.

Conozco a muchos más. Por eso es que comparo.

 

De cuando en cuando echo una cana al aire

para no convertirme en una histérica.

 

Pero tengo que dar el buen ejemplo

a mis hijas. No quiero que su suerte

se parezca a la mía.

 

4

 

Tengo ofrecida a Dios esta abstinencia,

¡por caridad, no entremos en detalles!

 

A veces sueño. A veces despierto derramándome

y me cuesta un trabajo decirle al confesor

que, otra vez, he caído porque la carne es flaca.

 

Ya dejé de ir al cine. La oscuridad ayuda

y la aglomeración en los elevadores.

 

Creyeron que me iba a volver loca

pero me estaba atendiendo un médico. Masajes.

 

Y me siento mejor.

 

5

 

A los indispensables (como ellos se creen)

los puede usted echar a la basura,

como hicimos nosotras.

 

Mi amiga y yo nos entendemos bien.

Y la que manda es tierna, como compensación:;

así como también la que obedece

es coqueta y se toma sus revanchas.

 

Vamos a muchas fiestas, viajamos a menudo

y en el hotel pedimos

un solo cuarto y una sola cama.

 

Se burlan de nosotras pero también nosotras

nos burlarnos de ellos y quedamos a mano.

 

Cuando nos aburramos de estar solas

alguna de Los dos irá a agenciarse un hijo.

 

¡No, no de esa manera! En el laboratorio

de la inseminación artificial.

 

6

 

Señorita. Sí, insisto. Señorita.

 

Soy joven. Dicen que no fea. Carácter

llevadero. Y un día

vendrá el Príncipe Azul, porque se lo he rogado

como un milagro a San Antonio. Entonces

vamos a ser felices. Enamorados siempre.

 

¡Qué importa la pobreza! Y si es borracho

lo quitaré del vicio. Si es mujeriego

yo voy a mantenerme siempre tan atractiva,

tan atenta a sus gustos, tan buena ama de casa,

tan prolífica madre

y tan extraordinaria cocinera,

que se volverá fiel como premio a mis méritos,

entre los que el mayor es la paciencia.

 

Lo mismo que mis padres y los de mi marido

celebraremos nuestras bodas de oro

con gran misa solemne.

 

No, no he tenido novio. No, ninguno

todavia. Mañana.

 

 

Jornada de la soltera

Da vergüenza estar sola. El día entero

arde un rubor terrible en su mejilla.

(Pero la otra mejilla está eclipsada.)

 

La soltera se afana en quehacer de ceniza,

en labores sin mérito y sin fruto;

y a la hora en que los deudos se congregan

alrededor del fuego, del relato,

se escucha el alarido

de una mujer que grita en un páramo inmenso

en el que cada peña, cada tronco

carcomido de incendios, cada rama

retorcida, es un juez

o es un testigo sin misericordia.

 

De noche la soltera

se tiende sobre el lecho de agonía.

Brota un sudor de angustia a humedecer las sábanas

y el vacío se puebla

de diálogos y hombres inventados.

 

Y la soltera aguarda, aguarda, aguarda.

 

y no puede nacer en su hijo, en sus entrañas,

y no puede morir

 

en su cuerpo remoto, inexplorado,

planeta que el astrónomo calcula,

que existe aunque no ha visto.

 

Asomada a un cristal opaco la soltera

-astro extinguido-pinta con un lápiz

en sus labios la sangre que no tiene

 

y sonríe ante un amanecer sin nadie.

 

 

Desamor

Me vio como se mira al través de un cristal

o del aire

o de nada.

 

Y entonces supe: yo no estaba allí

ni en ninguna otra parte

ni había estado nunca ni estaría.

 

Y fui como el que muere en la epidemia,

sin identificar, y es arrojado

a la fosa común.

Tomado de:

https://www.culturagenial.com/es/poemas-rosario-castellanos/

 

 

ELEGÍAS DEL AMADO FANTASMA

 

 

Primera elegía

 

 

I

 

Inclinada, en tu orilla, siento cómo te alejas.

