domingo, 22 de julio de 2018

POEMAS DE GEORG HEYM

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(30 de octubre de 1887, Jelenia Góra, Polonia - 16 de enero de 1912, Berlín, Alemania)

Después de la batalla


En los sembrados yacen apretados cadáveres,
en el verde lindero, sobre flores, sus lechos.
Armas perdidas, ruedas sin varillas
y armazones de acero vueltos del revés.

Muchos charcos humean con vapores de sangre
que cubren de negro y rojo el pardo campo de batalla.
Y se hincha blanquecino el vientre de caballos
muertos, sus patas extendidas en el amanecer.

En el viento frío aún se congela el llanto
de los moribundos, y por la puerta este
una luz pálida aparece, un verde resplandor,
la cinta diluida de una aurora fugaz.
Versión de Jenaro Talens
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998
  

Duermevela


La tiniebla cruje como un vestido,
los árboles vacilan en el horizonte.

Refúgiate en el corazón de la noche,
excava dentro de la oscuridad un escondrijo
como la abeja en el panal. Hazte pequeño,
baja de tu yacija.

Algo desea atravesar los puentes,
piafa curvando las pezuñas,
descarriadas, empalidecen las estrellas .

Como una anciana la luna se mueve
de un lado para otro
con el lomo encorvado.
Versión de Jenaro Talens

Ofelia


I
Ratas de agua anidan en su pelo,
y anillos en sus manos, que como aletas son
sobre las olas; nada en la sombría
selva grande que en el agua reposa.

El sol postrero que va errante y a oscuras
se hunde profundamente en su cabeza.
¿Por qué murió? ¿Por qué tan sola nada
sobre el agua que enreda los helechos?

El viento acecha en los espesos juncos
como mano que espanta los murciélagos.
Húmedos por el agua, con sus alas sombrías
en el oscuro río se alzan como humo,

como nocturnas aves. Largas anguilas blanquecinas
sobre el pecho resbalan. Una luciérnaga aparece
en su frente. Sus hojas llora un sauce
sobre ella y su pena silenciosa.
II
Granos. Sembrados. Y el rojo sudor en la mitad del día.
Los amarillos vientos de los campos duermen silenciosos.
Ofelia quiere dormir, un pájaro, se acerca.
Le abrigan, blancas, las alas de los cisnes.

Los párpados azules sombrean dulcemente
y entre el aire que brilla en las guadañas
sueña en el carmesí de algún abrazo
sueño eterno en su eterna sepultura.

Pasa, vuelve a pasar. Donde la orilla sueña
con el bullicio de la ciudad, y el río blanco
rompe diques y el eco largamente
retumba. Donde se oye, río abajo,

el son de llenas calles. Repique de campanas.
El silbido de un tren. Lucha. Cae al oeste
sobre cristales empañados una sorda luz crepuscular
en que con brazos gigantescos una grúa amenaza,

tirano poderoso, la frente ennegrecida,
Moloc al que rodean sus siervos de rodillas.
Carga de puentes que atraviesan con pesadez el río
tal si lo encadenaran, dura condenación.

Nada invisible que acompañan las olas.
Pero allí donde cruza ahuyenta multitudes,
con grandes alas, un pesar profundo
que ambas orillas ensombrece a lo ancho.

Pasa, vuelve a pasar. Cuando se entrega tarde a la tiniebla
el alto día oeste del verano,
donde en el verde oscuro de los prados reposa
el cansancio sutil de la tarde lejana.

Lejos la arrastra el río, mientras se hunde
en luctuosos puertos invernales.
Tiempo abajo. Por entre eternidades
cuyo horizonte humea como fuego.
Versión de Ernst Edmund Keil
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998


Última vigilia


Qué oscuras son tus sienes,
tus manos, qué pesadas.
¿Tan lejos ya de mí
que no me escuchas?

Bajo las llamaradas de la luz
estás tan triste y tan envejecida.
Tus labios cruelmente
crispados en eterna rigidez.

Mañana será ya todo silencio,
y quizá esté en el aire
todavía el crujir de las coronas,
y un olor a podrido.

