viernes, 20 de julio de 2018

POEMAS DE ENRIQUE MOLINA

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(2 de noviembre de 1910, Buenos Aires, Argentina - 13 de noviembre de 1997, Buenos Aires, Argentina)

Algún vestigio de tu paso 

 La dulzura de recordar el sol en la espiral del sueño y el vano poder de haber ido tan lejos.  Es tan extraño perdurar, oír aún la grave letanía de los huesos y el hechizo del mundo.  Déjame ver, déjame ver: alguien me condujo hasta aquí y se oculta,  cubierto de grandes praderas, de climas, refugios baldíos, luces que brillan  en el faro donde la tierra termina. Salido de lugares inciertos, de trópicos y lluvias,  voraz como fuego, intruso, la huella de sus dientes y sus besos en la manzana.  ¿De quién es ese rostro desconocido entrevisto donde se pierde? Es incierto y ansioso  extraviado en la fábula oscura de mi vida. Adiós, sombra mía. 
   
 

Alta marea 

 Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan se yergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo la errónea maravilla de sus noches de amor las constelaciones pasionales los arrebatos de su indómito viaje sus risas a través de las piedras                   sus plegarias y cóleras sus dramas de secretas injurias enterradas sus maquinaciones perversas las cacerías y disputas el oscuro relámpago humano que aprisionó un instante el furor                  de sus cuerpos con el lazo fulmíneo de las antípodas los lechos a la deriva en el oleaje de gasa de los sueños la mirada de pulpo de la memoria los estremecimientos de una vieja leyenda cubierta de pronto                  con la palidez de la tristeza y todos los gestos del abandono dos o tres libros y una camisa en una maleta llueve y el tren desliza un espejo frenético por los rieles de                 la tormenta el hotel da al mar tanto sitio ilusorio tanto lugar de no llegar nunca tanto trajín de gentes circulando con objetos inútiles o  enfundadas en ropas polvorientas pasan cementerios de pájaros cabezas actitudes montañas alcoholes y contrabandos informes cada noche cuando te desvestías la sombra de tu cuerpo desnudo crecía sobre los muros hasta el techo los enormes roperos crujían en las habitaciones inundadas puertas desconocidas rostros vírgenes los desastres imprecisos los deslumbramientos de la aventura siempre a punto de partir siempre esperando el desenlace la cabeza sobre el tajo el corazón hechizado por la amenaza tantálica del mundo  Y ese reguero de sangre un continente sumergido en cuya boca aún hierve la espuma de los                días indefensos bajo el soplo del sol el nudo de los cuerpos constelados por un fulgor de lentejuelas                insaciables esos labios besados en otro país en otra raza en otro planeta en otro                cielo en otro infierno regresaba en un barco una ciudad se aproximaba a la borda con su peso de sal como un                enorme galápago todavía las alucinaciones del puente y el sufrimiento del trabajo                marítimo con el desplomado trono de las olas y el árbol                 de la hélice que pasaba justamente bajo mi cucheta éste es el mundo desmedido el mundo sin reemplazo el mundo                desesperado como una fiesta en su huracán de estrellas pero no hay piedad para mí ni el sol ni el mar ni la loca pocilga de los puertos ni la sabiduría de la noche a la que oigo cantar por la boca de las                aguas y de los campos con las violencias de este planeta                 que nos pertenece y se nos escapa entonces tú estabas al final esperando en el muelle mientras el viento me devolvía a tus brazos                como un pájaro en la proa lanzaron el cordel con la bola de plomo en la punta y el                cabo de Manila fue recogido todo termina los viajes y el amor nada termina ni viajes ni amor ni olvido ni avidez todo despierta nuevamente con la tensión mortal de la bestia que                acecha en el sol de su instinto todo vuelve a su crimen como un alma encadenada a su dicha y                a sus muertos todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa unos labios lavados por el diluvio y queda atrás el halo de la lámpara el dormitorio arrasado por la vehemencia                 del verano y el remolino de las hojas sobre las sábanas vacías y una vez más una zarpa de fuego se apoya en el corazón de su presa en este Nuevo Mundo confuso abierto en todas direcciones donde la furia y la pasión se mezclan al polen del Paraíso y otra vez la tierra despliega sus alas y arde de sed intacta y sin raíces cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan.   
 

