viernes, 6 de junio de 2025

POEMAS DE FEDERICO GARCÍA LORCA UNA LECTURA QUE SIEMPRE ES VIGENTE


El poeta le pide a su amor que le escriba

Amor de mis entrañas, viva muerte,

en vano espero tu palabra escrita

y pienso, con la flor que se marchita,

que si vivo sin mí quiero perderte.

 

El aire es inmortal. La piedra inerte

ni conoce la sombra ni la evita.

Corazón interior no necesita

la miel helada que la luna vierte.

 

Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,

tigre y paloma, sobre tu cintura

en duelo de mordiscos y azucenas.

 

Llena pues de palabras mi locura

o déjame vivir en mi serena

noche del alma para siempre oscura.

 

 

La cogida y la muerte

A las cinco de la tarde.

Eran las cinco en punto de la tarde.

Un niño trajo la blanca sábana

a las cinco de la tarde.

Una espuerta de cal ya prevenida

a las cinco de la tarde.

Lo demás era muerte y sólo muerte

a las cinco de la tarde.

 

El viento se llevó los algodones

a las cinco de la tarde.

Y el óxido sembró cristal y níquel

a las cinco de la tarde.

Ya luchan la paloma y el leopardo

a las cinco de la tarde.

Y un muslo con un asta desolada

a las cinco de la tarde.

Comenzaron los sones de bordón

a las cinco de la tarde.

Las campanas de arsénico y el humo

a las cinco de la tarde.

En las esquinas grupos de silencio

a las cinco de la tarde.

¡Y el toro solo corazón arriba!

a las cinco de la tarde.

Cuando el sudor de nieve fue llegando

a las cinco de la tarde

cuando la plaza se cubrió de yodo

a las cinco de la tarde,

la muerte puso huevos en la herida

a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.

A las cinco en Punto de la tarde.

 

Un ataúd con ruedas es la cama

a las cinco de la tarde.

Huesos y flautas suenan en su oído

a las cinco de la tarde.

El toro ya mugía por su frente

a las cinco de la tarde.

El cuarto se irisaba de agonía

a las cinco de la tarde.

A lo lejos ya viene la gangrena

a las cinco de la tarde.

Trompa de lirio por las verdes ingles

a las cinco de la tarde.

Las heridas quemaban como soles

a las cinco de la tarde,

y el gentío rompía las ventanas

a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.

¡Ay, qué terribles cinco de la tarde!

¡Eran las cinco en todos los relojes!

¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

 

 

Despedida

Si muero,

dejad el balcón abierto.

 

El niño come naranjas.

(Desde mi balcón lo veo).

 

El segador siega el trigo.

(Desde mi balcón lo siento).

 

¡Si muero,

dejad el balcón abierto!

Tomado de:

https://www.culturagenial.com/es/poemas-esenciales-de-federico-garcia-lorca/

 

 

El poeta habla por teléfono con el amor

Tu voz regó la duna de mi pecho

 

en la dulce cabina de madera.

 

Por el sur de mis pies fue primavera

 

y al norte de mi frente flor de helecho.

 

Pino de luz por el espacio estrecho

 

cantó sin alborada y sementera

 

y mi llanto prendió por vez primera

 

coronas de esperanza por el techo.

 

Dulce y lejana voz por mí vertida.

 

Dulce y lejana voz por mí gustada.

 

Lejana y dulce voz amortecida*.

 

Lejana como oscura corza herida.

 

Dulce como un sollozo en la nevada.

 

¡Lejana y dulce en tuétano metida!

 

 

Es verdad

¡Ay, qué trabajo me cuesta

 

quererte como te quiero!

 

Por tu amor me duele el aire,

 

el corazón

 

y el sombrero.

 

¿Quién me compraría a mí

 

este cintillo que tengo

 

y esta tristeza de hilo

 

blanco, para hacer pañuelos?

 

¡Ay, qué trabajo me cuesta

 

quererte como te quiero!

 

 

Largo espectro

Largo espectro de plata conmovida

 

el viento de la noche suspirando,

 

abrió con mano gris mi vieja herida

 

y se alejó: yo estaba deseando.

 

Llaga de amor que me dará la vida

 

perpetua sangre y pura luz brotando.