Pero las noches cada año
se vacían aún más.
Aquí, donde yacía tu cabeza
y ligera fue siempre tu respiración.
Versión de Ernst Edmund Keil
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998


Umbra Vitae


Adelante se inclinan los hombres por las calles,
contemplando los signos de los cielos,
en donde los cometas, con narices de fuego,
amenazantes se deslizan en torno de las torres.

Los astrólogos llenan los tejados
y clavan en el cielo largos tubos,
y hay hechiceros: brotan de desvanes
retorcidos, a oscuras, conjurando los astros.

Los suicidas andan en grandes hordas
buscando entre la noche su existencia perdida,
encorvados sobre los puntos cardinales,
barriendo el polvo con escobas como brazos pobres.

Polvo que apenas dura,
perdiendo en el camino sus cabellos,
brincan, aprisa mueren
y yacen en el campo con la cabeza rota,

pataleando, a veces, todavía. Y las bestias del campo
alrededor transitan ciegamente y les clavan
los cuernos en el vientre. Se enfrían sepultados
bajo salvias y espinos.

Pero los mares se detienen. Los barcos,
suspendidos en olas, con aflicción se pudren,
dispersos, y no hay corriente móvil
y los patios celestes están todos cerrados.

Los árboles no cambian estaciones,
eternamente muertos en su fin
y abren sus largas manos, sus dedos de madera
por caminos ruinosos.

Quien va a morir se sienta para levantarse
y acaba de decir sus últimas palabras.
Se desvanece de pronto. ¿En dónde está su vida?
Sus ojos se quiebran como el cristal.

Muchos son sombras. Escondidas y turbias.
Sueños que rozan sobre puertas mudas.
Quien despierta agobiado por otras madrugadas
debe quitar la pesadez del sueño de sus párpados grises.
Versión de Ernst Edmund Keil
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998

 

LOS DEMONIOS DE LAS CIUDADES


(1910)

Recorren la noche de las ciudades,
Que negras se doblegan bajo su pie.
Como barbas de marinero en torno a su mentón
Están negras las nubes por el humo y el hollín.

Su larga sombra se balancea en el mar de casas
Y apaga las hileras luminosas de las calles.
Ella se desliza con dificultad como niebla sobre pavimento
Y lenta anda a tientas casa por casa.

Sobre una plaza ha colocado un pie,
Y arrodillado apoya el otro sobre una torre,
Así se alzan, donde cae negra la lluvia,
Tocando las flautas de Pan en la tormenta de nubes.

En torno a sus pies gira el ritornello
Del mar de las ciudades con música triste,
Un gran canto fúnebre. Ya sordo, ya estridente
Cambia el tono, que se eleva en lo oscuro.

Caminan junto al río, que negro y ancho
Como un reptil, su espalda manchada de amarillo
Por las farolas, se retuerce triste
En la oscuridad, que cubre de negro el cielo.

Se apoyan con dificultad sobre un muro de un puente
Y hunden sus manos en el enjambre
De hombres, como faunos que al borde
De los pantanos hurgan con su brazo en el fango.

Uno se levanta. Cuelga ante la luna blanca
Una máscara negra. La noche, que cae
Como plomo del cielo sombrío, profundamente
Empuja las casas al pozo de lo oscuro.

Crujen los hombros de las ciudades. Y estalla
Un tejado, del que brota un fuego rojo.
Se sientan despatarrados en su cima
Y como gatos maúllan al firmamento.

En un cuarto cubierto de tinieblas
Grita una parturienta con dolores.
Su cuerpo fuerte sobresale enorme de las almohadas,
Y en torno a él, de pie, los grandes diablos.

Se aferra temblando al potro del dolor.
En torno a ella, la habitación oscila por su grito.
Llega el feto. Se abren sus entrañas, rojas y largas,
Y sangrantes las desgarra el feto.

Los cuellos de los diablos se alargan como jirafas.
El niño, sin cabeza. La madre lo tiende
Ante sí. Cae hacia atrás, en su espalda,
Hendidos, los dedos de rana del espanto.

Pero los demonios se hacen enormes.
El cuerno de su sien desgarra rojo el cielo.
En torno a su pezuña, el terremoto truena
Por el seno de las ciudades, propaga el fuego.


EL DIOS DE LA CIUDAD

(1910)

Se sienta despatarrado sobre un bloque de casas.
Los vientos se acumulan sombríos en torno a su frente.
Lleno de furia mira a lo lejos, adonde
En soledad se pierden las últimas casas en el campo.