Amantes antípodas 

 Itinerarios  Tu cuerpo y el lazo de seda rústica que conduce a las plantaciones      de la costa al sudor de tu cabellera quemada por las nubes a los instantes inolvidables -tantas mutaciones de nómada y de clandestinidad tantos homenajes a una belleza salvaje que exige el desorden-                                ¡oh raza de labios de abandono hechizada por la vehemencia! y nuestra fuerza de profundos besos y tormentas para el infierno de los amantes hasta volver a su placer fantasma a su ola de hierro de ayer detrás del mundo!  Aquellos hoteles... Todas las rampas de la vida cambiante la velocidad del amor el mágico filtro de la excomunión la hambrienta luz del desencuentro en nuestras venas de azote cartas desamparadas antiguas prosas de la noche de los abrazos y el solitario frenesí de las palmeras                                 cuando en la ausencia creciendo hacia mi pecho el fondo de la tierra me devuelve de golpe                                 todas nuestras caricias el nudo furioso de la pasión en las negras argollas del tiempo aquellos moblajes de desvalijamiento y de lluvias luz de senos en el mar y sus gaviotas y músicas sobre un altar de desunión con grandes lunas fascinantes sin más                                 pradera que tus ojos país incorruptible país narcótico con risas del alcohol del viento y tu pelo sobre mi cara y las cálidas bestias doradas por el trópico y el jadeo abrasador de la ola que vuelca en tu corazón su grito                                de espasmo y de caída y de nuevo esos lugares intactos para el sol y de nuevo esos cuerpos ilesos para el amor en medio del perezoso meteoro del día levantando hacia el alma aquel esplendor los paroxismos el lecho de las dunas y de la corriente con sus besos      en marcha y las tareas de los amantes mientras la llamarada de la muerte brillaba      alrededor de sus cuerpos como un afrodisíaco avivando el deseo el hambre ¡aquella furia de ayer detrás del mundo! 
   

Despedida 

 ¡Adiós pájaro definitivo! Continuarás tu vuelo en mi alma  sin entenderme, pero conmigo. Es tan bello este día invernal,  hay tanta distancia en tus alas: lo que vuela contigo es el cielo.  ¿Qué podría decir de mí? ¿Qué podría decir en sueños?  Casa pintada de rojo, con un gato, la ropa tendida en la azotea:  ¿quién abrirá la puerta si desapareció con sus flores, lámparas y muebles,  los amigos que la frecuentaban, conversaciones, una historia melancólica  y un poco imprecisa. ¿Cuándo terminó? ¿Quién sabe nunca lo que ha amado?  Hay como un resplandor en torno. ¡Adiós pájaro más profundo que el cielo!    

El lugar del principio 

 La casa está perdida en un jardín o un jardín esconde en su garganta el hogar que vivimos, lenguaje elemental,                                        laberinto de piedra, las ramas de los árboles que abrazan a ese mundo herido en el costado. A veces el jardín respira y deja ver esas paredes que alguna vez fueron de luz. A veces inventan un mundo sin saber que no se entra jamás, que hay que permanecer afuera de la Historia.  La casa está perdida en unos ojos que nunca más veré. La casa está perdida en esa misma casa. La casa es una pérdida constante en cualquier jardín.  La casa es un jardín perdido en el lugar de la memoria.  
  

El erotismo y las gaviotas 

 Ahora pido evidencias, certidumbres.  En mi extraño escenario, pasiones y las aves remotas, surgen paraderos, lugares troncos, idilios, el sol está partido en dos por la avidez, mutaciones y la pescadería donde la muerte brilla con escamas, al borde de la ruta, después de las represas salineras. La mujer del azar se contempla en su espejo, con sensuales bucles, en el oscuro bosque de su amor, flexible y voraz, su cuerpo regido por la luna se alzó sobre el viento y el cielo, lejano como estrellas, pero sólo después vacilaciones, dudas y reproches para una triste crónica donde ríe la mosca en la edad triturada. Reminiscentes caricias flotantes entre adioses hacen temblar las cosas con un ardor irónico.                                                      ¿Pero entonces tampoco existió el fuego, el mundo relatado por una voz querida? Parejos amantes, a ciegas en la ira y el esplendor del tiempo, el mozo del hotel recogió las maletas, de ciudad en ciudad, de idioma en idioma, en medio de rostros           movedizos. Al despertar aparecía el fantasma;                                            sonriente, con senos de una melosa consistencia, con dientes brillantes, insistente y perfumado en la cálida atmósfera, se tendía en la playa con languidez, hablaba de las pequeñas cosas           del día, volando en torno a mi alma con la luz de los mares, (con el sabor del whisky, hacia el cuerpo del hombre.                                                           ¿No hay un guijarro entonces, una naranja, un puñado de arena que reclame la herencia sin destino del sueño y el olvido?  Has oído el exaltante chasquido del agua como una boca que rememora de muy lejos, inmensidad y huesos lavados por el sol, brillando y ondulando y salpicando las rocas, un solo instante, un suspiro y las nubes vacías.  Y ahora, por Dios, nada de imprecisiones,                                            el viento, sobre la mesa revientan espumas, los muros no existen,                                            el viento, las gaviotas exhalan su graznido en el pálido extremo del día, ella se esfuma en la terraza con su copa y un lento cigarrillo en los      labios,                                            el viento, los rostros son ahora más tensos, desaparecen de golpe, nadie responde, hay un orden extraño, fuera de lugar,                                            el viento, la costa, la noche, zonas espléndidas y asesinas, sólo el viento, el viento con sus garras equívocas. 
  

