jueves, 14 de junio de 2018

POEMAS DE EMILIO CARRERE


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(18 de diciembre de 1881, Madrid, España - 30 de abril de 1947, Madrid, España)


"Aquelarre"

Hay unos seres increíbles
que vagan en la noche honda;
cuerpos indefinibles,
carátulas horribles
que en torno nuestro andan de ronda.
Son los elementales
artificiales,
hijos de las malas pasiones,
pensamientos impuros
y deseos oscuros
que nos envuelven en turbiones.
Todo lo que pensamos
adquiere forma en el astral,
el traslúcido mundo adonde vamos
tras las larvas del mal.
Los que atizan ansiosos
los carbones del fuego
sexual; los que disponen, tenebrosos,
la ley fatal de las mesas de juego.
Los que acechan a las mujeres
adúlteras y tejen la asechanza
y vierten sangre de venganza
en el lecho de los placeres.
Los que inspiran en el nocturno
de sábado la idea sanguinaria
al dipsómano taciturno
que asesina a la golfa solitaria.
Musa de los asesinatos
sin causa y de las turbias tentaciones;
seres como esfumados garabatos
y rostros hechos con chafarrinones,
que alienta en el seno
febril de la angustiante pesadilla
con su faz amarilla,
el ojo turbio y continente obsceno.
Los trasgos del dinero,
Ministriles del Diablo,
que es el siniestro titiritero
que maneja los hilos del moderno retablo.
Sombra de sombras lo que se aburuja
y su capuz refleja en un espejo,
espíritu de bruja
que hace un escobón su caballejo,
y todas las cosas feas
y las turbias ideas
emanaciones de Satán.
Cuando en el solitario
campanario
las doce dan:
¡din, don! ¡din, dan!
Cruzan de ronda
y al aquelarre van.

El romance de la princesa muerta



Los faroles de Palacio ya no quieren alumbrar
y solo luce la luna como un cirio funeral.

Solo la luna lucía
y en el triste jardín real
una fontana plañía
su elegía de cristal:
-¡Oh Mercedes, lirio, estrella,
que en mi espejo se miró:
la Muerte la vio tan bella
y en los ojos la besó!
Solo estaban encendidas
las luces del funeral;
los faroles, como vidas,
apagó un viento mortal.

”Los faroles de Palacio ya no quieren alumbrar,
porque se ha muerto Mercedes y luto quieren guardar.“

”Su carita era virgen: sus manitas de marfil
las cruzó la Dama Pálida, que ha pasado por aquí”,
clamaba un ave agorera
viendo a la sombra venir.
Ya su carita de cera
se ve en la caja dormir.
Manos de virtudes llenas,
en cuyo albor marfileño
dibujaban las finas venas
una flor azul de ensueño.
¡Tristes pupilas vidriadas!
¡Muertas manos de marfil!
¡Con qué pena en sus tonadas
llora el romance infantil!...


CANCIONERO DE AYER


Yo fui un niño enfermizo, pálido y enlutado,
que demasiado pronto conoció la tristeza
del trágico y grotesco dolor de la pobreza.
Yo he dormido en los bancos de un parque abandonado.
Y con la flor de toda la andante picardía
aprendí que la vida es demasiado dura,
cuando hay que conquistarla en constante aventura,
venciendo a la miseria un día y otro día.
Yo fui un niño enfermizo, pálido y mendicante,
sin otro camarada que algún can trashumante
del arroyo, en la eterna, negra desolación.
El dolor fue el maestro que me enseñó a ser bueno,
¡pobre niño poeta!, y ¡floreció en el cieno
mi verso, como un lirio divino de emoción!

La Musa del arroyo



I

Cruzábamos tristemente
las calles llenas de luna,
y el hambre bailaba una
zarabanda en nuestra mente.

Al verla triste y dolida,
yo la besaba en la boca.
-¿Por qué aborreces la vida,
risa loca?

No llores, rosa carnal,
que yo robaré el tesoro
de la tiara papal
para tus cabellos de oro.-

Y un espíritu burlón
que entre las sombras había,
al escuchar mi canción
se reía, se reía…

II

De la fría fuente clara
en el sonoro cristal,
la luna brillaba igual
que una moneda de plata.

Temblaba su mano breve
de blanca y sedeña piel.
-¡Que bonita cae la nieve
y que cruel!-

-No tiembles yo haré un corpiño
para tus senos triunfales,
con la pompa del armiño
de los mantos imperiales.-

Y un espíritu burlón
que entre las frondas había,
al escuchar mi canción
se reía, se reía…

III

Noche de desolaciones
eterna, que llame en vano
con la temblorosa mano
en los cerrados mesones.

Lloraba un violín distante
con tanta melancolía
como nuestra vida errante.
-¡Reina mía!

Da tu dolor al olvido;
Yo te contare la historia
de una princesa ilusoria
de un reino que no ha existido.-

Y un espíritu burlón
y cruel que en la calle había,
al escuchar mi canción
se reía, se reía…

IV

¡Triste voluntad rendida
al dolor de la pobreza!
-¡Oh la infinita tristeza
de la amada mal vestida!-

Palabra de amor que esconde
la llaga que va sangrando,
y andar, siempre andar. ¿Adónde?
¿Y hasta cuándo?

-Ya apunta la claridad…
Ya verás como se muestra
propicia y mágica nuestra
madre, la Casualidad.-

Y en la encrucijada umbría
de la suerte impenetrable,
la Miseria, la implacable,
se reía, se reía.





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