Trémula como un sauce contemplo tu corriente

formada de cristales transparentes y fríos.

Huyen contigo todas las nítidas imágenes,

el hondo y alto cielo,

los astros imantados, la vehemencia

ingrávida del canto.

 

Con un afán inútil mis ramas se despliegan,

se tienden como brazos en el aire

y quieren prolongarse en bandadas de pájaros

para seguirte adónde va tu cauce.

 

Eres lo que se mueve, el ansia que camina,

la luz desenvolviéndose, la voz que se desata.

 

Yo soy sólo la asfixia quieta de las raíces

hundidas en la tierra tenebrosa y compacta.

 

 

 

II

 

Allá está el mar que no reposa nunca.

 

Allá el barco y la vela infatigable,

los breves edificios de la espuma,

las olas retumbando y persiguiéndose.

Allá, en los arrecifes, las sirenas

con el cabello y la canción flotantes

 

 

 

III

 

Yo quedaré dormida como el árbol

al que no abrazan hiedras de amorosa frescura,

ni coronan los nidos

ni rasgan su corteza verdes retoños tiernos.

Y estaré ciega, ciega para siempre

frente al escombro de un espejo roto.

 

Si alguna vez me inclino como ahora

con un ademán trémulo de sauce

habrá de ser para asomarme en vano

al opaco arenal que abandonaste.

 

 

 

 

Segunda elegía

 

I

 

Convaleciente de tu amor y débil

como el que ha aposentado largamente en sí mismo

agonías y fiebres,

salgo purificada y tambaleante,

al reclamo de calles y patios.

¡Qué algarabía de ruidos confusos y de olores

mezclados! ¿Qué agresivo

desorden de colores esparcidos!

 

Con los cinco sentidos sellados yo recibo

en mansedumbre el sol sobre mi espalda.

 

Las hormigas circulan a mis plantas.

 

Si alguien me sacudiera despertara

en un extraño mundo, frágil y húmedo,

como bañado en lágrimas.

 

 

II

 

No es en el costado la herida, ni en las sienes.

Las manos palparían sin hallarla

y el que escuche las quejas atiende señas falsas

y confía en palabras inexactas.

No es si quiera una herida. Es el cimiento

roído de gusanos, la escalera

incompleta y las aguas estancadas.

 

 

III

 

Arrullo mi dolor como una madre a su hijo

o me refugio en él como el hijo en su madre

alternativamente poseedora y poseída.

No supe aquella tarde

que cuando yo decía adiós tú decías muerte.

 

Ahora no es posible saber nada.

 

Para dejar caer, rendida, mi cabeza

busco una piedra lisa por almohada.

No pido más que un limbo de soledad y hastío

que albergue mi ternura derrotada.

 

 

 

 

Tercera elegía

 

 

I

 

Como la cera blanda, consumida

por una llama pálida, mis días

se consumen ardiendo en tu recuerdo.

Apenas iluminas el túnel de silencio

y el espanto impreciso

hacia el que paso a paso voy entrando.

 

Algo vibra en mi ser que aún protesta

contra el alud de olvido

que arrastra en pos de sí a todas las cosas.

¡Ah, si pudiera entonces crecer y levantarme,

alumbrar con lámpara

alimentada de tu vivo aceite

en una hoguera poderosa y clara!

 

Pero ya nada alcanza a rescatarme

de la tristeza inerte que me apaga.

 

Grandes espacios ciernen finas nieblas

entre tu rostro y los que aquí te borran.

Tu voz es casi un eco

y lejos resplandece tu mirada.

 

 

II

 

Como queriendo sorprender tu ausencia

desnuda, abro las puertas de improviso

y acecho las ventanas entornadas.

 

Encuentro las estancias desiertas y sombrías

donde el vacío congela sus perfiles

ciñéndose a la línea de tu cuerpo.

 

Es como una profunda y simple copa

para beber la integridad del llanto.