Elegía 

 Esos cuerpos que alguna vez latieron en mis brazos cuando el sol era un lento reverbero en su piel, cuando sus cabelleras se volcaban como oleadas de fiebre y de nostalgia, ahora perduran sólo como una vibración o una angustia indeleble en el fondo del alma mientras va la gaviota por las playas. Relucen ya tan lejos llenos de tentaciones desesperadas, se irisan en la espuma del mar, llaman con el recuerdo de su piel y su aliento y vuelven a hechizarnos como lagos dormidos o tibias sombras prisioneras de la tierra.  Fueron cuanto tuvimos de más ardiente y hondo -los dones más intensos de este mundo-, arrasaron al corazón con las más altas llamas hasta dejarnos en un ciego abandono a orillas de su huella de brasas invisibles.  Cuerpos enamorados que una vez fueron míos, palpitando con sus tiernas reverberaciones, con la inolvidable tersura de sus espaldas y sus bocas ansiosas, sus muslos de esplendor y mediodía.  Así abrieron de par en par el mundo, llamaron a la tormenta y al relámpago, se deslizaron por todos los rituales de la pasión, y fueron arrastrados por la vorágine de los días hasta perderse silenciosamente como todos los dones más altos de esta vida en el voraz horizonte donde nos extraviamos como niños errantes, como todas las dádivas para siempre fugaces que el azar y el destino nos dieron un instante. 
  

Joven desierto 

 Cuando llega la noche y solitario torno a mi grisáceo lecho, como a una madriguera donde, cual una amante fiel, la desesperanza contra mi pecho sube con guirnaldas de meses calcinados,   lloro, entre mi espléndida y vana anatomía, como una rama balanceada por un triste viento, apenas verdadera entre lujuria y olvido y la luz que desprenden los contornos del día, cuya fúlgida barca tanto ha costado despedir una vez más, una vez más, entre los hombres.   ¡Oh, armonía, oh juventud necesaria para el aire! Solo, entre las sombras que se persiguen como pájaros, y el son distante del viento en los tejados. Ya el tiempo es evidente, y en él beben mis venas, con milenaria sed, a grandes sorbos, sin amparo.   

   
Las cosas y el delirio mientras corren los

grandes días 

 Arde en las cosas un terror antiguo, un profundo y secreto soplo, un ácido orgulloso y sombrío que llena las piedras de grandes      agujeros, y torna crueles las húmedas manzanas, los árboles que el sol      consagró; las lluvias entretejidas a los largos cabellos con salvajes perfumes y su blanda y ondeante música; los ropajes y los vanos objetos; la tierna madera dolorosa en los      tensos violines y honrada y sumisa en la paciente mesa, en el infausto ataúd, a cuyo alrededor los ángeles impasibles y justos se reúnen a recoger      su parte de muerte; las frutas de yeso y la íntima lámpara donde el atardecer se condensa, y los vestidos caen como un seco follaje a los pies de la mujer      desnudándose, abriéndose en quietos círculos en torno a sus tobillos como un      espeso estanque sobre el que la noche flamea y se ahonda, recogiendo ese cuerpo      melodioso, arrastrando las sombras tras los cristales y los sueños tras      los semblantes dormidos; en tanto, junto a la tibia habitación, el desolado viento plañe      bajo las hojas de la hiedra. ¡Oh Tiempo! ¡Oh, enredadera pálida! ¡Oh, sagrada fatiga de vivir...! Oh, estéril lumbre que en mi carne luchas! Tus puras hebras trepan      por mis huesos, envolviendo mis vértebras tu espuma de suave ondular. Y así, a través de los rostros apacibles, del invariable giro del Verano, a través de los muebles inmóviles y mansos, de las canciones      de alegre esplendor, todo habla al absorto e indefenso testigo, a las postreras sombras      trepadoras, de su incierta partida, de las manos transformándose en la gramilla      estival. Entonces mi corazón lleno de idolatría se despierta temblando, como el que sueña que la sombra entra en él y su adorable carne      se licúa a un son lento y dulzón, poblado de flotantes animales y neblinas, y pasa la yema de sus dedos por sus cejas, comprueba de nuevo sus labios y mira una vez más sus desiertas rodillas, acariciando en torno sus riquezas, sin penetrar su secreto, mientras corren los grandes días sobre la tierra inmutable. 
    
 

Las nubes no retornan 

 La memoria de la ola flota dispersa en la costa baldía. escucha ahora, vagabundo acechante, entre el vino                                                     descolorido y la noche. ¿Y quién puede dormir? El zumbido no cesa en el salón de las moscas.  La memoria de la ola, la memoria del amor te confiesa que nunca te susurró al oído su verdad. Sólo el rumor del puerto, pies que se alejan pisando sobre conchillas, el lugar es oscuro y alguien me sopla su aliento en la cara o sólo el rudo olor del mar.  El lugar ha desaparecido. Nada más que esa gente alrededor de la olla donde algo se cocina lentamente. Inútil que tiendas tu plano, los invitados esperan el momento del festín, unas mujeres ponen la mesa en el fondo de la inundación, otras ajustan la clavija en el cráneo.  La memoria de la ola: el blanco esqueleto del pez junto a la barca abandonada.  Lo que trae, lo que lleva, lo que no llegó nunca.  De "El ala de la gaviota" 
   