 

Grieta en que Filomela enmudecida

 

tendrá bosque, dolor y nido blando.

 

¡Ay qué dulce rumor en mi cabeza!

 

Me tenderé junto a la flor sencilla

 

donde flota sin alma tu belleza.

 

Y el agua errante se pondrá amarilla,

 

mientras corre mi sangre en la maleza

 

mojada y olorosa de la orilla.

 

 

Soneto de la dulce queja

No me dejes perder la maravilla

 

de tus ojos de estatua, ni el acento

 

que de noche me pone en la mejilla

 

la solitaria rosa de tu aliento.

 

Tengo miedo de ser en esta orilla

 

 

tronco sin ramas, y lo que más siento

 

es no tener la flor, pulpa o arcilla

 

para el gusano de mi sufrimiento.

 

Si tú eres el tesoro oculto mío,

 

si eres mi cruz y mi dolor mojado,

 

si soy el perro de tu señorío,

 

no me dejes perder lo que he ganado

 

y decora las aguas de tu río

 

con hojas de mi otoño enajenado.

 

 

El pecho del poeta

Tú nunca entenderás lo que te quiero

 

porque duermes en mí y estás dormido.

 

Yo te oculto llorando, perseguido

 

por una voz de penetrante acero.

 

Norma que agita igual carne y lucero

 

traspasa ya mi pecho dolorido

 

y las turbias palabras han mordido

 

las alas de tu espíritu severo.

 

Grupo de gente salta en los jardines

 

esperando tu cuerpo y mi agonía

 

en caballos de luz y verdes crines.

 

Pero sigue durmiendo, vida mía.

 

¡Oye mi sangre rota en los violines!

 

¡Mira que nos acechan todavía!

 

 

Baile

La Carmen está bailando

 

por las calles de Sevilla.

 

Tiene blancos los cabellos

 

y brillantes las pupilas.

 

¡Niñas,

 

corred las cortinas!

 

En su cabeza se enrosca

 

una serpiente amarilla,

 

y va soñando en el baile

 

con galanes de otros días.

 

¡Niñas,

 

corred las cortinas!

 

Publicidad

 

Las calles están desiertas

 

y en los fondos se adivinan,

 

corazones andaluces

 

buscando viejas espinas.

 

¡Niñas,

 

corred las cortinas!

 

 

Alma Ausente

No te conoce el toro ni la higuera,

 

ni caballos ni hormigas de tu casa.

 

No te conoce el niño ni la tarde

 

porque te has muerto para siempre.

 

No te conoce el lomo de la piedra,

 

ni el raso negro donde te destrozas.

 

No te conoce tu recuerdo mudo

 

porque te has muerto para siempre.

 

El otoño vendrá con caracolas,

 

uva de niebla y monjes agrupados,

 

pero nadie querrá mirar tus ojos

 

porque te has muerto para siempre.

 

Porque te has muerto para siempre,

 

como todos los muertos de la Tierra,

 

como todos los muertos que se olvidan

 

en un montón de perros apagados.

 

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.

 

Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.

 

La madurez insigne de tu conocimiento.

 

Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca.

 

La tristeza que tuvo tu valiente alegría.

 

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,

 

un andaluz tan claro, tan rico de aventura.

 

Yo canto su elegancia con palabras que gimen

 

y recuerdo una brisa triste por los olivos.

 

 

Poema de la soleá

Vestidas con mantos negros

 

piensa que el mundo es chiquito

 

y el corazón es inmenso.

 

Vestida con mantos negros.

 

Piensa que el suspiro tierno

 

y el grito, desaparecen

 

en la corriente del viento.

 

Vestida con mantos negros.

 

Se dejó el balcón abierto

 

y el alba por el balcón

 

desembocó todo el cielo.

 

¡Ay yayayayay,

 

que vestida con mantos negros!

Tomado de:

https://psicologiaymente.com/cultura/poemas-federico-garcia-lorca

 

 

Crucifixión

La luna pudo detenerse al fin por la curva blanquísima de los caballos.

Un rayo de luz violeta que se escapaba de la herida

proyectó en el cielo el instante de la circuncisión de un niño muerto.

 

La sangre bajaba por el monte y los ángeles la buscaban,

pero los cálices eran de viento y al fin llenaba los zapatos.