 

 

III

 

Tal vez no estés aquí dominando mis ojos,

dirigiendo mi sangre, trabajando en mis células,

galvanizando un pulso de tinieblas.

 

Tal vez no sea mi pecho la cripta que te guarda.

 

Pero yo no sería si no fuera

este castillo en ruinas que ronda tu fantasma.

 

 

 

DISTANCIA DEL AMIGO

 

En una tierra antigua de olivos y cipreses

ha fechado mi amigo su más reciente carta.

Lo imagino escribiendo, sentado en una roca

a la orilla del mar, tirando piedrecitas

sobre el lomo verdusco de las olas.

(Si estuviera en un parque tiraría

migas a los gorriones;

si en un estanque, Ledas a los cisnes.)

Lo imagino volviendo su rostro hacia el crepúsculo,

mordisqueando una brizna mientras piensa

que la vida es tan bella porque es corta.

(No es de los que invocan a la muerte.

Es de los que la hospedan, silenciosos,

en el sitio más hondo de su cuerpo.)

Se levanta después y camina espacio,

con las manos metidas en las bolsas

de un traje viejo y ancho.

Puede hervir a su lado la multitud. Mi amigo

está solo. Entre hombres embriagados

de dicha, entre mujeres ojerosas de duelo

lleva su soledad como una espada

desnuda y eficaz, radiante de amenazas.

Llega a su cuarto. Lo abre. Nadie espera.

Hay un olor oscuro,

pesado, de ventana estrangulada.

Igual que cuatro cirios metálicos relucen

las cuatro extremidades agudas de la cama.

Se ha desplomado en ella y una punta lo hiere.

¡Cómo sangra empapando las sábanas, tiñéndolas,

cómo se queda lívido y exangüe

mientras bajo su frente se incendian las almohadas!

La fecha de esta carta que estrujo es muy remota

-de un tiempo en el que el tiempo no existía-

y la ciudad de que habla se reclina

más allá de los mapas.

Mi amigo, sin embargo, está cercano.

Podría yo tocarlo si pudiera

tocar mi corazón recóndito y sellado.

 

 

 

NOCTURNO

 

 

I

 

Ayer, mañana, hoy, siempre.

Las lágrimas dispersas en el cuerpo

hallan su cauce natural y fluyen.

Tarde o temprano nuestra mano aprende

a crisparse apresando un poco de aire.

Los ojos se acostumbran

a circular en rieles de neblina.

En vano es que digamos:

'Yo vengo de un país de íntimas huertas

y recuerdo los árboles encendidos de trinos,

la hierba temblorosa bajo la última lluvia

y el cielo de las tardes

vibrando de campanas invisibles.

Vengo de esa ciudad donde los niños

quiebran en mil pedazos el silencio

y colocan el pie

en la inminencia limpia del estanque

y los labios al borde del espejo.

(En salones ocultos un piano negro calla.)

Del Sur hemos venido, entre cafetos

y platanares verdes y naranjales ácidos'.

Porque el Sur se evapora,

lo arrasa el tiempo, lo hunde la distancia,

se consume, incendiando, a nuestra espalda.

 

No miremos atrás que sólo llega

un abrasado aliento de desierto.

 

Si se pudrió la fruta

que ya no nos persiga su fragancia.

 

Arrullemos

con canciones de cuna a la memoria

y amemos esta zona devastada.

 

 

II

 

Como una cárcel es. Al través de los muros

se infiltran lentas músicas, delirantes sonatas.

Del techo se desprende hacia nuestra cabeza

tenaz y sucesiva la fría gota de agua.

 

 

 

III

 

Amemos la garganta de los lobos

y el filo de su grito entre las sombras.

Amemos su amenaza y nuestro miedo.

 

Amemos la aspereza de estos ángulos,

la sordera del hielo, la crueldad de la estatua.

 

Todos los seres aman su destino.

 

Nuestro destino es padecer la noche.

Tomado de:

https://el-placard.blogspot.com/2012/01/poemas-de-rosario-castellanos.html

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