Los hoteles secretos 

 El brillo nómade del mundo como un ascua en el alma una joya del tiempo se abre tan sólo al paso de ciertos hechos tormentosos arrastrados por la corriente hasta las escaleras cortadas por el mar en ciertos antros de lujuria de bordes sombríos poblados por estatuas de reyes casi irreconocibles entre el reverberar de las antorchas cuya                              luz es la hiedra que cubre los muros ¡Oh corazón corazón orgulloso! entrégate al fantasma apostado en la puerta  Ahora que tan bien te conozco sin otra sed que tu memoria criatura melancólica que tocas mi alma de tan lejos invoca en las alcobas el éxtasis y el terror el lento idioma indomable de la pasión por el infierno y el veneno de la aventura con sus crímenes ¡Oh! invoca una vez más el gran soplo de antaño en estas cámaras de piedra enlazada a tu amante y ambos envueltos en la lona de los días perdidos como el                               muerto en el mar y prontos a deshacerse en las hogueras instantáneas sobre lechos de un metal misterioso que brilla en las tinieblas                                bajo la zarpa de los candelabros y el coro de pájaros lascivos girando con furia en las habitaciones                                selladas por el hierro de otras noches  Pues tales antros solemnes cubiertos de flores carnívoras con mármoles que se pudren a la sombra de cabelleras opulentas se balancean labrados pomposamente desde el portal hasta                               la cúpula como la nave anclada sobre el abismo agitando con lentitud sus espejos para adormecer a la mujer desnuda entre los verdugos que incineran el corazón                              de la noche y el zaguán donde se cruzan la lluvia y la frustración los camareros con el rostro podrido por el tufo de las flores acumuladas en los pasillos infinitos el rumor de los suspiros sofocados los besos entretejidos en nácar tristísimo la hierba sin nombre en que se hunden sus huéspedes repiten una vez más entre la sombra la leyenda del amor que nunca muere   
  

Nada de nostalgia 

 El que pueda llegar que llegue Esta es la sal de las partidas Una perla de amor insomne Entre manos desconocidas  Lechos de plumas en el viento Sólo dormimos en los médanos Thi la gitana del desierto En la noche del Aduanero  La gitana con una cítara Un león la huele como a una flor Es el sueño feroz y tierno El olfato de la pasión  Alas de nunca y de inconstancia A través del cielo se filtran implacables cuerpos amantes con sus terribles maravillas.  Todas las llaves abren la muerte Pero la vida nunca se cierra ¡Todas las llaves abren la puerta Del puro incendio de la tierra!   

Pasiones terrestres 

                                                                           A Vahine                                                (pintada por Gauguin)  Negra Vahíne, tu oscura trenza hacia tus pechos tibios baja con su perfume de amapolas, con su tallo que nutre la luz fosforescente, miras melancólica cómo el clima te cubre de antiguas hojas, cuyo rey es sólo un soplo de la estación dormida en medio del viento, donde yaces ahora, inmóvil como el cielo, mientras sostienes una flor sin nombre, un testimonio de la desamparada primavera en que moras.  ¿Conservará la sombra de tus labios el beso de Gauguin, como una terca gota de salmuera corroyendo hasta el fondo de tu infierno la inocencia -el obstinado y ciego afán de tu ser-; ya errante en la centella de los muertos, lejana criatura del océano...?  ¿Dónde labra tu tumba el ácido marino? Oh Vahíne, ¿dónde existes ya sólo como piedra sobre arenas azules, como techo de paja batido por el trópico, como una fruta, un cántaro, una seta que pueblan los espíritus del fuego, picada por los pájaros, pura en la antología de la muerte...?  No una guirnalda de sonrisas, no un espejuelo de melosas luces, sino una ley furiosa, una radiante ofensa al peso de los días era lo que él buscaba, junto a tu piel, junto a tus chatas fuentes de madera, entre los grandes árboles, cuando la soledad, la rebeldía, azuzaban en su alma la apasionada fuga de las cosas. Porque ¿qué ansía un hombre sino sobrepujar una costumbre llena de polvo y tedio?  Ahora, Vahíne, me contemplas sola, a través de una niebla azotada por el vuelo de tantas invisibles aves muertas. Y oyes mi vida que a tus pies se esparce como una ola, un término de espumas extrañamente lejos de tu orilla. 
  