Cojos perros fumaban sus pipas y un olor de cuero caliente

ponía grises los labios redondos de los que vomitaban en las esquinas.

Y llegaban largos alaridos por el Sur de la noche seca.

Era que la luna quemaba con sus bujías el falo de los caballos.

Un sastre especialista en púrpura

había encerrado a tres santas mujeres

y les enseñaba una calavera por los vidrios de la ventana.

Las tres en el arrabal rodeaban a un camello blanco,

que lloraba porque al alba

tenía que pasar sin remedio por el ojo de una aguja.

¡Oh cruz! ¡Oh clavos! ¡Oh espina!

¡Oh espina clavada en el hueso hasta que se oxiden los planetas!

Como nadie volvía la cabeza, el cielo pudo desnudarse.

Entonces se oyó la gran voz y los fariseos dijeron:

Esa maldita vaca tiene las tetas llenas de leche.

La muchedumbre cerraba las puertas

y la lluvia bajaba por las calles decidida a mojar el corazón

mientras la tarde se puso turbia de latidos y leñadores

y la oscura ciudad agonizaba bajo el martillo de los carpinteros.

 

Esa maldita vaca

tiene las tetas llenas de perdigones,

dijeron los fariseos.

Pero la sangre mojó sus pies y los espíritus inmundos

estrellaban ampollas de laguna sobre las paredes del templo.

Se supo el momento preciso de la salvación de nuestra vida.

Porque la luna lavó con agua

las quemaduras de los caballos

y no la niña viva que callaron en la arena.

Entonces salieron los fríos cantando sus canciones

y las ranas encendieron sus lumbres en la doble orilla del río.

Esa maldita vaca, maldita, maldita, maldita

no nos dejará dormir, dijeron los fariseos,

y se alejaron a sus casas por el tumulto de la calle

dando empujones a los borrachos y escupiendo sal de los sacrificios

mientras la sangre los seguía con un balido de cordero.

 

Fue entonces

y la tierra despertó arrojando temblorosos ríos de polilla.

 

 

Consulta

¡Pasionaria azul!

Yunque de mariposas.

¿Vives bien en el limo

de las horas?

 

(¡Oh poeta infantil,

quiebra tu reloj!)

 

Clara estrella azul,

ombligo de la aurora.

¿Vives bien en la espuma

de la sombra?

 

(¡Oh poeta infantil,

quiebra tu reloj!)

 

Corazón azulado,

lámpara de mi alcoba.

¿Lates bien sin mi sangre

filarmónica?

 

(¡Oh poeta infantil,

quiebra tu reloj!)

 

Os comprendo y me dejo

arrumbado en la cómoda

al insecto del tiempo.

Sus metálicas gotas

no se oirán en la calma

de mi alcoba.

Me dormiré tranquilo

como dormís vosotras,

pasionarias y estrellas,

que al fin la mariposa

volará en la corriente

de las horas

mientras nace en mi tronco

la rosa.

 

 

Danza de la muerte

El Mascarón. ¡Mirad el mascarón!

¡Cómo viene del África a New York!

 

Se fueron los árboles de la pimienta,

los pequeños botones de fósforo.

Se fueron los camellos de carne desgarrada

y los valles de luz que el cisne levantaba con el pico.

 

Era el momento de las cosas secas,

de la espiga en el ojo y el gato laminado,

del óxido de hierro de los grandes puentes

y el definitivo silencio del corcho.

 

Era la gran reunión de los animales muertos,

traspasados por las espadas de la luz;

la alegría eterna del hipopótamo con las pezuñas de ceniza

y de la gacela con una siempreviva en la garganta.

 

En la marchita soledad sin honda

el abollado mascarón danzaba.

Medio lado del mundo era de arena,

mercurio y sol dormido el otro medio.

 

El mascarón. ¡Mirad el mascarón!

¡Arena, caimán y miedo sobre Nueva York!

 

*

 

Desfiladeros de cal aprisionaban un cielo vacío

donde sonaban las voces de los que mueren bajo el guano.

Un cielo mondado y puro, idéntico a sí mismo,

con el bozo y lirio agudo de sus montañas invisibles,

 

acabó con los más leves tallitos del canto

y se fue al diluvio empaquetado de la savia,

a través del descanso de los últimos desfiles,

levantando con el rabo pedazos de espejo.