Desde el atardecer le brilla a Baal su panza roja,
Las grandes ciudades se arrodillan en torno a él.
Las innumerables campanas de las iglesias
Se alzan hacia él desde un mar de negros campanarios.

Como danza de coribantes brama la música
De multitudes por las calles.
El humo de las chimeneas, las nubes de la fábrica
Hacia él se elevan, igual que azulea el aroma de incienso.

La tormenta se inflama en sus cejas.
El oscuro atardecer se adormece en la noche.
Las tempestades revolotean, y como buitres miran
Desde su cabellera que se eriza de cólera.

Él levanta en la oscuridad su puño carnicero.
Lo agita. Un mar de fuego, veloz, recorre
Una calle. Y el vapor ardiente ruge
Y la devora, hasta que tarde despunta la mañana.


LAS CIUDADES

(1911)

Accidentadas calles de ciudades
Que se oscurecen agazapadas en la tarde,
Multitud de perros ladrando en el vacío.
Y sobre los puentes, vimos grandes coches,

Voces temblorosas, traídas por el soplo del viento.
Y ojos redondos nos observaban tristes
Y grandes rostros, sobre los que fluía
La remota carcajada de maliciosas frentes.

Dos pasaron por delante con abrigos amarillos,
Llevaban nuestras cabezas ante sí
Cubiertas de sangre, y en sus mejillas hundidas
Todavía por secarse un último rojo.

Huimos por miedo. Pero un río de blancas ondas
Nos impedía el paso con dientes regañados.
Y tras nosotros, el inflamado sol poniente
Ahuyentaba calles muertas con espada feroz.

Robespierre


Emite unos balidos. Los ojos, fijos
en la paja del carro. Masca unas blancas
flemas que absorbe y traga por los carrillos.
El pie desnudo le cuelga entre dos trancas.

Se sacude el carro. A lo alto lo lanza.
Las cadenas en sus brazos: sonajero.
Unos críos chillan sus risas en chanza;
los alzan sus madres entre el hervidero.

Las cosquillas en la pierna, ni las nota.
El carro para. Y él ve al alzar los ojos,
negro, un cadalso donde la calle acaba.

La frente, ceniza, de sudor rociada.
Una mueca horrible el rostro le deforma.
Se espera un grito. Mas no se escucha nada.


¿Por qué vienes, polillas blancas ...


? ¿Por qué vienes, polillas blancas, tan a menudo para mí?
Las almas de los dea, ¿por qué revoloteas tanto
sobre mi mano? su aleteo a menudo
Leaven luego un pequeño rastro de cenizas.

Tú que
moras cerca de las urnas, en un lugar donde reposan los sueños,
encorvado en sombras eternas, en la tenue extensión
Como en las bóvedas de las tumbas, los murciélagos se
alejan en el tumulto todas las noches.

A menudo no escucho en sueños los ladridos de los vampiros;
Suenan como si la luna sombría se estuviera riendo.
Y veo profundamente en las cavernas vacías
Las velas de las sombras sin hogar.

¿Qué es toda la vida? El breve estallido de las antorchas
rodeadas de sustos distorsionados en la negrura oscura
Y algunos de ellos ya se acercan
y con manos delgadas alcanzan las llamas.

¿Qué es toda la vida? Pequeño recipiente en los abismos
del mar olvidado. Terribles cielos rígidos.
O como en la noche, a través de los campos desnudos, la luz de la luna se
apaga hasta que desaparece.

Ay de aquel que una vez vio a alguien morir,
Cuando en la calma de la fría muerte de otoño
Inadvertidamente se acercó al lecho húmedo del enfermo
y le ordenó que pasara, mientras que como el silbido

y el traqueteo de una tubería de órgano oxidado,
su garganta exhalaba su último aliento con un silbido.
¡Ay de tales testigos! Llevan para siempre
La flor pálida de un horror de plomo.

¿Quién abrirá las tierras más allá de nuestra muerte?
Y quién será la puerta de la gigantesca runa.
¿Qué ven los moribundos que les hace rodar
El blanco ciego de sus ojos tan terriblemente?

Traducido por Reinhold Grimm

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