Poema tres 

 La mujer de los pechos oscilantes deja posar sobre ellos                    a las mariposas, al temblor de las hojas en la brisa, al aullido del gato nocturno. Sus dientes destilan un licor muy dulce, se producen también circunstancias incitadoras de                    fantasías y hay más descripciones.                   ¿Qué se ha visto? Madonas inasibles yacentes en pantanos perfumados, sinfonías de lo profundo del ser en los más hondos                   soles corporales, vestigios de la dicha cuya llama se irisa en la médula, un clamor en la concavidad desolada del día.  Ella cubre sus muslos y sus brazos                    con jaleas salvajes, aceite de palmera sobre la arena suave, a sus espaldas el insondable paisaje del océano,  vendedora de choclos calientes y jugo de ananá,  invoca la endemoniada dicha de vivir en un país de                    la ribera de las moscas. Frutas agujereadas, amores inhóspitos, deserciones, pasajeros que esperan en vano que el tren se                    detenga mientras corre sin fin a través de los campos                    polvorientos. 
  
 

Poema cuatro 

 La luna que tan dulcemente se dora en el campo es mi madre cuando tocaba el violín                    entre las lagunas y el pasto dormido, en un campo tan dilatado,                    rodeada de montes de naranjos y el terco, invencible olor de los azahares. Levantaba la lámpara en la noche cuando llegaban los ladrones, y el diablo que afilaba sus pezuñas en el techo ya no podía pasar por las rendijas de las oraciones, entre los hierros del rosario.                    La veía de pie, con un vestido blanco como el desierto, playa tierna del alma, envuelta en una música del origen del mundo,                    con venados rojos, duendes, tesoros, viajes inmensos para los niños del asombro.                    Y la ondulante melodía se grababa con grandes corazones en la corteza de los eucaliptus.                    Tocaba el violín, daba órdenes al loro, a las ánimas, a las lagunas, a las oscuras criollas de cocina de espesas trenzas donde dormía el relámpago. 
  
 

Poema cinco 

 La lluvia se desliza por las plumas del día, siempre inconclusa                       como una muchacha llena de astucias y caricias libre para conjurar lo más hondo y furtivo del deseo.  ¿Cómo saber, entre los laberintos de la sangre,                        en dónde está la clave de ciertos momentos extrañamente adorables y crueles cuando las Esfinges disputan en nuestros corazones?  El lecho se mece en la corriente hasta tornarse niebla,                         palabras a la deriva, un pálido hueco. Amanece, en las casas se enciende fuego, los elementos dispares del día                         inician su batalla, sus injurias, tales islas emergen a la miseria, al tránsito, los trabajos llegan con su capucha de tortura, pero aún flota un gran esplendor, una delicia                           incierta  en las constelaciones que aún tiemblan en el cielo                          de los besos. Los amantes que juntos yacieron se separan                          bajo el trueno de la mañana. Ahora saben que su vínculo es terrible con el último embrujo de sus caricias. 
  
 

Poema siete 

 Sobre el viejo recolector de pedruscos                           se posa un pájaro, sobre el hombre de los tatuajes cristalizan las aguas de tantas travesías, rudas orgías, ceremonias para partir, lujuria y avidez en un reino sin pausa.                            En vano intenta ver su imagen: ¿sentado junto al fuego? ¿dormido en la cueva? ¿en donde está ese antro, esa promesa? ¿en qué totalidad indecible de un sueño? Una mujer semidesnuda sale del monte, y el hombre a quien el mundo enardeció, con la arena, con la miga del pan, con la piel de                             las cosas deja un mensaje para nadie, penetra a su propia soledad, a su tormenta. 
  
 

Poema diez 

 Las estatuas de sal que tanto hemos amado tras el gemido de Sodoma y Gomorra, sus cuerpos se deshacen si las ciñen tus brazos. Amantes desoladas como un paisaje ciego, en cuyos pechos, recién salidos del océano, nacía la sed. ¿Pero qué maldición cayó sobre ellas, sino la maldición a las bodas de la carne y el sueño, cuerpos y ceremonias, cabelleras y susurros                              en los tibios secretos de la noche, deslumbramientos de la travesía? Todo cuanto la urdimbre sombría del pecado condena: la pasión, la poesía, la línea del amor grabada en la palma de la mano, el linaje de increíbles amantes fundidos en su propio laberinto. Sin embargo, en la más luminosa estela del corazón donde nada es mentira, perdura la gloria de esas paras mujeres orgullosas, blancas como la muerte, con rouge en los labios. 
   

Poema trece 

 Bien sé cómo es ella, secreta y perversa como un ángel del bosque, se hunde en mi sangre, canta en la noche como un río que corre debajo de las piedras. Pero lo que invoca, lo que rescata, está más allá de la piedad de sus besos, vasto como el sueño, tormentoso como su cuerpo lascivo. Lo que se alcanza de sus confesiones desnuda los deseos, súplicas, un vuelo hacia cuerpos solares en un cielo mortal. El viento es tibio en sus cabellos, en su garganta herida. Todo en ella es insomne como su latido desdeñoso, consagrado a las grandes singladuras de Ahab. Nunca llegará donde la esperas, en una quemadura, en un altar demente de memorias perdidas o aves migratorias. Nunca llegará. Cuando trae la bebida de los náufragos.                     Se escurre entre los grandes secretos de su sueño. 
  