 

Cuando el chino lloraba en el tejado

sin encontrar el desnudo de su mujer

y el director del banco observaba el manómetro

que mide el cruel silencio de la moneda,

el mascarón llegaba al Wall Street.

 

No es extraño para la danza

este columbario que pone los ojos amarillos.

De la esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso

que atraviesa el corazón de todos los niños pobres.

El ímpetu primitivo baila con el ímpetu mecánico,

ignorantes en su frenesí de la luz original.

Porque si la rueda olvida su fórmula,

ya puede cantar desnuda con las manadas de caballos;

y si una llama quema los helados proyectos,

el cielo tendrá que huir ante el tumulto de las ventanas.

No es extraño este sitio para la danza, yo lo digo.

El mascarón bailará entre columnas de sangre y de números,

entre huracanes de oro y gemidos de obreros parados

que aullarán, noche oscura, por tu tiempo sin luces,

¡oh salvaje Norteamérica! ¡oh impúdica! ¡oh salvaje,

tendida en la frontera de la nieve!

 

El mascarón. ¡Mirad el mascarón!

¡Qué ola de fango y luciérnaga sobre Nueva York!

 

*

 

Yo estaba en la terraza luchando con la luna.

Enjambres de ventanas acribillaban un muslo de la noche.

En mis ojos bebían las dulces vacas de los cielos.

Y las brisas de largos remos

golpeaban los cenicientos cristales de Broadway.

 

La gota de sangre buscaba la luz de la yema del astro

para fingir una muerta semilla de manzana.

El aire de la llanura, empujado por los pastores,

temblaba con un miedo de molusco sin concha.

 

Pero no son los muertos los que bailan,

estoy seguro.

Los muertos están embebidos, devorando sus propias manos.

Son los otros los que bailan con el mascarón y su vihuela;

son los otros, los borrachos de plata, los hombres fríos,

los que crecen en el cruce de los muslos y llamas duras,

los que buscan la lombriz en el paisaje de las escaleras,

los que beben en el banco lágrimas de niña muerta

o los que comen por las esquinas diminutas pirámides del alba.

 

¡Que no baile el Papa!

¡No, que no baile el Papa!

Ni el Rey,

ni el millonario de dientes azules,

ni las bailarinas secas de las catedrales,

ni construcciones, ni esmeraldas, ni locos, ni sodomitas.

Sólo este mascarón,

este mascarón de vieja escarlatina,

¡sólo este mascarón!

 

Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos,

que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas,

que ya la Bolsa será una pirámide de musgo,

que ya vendrán lianas después de los fusiles

y muy pronto, muy pronto, muy pronto.

¡Ay, Wall Street!

 

El mascarón. ¡Mirad el mascarón!

¡Cómo escupe veneno de bosque

por la angustia imperfecta de Nueva York!

 

 

Elegía

Como un incensario lleno de deseos,

pasas en la tarde luminosa y clara

con la carne oscura de nardo marchito

y el sexo potente sobre tu mirada.

 

Llevas en la boca tu melancolía

de pureza muerta, y en la dionisíaca

copa de tu vientre la araña que teje

el velo infecundo que cubre la entraña

nunca florecida con las vivas rosas

fruto de los besos.

 

En tus manos blancas

llevas la madeja de tus ilusiones,

muertas para siempre, y sobre tu alma

la pasión hambrienta de besos de fuego

y tu amor de madre que sueña lejanas

visiones de cunas en ambientes quietos,

hilando en los labios lo azul de la nana.

 

Como Ceres dieras tus espigas de oro

si el amor dormido tu cuerpo tocara,

y como la virgen María pudieras brotar

de tus senos otra vía láctea.

 

Te marchitarás como la magnolia.

Nadie besará tus muslos de brasa.

Ni a tu cabellera llegarán los dedos

que la pulsen como

las cuerdas de un arpa.

 

¡Oh mujer potente de ébano y de nardo!

cuyo aliento tiene blancor de biznagas.

Venus del mantón de Manila que sabe

del vino de Málaga y de la guitarra.