 

Sólo una etapa 

 Piedras llevadas por el viento, con la misteriosa canción de los muertos           retumban contra mi corazón, y la antigua pasión del furor de partir sopla de nuevo, murmura besos, calendarios de lo desposeído, sangre de la lejanía, sangre de la lejanía.  Esa dicha fue a la vez unánime y transitoria, tantos países de antaño, devoradores, se fríen lejos y rechinan, irrumpen con una belleza implacable, con bocas húmedas del rocío de los sueños, y de pronto un rostro de huérfana brilla de nuevo al sol. Acabas de grabar un bisonte en la caverna, acabas de resucitar una llamarada de la distancia,            algunas historias para instalarte en un infierno propio donde ya la gente no canta ni penetra a sus casas,  para llegar sólo al establo roto, al suelo desfondado, con placeres como novias arrojadas por la escalera. Todo aquello al fin será la luz, el grito de la lluvia, la pisada de un cuerpo fantasma en las orillas fulgurantes del mundo.  Ciertas criaturas de frontera, ciertos éxtasis, alguna vez amamos en el altiplano, montaña, buitres, el andar femenino de las llamas, tales delirios desde las grandes fiestas al olvido en medio de viajes y caminos que se cruzan, risotadas de esas gentes con rostros de plumas o de cuero, en el frío, entre los ácidos cactus erizados por el zapateo y la embriaguez de los indios, dichosos de una grandeza tan humilde.  En una posada, junto a la mesa, con una olla de hierro, surgió una mujer desde el fondo de un pozo de fuego, con ojos de una ternura viciosa, taciturna mujer de servicio con triple falda y la pesada trenza negra donde nacía la tormenta,  para que el camino se hundiera y la roja  franja de sus labios brillara a la intemperie, hasta que la inmensa música de su latido llegara hasta mi pecho como una galaxia sexual en lo más profundo del cielo, como si nada pudiera  ir más allá de su sangre y de su ensoñación.  De todo eso un gran pájaro vuela, sus alas atruenan en la diversidad del mundo. 
  
 

Un oscuro mensaje 

 Criatura enigmática,      con el anillo verde del reino vegetal y su respiración de silenciosa sombra,      sin pasiones, una divinidad indescifrable.      Con su lenta explosión el árbol me vigila      enfrente a mi ventana, espía mis menores movimientos      a veces con un pájaro, con un gemido solitario,      con un hilo de lluvia, atento a mi presencia      sin que pueda acallar su interrogante.   Algo exige de mí,      algo que debo hacer pero que ignoro, algo que debo olvidar      o quizás recordar toda la vida, tal vez un nombre,      la luz de cierta noche o tal vez el instante en que algo amado      desaparece también con un susurro.   Algo que pugna por surgir      como la mano del que se hunde en el mar, algo impreciso aún,      sin duda vinculado al amor, a los astros, que por último      me será revelado en su raíz. Quizás tan sólo sea      una nube, una brisa, la misma ardiente música del mundo      oída siempre y siempre y siempre.     

HERMANO VAGABUNDO MUERTO 

  
¿... Pero me importas ahora mientras giras en el infinito caracol de la escalera con una sobrenatural máscara de moscas tu rabiosa voracidad de vivir y la botella roja de tu aliento destapada de golpe por las nubes…? 
  
(Acorralado por las raíces se ha vestido un corsé de hierro lleno de espinas como los cactus gigantes con su excara humana pasada a los cantos rodados y a las derivas del Gulf-Stream y la brecha del muro por la que penetra un detritus del sol sobre su pecho en Nueva Orleans 
su cabeza de Rotterdam 
el enjambre de hambrientos proyectos fulminados por las harpías del muelle 
la ácida espectral risa del agua y el oficial andrajoso en la baranda del puente con todo el estruendo de sus sueños como de niño cuando miraba solitario desde el patio los pájaros intraducibles!) 
  
Estabas vivo y sorbiendo el aire a grandes alas fuera de los dormitorios sin domicilio ni constancia  
ni orden jerárquico ni comunión ni el suave confort de la castración ni ojos parapetados tras un muro de ratas en oficinas negras como vísceras 
  
Sólo con labios sin dominación los tentáculos del sol estrangulándote en el desván de las olas con un sofocado violoncelo un desgarrador latigazo desde la luna 
en esa exaltación de la memoria la sangre a ciegas en humeantes andamiajes de rostros panoplias amigos desconocidos muchedumbres y esperanzas inicuas en la eterna sombra de venas al filo del mundo cubierto de cálidos cuerpos que brillan con el olor del África en los riñones y su reguero de lujuria para los otros —sus amos— en noches ajenas como astros 
  
Toda tu biografía sin cabeza ni honras fúnebres como no sea tu alma insaciable y toda la vecindad explotando con su escándalo como una lámpara estrellada contra el muro 
en la pocilga en los subterráneos ardientes 
donde silba el verano y toda una exasperación de lenguas nómadas cantando en la yema de los dedos tus prácticas sexuales como la resaca penetrando y retirándose de lechos y susurros nocturnos hasta los huesos y los grandes senos desnudos rojos como la demencia pero tú aún envuelto por la mujer bajo el sello carnal del adiós con una llama del Templo de Salomón en los labios una llama violeta del amanecer de la concupiscencia cuando las últimas aves de la noche de los estragos levantan su vuelo para siempre! 
  
¡Oh la magnífica sensualidad penetrando bajo los más negros techos a través de todos los muros y mandamientos 
contra la enorme masa de estas ropas usadas toda la vida  
y el muñón de la mano cortada con su chorro de fuego sobre la sábana hirviente de las estrellas! 
  
Y también con tus comestibles tu mesa tendida en lo restaurantes anómalos 
tu viejo vino desesperado para rociar el hierro de cada ancla que se levanta la carcajada de cada puerta abierta que da al viento y toda tu voracidad como una eterna tortuga de llamas posándose sobre tu vientre a través de la tierra y la carne 
con el bienestar de morder y mascar trozos cálidos ensaladas y frutas con tales órganos y ácidos y los rayos de la comida como un fantástico himno del fin del diluvio puesto a hervir con la sopa y los racimos de la salvación! 
  
Oh cuando vivías y tu cuerpo hacía fermentar una mujer como una levadura de galaxias bajo su cabellera. 
y su exhalado grito de manigua entre las prendas remotas y espejos hasta abrirse como una devorante madrépora de sueño 
entre los rubros de una ciudad 
en su cálido alveolo rodeado de gentes amenazadoras tan condenadas como tu misma cólera y el relámpago de tus besos hasta saltar como una rota vena del mar contra el mamparo en la feroz alegría de la mañana 
Todo aquello de cada uno y que es mi propia vida sin embargo porque también me pertenece tu tumba y tu maleta destartalada por el insomnio fraternidad y conjuro a través de la nada 
¡todo lo que he amado y perdido sin extinguirse jamás y aferrado a mi cuello con la garra amarilla de las palmeras! 
  
¿Y quién te ha disfrazado ahora con ese rostro de vidrio sanguinario embutido en el raso de la muerte para evolucionar en el corazón de tales caballeros asistentes con tu sombría aleta de escualo a ras del día mientras te devora las mejillas el vitriolo de tu barba…? 
  
Pero los difuntos se alejan —simplemente— a escarbar en el ronco depósito de lunas al extremo del mar  
envueltos en esa misma lona de pasayo fúnebre que se escurre  
pidiendo a gritos una cerveza y una hostia 
  
¿Y acaso me importa nada entonces 
aquí 
ahora que la menta de la lluvia ilumina nuestras bocas como mil años de recuerdos 
y dejamos un rastro profundo a través de las catástrofes y los despojos del amor 
sobre la tierra 
en nuestro único reino 
ahora que aún compartimos caricias corrupciones países de tormenta con ardientes desconocidas de sonrisas sombrías llenas de flores 
esas nalgas estivales que reverberan entre los proverbios del campo...? 
  

LOS DIBUJOS DEL MURO 

  
De lámpara a lámpara, de día a muerte, con plegarias de raíces que se desprenden, el fuego de los rostros se reparte a lugares hambrientos que aúllan, a labios que los conjuran con nombres de ídolos, habitaciones, ataúdes, hoteles del sol como un brazo de mar tendido hacia las supersticiones y el olvido. 
  
Rostros que llevan más lejos que cualquier camino, se incendian entre los tapices, jalonan los bordes del mundo. 
  
Rostros hacia la tierra como un muerto, hacia la noche como una linterna, hacia el alma como una galaxia de pasión, viudeces, romances agrios, climas, separaciones. 
  
Rostros barridos por el viento pero cuyos hechizos retornan como un zodíaco de piedras palpitantes, cuya ternura cruel desliza una amenaza de paisajes, un ondular de sábanas y humos, voces entrelazadas a la geografía y al sacrilegio, tinieblas del corazón de los muertos, expresiones de cópulas, amaneceres pasionales, bocas lluviosas que exaltan la intemperie, sonrisas entrevistas como una brasa instantánea sobre la palma viva del instante. 
  
Facciones de naufragio en el infierno adorable de las superficies, entre las inspiraciones súbitas de lugares que se evaden con sus sílabas de esperma, su clima de flores migratorias, astros, y sus cimientos errantes fundidos por las lágrimas. 
  
Rostros vampiros al olor de mi sangre. 
Rostros de espuma contra el filo de Dios, de un dios de concha de tortuga y de pedernal de tótenes, oh bellos rostros sin otro juez que sus gestos, pintarrajeados con los aceites de la tierra, nuestros únicos trofeos sobre el derrumbe inacabable de los elogios, entre las frustraciones embriagadoras de nuestras vidas. 
  
Ahora que brillan en su carne bajo la aurora de sus cabellos, ahora que desnudan sus facciones eternas entre los tesoros humeantes de la cosecha. 
  