 

¡Oh cisne moreno! cuyo lago tiene

lotos de saetas, olas de naranjas

y espumas de rojos claveles que aroman

los niños marchitos que hay bajo sus alas.

 

Nadie te fecunda. Mártir andaluza,

tus besos debieron ser bajo una parra

plenos del silencio que tiene la noche

y del ritmo turbio del agua estancada.

 

Pero tus ojeras se van agrandando

y tu pelo negro va siendo de plata;

tus senos resbalan escanciando aromas

y empieza a curvarse tu espléndida espalda.

 

¡Oh mujer esbelta, maternal y ardiente!

Virgen dolorosa que tiene clavadas

todas las estrellas del cielo profundo

en su corazón ya sin esperanza.

 

Eres el espejo de una Andalucía

que sufre pasiones gigantes y calla,

pasiones mecidas por los abanicos

y por las mantillas sobre las gargantas

que tienen temblores de sangre, de nieve,

y arañazos rojos hechos por miradas.

 

Te vas por la niebla del otoño, virgen

como Inés, Cecilia, y la dulce Clara,

siendo una bacante que hubiera danzado

de pámpanos verdes y vid coronada.

 

La tristeza inmensa que flota en tus ojos

nos dice tu vida rota y fracasada,

la monotonía de tu ambiente pobre

viendo pasar gente desde tu ventana,

oyendo la lluvia sobre la amargura

que tiene la vieja calle provinciana,

mientras que a lo lejos suenan los clamores

turbios y confusos de unas campanadas.

 

Mas en vano escuchaste los acentos del aire.

Nunca llegó a tus oídos la dulce serenata.

Detrás de tus cristales aún miras anhelante.

¡Qué tristeza tan honda tendrás dentro del alma

al sentir en el pecho ya cansado y exhausto

la pasión de una niña recién enamorada!

 

Tu cuerpo irá a la tumba

intacto de emociones.

Sobre la oscura tierra

brotará una alborada.

De tus ojos saldrán dos claveles sangrientos

y de tus senos, rosas como la nieve blanca.

Pero tu gran tristeza se irá con las estrellas,

como otra estrella digna de herirlas y eclipsarlas.

 

 

Balada triste

¡Mi corazón es una mariposa,

niños buenos del prado!,

que presa por la araña gris del tiempo

tiene el polen fatal del desengaño.

 

De niño yo canté como vosotros,

niños buenos del prado,

solté mi gavilán con las temibles

cuatro uñas de gato.

 

Pasé por el jardín de Cartagena

la verbena invocando

y perdí la sortija de mi dicha

al pasar el arroyo imaginario.

 

Fui también caballero

una tarde fresquita de mayo.

Ella era entonces para mí el enigma,

estrella azul sobre mi pecho intacto.

Cabalgué lentamente hacia los cielos.

Era un domingo de pipirigallo.

Y vi que en vez de rosas y claveles

ella tronchaba lirios con sus manos.

 

Yo siempre fui intranquilo,

niños buenos del prado.

el ella del romance me sumía

en ensoñares claros:

¿quién será la que coge los claveles

y las rosas de mayo?

¿Y por qué la verán sólo los niños

a lomos de Pegaso?

¿Será esa misma la que en los rondones

con tristeza llamamos

estrella, suplicándole que salga

a danzar por el campo…?

 

En abril de mi infancia yo cantaba,

niños buenos del prado,

la ella impenetrable del romance

donde sale Pegaso.

Yo decía en las noches la tristeza

de mi amor ignorado,

y la luna lunera, ¡qué sonrisa

ponía entre sus labios!

¿Quién será la que corta los claveles

y las rosas de mayo?

 

Y de aquella chiquilla, tan bonita,

que su madre ha casado,

¿en qué oculto rincón de cementerio

dormirá su fracaso?

 

Yo solo con mi amor desconocido,

sin corazón, sin llantos,

hacia el techo imposible de los cielos

con un gran sol por báculo.

 

¡Qué tristeza tan seria me da sombra!

Niños buenos del prado,

cómo recuerda dulce el corazón

los días ya lejanos…

¿Quién será la que corta los claveles

y las rosas de mayo?

Tomado de:

https://ciudadseva.com/autor/federico-garcia-lorca/poemas/

No hay comentarios.:

Publicar un comentario