TIERRA TATUADA ANTES DE DORMIR 

  
Abanicos de plátanos que se abren en la noche 
las bordas del cielo con las calabazas del Amazonas y el olor de los jíbaros 
fértiles cabelleras que devoran los hombros de servidoras salvajes como sueños 
paisajes nocturnos ardorosos como machos 
espacios y ortopedias anónimas perdidas en aires de provincia 
muebles sofismas cónyuges artesanías gualdrapas catecismos y falsas ceremonias dominicales 
fuegos y partidas de las que se desprenden andenes y campanas 
canallas y aserraderos restos de olas piedras y hostias 
casullas y lagartijas vestiduras insanas bisturíes calcetines sagrados y hojas de afeitar 
senos remotos orejas trozos de ópera nucas actitudes espectrales con sexos vivos inexistentes 
colgaduras berlinas de duelo sandwiches y guarniciones de plazas fuertes desconocidas 
canciones anómalas muías y sacerdotes leporinos con sotanas viscosas de las que salta un mono azul visible de lejos 
mercaderías tropicales escalinatas estaciones baldías y nupcias en pueblerinos deshabitados a los que arriban lentos fardos por el río con pájaros embalsamados y ebrios de campaña cubiertos de orquídeas y puñaladas 
luces de tren casuarinas ausencias inexplicables y expediciones de infancia extraviadas en enormes helechos 
canela marina playas plumas adulterios ropas sacudidas en los tejados y la estatuaria del cielo 
cornetines especies lentejuelas genitales y tribus aullando con piedras preciosas incrustadas en el vientre 
ladridos... 
zodíacos... 
  
¡Oh recuperación de la inocencia cosas en libertad desnudez de fin del mundo corriente de sargazos y de límites que se desfondan! 
Es un conglomerado de nubes y relaciones instantáneas una vacilación de reinos una tierra indecisa poblada de linternas cuyas luces atraen a esas mulatas abrasadoras formadas un instante por el aliento de la estación y el brillo del camino bajo la luna 
Vínculos inusitados objetos deformes y lugares hirvientes entre los muros de un ataúd de fuego 
Un vago inventario de alma 
Un continente que oscila entre la luz y el sueño 
¡Y tantas maniobras del oleaje tanto territorio que se desvanece en espumas alrededor de mi lecho derramando todos sus milagros y sus confusiones en este gran cuenco nocturno de antes de dormirme en el gran cielo central de la mujer lejanísima que ahora respira una vez más como una isla de pasión entre mis brazos! 
  
  

INADAPTACIÓN 

  
Mi brazo de mar no cabe en la cocina mi otra mano del Golfo de México tiene una fosforescencia de travesía y un garfio de estibador clavado en la palma y se abre como un delta para derramar su reguero de luciérnagas y estremecimientos 
  
Maldito sea y tampoco mis labios tienen conducta ni sentido como una herida desesperada que mezcla en la sombra todas las brazas del ocio y de la noche 
y tan ávidos 
que bajo sus besos suelen dormir bellos cuerpos inciertos ¡tantas llamas exhalando el destello de la demencia y el olor de las dársenas! 
  
También mi cabeza es inapta como un hormiguero usado como velador como una esperanza en este lugar de desencuentros como un indicador de caminos en este país de élitros rotos y de insectos aplastados por la luz 
Estéril como un médano de mi lengua saborea el mar ponderando la delicia de la alimaña que orina en un cáliz 
A cada paso pueden cortarme los pies pueden clavarme como a un murciélago sobre la puerta dorada del día 
¡Y yo no tengo costumbres ni abuelos porque bebo mi vino y lo injurio para bendecir sus grandes resortes secretos que levantan en vilo el peso muerto de la tierra! 
  

COMARCA PROPIA 

  
Mi país es falso y sin techos cavando en la tierra como un perro 
cavando en el cielo 
cavando en el alma ¿para qué? En su rincón con la espuma de las moscas. ¡Estrellas! De noche es inútil encogerse como un feto. 
No por eso deja de oírse el señorío famélico de los órganos y su rezo 
¡aunque uno vuelva a aquellos días y a la negra circundada por el sudor de las flores del mundo 
a aquellas caricias que hacían blasfemar de placer a los cocheros fúnebres! 
  
Fundado en la corriente mi país desnudo hace con sus dientes y sus anzuelos un rumor de supersticiones bajo los plátanos 
¡entonces una ola radiante como la siesta de la primera masturbación al pie del molino como el primer descubrimiento de un astro hembra entre los pliegues del sueño! 
Y no me importa 
llorar en su piedra país errante mío farsante 
¿Por qué rechazaré tanto un cuerpo que quiero?  
¿Por qué desearé tanto un cuerpo que abandono..? 
País cocodrilo perpetuo al acecho al sol en el bello fango 
País droga 
¡Partenón de hierbas podridas y estrellas con tu gracia tantálica y esas vastas y ociosas imágenes salvajes del infinito cubiertas de lianas...! 
  
 (de “Amantes Antípodas”, 1961.) 
  

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